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Authors: Fernando Vallejo

La virgen de los sicarios (4 page)

BOOK: La virgen de los sicarios
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Yo hablo de las comunas con la propiedad del que las conoce, pero no, sólo las he visto de lejos, palpitando sus lucecitas en la montaña y en la trémula noche. Las he visto, soñado, meditado desde las terrazas de mi apartamento, dejando que su alma asesina y lujuriosa se apodere de mí. Millares de foquitos encendidos, que son casas, que son almas, y yo el eco, el eco entre las sombras. Las comunas a distancia me encienden el corazón como a una choza la chispa de un rayo. Sólo una vez subí, y bajé, y nada vi porque me lo impidió tremendo aguacero. Uno de esos aguaceros de Antioquia en que el cielo cargado de rabia se desfonda.

Pero estoy anticipando, rompiendo el orden cronológico e introduciendo el desorden. ¡Cuánta agua de alcantarilla no arrastró el río antes de mi subida a las comunas! En tanto, por lo pronto, suelo divisarlas desde mis terrazas con Alexis a mi lado. Mi corazón a mi lado. Esas de allá, niño, rumbo al mar, hacia el norte, son la nororiental y la noroccidental, las más violentas, las más famosas: enfrentadas en opuestas montañas viéndose, calculándose, rebotándose sus odios. Corrígeme si me equivoco.

Pero si Alexis no conoce el mar para qué lo menciono. No conoce ni siquiera el Cauca que está aquí abajo, el río de mi niñez que tiene una "u" en medio. Ese río es como yo: siempre el mismo en su permanencia yéndose. Alexis sólo conoce arroyos turbios, desaguaderos. "Señálame, niño, tu barrio, ¿cuál es?" ¿Es acaso Santo Domingo Savio? ¿O El Popular, o La Salle, o Villa del Socorro, o La Francia? Cualquiera, inalcanzable, entre esas luces allá a lo lejos... Ha de saber usted y si no lo sabe vaya tomando nota, que cristiano común y corriente como usted o yo no puede subir a esos barrios sin la escolta de un batallón: lo "bajan". ¿Y si lleva un arma? Se la "bajan". Y bajado el fierro le bajan los pantalones, el reloj, los tenis, la billetera y los calzoncillos si tiene o trusa. Y si opone resistencia porque éste es un país libre y democrático y aquí lo primero es el respeto a los derechos humanos, con su mismo fierro lo mandan a la otra ribera: a cruzar en pelota la laguna en la barca de Caronte. Usted verá si sube.

En lo alto de mi edificio, en las noches, mi apartamento es una isla oscura en un mar de luces. Lucecitas por doquiera en torno, en las montañas, palpitando en la nitidez del cielo porque aquí no hay smog: lo tumba la lluvia. Al atardecer nuestras montañas son tan nítidas, tan resaltadas, que haga de cuenta usted que las recortó un niño con tijeras de una foto del Colombiano. (El Colombiano es el periódico de Medellín, el que da los muertos: tantos hoy, ¿mañana cuántos?) Sí señor, Medellín en la noche es bello. ¿O bella? Ya ni sé, nunca he sabido si es hombre o mujer. Lo que sea. Como esas lucecitas ya dije que eran almas, viene a tener más almas que yo: tres millones y medio. Y yo una sola pero en pedazos. "Virgencita niña de Sabaneta, que vuelva a ser el que fui de niño, uno solo. Ayúdame a juntar las tablas del naufragio". Las veladoras de María Auxiliadora palpitaban al unísono como las lucecitas de Medellín en la unánime noche, rogándole al cielo que nos hiciera el milagro de volver a ser. A ser los que fuimos. "Yo ya no soy yo, Virgencita niña, tengo el alma partida".

¿Cuántos muertos lleva este niño mío, mi portentosa máquina de matar? Uno hasta donde sé y ahora. De los de más atrás no respondo. Yo no suelo preguntar como los curas que quieren saberlo todo para ellos solos, sin compartir, en secreto tumbal de confesión. Que cómo, que cuándo, que con quién, que por dónde. ¡Por donde sea! ¡Absuelvan en bloque carajo y desensotanen esa curiosidad rabiosa!

