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Authors: Mikkel Birkegaard

Tags: #Intriga, #Policíaco

Libros de Luca (35 page)

BOOK: Libros de Luca
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Aparcaron a corta distancia de Libri di Luca y corrieron huyendo de una pegajosa llovizna hacia la librería. Aunque ya había transcurrido bastante tiempo desde la hora de cierre, la puerta todavía estaba abierta, e Iversen se paseaba entre las estanterías, tarareando. Apareció cuando sonaron las campanillas de la puerta.

—Ah, sois vosotros —exclamó, precipitándose hacia Katherina para darle un afectuoso abrazo—. ¿Cómo va todo? —preguntó, observando atentamente a Jon—. Algún problema con…

Jon sacudió la cabeza.

—Todo va bien —aseguró—. Aunque me siento un poco comosi hubiera vuelto a la escuela. —Hizo un gesto con la cabeza en dirección a Katherina—. Sentado delante de una severa maestra.

Iversen se rió y luego deslizó su mirada del uno al otro. Katherina sintió que el rubor subía a sus mejillas. El anciano esbozó una sonrisa de aprobación y asintió.

—Estás en buenas manos, Jon. Puedes estar seguro de eso.

—Necesitamos algunos libros que sean más apropiados para el entrenamiento —explicó Katherina—. La colección de novelas de Grisham que tiene Jon no ofrece demasiadas sutilezas.

—Comprendo —dijo Iversen—. Busquemos algunos…

Las luces de la tienda parpadearon con fuerza un par de veces, luego bajó su intensidad para luego volver a un voltaje normal.

—Oh, no —exclamó Iversen, dirigiéndose a las escaleras que llevaban al sótano—. Paw está echando una ojeada a los aparatos eléctricos de abajo. Dice que es algo que ya ha hecho antes, pero hasta ahora no ha conseguido más que hacer saltar algunos fusibles.

Jon y Katherina lo siguieron al sótano.

—Mierda —exclamó Paw entre los libros.

—¿Qué ha pasado? —gritó Iversen.

Paw asomó la cabeza en el corredor.

—Nada, estoy bien —farfulló—. Son estos interruptores de mierda los que me están dando trabajo.

—Tal vez sea mejor que cortes la corriente mientras tanto —sugirió Jon.

—No importa… en realidad 220 voltios no duelen. —Hizo un gesto con la cabeza hacia Jon—. El calambrazo que me diste tú fue peor.

—Bien, parece que has logrado arreglar algunas cosas —dijo Iversen, pasando junto a Paw para adentrarse en la biblioteca.

Las lámparas situadas sobre las estanterías estaban encendidas, iluminando la multitud de lomos de cuero con un amarillo suave.

—¿Y tú? —preguntó Paw, mirando a Jon—. ¿Estás bien ya?

Jon asintió con la cabeza.

—Me encuentro bien.

—¿Has recuperado la cordura? —quiso saber Paw.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, me refiero a todo ese asunto de la Organización Sombra —dijo el muchacho—. Alguien tiene que hacer que el viejo baje a la tierra.

Señaló por encima de su hombro a Iversen, que caminaba entre las estanterías, llevando un montón de libros en los brazos.

—Vamos a conseguir la prueba esta noche, Paw —señaló Jon con firmeza—. Entonces veremos quién tiene que recuperar la cordura.

—¿Esta noche? —preguntó Paw con interés—. ¿No quieres que vaya contigo?

—No, gracias —replicó Jon—. Creo que cuantos menos vayamos, mejor.

—¿Estás seguro? Soy bueno en las incursiones nocturnas —insistió Paw, dirigiendo una gran sonrisa a Katherina.

Ella suspiró.

—Creo que podemos arreglarnos solos, Paw. Pero gracias de todos modos.

—Vale. Además, probablemente me pase toda la noche toqueteando cables.

Iversen salió al pasillo y le dio un montón de libros a Katherina.

—Ahora añadiré un par más —dijo, y desapareció detrás de un anaquel.

Katherina advirtió la conocida sensación de zumbido que emanaba de los libros que había en sus brazos. Era una experiencia totalmente diferente a la de tener en las manos un libro fabricado en serie, como los que habían usado en el apartamento de Jon. Éstos estaban vivos.

—Trata de sentirlos —le sugirió a Jon, ofreciéndole el montón.

Con gran decisión puso la mano sobre el libro de la parte superior. Nada más rozar la superficie con las puntas de los dedos, tuvo que retirar con sorpresa la mano como si hubiera recibido una descarga.

—¿Qué diablos…? —exclamó, frotándose la mano sobre el muslo.

Paw soltó una carcajada.

—Así aprenderás —dijo, riéndose todavía con más fuerza.

Katherina lo ignoró.

—Estos libros están cargados —explicó ella—. Hay una diferencia en cuanto al poder que tienen. La mayoría de los Lectores pueden sentir la energía sólo con tocarlos. —Le dirigió una mirada a Paw—. Otros tienen que meter los dedos dentro de un enchufe para lograr la misma sensación.

Los ojos de Paw brillaron, pero no dijo una palabra. Dio media vuelta para regresar a su trabajo.

