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Authors: Julio Verne

Tags: #Aventuras

Las Aventuras del Capitán Hatteras (8 page)

BOOK: Las Aventuras del Capitán Hatteras
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La
Farewell
, siguiendo la ruta tomada por el
Neptune
de Aberdeen en 1817, se elevó al Norte de Spitzberg, hasta los 76 grados de latitud. Allí tuvo que invernar, pero fueron tales los padecimientos que ningún tripulante regresó a Inglaterra, excepto Hatteras, que fue recogido por un ballenero danés después de una marcha de más de trescientos kilómetros por los hielos.

La impresión producida por el regreso de un solo hombre fue inmensa. ¿En adelante quién iba a atreverse a seguir a John Hatteras en sus peligrosas expediciones? Él, sin embargo, no perdió la esperanza de lanzarse nuevamente a ellas. Su padre, el cervecero, murió y él quedó en posesión de una fortuna inmensa.

Entonces se produjo un hecho geográfico que dio a Hatteras el golpe más doloroso.

Un bergantín, el
Advance
, tripulado por diecisiete hombres, armado por el comerciante Grinnel, y al mando del doctor Kane, fue enviado en busca de sir John Franklin. Se elevó, en 1853, por el mar Baffin y el estrecho de Smith, hasta más allá de los 82 grados de latitud Norte, mucho más cerca del Polo que todos sus predecesores.

¡Y era un buque americano. Grinnel era americano. Kane era americano!

Es fácil entender el desdén que al inglés inspiraba ese grupo de
yankis
. Hatteras, resolvió ir a toda costa más allá que su competidor, y llegar hasta el mismo Polo.

Hacía dos años que estaba en Liverpool en el más riguroso incógnito. Se hacía pasar por un marinero cualquiera. Reconoció en Ricardo Shandon al hombre que necesitaba y le hizo sus proposiciones por una carta anónima, lo mismo que al doctor Clawbonny. Así el
Forward
fue construido, armado y tripulado, mientras Hatteras ocupaba un nombre falso, pues de otra forma no hubiera encontrado un solo hombre que quisiera acompañarlo. Resolvió no tomar el mando del bergantín sino bajo circunstancias imperiosas, y cuando su tripulación hubiera avanzado lo suficiente como para no retroceder, reservándose, el hacer a su gente nuevas ofertas de dinero para que ni uno solo se negara a seguirlo hasta el fin del mundo.

Y al fin del mundo era, efectivamente donde iban.

Cuando las circunstancias se hicieron críticas, Hatteras no vaciló en darse a conocer.

Su perro, el fiel
Duck
, fue el primero que lo reconoció y, afortunadamente para los valientes y desgraciadamente para los cobardes, quedó bien establecido que el capitán del
Forward
era John Hatteras.

Los Proyectos de Hatteras

La aparición de este personaje casi legendario fue apreciada en formas diversas por la tripulación. Algunos adhirieron a él incondicionalmente, por interés al dinero o por audacia. Otros decidieron seguirlo atraídos por la aventura, pero se reservaron el derecho de protestar más adelante, comprendiendo cuan difícil era oponerse en esos momentos a un hombre semejante.

El 29 de mayo era domingo y fue para la tripulación día de reposo.

En el camarote del capitán se celebró un consejo de oficiales. Participaron Hatteras, Shandon, Wall, Johnson y el doctor.

—Señores —dijo el capitán—; ustedes conocen mi proyecto de llegar al Polo. Deseo saber sus opiniones sobre esta empresa. ¿Qué le parece, Shandon?

—No me parece nada, capitán —respondió con frialdad Shandon— yo me limito a obedecer.

Entonces Hatteras repuso no menos fríamente:

—Ricardo Shandon, le ruego que se pronuncie sobre nuestras probabilidades de éxito.

—Bien, capitán —dijo Shandon—, por mí responden los hechos: las tentativas de ese género hasta ahora han fracasado.

—¿Y ustedes, señores, qué opinan?

—Yo —respondió el doctor—, creo que el proyecto es practicable, capitán; y como es evidente que algunos navegantes llegarán tarde o temprano al Polo, no veo razón para que los que lleguen no seamos nosotros.

—Tanto más —respondió Hatteras— cuanto que aprovecharemos de la experiencia de nuestros predecesores. Sobre eso, Shandon, debo darle gracias por el buen tacto con que ha conducido el buque.

Shandon se inclinó desdeñosamente. Su posición a bordo del
Forward
, del cual creía ser el jefe, se había desmoronado.

En cuanto a vosotros, señores —añadió dirigiéndose a Wall y a Johnson—, no podría prometerme la ayuda de oficiales más distinguidos por su denuedo y su experiencia.

—Capitán, —respondió Johnson— aunque su aventura me parece algo atrevida, puede contar conmigo hasta la muerte.

—Y conmigo también —dijo James Wall.

—En cuanto a usted, doctor, sé lo que vale.

—Pues sabe más que yo —respondió el doctor.

