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Authors: Jesús Mate

Tags: #Intriga, #Terror, #Policíaco

Los números de las sensaciones (10 page)

BOOK: Los números de las sensaciones
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—Ya he terminado mi trabajo —dijo el recién llegado.

—No puede ser —se dijo para sí Peter.

—Sí puede ser —elevó la voz Santo—. Y ya está de explicaciones. Con esto tendrás para pensar durante los próximos..., pongamos seis años. Después ya te habrás vuelto loco. ¿Un psiquiatra puede tratarse a sí mismo? Lo comprobaremos.

De nuevo las risas de fondo llenaron la habitación, y una desesperación total invadió a Peter. Desesperación que fue desapareciendo poco a poco tras un nuevo pinchazo.

SEGUNDA PARTE
Reencuentro

H
abían pasado seis meses. Julián se encontraba en el portal de un edificio de seis plantas, color avellana, situado en una avenida en la que sólo pasaba un coche cada diez minutos. Llevaba un maletín donde guardaba importante información que debía entregar a quien iba dirigida su visita, pero no se decidía a llamar al telefonillo.

Sin motivo alguno le habían despedido tras lo sucedido en el centro psiquiátrico. No le habían perdonado que, estando él por los pasillos, apareciesen muertos tres pacientes y hubiese desaparecido un empleado: Peter Lux. A pesar de que días antes no paró de pedir ayuda a su superior, éste le echó de las fuerzas del orden sin más. Pero aunque no le hubiesen despedido, él hubiera dimitido, pues sabía que no realizó bien su trabajo. Tres muertos, posiblemente cuatro, eran demasiados.

Para ganar dinero abrió una agencia de detectives, cuyos primeros casos fueron para principiantes (del estilo de los que resolvía en Bonesporta). Así que al tener bastante tiempo libre empezó a investigar sobre aquellas muertes que no le dejaban dormir por las noches, y esas investigaciones habían dado su fruto.

Decidió llamar al telefonillo. Sexto derecha. Un desagradable pitido salió del aparato, y segundos después alguien descolgaba.

—¿Quién es?

Era la voz de Anna Lux.

Era media tarde pasada, cosa así de las seis, cuando Julián llegó al sexto piso por las escaleras. Aunque había un ascensor, quiso retrasar el ver de nuevo a Anna. No tenía fuerza de voluntad para mirar a una mujer cuyo marido había desaparecido sin que él hubiese podido hacer nada, pero esperaba que esos primeros momentos pasasen lo más rápido posible.

Llamó al timbre y abrió ella, pero se quedó en la puerta sin invitarle a pasar. Su aspecto era francamente horrible. Nada quedaba del brillo en su cara, de la astucia en sus ojos, de cualquier atisbo de alegría. Había sufrido mucho y eso se le notaba.

—Hola Julián —le saludó con una voz apenas perceptible, y con una sonrisa que ni siquiera duró lo suficiente para apreciar que había estado en su boca—. Te agradezco que hayas venido, pero no te puedo atender.

—Anna.

—No creo que sea el mejor momento.

Una lágrima surgió de su ojo derecho. Su visita, probablemente, le había traído a la memoria lo ocurrido hacía medio año.

—Tengo que contarte algo muy importante.

—No..., no quiero. No.

Se le estaba haciendo más difícil de lo que pensaba, pero necesitaba la ayuda de Anna.

—Sólo te quiero pedir una cosa. ¿Tienes antena parabólica? Si pones la televisión...

—¿Qué me estás contando? —Le cortó duramente—. Si quieres ver la tele vete a tu casa. Gracias por tu visita.

Anna hizo el intento de cerrar la puerta, pero Julián antepuso la mano y se lo impidió.

—Confía en mí, por favor.

Julián vio cómo la mirada de ella le decía: “¿Confiar? ¿Igual que confié en Bonesporta?”. Sin embargo, se echó hacia atrás y le invitó a pasar con un gesto de mano.

