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Authors: Julio Verne

Tags: #Aventuras

Las Aventuras del Capitán Hatteras (5 page)

BOOK: Las Aventuras del Capitán Hatteras
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—¡No! —contestaron todas las voces al unísono.

—Pues yo espero hallarlo una mañana instalado en su camarote sin que nadie sepa cómo ni por dónde llegó.

—¡Qué locura! —exclamó Bolton—. ¿Te figuras, que el capitán es un duende como los que hacen de las suyas en las tierras altas de Escocia, Clifton?

—Ríete, Bolton; tus risas no me harán variar de opinión. Todos los días, al pasar por delante del camarote, miro por el agujero de la cerradura, y ya llegará el día en que les diga a quién se parece.

Yo creo que todos conocemos al capitán —dijo enseguida Clifton—. Es el perro, de eso no cabe duda.

Los marineros se miraron sin atreverse a responder.

—Hombre o perro —dijo Pen entre dientes—, les juro que ese animalito, tarde o temprano, me las pagará todas juntas.

—Clifton —dijo Bolton serenamente— ¿crees tú, en serio que el perro es el verdadero capitán?

—¿Quién lo duda? —respondió Clifton—. Y si ustedes fueran observadores como yo, habrían notado las maneras extrañas de ese animal.

—¿Qué maneras? Explícate.

—¿No han notado el modo que tiene de pasearse por la popa con aire de autoridad?

—Es cierto —dijo Gripper—, una tarde lo sorprendí con las patas apoyadas en la rueda del timón.

—¡Imposible! —exclamó Bolton.

—¿Y acaso —prosiguió Clifton— no saben que por la noche abandona el buque para ir a pasear por los campos de hielo?

—También es cierto —respondió Bolton.

—¿Y lo han visto alguna vez buscar como un perro honrado la compañía de los hombres, o mirar al cocinero como pidiéndole comida?

—En fin —dijo Bolton—, ¿a dónde vamos en el
Forward
?

—No lo sé —respondió Bell— en algún momento Shandon recibirá nuevas instrucciones.

—¿Pero de quién?

—No sé —replicó el carpintero.

—Del
perro-capitán
—dijo Clifton—. Ha escrito ya una vez: ¿por qué no va a poder escribir otra?

—Bueno —dijo Pen— si ese perro no quiere reventar dentro de su piel de perro, trate de volverse pronto hombre, porque si no, me las va a pagar.

—¿Y por qué? —preguntó Garry.

—Porque me da la gana —respondió Pen brutalmente.

—¡Basta de hablar, muchachos! —gritó el contramaestre Johnson. ¡Manos a la obra, y que estas sierras estén armadas en menos tiempo que las otras! ¡Tenemos que enfrentar los bancos!

—¡Eso lo veremos! —respondió Clifton encogiéndose de hombros—. ¡No se pasa tan fácilmente el círculo polar!

Durante aquella jornada los esfuerzos de la tripulación fueron casi inútiles. El
Forward
, lanzado a todo vapor contra los hielos no pudo separarlos, y hubo necesidad de anclar durante la noche.

El sábado la temperatura bajó aún más, el tiempo se serenó y se hizo una gran visibilidad sobre aquellas llanuras deslumbrantes.

Al anochecer, el
Forward
había logrado avanzar varios kilómetros hacia el Norte, gracias a la actividad de los marineros y a la habilidad de Shandon. A las doce de la noche había traspasado el paralelo 66.

Pero entonces la mole de hielos, se puso en movimiento. Los
icebergs
salían, al parecer de todas partes y el bergantín estaba encallado en una serie de escollos movedizos cuya fuerza de aplastamiento era irresistible. Garry, el mejor conductor, se puso en el timón. Las montañas heladas tendían a juntarse detrás del bergantín. Aumentaba las dificultades la imposibilidad en que se hallaba Shandon de fijar la dirección del buque en medio de aquellos puntos cambiantes que no ofrecían ninguna referencia estable.

Los tripulantes se dividieron en dos grupos, uno de estribor y otro de babor, y cada marinero, armado de una larga pértiga con punta de hierro hacía lo posible por rechazar los témpanos más amenazadores. El
Forward
entró en un pasadizo estrecho, entre dos altos cerros de hielo. Pronto se vio que esa garganta no tenía salida. Un enorme témpano, atascado en el canal, avanzaba rápidamente hacia el
Forward
, y era imposible retroceder.

Shandon y Johnson, de pie en el puente de mando, consideraban su posición. Shandon con la mano derecha indicaba al timonel la dirección que debía seguir, y con la izquierda transmitía a Wall las órdenes para maniobrar la máquina.

El peñón de hielo, que no tenía menos de treinta metros de altura, amenazaba caer sobre el
Forward
y hacerlo astillas.

Pen lanzó un terrible juramento.

—¡Silencio! —gritó una voz que fue imposible reconocer en medio del huracán.

El monte flotante pareció precipitarse sobre el bergantín. Los marineros, soltaron sus pértigas y se echaron atrás.

