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Authors: Jesús Mate

Tags: #Intriga, #Terror, #Policíaco

Los números de las sensaciones (3 page)

BOOK: Los números de las sensaciones
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—¿Joe? ¿Puedes localizarme y venir enseguida?

—¿Qué te ocurre Peter? Pareces nervioso...

—Me ocurre que tengo delante de mí a Marcos Abdul —le cortó Peter.

—¿Cómo? No puede ser... Ahora mismo voy hacia allá.

Peter no se había encontrado en una situación así nunca, pero sabía que podía afrontarla. No era más que un paciente, pero que en vez de analizarlo en una sala adecuada, se encontraba en medio del pasillo. La idea le pareció ridícula, y rió por puro nerviosismo. Recordó qué era lo que le ocurría a Marcos Abdul. Se trataba de esquizofrenia, así que se acercó un poco más e intentó hablar con él.

—¿Marcos? ¿Me escuchas? —Pero éste no dejó de balancearse— ¿Qué haces aquí fuera? ¿Cómo has salido? ¿Marcos?

Peter dio otro paso más hacia él, y fue entonces cuando Marcos levantó la cabeza de las rodillas y le miró. Su mirada asustó aún más a Peter, pues sus ojos parecían que se iban a salir de sus órbitas. Y es que la cara de Marcos reflejaba todavía más miedo que el que Peter tenía.

—¿Marcos? Tranquilo, estoy aquí... No te va a pasar nada. ¿Vale? Tranquilo...

Peter dio un paso más, pero, como un rayo, Marcos se levantó y echó a correr hacia el pasillo contiguo. Decidió volver a llamar a Joe por el GPS.

—¿Joe? ¿Me escuchas?

—Sí, Peter. Ya estoy llegando.

—Marcos ha salido corriendo. Voy tras él. Date prisa, por favor.

Comenzó a moverse hacia donde Marcos se había dirigido. Al torcer vio que su paciente no corría muy rápido y que en ese momento tomaba otro pasillo. Otra carrera en busca de Marcos, y ya podía escuchar los pasos de Joe tras él. Al torcer de nuevo, miró el GPS y comprobó que Marcos se había metido por un pasillo sin salida. Estaba acorralado. Efectivamente, tras la siguiente esquina el pasillo acababa, y Marcos estaba en la misma posición en la que se encontraba al comienzo. Se paró y segundos después llegó Joe.

—No me explico qué ha podido pasar.

Sacándose un aparato, que supuso que era un paralizador eléctrico (de esos que se usaban para impedir los atracos callejeros), se dirigió hacia Marcos y cogiéndolo por el antebrazo, lo levantó y le enchufó por el tórax dicho aparato. Marcos, tras fuertes temblores, se desvaneció y Joe lo cogió antes de que cayera. Peter se dio cuenta que el guardia tenía más fuerza de la que aparentaba.

—Espera, que te ayude.

—No —le paró Joe—, doctor, no se preocupe. Vuelva a su habitación y relájese. Mañana, supongo, habrá una reunión con el director Santo.

Y Peter vio como Joe se llevaba a Marcos Abdul de vuelta a su celda.

Al día siguiente, la secretaria, Marta Mells, trajo la nota en la que se convocaba de urgencia a todos los empleados del centro en la sala de reuniones. Peter se vistió corriendo, y más rápido llegó a la sala. Allí todavía no estaba su mujer, sin embargo había en la sala más personas de las que se esperaba. En los dos días que llevaba en el centro no había visto a la mayoría de ellos (por no decir a ninguno). Había leído sus nombres en la agenda del GPS, pero nunca podría reconocerlos y decir a qué se dedicaban específicamente. Salvo Joe, todos iban con batas celestes como la suya. Tampoco mantenían ninguna conversación entre ellos, sino que se entretenían leyendo algo sin reflejar ninguna preocupación en sus rostros. Supuso que todavía no se habían enterado de la noticia. Anna llegó entonces, con su cara de felicidad. Peter no la quiso llamar la noche anterior para no preocuparla.