Un padrecito ingenuo de la Facultad de Teología de cierta católica universidad me contó una confesión diciendo el milagro pero callando el santo. O sea, revelando el secreto pero sin violarlo. Hela aquí: Que un muchacho sin rostro se fue a confesar con él y le dijo: "Acúsome padrecito de que me acosté con la novia". Y preguntando, preguntando que es como se llega a Roma que es adonde ellos quieren ir, el padre vino a saber que el muchacho era de profesión sicario y que había matado a trece, pero que de ésos no se venía a confesar porque ¿por qué? Que se confesara de ellos el que los mandó matar. De ése era el pecado, no de él que simplemente estaba haciendo un trabajo, un "camello". Ni siquiera les vio los ojos... "¿Y qué hizo usted padre con el presunto sicario, lo absolvió?" Sí, el presunto padre lo absolvió. De penitencia le puso trece misas, una por cada muerto, y por eso andan tan llenas de muchachos las iglesias.

Y aprovechando a este padrecito que están tan escasos desde que volvieron Centro Comercial al seminario, yo le pregunto una cosa: ¿De quién es el pecado de la muerte del hippie? ¿De Alexis? ¿Mío? De Alexis no porque no lo odiaba así le hubiera visto los ojos.

¿Mío entonces? Tampoco. Que no lo quería, confieso. ¿Pero que lo mandé matar? ¡Nunca! Jamás de los jamases. Jamás le dije a Alexis: "Quebráme a éste". Lo que yo dije y ustedes son testigos fue: "Lo quisiera matar" y se lo dije al viento; mi pecado, si alguno, se quedó en el que quisiera. Y por un quisiera, en esta matazón, ¿se va a ir uno a los infiernos? Si sí yo me arrepiento y no vuelvo a querer más.

He ido a esa católica universidad huyendo de la música de Alexis. No se extrañe pues usted de encontrarme en los sitios más impensados. Aquí y allá y en el más allá. Huyendo de ese ruido infernal me estoy volviendo más ubicuo que Dios en su reino. Y así voy por estas calles de Medellín alias Medallo viendo y oyendo cosas. Desquitándole a la muerte, cruzando rápido antes de que me atropelle un presunto carro. Con eso de que les dio por tirarle el carro a uno tratando presuntamente de agarrarlo como si fuera uno cualquier presunto conejo siendo uno y ellos todos presuntos cristianos...

Impulsado por su vacío esencial Alexis agarra en el televisor cualquier cosa: telenovelas, partidos de fútbol, conjuntos de rock, una puta declarando, el presidente. El otro día se estaba rasgando este maldito las vestiduras porque dizque unos sicarios habían matado a un senador de la República. ¡Ay, de la República! Como si aquí hubiera senadores de los departamentos, tonta. Esto no es los Estados Unidos. Además los senadores en Colombia tampoco son unas peritas en dulce. Que les va a cargar a los que lo mataron "todo el peso de la ley", dice la original. Como si supiera quién. ¿Y hoy qué? Hoy dando parte a la nación porque veinticinco mil soldados habían dado de baja al presunto capojefe del narcotráfico, contratador de sicarios. Que no prevalecería el delito, como si el delito con sus hermanos contratos no le pisara la cola.

Y que vamos en la dirección correcta: "in the right direction", como oyó decir en inglés. Y yo sólo pregunto una cosa: ¿la ley en Colombia matando presuntos? Ah, y que les va a dar el parte de la victoria a los gringos en su lengua, porque también él es políglota.

Y lo creo muy capaz: les lee el discurso que le escribieron en inglés con esa vocecita chillona, montañera, maricona, suya, y con el candor y acento de un niño de escuela que está aprendiendo: "This is my nose. That is your pipi". "¡Apaga a ese bobo marica –le dije a Alexis–, que pa maricas los de aquí adentro!" Se rió de verme tan desquiciado, tan enojado, y oh milagro, lo apagó. Y añadió: "Si querés te quiebro a esa gonorrea", con esos calificativos suyos que adoro. "¿Y cuándo vas a quebrar la casetera?" pregunté. "Ya". Y la tomó, corrió al balcón y la tiró por el balcón. Le hice ver lo irresponsable de esos arrebatos incontrolados suyos que podían matar, con un poquito de suerte, a algún presunto transeúnte que pasara.

