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Authors: Jesús Mate

Tags: #Intriga, #Terror, #Policíaco

Los números de las sensaciones (4 page)

BOOK: Los números de las sensaciones
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Durante el almuerzo en la habitación de Peter (habían decidido almorzar en esa habitación, y cenar en la de su mujer), Anna empezó a opinar.

—Peter, dime que todo esto que está pasando no es normal. Porque si no, creo que me estoy volviendo loca.

—Bueno, primero tienes razón con lo extraño de la situación. Y luego, si te estás volviendo loca, en mejor sitio que éste no vas a estar.

—Tonto.

—Lo sé —dijo mientras le guiñaba un ojo.

Ambos sonrieron, y Peter continuó.

—Es que todo se está complicando de una manera increíble. ¿Qué le pasaría a ese encargado para que dejase su puesto?

—Y para que apareciese muerto en su casa. No quiero pensar en lo que sentiría su mujer al verlo muerto. —Peter le dio un agradable abrazo—. Pero no nos debemos alejar de nuestro trabajo. Lo que tenemos que hacer es encontrar a ese infiltrado de una vez, e irnos lo más rápido posible. Aunque no termino de encajar a Joanne, creo que tiene razón, que debemos acabar nuestro trabajo cuanto antes.

En eso Peter estaba de acuerdo con su mujer de nuevo.

Tras el almuerzo regresaron a la sala de estudio para volver a hacer un análisis de los pacientes. Eligieron textos de mayor extensión, que daría unos resultados más precisos.

Por segunda vez vieron como Joe traía a Ben Tozel. Éste parecía mucho más irritado que la última vez.

—¿Otra vez ustedes? ¿Qué quieren ahora? Ya no dejan a los dioses tranquilos...

—Señor Tozel —le interrumpió Peter—. Debemos hacerle un nuevo estudio.

—Exijo más respeto.

Tanto la voz como la mirada de Ben Tozel se volvieron más ofensiva. En la anterior sesión demostró un aire de superioridad, pero no de agresividad. En ese momento, Peter recordó que Ben había asesinado a seis personas. Debían tener más cuidado en la elección de sus palabras.

—Perdone, señor Tozel —dijo Anna—. Sólo hacemos nuestro trabajo. Tenga en cuenta que no estamos pasando momentos agradables en el centro.

Peter le hizo un gesto de asentimiento a Anna. Ella había actuado correctamente.

—Lo sé.

—¿El qué sabe? —Le preguntó Peter sorprendido.

—Pues..., ya sabe. Lo que pasó anoche —le respondió Ben con malicia.

—Efectivamente anoche pasó algo. Pero eso usted no lo puede saber.

Peter no podía creer que Ben supiese nada de la salida de Marcos Abdul. La reacción de Ben fue reírse.

—Doctor, usted me está subestimando. Le recuerdo que soy un dios, luego lo sé todo. Debería actuar como su mujer, con respeto y delicadeza.

Y volviéndose hacia Anna habló casi susurrando.

—Créame. A quien están buscando no es a Marcos Abdul.

Cuando Julián Puma se bajó del coche, contempló el gran edificio blanco y no le dio buenas vibraciones. Era el inspector de policía de Bonesporta desde hacía un par de meses, y ese iba a ser el primer caso interesante. No se había hartado de estudiar para acabar buscando a los ladrones del jarrón chino de la señora Pomfredi (que al final habían resultado ser sus hijos pequeños). La llamada de la señorita Joanne Blinda le cogió haciendo el sudoku del periódico local, lo más entretenido que hacía en el turno de mañana. Según la encargada de seguridad, en la noche anterior, uno de los pacientes había conseguido salir de su celda, a pesar de que en las cintas se podía ver claramente como el guardia había cerrado con llave. Seguramente habría sido un descuido de éste, pero al menos estaría entretenido un rato con el caso.

Pero lo que realmente tendría que investigar era el fallecimiento del encargado de vigilancia del centro, que había aparecido muerto en su propia casa. Y las dos cosas habían ocurrido al mismo tiempo (lo que lo hacía bastante sospechoso).

Julián se dirigió hacia la puerta, y entró.

La seguridad con la que había respondido Ben había conseguido asustar al matrimonio Lux. Era extraño que pudiese saber el nombre de otro de los pacientes, pues, por lo que les dijo el director, apenas coincidían en una misma sala. Pero llegar a saber que sospechaban de algún modo de Marcos Abdul era incomprensible.

—¿Cómo sabe eso? —Le preguntó Anna— ¿Cómo sabe que estamos buscando a alguien? ¿Cómo sabe nada de Marcos Abdul?

Peter tocó con su pie al de su mujer para que parara. Había pensado exactamente lo mismo que él, pero en esta ocasión no estaba actuando con inteligencia. Se dio cuenta que ella tenía miedo, y debía reconocer que él también lo tenía.

—Esta vez me subestima usted, doctora. Le recuerdo por segunda vez, y espero no hacerlo más, que yo soy un dios. Les ordeno que me hagan de una vez las pruebas que tengan que hacerme para poder volver a mi habitación y así perderlos de vista.

—Muy bien, señor Tozel. Lea el siguiente texto en voz alta, y al terminar diga en voz alta una letra, la primera que le venga a la cabeza.

—¿Otra vez?

—Por favor, hágalo.

Con una nueva mirada de odio empezó a leer.

—Imágenes de la humillación, instantáneas de la agria e inflamada historia del cosquilleo atormentador: en la estricta, fastuosa formación del Día de la Bandera...

Julián se dirigió hacia la garita del guardia. En cuanto éste le vio, se dirigió rápidamente hacia él.

—Muy buenas. Soy el inspector de policía Julián Puma.

—Esperábamos su llegada. Venga conmigo, le llevaré hasta la sala de reuniones.