—¡Vaya! ¡Cuánta gente! —Le dijo Anna cerca del oído.

—Pues sí.

—¡Oye! ¿Qué te pasa? Te noto inquieto.

—Cómo me conoces... —le confirmó con una sonrisa—. No te vas a creer lo que me pasó anoche.

—¿Tiene que ver con la reunión?

—Sí. Fue muy fuerte. Regresaba a mi habitación, después de dejarte en la tuya, cuando...

—Shh —Anna le mandó callar—, ha entrado el director. Vamos a sentarnos.

Se dirigieron hacia dos sillas juntas que estaban vacías, mientras que el director Santo fue hacia la suya, delante de la pantalla con el logotipo, pero se quedó de pie y comenzó a hablar.

—Señores, anoche pasó algo que no se debe repetir nunca más. Uno de nuestros pacientes pudo salir de su celda.

Tuvo que parar por los murmullos, entre ellos los de Anna.

—¿Es eso lo que pasó? —Le preguntó a Peter.

—Sí.

—¿Por qué no me llamaste?

—No quería preocuparte.

—Por favor —interrumpió el director a sus oyentes—, sé que es una noticia alarmante, pero deben atenderme. El doctor Peter Lux fue el que se encontró a Marcos Abdul. Gracias a él y a su rápida llamada a Joe, no pasó nada. Pero este hecho no puede pasar por alto, pues quiero saber qué es lo que sucedió exactamente. Señorita Blinda, exijo un informe que debe presentarme antes de una hora. Si no, usted, responsable de seguridad, estará en la calle como no me convenza de que no ha infringido ninguna de sus obligaciones.

—Sí, director —dijo una mujer con cara de preocupación, sentada tres asientos más a la derecha de Anna.

—Más le vale. El resto debe volver a su trabajo. Les mantendremos informados mediante el GPS de cualquier novedad. La reunión ha acabado.

Y del mismo modo que llegó el director Santo, se fue. Cuando ya hubo salido de la sala de reuniones comenzaron a levantarse poco a poco los trabajadores. Joe se despidió de Peter con un pequeño saludo, cuando una mano le tocó el hombro. Peter y Anna se volvieron y vieron a la mujer cuyo futuro pendía de un hilo: la señorita Blinda.

Era un poco más alta que Anna, de pelo rubio, y anchas caderas. Tendría unos treinta y tres años, aunque parecía mayor. Vestía con traje de marca, y llevaba un llamativo broche en la solapa de su chaqueta. Peter vio de reojo que su mujer la miraba de arriba abajo con recelo.

—¿Doctor Lux? Me presento, soy Joanne Blinda, encargada de la seguridad del centro. Quisiera pedirle disculpas por lo sucedido ayer.

—No tiene por qué pedírmelas. Sí le pido que averigüe qué es lo que pasó.

—Sí, me pondré en ello ahora mismo —le dijo con una sonrisa comprometida—. Pero deje que le diga algo a usted y a su esposa: acaben cuanto antes su trabajo. Por su bien y por el nuestro.

Peter y Anna se encontraban otra vez en la sala de reuniones cuarenta minutos después, pero esta vez vacía. No habían tenido noticia del tema de seguridad, pero ya habían analizado a los otros tres pacientes.

El paciente número cinco se llamaba Fran Pino. Tenía aspecto aristocrático, con su bigote repeinado y sus gafas doradas. Rondaba los cuarenta años, pero no aparentaba esa edad. Fue el paciente más difícil del día, pues sufría pérdida de memoria casi constantes, y tenían que empezar a leer el texto una y otra vez. Su enfermedad le había llevado a caer en manos de una banda criminal organizada que le usaba de cebo. En el juicio, en vez de enviarlo a la cárcel, decidieron traerlo al centro.