Con la muerte del presunto narcotraficante que dijo arriba nuestro primer mandatario, aquí prácticamente la profesión de sicario se acabó. Muerto el santo se acabó el milagro. Sin trabajo fijo, se dispersaron por la ciudad y se pusieron a secuestrar, a atracar, a robar. Y sicario que trabaja solo por su cuenta y riesgo ya no es sicario: es libre empresa, la iniciativa privada. Otra institución pues nuestra que se nos va. En el naufragio de Colombia, en esta pérdida de nuestra identidad ya no nos va quedando nada.

Pero concentrémonos en Alexis que es la razón de esta historia. ¿Cuándo pensaba quebrar el televisor? Mi mente acariciaba la idea como a un gatico de raso. ¿Qué lo va a inducir? ¿Lo puedo inducir yo con mi mente poderosa? Mucho lo dudo porque yo me he concentrado días y días en que se muera Castro y sigue ahí, entronizado. (Castro es Fidel y Fidel es Cuba y Cuba el universo mundo y su revolución socialista.)

De los muertos de Alexis, cinco fueron gratis, por culebras propias; y cinco pagados, por culebras ajenas. ¿Qué son "culebras"? Son cuentas pendientes. Como usted comprenderá, en ausencia de la ley que se pasa todo el tiempo renovándose, Colombia es un serpentario. Aquí se arrastran venganzas casadas desde generaciones: pasan de padres a hijos, de hijos a nietos: van cayendo los hermanos. Bueno, ¿que cómo supe lo de Alexis si yo no pregunto? Sin preguntar, me lo contó La Plaga. Él es un niño divino, maldadoso, malo, que se quedó también sin trabajo. Tiene quince añitos con pelusita que te desarman el corazón. Creo que se llama Heider Antonio, un nombre bello. Y cuando no está matando está jugando billar: en el Salón de Billares X... (No digo el nombre porque de pronto le da al dueño por iniciarme una "acción de tutela" como marca la nueva Constitución, y después me cargan todo el peso de la ley.)

A La Plaga lo conocí también en el cuarto de las mariposas, pero nuestro amor no prosperó: me dijo que tenía novia y que la pensaba preñar pa tener un hijo que lo vengara. "¿Y de qué, Plaguita?" No, de nada, de lo que fuera. De lo que no alcanzara él. Este sentido previsor de nuestra juventud me renueva las esperanzas. Mientras haya futuro por delante fluye muy bien el presente. En cuanto al pasado... Pasado es el que yo tengo y el que me mantiene así.

A todo se le llega en este mundo su día: pasa el alcalde, pasa el ministro, pasa el presidente y el Cauca sigue fluyendo, fluyendo, fluyendo hacia el ancho mar que es el gran vertedero de desagües. ¿Que por qué lo digo? Hombre, mire, vea, fíjese, porque se le llegó también su día al televisor. La muerte de este maldito es digna de un poema. Lo estoy pensando en versos de arte mayor, en alejandrinos de catorce sílabas que me salen tan bien. Yo soy de respiración pausada y de tiro largo.

Los hechos ocurrieron así: llegué una tarde cansado, derrumbado, derrotado, sin un carajo de ganas de vivir. Yo no resisto una ciudad con treinta y cinco mil taxis con el radio prendido. Aunque vaya a pie y no los tome, sé que ahí van con su carraca, pasando noticias de muertos que no son míos, de partidos de fútbol en los que nada me va, y declaraciones de funcionarios mamones de la teta pública que están saqueándome a mí, Colombia, el país eterno. "Yo te los quiebro –me repite Alexis–, decíme cuál". Nunca digo. ¡Para qué! Eso es tirarle a langostas con escopeta. "Niño –le dije a Alexis–, préstame tu revólver que ya no aguanto. Me voy a matar". Alexis sabe que no bromeo, su perspicacia lo siente. Corrió al revólver y para que no me quedara una sola bala se las vació al televisor, lo único que encontró: estaba hablando el presidente, para variar. Que no sé qué, que el peso de la ley. Fue lo último que dijo esta cotorra mojada, y nunca más volvió a abrir su puerco pico en mi casa. Después silencio, silencio en mis noches calladas que están cantando las cigarras, arrullándome el oído con su eterna canción, que oyó Hornero.