Tras un pequeño recibidor, que conectaba a una habitación oscura que supuso la cocina, entró en un salón rectangular. No era muy grande, pero podían estar cómodamente unas seis personas en él. Estaba adornado con un par de cuadros y un pequeño florero encima de una mesilla. Las cortinas y persianas estaban echadas, por lo que la luz estaba encendida. Sobre la mesa situada delante del sofá se encontraban una bandeja de pasteles aplastados, un vaso de café vacío, y un paquete de pañuelos de papel, muchos de ellos arrugados y esparcidos de cualquier manera. Julián vio que en el sofá había una pequeña manta donde, suponía, Anna estaría durmiendo con el fin de no encontrarse sola en su cama de matrimonio. Delante del sofá, una pequeña vitrina albergaba ciertos objetos, así como la televisión y el DVD.

—Siéntate en el sofá —le invitó y así lo hizo—. Perdona el desorden, pero no esperaba que se presentara nadie.

Anna empezó a recoger todo lo que había sobre la mesa, y Julián hizo el ademán de levantarse, pero su anfitriona le indicó que no hacía falta. Ésta fue a la cocina, que resultaba finalmente ser el cuarto que estaba junto al recibidor, y al momento asomó la cabeza.

—¿Quieres algo de beber? ¿Un refresco?

—Sólo agua. Gracias.

Ya había pasado el peor momento para él, y ahora llegaba uno más horrible aún para ella, que llegaría justo cuando encendiese la televisión. Él vivió ese momento unos dos meses atrás, y a partir de ahí empezó a llamar a algunos contactos, a hacer ciertas visitas,…, consiguiendo recopilar información que jamás podría sospechar Anna en aquel instante, mientras le estaba sirviendo un vaso de agua.

—Aquí tienes.

Bebió un buen trago, pues la subida de seis plantas le había dejado la boca seca. La subida…, o más bien el ver de nuevo a Anna. Un remolino de sensaciones le secaba la garganta como si en un desierto se encontrase en ese momento.

—Bien, tú dirás —dijo Anna. Se había soltado el pelo en la cocina, y también se había lavado un poco la cara. Sólo con ese par de acciones parecía otra.

—Pues sólo debes encender la televisión —esperó a que Anna cogiese el mando, y al pulsar un botón, apareció el presentador de un nuevo concurso haciendo muecas con la cara—, y, ¿tienes parabólica, verdad? Pues busca un canal de Calvania en el que salen adivinos y pitonisas.

—¿De Calvania? ¿Pitonisas? ¿Me tomas el pelo, verdad? Yo qué sé que canal es ese —dijo tendiéndole el mando—. Toma.

Julián fue pasando rápidamente por los canales, uno a uno, pero no lo encontraba. De momento dio con él, pero el impulso del dedo continuó.

—Me he pasado.

—Si tú lo dices.

Más lento, empezó a ir hacia atrás, y al llegar al canal en cuestión paró. En la pantalla estaba su hallazgo, y Julián tenía hasta miedo de mirar a Anna en ese momento. Se atrevió a girar el cuello y observarla, y vio cómo se había quedado paralizada, con la boca abierta y los ojos como platos. Hacía gestos de negación con la cabeza, pero no emitía sonido alguno. Era un golpe muy fuerte. Él lo vivió y sabía que lo era. Era muy fuerte ver en tu televisión a un señor, tranquilamente sentado, con una bola de cristal delante y hablando con una señora sobre la enfermedad de una hija suya, y que, aunque aparecía en la pantalla el rótulo de “Galíndez te escucha”, ellos no le conocían con ese nombre, sino con el de Ben Tozel: el dios maligno.

Estaban ahora en la cocina. Anna se había preparado una tila y se la tomaba apoyada sobre el fregadero. Julián se sentó en un taburete que estaba tirado al lado de la nevera. Notó el suelo pringoso, y el aire de la cocina viciado. Al igual que en el salón, también estaban aquellas persianas echadas, por lo que no entraba ni una gota de aire.

