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Authors: Carlos Castaneda

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Las enseñanzas de don Juan (8 page)

BOOK: Las enseñanzas de don Juan
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—Está adentro —dijo.

Resultó que don Juan se había dislocado el tobillo varias semanas antes. Había hecho su propio enyesado remojando tiras de tela en una papilla de cacto y hueso molido. Las tiras, atadas estrechamente en torno del tobillo, habían formado al secarse un molde ligero, ajustado. Tenía la dureza del yeso, pero no su amplitud de volumen.

—¿Cómo pasó? —pregunté.

La nuera, una yucateca, que lo estaba atendiendo, me contestó,

—Fue un accidente. ¡Se cayó y casi se rompe el pie!

Don Juan rió y esperó que la mujer saliera de la casa antes de responder.

—¡Qué accidente ni qué nada! Tengo cerca una enemiga. ¡La Catalina! Me empujó en un momento de debilidad y yo caí.

—¿Por qué hizo eso ella?

—Porque quería matarme, por eso.

—¿Estuvo aquí con usted?

—¡Sí!

—¿Por qué la dejó entrar?

—Yo no la dejé. Ella entró volando,

—¡Cómo dice!

—Es chanate. Y muy buena para eso. Me cogió desprevenido. Ha estado tratando de acabarme desde hace mucho. Esta vez anduvo muy cerca.

—¿Dijo usted que es un chanate? Digo, ¿es la Catalina un
pájaro
?

—Ahí vas otra vez con tus preguntas. ¡Es un chanate! Igual que yo soy un cuervo. ¿Soy un hombre o un pájaro?

Soy un hombre que sabe cómo volverse pájaro. Pero hablando otra vez de la Catalina: ¡es una bruja del demonio! Su intención de matarme es tan fuerte que a duras penas logré quitármela de encima. El chanate se metió hasta mi casa y no pude detenerlo.

—¿Puede usted convertirse en pájaro, don Juan?

—¡Sí! Pero eso es algo que veremos después.

—¿Por qué quiere matarlo?

—Oh, hay un viejo problema entre nosotros. Se pasó de la raya, y ahora parece que tendré que acabar con ella antes de que ella acabe conmigo.

—¿Va usted a usar brujería? —pregunté con gran expectación.

—No seas tonto. Ninguna brujería trabajaría contra ella. ¡Tengo otros planes! Algún día te los diré.

—¿Puede su aliado protegerlo de ella?

—¡No! El humito nada más me dice qué hacer. Luego yo debo protegerme solo.

—¿Y Mescalito? ¿Puede protegerlo de ella?

—¡No! Mescalito es un maestro, no un poder que se use por motivos personales.

—¿Y la yerba del diablo?

—Ya te dije que debo protegerme solo, siguiendo las indicaciones de mi aliado el humito. Y hasta donde yo sé, el humito puede hacer cualquier cosa. Si quieres saber de lo que sea, el humo te dice. Y no sólo te da conocimiento, sino también los medios para proseguir. Es el aliado más maravilloso que un hombre pueda tener.

—¿Es el humito el mejor aliado posible para todo el mundo?

—Todos nosotros no somos iguales. Muchos le tienen miedo y no lo tocan, ni siquiera se le acercan. El humito es como todo lo demás; no se hizo para todos nosotros.

—¿Qué clase de humo es, don Juan?

—¡El humo de los adivinos!

había en su voz una reverencia perceptible; un estado de ánimo que yo nunca había notado anteriormente,