La siguiente paciente, la número seis, era Helena Mesta. De aspecto desaliñado, destacaba su gran altura y su larga melena castaña. Según la opinión de Anna, era la más peligrosa de todos los pacientes, sobre todo porque nada más entrar se fue hacia ella como si hubiese visto al mismo demonio. Menos mal que la fuerza de Joe era mayor que la de Helena, pues si no Peter hubiera quedado viudo sin poder hacer nada. Helena tenía un gran odio hacia la sociedad, y en especial a las mujeres.

Por último, Saturno Hiesta, el paciente número siete, era un caso especial. Si pasearas por la calle y te lo encontraras, probablemente ni le dirigirías la mirada. Era un hombre que no destacaba en nada. Además no sufría ningún desequilibrio mental, pero sí físico. Su pérdida del equilibrio había sido estudiada por multitud de médicos, sin hallar respuesta lógica. No tenía problemas de oído, responsable lógico de esa pérdida de equilibrio, sin embargo no se podía mantener en pie más de un minuto seguido. Sus familiares fueron quienes trajeron a Saturno al centro, por su comodidad. Y también por la de ellos, según Anna.

Ahora tocaba la puesta en común entre Peter y Anna, pero antes Anna tenía que reprocharle algo a su marido.

—¿Por qué no me contaste nada anoche?

—Ya te lo dije, no quería preocuparte. Si te lo hubiese contado no hubieras dormido en toda la noche.

—Esa no es razón. Estamos aquí juntos, y no nos podemos esconder las cosas. Ponte en mi lugar.

—Tienes razón, Anna, perdóname —y un beso les apaciguó—. Pero lo que sí me ha estado pasando por la cabeza toda la mañana son las palabras de la señorita Blinda.

—Sí. ¿Crees que nos quiso asustar? ¿Por qué?

—Tal vez me eche la culpa de poder perder su trabajo.

—Eso es ridículo.

—Anoche... —continuó Peter tras una pausa.

—¿Sí?

—Pues..., de nuevo tuve la sensación de que había algo raro en todo esto.

—Claro cariño, se había escapado un paciente.

—No sé. Bueno, dejemos el tema y analicemos el trabajo de hoy. Mi opinión es la siguiente: creo que Helena Mesta no va a ser amiga nuestra...

—Tonto —le dijo Anna riendo, devolviéndole la sonrisa Peter.

—Bueno, creo que Fran Pino realmente sufre pérdidas de memoria, y que de los siete pacientes, para mí, el más sospechoso es el último. Que a Saturno lo trajesen la familia a este centro a causa de que se caiga continuamente, creo que hay mil centros a los que llevarle antes de a un psiquiátrico. ¿No?

—Sí, tienes razón. En la prueba numérica evidentemente no deja señal de enfermedad mental. Habrá que preguntarle a Santo qué opina él, pues desde luego es el más sospechoso. Helena es un evidente caso de animadversión a la sociedad que la rodea, quizás por algún problema en su infancia. Y el paciente cinco, según el análisis, es otro candidato a sospechoso, pues no ha dado un resultado alto. También es verdad que su enfermedad tampoco es mental, pero yo pongo en duda la razón de que esté aquí hasta que vea alguna prueba del juicio.

—¿Redactas tú el primer informe, verdad? —Le preguntó Peter.

—Sabes que siempre lo hago.

Y tras haber finalizado el informe, dieron por terminado el primer análisis de los siete pacientes. Ahora tocaba presentárselo al director.

Informe

L
lamaron a la puerta del director y desde dentro les invitó a entrar. Pero al abrir la puerta se llevaron una sorpresa, pues en la sala estaba Joanne Blinda. Iban a tener que presenciar no sólo su informe, sino también el de seguridad.

—Me alegra de que hallan llegado justo ahora. Sentaos y escuchemos lo que ha averiguado la señorita Blinda.

Tras sentarse, Joanne comenzó con su informe.