Mayor error no pude cometer con la quiebra de ese televisor. Sin televisor Alexis se quedó más vacío que balón de fútbol sin patas que le den, lleno de aire. Y se dedicó a lo que le dictaba su instinto: a ver los últimos ojos, la última mirada del que ya nunca más.

Las balas para recargar el revólver se las compró este su servidor, que por él vive. Fui directamente a la policía y les dije: "Véndanmelas a mí, que soy decente. Aparte de unos cuantos libros que he escrito no tengo prontuario". "¿Libros de qué?" "De gramática, mi cabo". ¡Era un sargento! Este desconocimiento mío de las charreteras era vivida prueba de mi verdad, de mi inocencia, y me las vendió: un paquetote pesado. "¡Uy, vos sí sos un verraco! –me dijo Alexis–. Consigámonos una subametralladora". "Niño, 'consigámonos' somos muchos. A mí no me incluyas". ¡Pero cómo no incluir en el amor!

Los próximos muertos de Alexis fueron tres soldados. íbamos por el parque de Bolívar, el principal, cuando los vimos de lejos en una requisa. Si Alexis traía el fierro, lo mejor era desviarnos. "¿Y por qué?" "Hombre, niño, porque nos van a requisar y te lo van a quitar. ¿No ves que somos sospechosos?" Me incluí en el "somos" por delicadeza; aquí nadie sospecha de los viejos, que ya están probados: atracadores viejos no los hay, unos con otros hace mucho que se mataron, pues si bien es cierto que perro no come perro, atracador sí atraca a atracador. "Desviémonos". Que no, y seguimos. Y claro, nos detuvieron. Más les valía no haber nacido. ¡Tas! ¡Tas! ¡Tas! Tres tiros en las puras frentes y tres soldados caídos, tiesos. ¿Cuándo sacó Alexis el revólver? Ni alcancé a ver. Los soldados me iban a requisar a mí ya que me metí en el charco a alborotar los tiburones, para seguir con mi niño. Ya no siguieron. Aunque en su ultimísimo instante en vida querían, ya no pudieron. Los muertos no requisan. De un tiro en la frente a cualquiera le borran la computadora.

Era tan asombroso el suceso, tan imprevisto el suceso que no sabía qué hacer. Alexis tampoco. Se quedó viendo los cadáveres como hipnotizado, mirándoles los ojos. "Se me hace que lo mejor es que nos vamos yendo, niño, a almorzar".

Aquí el almuerzo era a las doce, pero con este cambio de las costumbres se ha ido pasando para la una y media. Alexis se guardó el revólver y seguimos caminando como si nada. Es lo mejor en estos casos: como si nada. Correr es malo. El que corre pierde la dignidad y se cae y lo agarran. Además, aquí desde hace mucho, pero mucho es mucho, ya nadie persigue ladrones. En mi niñez, recuerdo, los transeúntes viles, amparados por la dizque ley, solían correr tras el ladrón. Hoy nadie. El que lo alcance se muere, y el alma colectiva, gregaria, ruin, la jauría cobarde y maricona ya lo sabe. ¿Muchas ganas de perseguir? Se queda quietecito y nada vio, si quiere seguir viendo. Policías en torno no había y mejor para ellos: tres tiros le quedaban a mi niño en el fierro para ponerles a otros tantos en la frente su cruz de ceniza. Para morir nacimos.

Almorzamos sancocho, que es lo que se come aquí. Y para abrir más el apetito, cada quien una Pilsen, y no es propaganda porque son muy malas, es la pura verdad. Una cerveza Pilsen nos tomamos y yo pedí para el sancocho un limón. A todo le pongo. "Y nos trae, señorita, unas servilletas, caramba, ¿o con qué cree que nos vamos a limpiar?" Esta raza es tan mezquina, tan mala, que aquí las servilletas de papel las cortan en ocho para economizar: ponen a los empleados cuando no hay clientes a cortarlas: pa que trabajen, los hijueputas. Así es aquí.

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