—Ahora, señores —dijo Hatteras—, es bueno que sepan sobre qué hechos se apoya mi pretensión de llegar al Polo. En 1817, el
Neptune
, de Aberden, se elevó al Norte de Spitzberg hasta los 82 grados. En 1826, Parry, después de su viaje por los mares polares con barcas-trineos, subió doscientos cuarenta kilómetros hacia el Norte. En 1853, el capitán Inglefield penetró en el estrecho de Smith hasta los 78 grados 35' de latitud. Todos esos buques eran ingleses y estaban tripulados por ingleses, como nosotros.

Hatteras hizo una pausa.

—Debo agregar —repuso con cierta vacilación en la voz— que, en 1854, el americano Kane, mandando el bergantín
Advance
, se elevó más aún, y su teniente Morton, atravesando los campos de hielo, hizo flotar el pabellón de los Estados Unidos más allá de los 82 grados. Pero no hablemos más de eso. Lo que conviene saber es que los capitanes del
Neptune
, del
Entreprise
, del
Isabelle
y del
Advance
, comprobaron que partiendo de aquellas altas latitudes había un mar polar libre de hielos.

—¿Libre de hielos? —exclamó Shandon. ¡Imposible!

—¡Está en un error, Shandon! —exclamó el doctor Clawbonny—. De los hechos geográficos y del estudio de las líneas isotérmicas, resulta evidente que el punto más frío del globo no es el Polo mismo. Los cálculos de Brewster, de Bergham y de otros físicos, demuestran que hay en nuestro hemisferio dos polos del frío, uno situado en el Asia, a los 79 grados 30' de latitud Norte y 120 grados, de longitud Este, y otro situado en América, a los 78 grados de latitud Norte y 97 de longitud Oeste. Este último es el que nos ocupa, y se encuentra a más de 12 grados debajo del Polo. Ahora yo pregunto: ¿por qué en el Polo el mar no ha de poder estar tan libre de hielos como lo está en verano en el 76 grados, es decir, al Sur de la bahía de Baffin?

—Muy bien explicado —comentó Johnson—. El doctor Clawbonny habla de estas cosas como un entendedor.

—Lo que ha dicho parece posible —repuso James Wall.

—¡Quimeras y suposiciones! —replicó Shandon obstinadamente.

—Bien, Shandon —dijo Hatteras— consideremos las dos posibilidades. El mar está o no libre de hielos. En ninguno de los dos casos se nos puede impedir llegar al Polo. Si el mar está libre, el
Forward
nos conducirá a él sin trabajo; si está helado, haremos la expedición en los trineos. Una vez llegados en nuestro bergantín hasta los 83 grados, no tendremos que andar más que novecientos setenta kilómetros para alcanzar el Polo.

—Y qué son novecientos setenta kilómetros —dijo el doctor—. Un cosaco, Alexis Markoff, recorrió en medio del mar Glacial, a lo largo de la costa septentrional del imperio ruso, en trineos tirados por perros, mil trescientos kilómetros en veinticuatro días.

—Ya lo ven —dijo Hatteras—. Siendo ingleses, ¿no hemos de poder hacer, por lo menos, lo mismo que un cosaco?

—¡Claro que sí! —exclamó entusiasta el doctor.

—¡Claro! —repitió el contramaestre.

—¿Qué dice ahora, Shandon? —preguntó el capitán.

—Capitán —respondió Shandon con la misma frialdad—, yo no puedo más que repetir mis primeras palabras: obedeceré.

—Bien. Ahora —repuso Hatteras— pensemos en nuestra situación actual. Estamos encerrados por los hielos y me parece imposible que alcancemos este año al estrecho de Smith. Veamos qué conviene hacer.

Hatteras extendió sobre la mesa un mapa.

—Si el estrecho de Smith no está cerrado, no podemos decir lo mismo del estrecho de Lancaster, en la costa del Oeste del mar de Baffin. En mi opinión, debemos remontar este estrecho hasta el de Barrow, y luego hasta la isla Beechey. El camino ha sido cien veces recorrido por buques de vela y, por lo tanto, ningún obstáculo debemos temer nosotros teniendo un bergantín con hélice. Llegados a la isla Beechey, seguiremos el canal Wellington hasta donde sea posible, hacia el Norte, hasta la desembocadura de este canal, que comunica con el de la Reina, en el punto mismo en que se avistó el mar libre. Hoy es 20 de mayo; dentro de un mes, si las circunstancias son favorables, habremos alcanzado el punto desde el cual nos lanzaremos hacia el Polo. ¿Qué opinan, señores?

—Desde luego —respondió Johnson— es el único camino que podemos tomar.

—Y es el que tomaremos desde mañana mismo. Que este domingo se dedique al reposo. Procure, Shandon, que las lecturas de la Biblia se hagan regularmente. Las prácticas religiosas ejercen una influencia saludable en la moral de los hombres. Un marinero, sobre todo, debe poner su confianza en Dios.

—Está bien, capitán —respondió Shandon, y salió con el teniente y el contramaestre.

—Doctor —dijo Hatteras, indicando a Shandon—, he aquí un hombre herido en su amor propio. No puedo ya contar con él.

