Las amistades peligrosas (24 page)

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Authors: Choderclos de Laclos

Tags: #Novela epistolar

BOOK: Las amistades peligrosas
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Vressac, solo con nosotros, se acercó a la vizcondesa para decirle tiernamente que aquello era una venganza del amor, a lo que ella dijo mirándome: “Pues muy enfurecido debía estar, porque bien se ha vengado; pero, añadió, estoy rendida de fatiga y quiero dormir”.

Yo me sentí bueno; antes de separarnos abogué por la causa de Vressac y conseguí la reconciliación. Ambos amantes se abrazaron y me abrazaron a su vez. Nada me daban los besos de la vizcondesa, pero confieso que el de Vressac me hizo gracia. Salimos juntos, y después de recibir sus largos cumplimientos, nos fuimos cada uno a su cama.

Si le place la historia, no le pido el secreto. Ya me ha divertido a mí, tome el público su parte. Me refiero a la historia ¿diremos pronto lo mismo de la heroína?

Adiós, hace una hora que aguarda mi lacayo; un momento sólo para abrazar a usted, y recomendarle sobre todo que se guarde de Prevan.

Del palacio de…, a 15 de setiembre de 17…

CARTA LXXII

EL CABALLERO DANCENY A CECILIA VOLANGES
(No entregada hasta el 14.)

¡Cuánto, Cecilia mía, envidio la suerte de Valmont que la verá mañana! ¡Él le entregará esta carta y yo languideciendo lejos de usted arrastraré mi penosa existencia entre penas y recuerdos! Amiga mía, mi tierna amiga, compadezca mis males, compadézcame más aún por los suyos, contra ellos sí que me abandona el valor.

¡Qué horrible causar la pena de usted! Sin mí estaría dichosa y tranquila. ¿Me perdona, Cecilia? Diga, sí, diga que me perdona, diga que me ama, que me amará siempre. Necesito que me lo repita. No porque dude… pero mientras más seguro estoy de ello, más dulce me es el escucharlo. Me ama usted, verdad. Sí, me ama con toda su alma. No olvido que ésta es la última palabra que le he oído. ¡Cómo la conservo en mi corazón! ¡Cómo está allí grabada, profunda y con qué delirio le responde el mío!

¡Ay! en aquel momento dichoso, estaba yo lejos de prever la horrible suerte que nos esperaba. Ocupémonos, mi Cecilia, del modo de dulcificarla. De creer a mi amigo, bastará que usted le otorgue su completa confianza. Él la merece.

Apenábame, lo confieso, la idea desventajosa que usted parecía tener de él; en ella he visto las prevenciones de su madre; para someterme también a ellas, había yo descuidado hacía tiempo a este hombre tan amable que hoy lo hace todo por mí, que trabaja en fin para reunirnos, cuando su mamá de usted nos ha separado. Ruégole, mi querida amiga, que lo vea con ojos más favorables. Piense que es mi amigo, que quiere serlo suyo, y que puede darme la dicha de verla. Si estas razones no la convencen, Cecilia mía, usted no me ama como la amo, no me quiere como yo la quiero. ¡Ah! si llegase a amarme menos… Pero no, mío es el corazón de mi Cecilia y para toda la vida, y si debo temer las penas de un amor infeliz, su constancia me salvará al menos los tormentos de un amor traicionado.

Adiós, mi amiga encantadora; no olvide que sufro y que sólo de usted depende el hacerme dichoso, dichoso del todo. Escuche los votos de mi corazón, y reciba el más tierno beso de amor.

París, a 11 de setiembre de 17…

CARTA LXXIII

EL VIZCONDE DE VALMONT A CECILIA VOLANGES
(Adjunta a la anterior).

El amigo que la sirve, ha sabido que usted carece de lo necesario para escribir, y se lo ha proporcionado. En la ante-sala de su aposento hallará, bajo el gran armario, a mano izquierda, provisión de papel, tinta y plumas, que se renovará cuando quiera, y que puede dejar en el mismo sitio, si no encuentra otro más seguro.

Y le ruega que no se ofenda si aparenta no atenderla en el círculo, y mirarla como a una niña. Esta conducta le parece necesaria para inspirar la seguridad de que necesita y poder trabajar con más eficacia en la dicha de su amigo y de usted.

Tratará de originar ocasiones de hablarle cuando tenga algo que decirle o que darle, y espera conseguirlo si usted pone celo en secundarlo.

También le aconseja devolver las cartas conforme las vaya recibiendo, para arriesgar menos un compromiso.

Y termina asegurándole que si usted quiere darle su confianza, pondrá el mayor cuidado en dulcificar la persecución que una madre harto cruel inflige a dos personas, una de las cuales es ya su mejor amigo y la otra le parece merecer el más tierno interés.

En quinta de…, a 14 de setiembre de 17…

CARTA LXXIV

LA MARQUESA DE MERTEUIL AL VIZCONDE DE VALMONT

¿Y desde cuándo, mi amigo, se me asusta tan fácilmente? ¿Tan temible es ese Prevan? Pues mire qué sencilla y modesta soy. Mil veces lo he encontrado, y no lo he mirado siquiera. Nada menos que la carta de usted fue preciso para llamarme la atención. Ayer he reparado mi injusticia. Estaba en la ópera casi frente a mí, y me ocupé de él. Es guapo al menos, pero muy guapo; rasgos finos y delicados; debe ganar visto de cerca. ¿Y usted dice que quiere conquistarme? pues de fijo me hará honor y gusto. Seriamente, tengo el capricho, y empiezo por confiar a usted aquí que he dado ya los primeros pasos. No sé si saldrán bien. He aquí el caso.