—Empezaré por decirte exactamente lo que me dijo mi benefactor cuando empezó a enseñarme acerca de él. Aunque en ese entonces, igual que tú ahora, yo no tenía modo de entender. "La yerba del diablo es para los que quieren poder. El humito es para los que quieren observar y ver." Y en mi opinión, el humito no tiene rival, Una vez que un hombre entra en su campo, todos los otros poderes están a su disposición. ¡Es magnífico! Y por supuesto, requiere una vida entera. Años nada más para familiarizarse con sus dos partes vitales: la pipa y la mezcla de fumar. La pipa me la dio mi benefactor, y después de tantos años de acariciarla se ha vuelto mía. Se ha hecho a mis manos. Pasarla a tus manos, por ejemplo, será una verdadera faena para mí, y una gran hazaña para ti, ¡si salimos con bien! La pipa sentirá la tensión de que alguien más la manosee, y si alguno de nosotros comete un error no habrá manera de evitar que la pipa se parta sola por su propia fuerza o se escape de nuestras manos para romperse, aunque se caiga en un montón de paja. Si eso llega a suceder, será el fin de los dos. Sobre todo el mío. El humito se volvería contra mí en formas increíbles.

—¿Cómo podría volverse contra usted si es su aliado?

Mi pregunta pareció alterar el curso de sus pensamientos. Pasó largo rato sin hablar.

La dificultad de los ingredientes —prosiguió de súbito— hace a la mezcla de fumar una de las sustancias más peligrosas que conozco. Nadie puede prepararla sin que le enseñen. ¡Es veneno mortal para cualquiera que no sea el protegido del humito! La pipa y la mezcla deben tratarse con extremo cuidado. Y el hombre que trata de aprender debe prepararse llevando una vida dura, tranquila. Los efectos son tan terribles que sólo un hombre fuerte puede soportar la más pequeña fumada. Al principio todo es aterrador y confuso, pero cada fumada define más las cosas. ¡Y de pronto el mundo se abre de nuevo! ¡Increíble! Cuando esto sucede, el humito se ha hecho aliado de uno y le resolverá cualquier problema permitiéndole entrar en mundos inconcebibles.

"Esta es la mayor propiedad del humito, su mayor don. Y lleva a cabo su función sin dañar en lo más mínimo. ¡Yo llamo al humito un verdadero aliado!"

Como de costumbre, estábamos sentados frente a su casa, donde el suelo de tierra está siempre limpio y bien apisonado. Don Juan se levantó de pronto y entró en la casa. Tras unos momentos regresó con un bulto angosto y volvió a sentarse.

—Esta es mi pipa —dijo.

Se inclinó hacia mí para mostrarme una pipa que sacó de una funda de lienzo verde. Medía unos veintidós o veinticinco centímetros. El tallo era de madera rojiza, sencillo, sin ornamentación. El cuenco parecía también de madera, y era un poco voluminoso en comparación con el delgado tallo. Tenía un acabado pulido y era de color gris oscuro, casi del color del carbón.

Don Juan sostuvo la pipa frente a mi cara Pensé que me la estaba entregando. Alargué la mano para tomarla, pero él la apartó rápidamente,

—Esta pipa me la dio mi benefactor —dijo—. A su tiempo yo te la pasaré a ti. Pero primero debes conocerla. Cada vez que vengas te la daré. Empieza por tocarla. Agárrala un rato muy corto, al principio, hasta que tú y la pipa se acostumbren el uno al otro. Luego métela en tu bolsa, o acaso en tu camisa. Y finalmente póntela en la boca. Todo esto se hace poco a poco, despacio y con tiento. Cuando la amistad está hecha, fumas en ella. Si sigues mi consejo y no te apuras, a lo mejor el humito se hace también tu aliado preferido.

Me entregó la pipa, pero sin soltarla. Alargué hacia ella el brazo derecho.

—Con las dos manos —dijo él.

Toqué la pipa con ambas manos durante un momento muy breve. No me la acercó lo suficiente para asirla, sino sólo lo bastante para tocarla, Luego la apartó,

—El primer paso es que la pipa te guste. ¡Eso lleva tiempo!

—¿Puedo yo disgustar, a la pipa, don Juan?

—No. No puedes disgustarle, pero debes aprender a que te guste para que, cuando te llegue la hora de fumar, la pipa te ayude a no tener miedo.

—¿Qué fuma usted, don Juan?