Al día siguiente, de madrugada, el capitán ordenó echar la lancha al mar y fue a reconocer los
icebergs
cercanos. Notó que, a consecuencia de la lenta presión de los hielos, la prisión en que se hallaba tendía a estrecharse. Era, por lo tanto, urgente abrir una brecha para que el buque no fuera aplastado por esa verdadera prensa de montañas.

En primer lugar, Hatteras hizo practicar trece escalones en la muralla helada y llegó a la cima de un
iceberg
, desde la cual reconoció que le sería fácil abrirse un camino hacia el Sudoeste. Por orden suya se abrió un boquete en el mismo centro de la montaña que hizo cargar con dos mil kilos de pólvora cuya dirección expansiva fue cuidadosamente calculada. Se puso a la carga una larga mecha cubierta de gutapercha. La galería que conducía al centro se llenó de nieve a la cual el frío de la noche siguiente dio la dureza del granito.

Al día siguiente, a las siete, el
Forward
tenía preparado el vapor. Johnson prendió fuego a la mecha, calculada para arder media hora antes de comunicar el fuego a la pólvora. Johnson tuvo, pues, suficiente tiempo para volver a bordo. Diez minutos después de cumplir las órdenes de Hatteras, se hallaba en su puesto.

El tiempo era seco y bastante claro. La tripulación se hallaba en cubierta. Había dejado de nevar y Hatteras, en la popa con Shandon y con el doctor, contaba los minutos con el cronómetro en la mano. A las ocho y media se oyó una gran explosión. El perfil de las montañas se modificó de improviso, como por efecto de un terremoto. Un humo denso y blanco subió hacia el cielo a una altura considerable, y largas grietas serpentearon a lo largo del
iceberg
, cuyo cono superior cayó a pedazos alrededor del
Forward
.

Pero el paso no estaba aún libre. Enormes témpanos, formando bóveda sobre las montañas adyacentes, quedaron suspendidos y era posible que al desmoronarse volvieran a cerrar el sitio.

—¡Wolsten! —gritó Hatteras.

—¡Capitán! —respondió éste.

—Cargue el cañón con triple carga —dijo el capitán—. Y no le ponga bala.

—¿Qué querrá hacer sin bala? —dijo Shandon entre dientes.

—Vamos a verlo —respondió el doctor.

—¡Lista la pieza, capitán! —gritó Wolsten.

—Bien —respondió Hatteras—. ¡Brunton! —dijo en seguida al maquinista—. ¡Prepárese!

Brunton hizo funcionar el vapor, y la hélice se puso en movimiento; el
Forward
se aproximó a la montaña minada.

—¡Apunte al paso! —gritó el capitán al armero—. Ahora ¡Fuego!

Un tremendo estampido siguió a la voz de mando. Las moles de hielo, sacudidas por las vibraciones, cayeron al mar.

—¡A todo vapor, Brunton! —gritó Hatteras—. ¡Derecho al paso, Johnson!

El bergantín, impelido por sus hélices, se lanzó hacia el paso libre. Apenas pasó por la abertura, los hielos tras él volvieron a cerrarse.

El momento fue dramático y la tripulación, asombrada por la operación que acababa de presenciar, lanzó el grito de:

¡Viva el capitán Hatteras!

Encuentro con el Polo Magnético

El 23 de mayo el
Forward
seguía bordeando hábilmente los
icebergs
, gracias a su vapor, esa fuerza de la que carecieron los primeros navegantes de los mares polares. Parecía jugar en medio de aquellos escollos movedizos.

El jueves, a eso de las tres de la mañana, el buque avistó la bahía Possession, en la costa de América, a la entrada del estrecho de Lancaster. El cabo Burney se vio luego. Algunos esquimales se dirigieron hacia el buque, pero Hatteras no se tomó la molestia de esperarlos. Poco después los picachos de Biam-Martin, que dominaban el cabo Liverpool, quedaron a la izquierda y se perdieron en la bruma.

El viernes, a las seis, dejaron el cabo Warender a la derecha del estrecho. El mar se picó bastante, y las olas barrían la cubierta arrojando sobre ella pedazos de hielo. Las tierras de la costa Norte mostraban sus llanuras casi niveladas donde reverberaban los rayos del sol.

Hatteras hubiera querido seguir a lo largo de la costa Norte para ganar cuanto antes la isla Beechey y la entrada del canal de Wellington; pero un banco continuo lo obligaba a seguir los pasos del Sur.

El 26 de mayo, en medio de una niebla surcada de nieve, el
Forward
se encontró junto al cabo York, que reconoció por una montaña muy alta y casi cortada a pico. El tiempo se había aclarado algo, el sol apareció un instante hacia mediodía, y permitió situar la posición del barco: 74 grados 4' de latitud y 84 grados 23' de longitud. El
Forward
estaba, pues al extremo del estrecho de Lancaster.

Hatteras mostraba en sus mapas al doctor el camino que habían seguido y el que debían seguir.

—Quisiera —dijo el capitán— estar más al Norte; pero nadie está obligado a hacer imposibles. Por el momento nos hallamos aquí.

El capitán señaló en su mapa un punto poco distante del cabo York.

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