—¿Te importa que las suba?

Le hizo un gesto de negación, y Julián tiró de la cuerda hasta dejar al menos una cuarta abierta. Su vista y sus pulmones se lo agradecieron. La nueva visión de la cocina le dejó sorprendido. Múltiples manchas aparecieron por todos los muebles de la cocina. Anna había dejado de preocuparse de la limpieza tras desaparecer su marido, eso era evidente. Se dio cuenta que ella le miraba con vergüenza.

—No te preocupes. No hay nada que un poco de agua no lo solucione. —Sonrió para que Anna no se sintiese incómoda en su propia casa—. Si quieres te ayudaré. Ahora voy a volver al salón, levantaré también un poco las persianas de allí, y cuando tú quieras, vuelves y hablamos. ¿De acuerdo?

Anna asintió, y Julián salió de la cocina e hizo lo que dijo. Además corrió las cortinas, y una ligera corriente empezó a circular por la casa. Al cabo de un par de minutos, Anna regresó al salón y se sentó en el mismo lado que estuvo antes. Tenía algo de mejor aspecto, y lo más importante es que había conservado la serenidad.

—Vale —empezó—, un hombre que yo pensaba que estaba loco, que era un asesino, etcétera, etcétera, está tan tranquilo, libre, tan ricamente sentado en una cómoda silla, en un canal de televisión. Adivinando el futuro.

—Sí —afirmó Julián, sin saber bien qué otra cosa decir.

Ben Tozel, o Galíndez, tal como afirmaba el rótulo que aparecía en pantalla, seguía conversando aún con la misma mujer, ajeno a lo que sucedía en aquel salón.

—Entonces, ahora entiendo lo que me dijiste antes de entrar, pero, ¿a qué conclusión has llegado? ¿O a cuál debo llegar yo?

—¿Tú que opinas? Antes de decirte yo nada, ni de enseñarte más información, creo que debes hablar. Que lo necesitas.

—¿Que hay más? —Anna abrió los ojos incrédula y suspiró ruidosamente, como si aquello la agotara—. Lo que opino... No sé. Opino que perdí a mi marido por analizar a ese individuo. Yo debía comprobar si estaba realmente mal de la cabeza, y, ¡fíjate! ¡Está ahí! —Exclamó a la par que se levantaba y señalaba a la televisión incrédula. Entonces hizo una pausa para pensar—. Hombre, él decía que tenía poderes. Así que quizás tuviera razón, le dejaran libre, y le contrataran. ¿Qué haces?

Julián había cogido su móvil y, tras marcar, esperaba que se lo cogieran. Tapando el micrófono, comentó a Anna:

—Aprovecho que acaba de colgar la mujer con la que hablaba. Así supongo que no me tendrán demasiado tiempo esperando, y no me asuste cuando llegue la factura a fin de mes.

Le guiñó un ojo para que comprendiera que sabía lo que hacía.

—No hace falta que hagas esto.

—Sí que es necesario. Es necesario que compruebes por ti misma si este hombre tiene poderes.

—Ya sé que no tiene poderes...

—¡Mira! Ya ha parado la música de espera.

Mientras Julián daba unos datos personales falsos, ambos veían como Ben hacía tiempo hablando de banalidades. Tras un minuto más esperando consiguieron entablar una conversación.

—Hola amigo —saludó Ben—. Dime tu signo.

—Acuario —le contestó cambiando el tono de su voz.

Julián hizo un gesto de complicidad a Anna, consiguiendo que le sonriera. Había hecho que Anna dejara de pensar en Peter, y que una pizca de alegría corriera por aquella casa. Se sentía bien consigo mismo.

—Dime, acuario, tu pregunta. ¡Galíndez te dirá todo lo que quieras saber!

—Mira Galíndez, estoy casado y quiero que me digas si mi mujer me está engañando.