—¡Esto!

Abrió el cuello de su camisa dejando ver una bolsita que llevaba colgada como un medallón. La sacó, la desató, y con mucho cuidado virtió parte del contenido en la palma de su mano.

Hasta donde pude ver, la mezcla parecía hojas de té finamente deshebradas cuyo color variaba del café oscuro al verde claro, con unas cuantas pizcas de amarillo brillante.

Reintegró la mezcla a la bolsa, cerró la bolsa, la ató con una tirilla de cuero y la puso nuevamente bajo su camisa.

—¿Qué clase de mezcla es?

—Lleva muchas cosas. Conseguir todos los ingredientes es empresa muy difícil. Hay que viajar lejos. Los honguitos que se necesitan para preparar la mezcla crecen sólo en ciertas épocas del año, y sólo en ciertos sitios.

—¿Tiene usted una mezcla diferente para cada tipo de ayuda que necesita?

—¡No! Sólo hay un humito, y no hay otro como él.

Señaló la bolsa colgada contra su pecho y alzó la pipa que descansaba entre sus piernas.

—¡Estas dos son una! Una no puede ir sin la otra. Esta pipa y el secreto de esta mezcla pertenecían a mi benefactor. A él se los entregaron en la misma forma en que mi benefactor me los dio a mi. Aunque la mezcla es difícil de preparar, uno puede volver a abastecerse. El secreto está en los ingredientes, y en la manera como se tratan y se mezclan. En cambio, la pipa es para toda la vida. Debe tratársela con cuidado infinito. Es resistente y fuerte, pero nunca hay que golpearla ni hacerla rodar de aquí para allá. Hay que manejarla con las manos secas, nunca cuando las manos están sudadas, y nada más debe usarse cuando se esté a solas. Y nadie, absolutamente nadie debe verla nunca, a menos que uno quiera dársela a alguien. Así me enseñó mi benefactor, y así he tratado a la pipa toda mi vida.

—¿Qué pasaría si usted perdiera o rompiera la pipa?

Meneó la cabeza, muy lentamente, y me miró.

—¡Me moriría!

—¿Son como la suya todas las pipas de los brujos?

—No todos tienen pipas como la mía. Pero conozco algunos que sí.

—¿Puede usted mismo hacer una pipa como ésta, don Juan? —insistí—. Suponga que no la tuviera: ¿cómo podría darme una si quisiera?

—Si no tuviera la pipa, no podría ni querría darla. Te darla cualquier otra cosa.

Parecía algo hosco conmigo. Metió con mucho cuidado la pipa en la funda, que debía de estar forrada de algún material suave, pues la pipa, que encajaba con justeza, se deslizó fácilmente al interior. Don Juan entró en la casa para guardar su pipa.

—¿Está usted enojado conmigo, don Juan? —le pregunté cuando volvió. Pareció sorprenderse de mi pregunta.

—¡No! ¡Nunca me enojo con nadie! Ningún ser humano puede hacer nada lo bastante importante para enojarme. Uno se enoja con la gente cuando siente que sus actos son importantes. Yo ya no siento eso.

Martes, 26 de diciembre, 1961

El tiempo específico de replantar el "brote", como don Juan llamaba a la raíz, no estaba fijado, aunque se suponía que era el siguiente paso para domar el poder vegetal.

Llegué a casa de don Juan el sábado 23 de diciembre, temprano por la tarde. Estuvimos un rato sentados en silencio, como de costumbre. El día era cálido y nublado. Habían pasado meses desde que don Juan me diera la primera parte.

—Es tiempo de devolver la yerba a la tierra —dijo de pronto—. Pero antes voy a prepararte una protección. Tú la guardarás, y sólo tú debes verla. Como yo voy a prepararla, también yo la veré. Eso no es bueno porque, como te dije, no le tengo buena voluntad a la yerba del diablo. No somos uno. Pero mi recuerdo no vivirá mucho; soy demasiado viejo. Sin embargo, debes guardarla de los ojos de otros porque, mientras dura su recuerdo de haberla visto, el poder de la protección sufre daño.