De pronto se oyó un espantoso estruendo. Una manga de agua cayó sobre la cubierta levantando una ola enorme. La tripulación lanzó un grito de terror, mientras Garry aferrado al timón, logró mantener al
Forward
en buen rumbo.

Cuando las miradas se volvieron hacia las montañas de hielo, ésta había desaparecido. El paso estaba libre, y, más allá, un largo canal, alumbrado por los rayos oblicuos del sol, permitía al bergantín proseguir su ruta.

—Bueno, doctor Clawbonny —dijo Johnson—, ¿me puede explicar lo que pasó?

—Es muy sencillo, —respondió el doctor—. Cuando esas moles flotantes se desprenden unas de otras en la época del deshielo, vagan perfectamente equilibradas. Pero poco a poco se acercan al Sur, donde el agua es relativamente más caliente; su base, sacudida por el choque de otros témpanos, empieza a derretirse y llega el momento en que pierden su centro de gravedad. Entonces se derrumban. Si este
iceberg
hubiera demorado en desplomarse dos minutos más, habría aplastado al barco.

Nuevas Órdenes

Una vez pasado el círculo polar, vino una jornada tranquila y la tripulación pudo descansar.

Ningún incidente nuevo se habría registrado ese día si no se hubiera producido a bordo este hecho extraordinario:

A las seis de la mañana, Ricardo Shandon, al entrar en su camarote después de su guardia, encontró una carta con esta dirección:

Al comandante Ricardo Shandon, a bordo del
Forward
.

Mar de Baffin.

Shandon mandó llamar inmediatamente al doctor, a James Wall y al contramaestre, y les mostró la carta.

—¡Curioso! —dijo Johnson.

—¡Magnífico! —gritó Clawbonny.

—¡Al fin —exclamó Shandon— conoceremos el secreto!…

Rompió el sobre y leyó:

Comandante:

El capitán del
Forward
está satisfecho de la habilidad y valentía que sus marineros, y oficiales han mostrado en las últimas circunstancias. Le ruego manifestar a la tripulación mis felicitaciones.

Diríjase derecho al Norte hacia la bahía de Melville y desde ahí haga lo posible para entrar en el estrecho de Smith.

El capitán del
Forward
, K.Z.

Lunes, 30 de abril, atravesando el cabo Walshingham.

—¿Nada más? —preguntó el doctor.

—Nada —respondió Shandon y la carta se le cayó de las manos.

—Bueno —dijo Wall—, ese capitán fantasma no muestra deseos de venir a bordo, por lo que deduzco que no vendrá.

—¿Pero cómo ha llegado su carta? —preguntó.

—Wall tiene razón —respondió el doctor, que había recogido la carta—; el capitán no vendrá a bordo por una sola razón.

—¿Por cuál? —preguntó Shandon.

—Porque está ya —respondió el doctor.

—¡Está! —exclamó Shandon—. ¿Qué quiere decir?

Johnson movió la cabeza en señal de aprobación.

—¡No es posible! —dijo Shandon con energía—. Conozco a todos os hombres. Suponer que el capitán se halla entre ellos desde que zarpó el buque es inadmisible.

—Es posible —dijo Wall— que se encuentre en la tripulación alguien de su confianza que haya recibido instrucciones suyas.

—¿Pero quién? —preguntó Shandon—. Insisto en que yo los conozco a todos desde hace mucho tiempo.

—En fin —repuso James Wall—, si es que el tal capitán existe, yo no veo en las costas de Groenlandia más que los establecimientos de Disko o de Uppernawik en que pueda aguardarnos, y, por consiguiente, dentro de algunos días sabremos a qué atenernos.

—¿No va a dar a conocer la carta a la tripulación? —preguntó el doctor a Shandon.

—Con el permiso del comandante —dijo Johnson—, yo en su lugar no lo haría.

—¿Por qué? —preguntó Shandon.

—Porque todo lo que hay en ella de fantástico puede influir en el ánimo de nuestros marineros… Se hallan ya muy inquietos por la suerte de la expedición. Si se les refuerza la creencia en intervenciones sobrenaturales los efectos serán tan negativos que en el momento crítico no podremos contar con ellos para nada.

—Y a usted doctor, ¿qué le parece? —preguntó Shandon.

—Me parece —respondió el doctor— que Johnson tiene razón.

—¿Y usted, James?

—Me adhiero a la opinión de esos señores —dijo el interpelado.

Shandon pensó algunos instantes, y volvió a leer con atención la carta.

—Señores —dijo— la opinión de ustedes es muy buena, pero no puedo adoptarla.

—¿Y por qué? —preguntó el doctor.

—Porque las instrucciones de esta carta son claras y me mandan poner en conocimiento de la tripulación las felicitaciones del capitán. Hasta ahora he obedecido sus órdenes, y no puedo dejar de seguir haciéndolo.

—¿Quiere que reúna a la tripulación sobre cubierta? —preguntó Johnson.

—¡Hágalo! —ordenó Shandon.