—¿Te ha dolido? —quiso saber Katherina.

—No —respondió Jon—. Sencillamente me sorprendió. He sentido lo mismo que con la electricidad estática.

Iversen apareció con más libros, que le entregó a Jon, quien los recibió de manera vacilante.

—Siempre puedo prestarte más —ofreció Iversen—. Pero éstos son suficientes para un buen comienzo. Hay un poco de todo, con diferentes grados de poder. —Le hizo un guiño—. Pero creo que reservaremos por ahora los más poderosos.

—Buena idea —aceptó Jon—. Por lo menos tengo que poder sostenerlos en mis manos.

Una vez arriba, pusieron los libros sobre el mostrador y Katherina le contó a Iversen los progresos que habían hecho hasta ese momento con el entrenamiento de Jon.

Pensativo, Iversen hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.

—Cada transmisor tiene su propia manera de percibir sus poderes —afirmó—, pero la mayoría tiene la sensación de disponer de una especie de caja de herramientas o paleta, que pueden usar para influenciar a sus oyentes.

—En lo que a mí concierne, me siento como si estuviera ante una gran mesa de mezclas de sonido con infinitas posibilidades de ser manejada —explicó Jon con una sonrisa—. Me da una verdadera sensación de… poder. Creo que me voy a acostumbrar a esto.

Iversen lo observó atentamente.

—Ten cuidado —le advirtió—. Al principio, sólo se te permite usar tus poderes con otros Lectores, y preferentemente cuando Katherina esté cerca. —Jon movió la cabeza asintiendo. Iversen continuó—: Muchos se sienten tentados a exagerar las primeras dos o tres veces. En tu caso, podría ser sumamente peligroso, pero incluso para un transmisor común podría tener consecuencias poco afortunadas. Aparte de los efectos emocionales que el texto puede provocar, los oyentes pueden tener dolores de cabeza o sentir náuseas si el transmisor no distribuye las entonaciones de manera cuidadosa, y siempre de acuerdo con el mensaje del texto.

En algunas ocasiones, Katherina había sido testigo presencial de algún transmisor que producía tales distorsiones, como se las llamaba. Esto era característico del transmisor inexperto que trataba de forzar el mensaje del texto o de una forma efectiva intentaba torcer en exceso el significado original. Paw había sido uno de los peores transgresores cuando llegó a Libri di Luca. Como nunca había sido entrenado, ignoraba la fuerza o las limitaciones de sus propios poderes, y había distorsionado la mayoría de sus lecturas, ya fuese por ignorancia o por impaciencia. Afortunadamente, sus poderes eran limitados —algo que no le gustaba que le recordaran—, de modo que las consecuencias no habían sido muy graves. Al cabo de un par de meses de instrucción bajo la supervisión de Luca, Paw pudo mantener las distorsiones bajo control, pero nunca se había convertido en un transmisor particularmente hábil, como Iversen, y no era ni remotamente tan potente como Jon.

—Vamos a buscar la información sobre Remer esta noche —le anunció Jon—. ¿Podemos reunimos aquí mañana, antes de que abras?

Amontonó los libros sobre el mostrador y luego se los metió bajo el brazo.

—Por supuesto —respondió Iversen—. Estaré aquí una hora antes. —Abrazó a Katherina—. Ten cuidado —le susurró al oído.

El despacho de abogados de Hanning, Jensen & Halbech estaba situado en la Store Kongensgade, en un antiguo edificio con una fachada imponente y vistas al distrito Nyboder. Eran las dos de la madrugada, pero todavía había luces encendidas en el piso donde estaba la oficina Remer.

—¿Y ahora qué? —preguntó Katherina, a la vez desilusionada y aliviada ante la perspectiva de tener que cancelar la incursión.

—Podría ser alguien que trabaja hasta tarde —admitió Jon—. O tal vez alguien se olvidó de apagar las luces. O quizás el personal de limpieza. —Miró en ambas direcciones. A esa hora de la noche no había tráfico y sólo algunas ventanas estaban iluminadas—. Veamos de qué se trata —concluyó.

Cruzaron la calle hacia el edificio de ladrillo rojo. Se detuvieron delante de la pesada puerta de roble y Jon echó otra mirada rápida a su alrededor. Luego sacó el llavero con el pitufo y abrió la puerta.

En silencio, y sin encender ninguna luz, subieron las escaleras. En cada descanso, una puerta de cristal conducía a los despachos de otras empresas, pero las luces estaban apagadas en todas partes hasta que llegaron al tercer piso, que correspondía al antiguo trabajo de Jon.

Miró desde una esquina a través de los paneles de cristal de la zona de recepción, luego maldijo en voz baja.

—Anders Hellstrom está aquí —susurró, dejando que Katherina lo comprobara por sí misma.

Al otro lado de los cristales había un enorme espacio abierto de trabajo con mesas grises y una pantalla plana de ordenador en cada una de ellas. A una de las mesas había un hombre sentado, en mangas de camisa. Estaba de espaldas y toda la superficie de su escritorio estaba cubierta con carpetas y montañas de documentos que amenazaban con caerse al suelo si a alguien se le ocurría cerrar la puerta de golpe.