Entró en su cuarto y sacó tres bultos-de arpillera debajo de un petate viejo. Volvió al zaguán y tomó asiento.

Tras largo silencio abrió uno de los bultos. Era la datura hembra que había recogido en mi compañía; todas las hojas, flores y vainas apiladas con anterioridad estaban secas. Tomó el trozo largo de raíz en forma de Y, y luego ató nuevamente el bulto.

La raíz se había secado y enjutado y las barras de la horqueta se hallaban más separadas y contorsionadas. Puso la raíz en su regazo, abrió el morral de cuero y extrajo su cuchillo. Sostuvo la raíz seca frente a mí.

—Esta parte es para la cabeza —dijo, e hizo la primera incisión en la cola de la Y, que vista al revés semejaba la forma de un hombre con las piernas abiertas.

—Ésta es para el corazón —dijo, y cortó cerca del ángulo de la Y. Luego cortó las puntas de la raíz, dejando unos siete centímetros en cada barra de la Y. Luego, con lentitud y paciencia, talló la forma de un hombre.

La raíz era seca y fibrosa. Para tallarla, don Juan hacía dos incisiones y pelaba las fibras entre ambas hasta la hondura de los cortes. Sin embargo, cuando se trataba de detalles, como dar forma a brazos y manos, cincelaba la madera. El producto final fue una figurilla como de alambre: un hombre con los brazos cruzados sobre el pecho y las manos en posición de aferrar.

Don Juan se levantó y fue hasta una agave azul que crecía frente a la casa, junto al porche. Asió la dura espina de una de las pulposas hojas centrales, la dobló y le dio dos o tres vueltas. El movimiento circular casi separó la espina de la hoja, dejándola colgada. El la mordió, o más bien la tomó entre los dientes, y dio un tirón. La espina salió de la pulpa, arrastrando consigo un manojo de largas fibras: hebras de sesenta centímetros de largo unidas a la parte leñosa como una cola blanca. Aún sosteniendo la espina con los dientes, don Juan trenzó las fibras entre las palmas de sus manos e hizo un cordel que ató alrededor de las piernas de la figurilla, para juntarlas. Envolvió la parte inferior del cuerpo hasta que el cordel se terminó; luego, con gran pericia, utilizó la espina como una lezna dentro de la parte delantera del cuerpo, bajo los brazos cruzados, hasta que la aguda punta salió, como brotando de las manos de la figurilla. Usó de nuevo los dientes y, jalando con suavidad, sacó la espina casi por entero. Parecía una larga lanza sobresaliendo del pecho de la figura. Sin mirar ya la estatuilla, don Juan la metió en su morral.

Parecía exhausto por el esfuerzo. Se acostó en el piso y se quedó dormido.

Ya estaba oscuro cuando despertó. Comimos las provisiones que yo le había llevado y estuvimos un rato más sentados en el zaguán. Luego don Juan caminó hacia la parte trasera de la casa, llevando los tres bultos de arpillera— Cortó varias ramas secas y encendió una fogata. Nos sentamos cómodamente frente a ella y don Juan abrió los tres bultos. Además del que contenía los pedazos secos de la planta hembra, había otro con todo lo que aún quedaba de la planta macho, y un tercero, voluminoso, que contenía pedazos verdes de datura, recién cortados.

Don Juan fue a la artesa y regresó con un mortero muy hondo, que más parecía una jarra con el fondo en suave curva. Hizo un hoyo poco profundo y asentó firmemente el mortero en la tierra— Echó más ramas secas en el fuego; después tomó los dos bultos con los pedazos secos de las plantas macho y hembra y los vació juntos en el mortero. Sacudió la arpillera para asegurarse de que todos los pedazos habían caído en el mortero. Del tercer bulto extrajo dos trozos frescos de raíz de datura.

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