Los marineros llegaron sin demora a su puesto de revista, y el comandante les leyó en voz alta la carta misteriosa.

Escucharon en extraño silencio aquella lectura. Luego se separaron entregándose a mil suposiciones. Clifton se dejó llevar por todas las fantasías de su imaginación supersticiosa. La parte que en el acontecimiento le atribuyó al
perro-capitán
fue considerable, y ya nunca dejó de saludarlo cuando por casualidad lo encontraba.

—Yo lo decía —repetía a quien quisiera escucharlo—. Ese perro sabe escribir.

Para todos era evidente que, a falta de capitán, un espíritu velaba a bordo.

El 1 de mayo, al mediodía, la observación dio una latitud de 68 grados y una longitud de 56 grados y 32'. La temperatura había subido y el termómetro marcaba 4 grados centígrados.

Durante la noche doblaron el cabo Chidley, bajo la influencia de un viento favorable, y luego vieron levantarse en el horizonte las elevadas montañas de la isla Disko, llamada también la isla de la Ballena.

Había en las costas numerosos témpanos de aquellos que los más fuertes deshielos no llegan a derribar, y esa sucesión continua de cimas heladas mostraba las formas más extrañas.

Al día siguiente, a eso de las tres, se vio surgir al Nordeste Sanderson Hope. La tierra quedó a unos veinticuatro kilómetros y las montañas parecían cubiertas de un polvo rojizo. Al amanecer, muchas ballenas nadaban entre los témpanos.

Durante la noche del 3 al 4 de mayo el doctor pudo ver por primera vez el sol tocando el último extremo del horizonte, sin hundir en él su disco luminoso. Desde el 31 de enero, sus órbitas se fueron prolongando hasta que reinó una claridad continua.

Nadie es capaz de imaginar hasta qué punto la oscuridad de la noche es necesaria para la salud de los ojos. El doctor experimentaba un verdadero dolor para habituarse a aquella luz persistente.

El 5 de mayo el
Forward
pasó más allá del paralelo 72 grados. Al día siguiente, el bergantín, llegó a Uppernawik, el establecimiento más nórdico que en aquellas costas posee Dinamarca.

Navegación Riesgosa

Shandon, junto al doctor Clawbonny, a Johnson, Foker y Strong, el cocinero, se trasladaron a la playa en la ballenera.

El gobernador, su mujer y sus cinco hijos, todos esquimales, se presentaron a los visitantes. El doctor hablaba el danés lo suficiente para establecer relaciones amistosas. Además, Foker, intérprete de la expedición, manejaba unas veinte palabras de la lengua groenlandesa, y con eso se puede hacer algo.

El gobernador, nacido en la isla de Disko, no había salido nunca de su país natal. Dio la bienvenida a los recién llegados en nombre de su ciudad, que se componía de tres casas de madera para su familia y el ministro luterano, de una escuela, y de almacenes que se abastecían con los restos rescatados de los buques náufragos. Lo demás consistía en
iglus
, especie de cabañas de nieve en que los esquimales entran a rastras por la única abertura que tienen a manera de puerta.

Gran parte de la población salió al encuentro del
Forward
, y más de un esquimal fue hasta el medio de la bahía, en su
kaiak
.

Por sus vestidos aceitosos de piel de foca, por sus botas del mismo material, era fácil distinguir a un esquimal. La lepra hacía estragos en muchas de sus tribus y las señales de esa horrible enfermedad eran evidentes en algunos de estos hombres.

El ministro luterano y su mujer se hallaban en visita por Proven, al sur de Uppernawik, por lo tanto, el doctor sólo podía conversar con el gobernador, que no era, desde luego, muy instruido.

El médico, sin embargo, lo interrogó sobre el comercio y las costumbres de los esquimales y supo, por medio del lenguaje de los gestos, el valor de las focas, puestas en Copenhague.

Entretanto, Shandon, siguiendo las instrucciones del misterioso capitán, se procuraba medios de transporte por los hielos. Tuvo que pagar cuatro libras por un trineo y seis perros. Aún así, le costó trabajo vencer la resistencia que sentían los esquimales a deshacerse de ellos.

Shandon quería reclutar además a Hans Christian, un hábil conductor de perros con experiencia en expediciones polares; pero éste se hallaba entonces en la Groenlandia meridional.

Entonces se comenzó a averiguar si se hallaba en Uppernawik un europeo que esperaba el paso del
Forward
. ¿Tenía el gobernador conocimiento de que un extranjero, probablemente inglés, se hubiera establecido en esos parajes?

A esta pregunta el gobernador respondió que hacía más de diez meses ni un solo extranjero desembarcaba en aquella parte de la costa.

Shandon averiguó los nombres de los balleneros que habían llegado últimamente, y no reconoció ninguno.

—¡Nadie en el cabo Farewell! ¡Nadie en la isla Disko! ¡Nadie en Uppernawik! —exclamó.

—Agregue dentro de algunos días: ¡Nadie en la bahía de Melville!, y entonces Shandon, lo saludaré como único capitán del
Forward
—dijo el doctor.

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