Katherina se concentró en lo que el hombre estaba leyendo. Se dio cuenta de que estaba cansado; su lectura era irregular y confusa. Imágenes de un dormitorio y un sofá de aspecto confortable aparecían una y otra vez en medio de la marea de términos legales, y varias veces tuvo que volver a empezar un pasaje que acababa de leer.

—No hay tenemos que ir? —preguntó Katherina en voz baja.

Jon señaló una de las puertas en el otro extremo de la habitación. No había forma de llegar allí sin ser vistos por el hombre. Lo único que tenía que hacer era levantar la mirada.

—Puedo distraerlo —sugirió Katherina.

Jon le dirigió una mirada de asombro, pero luego asintió con la cabeza y eligió una llave del llavero.

Katherina se concentró otra vez en lo que el abogado estaba leyendo. Esta vez ella lo ayudó a concentrarse, reforzando el texto impreso mientras ella eliminaba las imágenes irrelevantes. Podía percibir su sensación de alivio y el creciente interés en el documento que tenía ante él. Pronto estuvo tan concentrado que ella sólo tenía que darle un ligero empujón para mantener esa concentración.

—Ahora —susurró ella—. Pero sin hacer el menor ruido y caminando pegados a la pared.

Jon asintió y metió la llave en la cerradura. El hombre no se dio cuenta, de modo que entraron en la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Katherina aumentó todavía más la atracción del texto mientras avanzaban de puntillas contra la pared, como ella había sugerido. El abogado seguía leyendo, sin prestar atención alguna a nada de lo que pudiera ocurrir a su alrededor. Cuando pasaron cerca de él, Katherina pudo ver su cara rojiza con evidentes ojeras negras debajo de los ojos entrecerrados, fijos en el texto. Se trataba de un caso de conflicto entre vecinos, y la documentación que estaba leyendo era un árido material sobre servidumbres y planes de la asociación de propietarios.

Cuando llegaron al otro extremo de la habitación, Jon y ella entraron en una pequeña oficina llena de archivadores. Sólo cuando cerraron con llave la puerta detrás de ellos, se atrevieron a hablar.

—Uf —susurró Jon—. Eso ha sido realmente útil.

—En realidad, debería agradecérnoslo —señaló Katherina, sonriendo—. Nunca olvidará lo que leyó aquí esta noche. Y, con suerte, se irá temprano a la cama.

—Podría haberte utilizado cuando estudiaba para los exámenes —dijo Jon, haciéndole un guiño—. Pero Anders es un buen tipo. Así que cuídalo. Katherina asintió en silencio.

Jon empezó a mirar los archivos y a revisar los documentos. Su recorrido por los archivos, resúmenes, fragmentos de informes y sentencias en el caso Remer se mezclaban con el caso de Anders Hellstram, pero Katherina silenció la lectura de Jon para poder centrar la atención en el otro abogado.

Había muchos archivadores en la habitación, pero Jon parecía saber dónde buscar exactamente y qué estaba buscando. Pasaba con rapidez de un cajón a otro, sacando documentos de las carpetas.

Tal vez se entusiasmó demasiado, porque de pronto cerró con fuerza uno de los cajones de metal, provocando un fuerte ruido.

Ambos se quedaron petrificados. Katherina se dio cuenta de que Hellstram también dejaba de leer. Se lo imaginó mirando hacia la puerta de la oficina en donde estaban escondidos. Contuvo la respiración y cerró los ojos, concentrándose exclusivamente en lo que estaba ocurriendo en la sala principal.

Durante un par de segundos no percibió nada, pero luego comenzaron a aparecer textos, palabras que podían ser avisos sobre un tablón de anuncios o nombres de productos. Aparecían en breves destellos. Ella trataba lo mejor que podía de seguir su interés en todo lo que estaba leyendo inconscientemente. Se daba cuenta de que él vacilaba, aunque también advertía que los breves destellos seguían cambiando, que aparecían nuevas palabras y frases, lo que quería decir que estaba cambiando la dirección de su mirada o que estaba en movimiento.

Katherina hizo que Jon la mirara y señaló con preocupación hacia la puerta. Él asintió con un gesto y caminó cautelosamente hacia ella para apagar la luz. Un segundo después el pomo hizo ruido y la puerta emitió un crujido. Tras un momento desilencio, pudieron escuchar al abogado hablando entre dientes al otro lado de la puerta para luego alejarse.

Cuando Katherina empezó a recibir imágenes de Hellstrom leyendo otro resumen de una reunión general, le susurró a Jon que podía continuar su búsqueda. Encendió la luz otra vez, y Jon se pasó teatralmente la mano por la frente.

—Ha estado cerca —susurró, dándole un beso fugaz antes de volver a revisar los archivos.

Al cabo de media hora, Katherina se dio cuenta de que el abogado al otro lado de la puerta estaba tan cansado que ni siquiera ella podía mantener su atención durante más tiempo. Si lo presionaba más, podría desmayarse para no despertar hasta el día siguiente con el peor dolor de cabeza de su vida.

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