—Bien, señor director, en este corto periodo de tiempo he realizado una rápida visualización de las cintas de seguridad, y he decidido interrogar al encargado de atender a las cámaras en el momento de la fuga.

—¿Y bien? —Le apremió Santo.

—Pues bien, tras el estudio que realizan el matrimonio Lux, el señor Joe Press lleva al paciente Marcos Abdul a su habitación. Se puede ver como Joe, una vez que ha introducido a Marcos en su habitación, cierra la puerta con llave. El paciente, a continuación, se dirige directamente a su cama y se mete en ella. No es hasta transcurrido unos cincuenta minutos cuando Marcos se levanta de su cama, se dirige a la puerta y la abre sin ninguna dificultad.

—¿Insinúa que Joe no cerró la puerta correctamente? —Le cortó Santo.

—En absoluto. Antes he dicho que en el video se ve como Joe cierra la puerta. —Tras unos segundos revisando sus papeles continuó—. Una vez fuera, Marcos comienza a deambular hasta que comienza a discutir con alguien. Asustado sale corriendo, y en el pasillo, en que posteriormente el doctor Peter le encuentra, se sienta y empieza su balanceo.

—En cuanto al encargado de vigilancia...

—He de decirle, director, que mientras ocurría todo esto, el encargado de vigilancia no se encontraba en su puesto. En otra de las cintas se puede ver como Mariano Kraus se levanta de su puesto y se marcha del centro.

—¿Ha contactado con él? —Le preguntó Santo enfurecido.

—He llamado a su casa. Su mujer dice que al levantarse esta mañana encontró a su marido en el salón de su casa. Estaba muerto.

El impacto de la noticia fue tal que los cuatro permanecieron en silencio durante un buen rato. Fue el director Santo quien lo rompió.

—Bueno, gracias por su trabajo señorita Blinda. Y bien, doctor y doctora Lux, quiero que me digan inmediatamente su análisis del paciente Marcos Abdul. ¿Creen que puede ser él el infiltrado?

—Las pruebas no le acusan —reconoció Peter—, Marcos Abdul tiene una clara esquizofrenia, que explica perfectamente que empezase a discutir en medio del pasillo. No creo que tenga relación ni con la puerta mal cerrada, ni con la muerte del vigilante.

—¿Cree? ¿Qué es eso de cree?

Anna le respondió.

—La técnica de los números de las sensaciones, por la que nos ha contratado, en absoluto puede asegurar que Marcos Abdul sea responsable de lo ocurrido. En la primera prueba que hemos realizado, la cuál no ha sido en exceso fuerte, nos dice que el estado mental no es el de una persona sana. Mi marido, como psiquiatra, confirma la esquizofrenia del paciente, pero le repito, es imposible que podamos afirmar lo que sólo podemos creer.

—Aunque ahora le demos los resultados del primer informe —continuó Peter—, le adelanto que será necesario otro análisis. Si lo desea usted, le haré un mayor estudio a Marcos.

—Está bien. Discúlpenme si les he podido ofender. Por favor, comiencen con su informe.

Tras exponer al director los resultados obtenidos, y éste quedar satisfecho, salieron al pasillo Peter, Anna y Joanne. Antes de despedirse de la encargada de seguridad, Peter quiso resolver algunas dudas.

—¿Qué opina de esto, señorita Blinda?

—Llámenme Joanne. Pues bien, la verdad es que estoy desconcertada. Lo primero que haré será llamar al departamento de policía de Bonesporta para que me ayuden en la investigación. Probablemente te interroguen, Peter.

—No es problema.

—Una pregunta Joanne —interrumpió Anna ese bonito momento—, ¿qué nos quisiste decir, en la reunión de esta mañana, con lo de que acabáramos el trabajo cuanto antes?

—Lo siento Anna. No creo que sea este momento ni lugar de explicarlo. Nos volveremos a ver cuando llegue el inspector de policía.

Y se dirigió pasillo abajo hasta desaparecer tras una esquina.

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