—Tu mujer, ¿eh? —Julián y Anna se miraron. ¿Tendría poderes de verdad y les había pillado? Julián sabía que no—. ¿Cuánto lleváis casados?

—Pues ocho años, ¿no cariño? Es que está aquí conmigo. Mónica, ¡saluda a Galíndez!

Julián tendió el móvil a Anna, pero ésta le hacía gestos de negativa con la cabeza y los brazos. Ambos se tenían que aguantar la risa, sobre todo viendo la cara que puso Ben al decirle que su mujer estaba allí.

—Hola Galíndez —saludó finalmente Anna—. Me encanta tu programa.

Se tuvieron que tapar la boca con las manos para no soltar una gran carcajada.

—¿Así que estáis juntos ahora? ¡No será una broma!

—No Galíndez —le calmó Julián—, es de verdad. Dime si me está engañando mi mujer.

Ben empezó a echar cartas sobre la mesa de mala gana.

—Tu mujer no te está engañando, acuario, pero sí tiene algunos secretillos por ahí. ¡Galíndez ha hablado! —Hizo un gesto raro con las manos, y una serie de luces se encendieron y apagaron. —¿Ya ha colgado, control? Vale. Pues si quieres que Galíndez te adivine tu futuro...

No podían parar de reírse, pero Anna no tardó en volver a su estado anterior.

—Ha sido divertido y te agradezco este momento, de verdad —confesó—, pero necesito que me digas lo que sabes, Julián. ¿Por qué está ese tipo ahí?

—La razón la tendré si me ayudas. Pero antes tienes que saber qué más he averiguado.

Julián abrió el maletín y sacó una serie de carpetas. Si lo de Ben Tozel impactó a Anna, ahora venía lo mejor.

Media hora después, Anna ya había revisado cada una de las cuatro carpetas. La primera era la de Ben Tozel, el primero que consiguió encontrar Julián.

—Después de que me despidieran no tenía casi nada —empezó a explicar Julián—, sólo unos ahorros. Mi carrera de inspector de policía empezó hace dos años, y antes, lo que ganaba de agente me lo gastaba en la escuela de formación. Así que, después de Bonesporta, me fui a vivir a Villacano, que está a unos cincuenta minutos de aquí. Allí alquilé un piso y decidí abrir mi agencia de detectives.

—¿Te va bien en el negocio?

—Me podría ir mejor, la verdad, pero no me puedo quejar. A pesar de ser nuevo, me han contratado varias personas y he resuelto varios casos sencillos.

—Bueno, ¿y cómo descubriste todo esto?

—He de confesarte que no tenía intención de investigar, pero días después de que me pagaran el primer caso, me propuse ir a comprar una televisión para mi casa de alquiler. En la tienda, viendo la sección de televisores en oferta para ver cuál me compraba, le vi. Me quedé como tú. Aunque al principio me costó reconocerlo, pues yo realmente no estuve en contacto con los pacientes como lo estuvisteis vosotros —al decir “vosotros”, a Anna le cambió un poco el aspecto, pero Julián prosiguió—, me di cuenta de quién era, y tuve que marcharme rápidamente de la tienda sin comprar la televisión ni nada.

—¿Qué hiciste entonces?

—Lo primero fue ordenar mis pensamientos. Al igual que tú has hecho, intenté pensar en las razones por las que Ben estuviese en un canal de televisión prediciendo el futuro. Ocurrió que me salió otro caso, pero lo resolví rápido. Mientras lo hacía, estuve pensando sobre Ben, y se me ocurrió la idea de encontrar algún sitio de demanda de empleo en la que éste pudiera estar apuntado.

—¿Es esta hoja? —Preguntó Anna manteniendo una hoja en la mano—. “Jobsearch, tu buscador de empleo” —leyó.

—En ese fue en el que lo encontré. En Internet hay infinidad de sitios parecidos, pero fue en esa página donde Ben estaba inscrito.

—Pero, ¿qué buscaste?

—Pues lo que hace ahora. Creo que la palabra clave que puse fue adivino.

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