Estaba él a dos pasos de mí a la salida de la ópera, y he dado en alta voz cita a la marquesa de*** para cenar el viernes en casa de la mariscala. Sólo allí creo poderlo ver. No dudo de que me haya oído. ¿Si no vendrá el ingrato? Pero dígame, ¿cree que vendrá? ¿Sabe usted que si no viene estaré de mal humor toda la noche? Ya ve cómo no encontrará tanta dificultad en seguirme; y lo que más le extrañará, menos va a encontrar en gustarme. ¡Quiere, dice, reventar seis caballos haciéndome la corte! Yo salvaré la vida a esos pobres caballos. No tendría paciencia para esperar tanto. Usted sabe que no está en mis principios el dilatar las cosas cuando estoy decidida, y por él lo estoy.

Sí que da gusto ¿verdad? el darme consejos. El importante aviso de usted no tiene gran éxito. Pero ¡qué quiere, hace tanto tiempo que vegeto! más de seis semanas ha que no me he permitido alegría ninguna. Ésta se presenta: ¿cómo rehusármela? ¿Y no vale la pena el asunto? ¿qué otro más agradable en cualquier sentido que tome la palabra?

Usted mismo está obligado a hacerle justicia; y hace más que elogiarle, tiene celos de él. Pues bien, yo me instituyo juez entre ambos. Pero por lo pronto hay que instruirse, y a eso voy. Seré juez íntegro, y pesaré a los dos en la misma balanza. De usted tengo ya las memorias y su causa perfectamente instruida. ¿No es justo que ahora me ocupe de su adversario? Vamos, sométase de buen grado, y para empezar cuénteme luego cuál es esa triple aventura de que él es el héroe. Me habla de ella usted como si la supiera yo de memoria, y no sé una palabra. A lo que parece, habrá ocurrido cuando mi viaje a Ginebra, y sus celos no lo dejaron escribírmela. Repare luego esa falta; nada de lo que le concierne me es extraño. Creo que aún se hablaba a mi regreso; pero ocupada de otras cosas, oigo rara vez en ese género lo que no es del día o de la víspera.

Y aunque lo que le pido le contraríe algo, ¿no es lo menos que debe a los cuidados que tomo por usted? ¿no son ellos los que lo han acercado a su presidenta cuando sus tonterías lo tenían alejado? ¿Y no soy yo también quien le ha puesto entre las manos el tomar venganza del amargo celo de la señora de Volanges? Tantas veces como se ha quejado usted del tiempo empleado en buscar las aventuras. Ahora las tiene en la mano. El amor, el odio, a escoger, y todo bajo el mismo techo; acariciar con una mano y herir con la otra.

Y aún es a mí a quien debe la aventura de la vizcondesa. Mucho me alegro; pero, como dice usted, hoy hay que hablar de ello; porque si la ocasión le ha hecho preferir el misterio al lustre, por el momento hay que reconocer que la dama no merecía tan honrado proceder.

Y a más yo estoy quejosa de ella. El caballero de Belleroche la encuentra más bonita que yo quisiera, y por muchas razones me alegraría de un pretexto para romper. Y nada más cómodo que tener que decirse: “No se puede tratar a esa mujer”.

Adiós, vizconde. Piense que en su situación el tiempo es precioso: voy a emplear el mío en ocuparme de la dicha de Prevan.

París, 15 de setiembre de 17…

CARTA LXXV

CECILIA VOLANGES A SOFÍA CARNAY

NOTA. En esta carta Cecilia Volanges da cuenta minuciosa de lo relativo a ella en los sucesos que el lector ha visto en la carta LIV y siguientes. Pareció bien suprimir esta repetición. Hablando, en fin, del vizconde de Valmont, se expresa así:

Te aseguro que es un hombre extraordinario. Mamá habla muy mal de él; pero el caballero Danceny dice mucho bien, y yo creo que es él quien tiene razón. Jamás vi hombre más diestro. Al entregarme la carta de Danceny estaba todo el mundo delante, y nadie lo notó; verdad que yo pasé mucho miedo, porque no estaba prevenida; pero ahora ya lo sé. Entendí perfectamente cómo quiere que haga para darle la respuesta. Es muy fácil entenderse con él, porque tiene una mirada que lo expresa todo. No sé como lo hace; en su billete me decía que iba a aparentar no ocuparse de mí delante de mamá; y en efecto, diríase que yo no existo para él; y sin embargo, siempre que busco sus ojos estoy cierta de encontrarlos en el acto.

Hay aquí una buena amiga de mamá, que yo no conocía, que también parece no gustar nada del señor de Valmont, aunque éste la atiende mucho. Temo que se fastidie pronto de la vida de aquí, y se vuelva a París. Sería bien triste. Preciso es que tenga buen corazón, para haber venido sólo por servir a su amigo y a mí. Quisiera atestiguarle mi gratitud; pero no sé cómo hacer para hablarle, y cuando lo consiguiese, me daría mucha vergüenza, y no sabría qué decirle.

Sólo ala señora de Merteuil hablo libremente. Quizás contigo misma, hablando me sentiría embarazada. Con el mismo Dancenv he sentido a veces como, a pesar mío, cierto temor que me impedía decirle todo lo que pensaba. Ahora lo siento, y daría todo el mundo por decirle una vez, una sola vez, cuánto le amo. El señor de Valmont le ha prometido que si yo me dejo conducir, él nos procuraría la ocasión de volvernos a ver. Yo haré lo que quiera; pero no crea que sea posible.

Adiós, mi buena amiga; no tengo más tiempo.

En la quinta de…, a 14 de setiembre de 17…

CARTA LXXVI

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