Tras un pequeño recorrido a lo largo de blancos pasillos el guardia se paró y señaló hacia una puerta.

—Es aquí.

—Muy bien, gracias.

El guardia volvió por donde habían venido, y Julián llamó a la puerta y entró. Allí estaban el director y la encargada de seguridad.

—Adelante, adelante —le invitó el director Santo—. Tome asiento. Enseguida la señorita Blinda le informará de lo sucedido.

Tras Ben Tozel le llegó el turno a Marcos Abdul. Apareció por la puerta dándose golpes en la cara con sus manoplas. Joe le llevó hasta la silla y le ató las muñecas a los brazos de ésta con las correas que había en ellos. Al no poder seguir golpeándose, comenzó a mover el cuello con angustia.

—Muchas gracias, Joe.

Joe se despidió con un ademán, y acto seguido empezó a hablar Peter con su paciente.

—Hola Marcos. Vamos a volverte a hacer unas pruebas, aunque antes hablaremos de lo sucedido ayer. ¿De acuerdo?

Pero Marcos no paraba de moverse, y tal como actuó en la primera sesión, parecía que buscaba a alguien. Seguramente no le había escuchado en absoluto.

—Marcos. ¿Qué te pasa? ¿Qué es lo que buscas?

Al no contestarle, Peter continuó.

—Anoche, ¿recuerdas? ¿Viste o escuchaste algo?

Nada. Peter miró a Anna para que ésta intentara algo.

—Hola Marcos, soy Anna —y por sorpresa Marcos dejó de moverse y miró a Anna—. Marcos, ¿recuerdas lo que pasó anoche?

Marcos asintió con la cabeza como un niño pequeño al que se le está riñendo.

— Bien. ¿Viste a alguien?

En esta ocasión Marcos negó con la cabeza. Anna devolvió la mirada a Peter para que continuara él.

—Hola Marcos. — Éste le dirigió la mirada con una extraña inclinación de su cuello—. ¿Recuerdas haberme visto? —Asintió—. Pues yo noté que tenías miedo. ¿De qué tenías miedo, Marcos?

Pero Marcos enseguida volvió a mover el cuello de un lado hacia otro, y empezó a emitir un ligero balbuceo. Lo estaba pasando realmente mal, y Anna se levantó para calmarle aunque los ojos de Peter le dijesen que no se moviera. Con una mano, ella le tocó el hombro y se le acercó al oído.

—Tranquilo Marcos, no te va a pasar nada.

De nuevo parecía que funcionaba la intervención de Anna, pues Marcos se volvió a tranquilizar.

—¿De qué tenías miedo? —Le repitió Peter—. ¿Qué te asusta, Marcos?

Y Marcos inclinó la cabeza hacia arriba, y señaló con movimientos hacia algo en el techo. Peter siguió con la vista hacia donde señalaba su paciente y lo único que vio fue una cámara de vigilancia, con su lucecita roja parpadeando.

Una hora después, Peter analizaba todo lo sucedido en su habitación. Para haber estudiado sólo a dos pacientes, había sido todo mucho más intenso que el anterior análisis a los siete pacientes juntos. El cambio de actitud del dios maligno y el posible miedo a la cámara de vigilancia que señaló Marcos, ocupaban la mente de Peter. Además tenía la sensación, incluso el presentimiento, de que iba a continuar así con los cinco restantes. En ese momento llamaron a la puerta y fue a abrir. Allí estaban Joanne Blinda y un hombre con gabardina que supuso que sería el inspector de policía que había mencionado Joanne.

—Hola Peter, te presento a Julián Puma. Es inspector de policía de la comisaría de Bonesporta. Él te va a hacer unas preguntas sobre lo ocurrido anoche.

Peter les invitó a pasar a su habitación, en la que ya entraba el sol anaranjado del atardecer. Peter le narró al inspector todo lo sucedido sin omitir ningún detalle de lo que vio ni de lo que sintió, pues quería que esto acabara cuanto antes. Julián parecía bastante competente en su trabajo. Terminaron cuando ya el sol se había puesto completamente, y las luces se encendieron de manera automática.

—Muy bien Peter —dijo Julián—, mi trabajo aquí ha acabado por el momento. Si no le importa, Joanne, me gustaría llevarme las grabaciones de las que me habló para hacerles un visionado en mi comisaría. Mañana mismo las traigo, y ya entonces vuelvo a hablar con el director. También traeré el informe del forense en cuanto a la muerte de Mariano Kraus.

—De acuerdo. Le acompañaré hasta la salida. Hasta luego, Peter.

—Hasta mañana, Joanne. Y que le sea leve, inspector.

—Gracias. Yo también lo espero.

Cuando se fueron, Peter se dio una ducha rápida y a continuación se dirigió a la habitación de Anna para comentarle lo sucedido. Encendió el GPS, y ya con movimientos rápidos del dedo le pidió el camino. Empezó a andar y nada más girar en la primera esquina se paró en seco.

—No puede ser verdad lo que estoy viendo.

Allí, enfrente de él, estaba de nuevo Marcos Abdul. En la misma posición, haciendo los mismos movimientos. No podía ser real, se habría quedado dormido... Pero sabía que no era así, se calmó, y llamó a Joe.

—Joe, ¿me escuchas?

—Claro Peter, ¿qué ocurre?

—Marcos Abdul se ha vuelto a escapar.

—¡Es imposible! Hoy sí que estoy seguro de haber cerrado bien la puerta.

—¿Y qué quieres que te diga? Lo tengo delante —le decía mientras Marcos, primero a gatas y luego erguido, emprendía por segundo día consecutivo su huída—. Ha salido corriendo, Joe. En la misma dirección que ayer.

—Voy enseguida. Síguele por si coge otra dirección.

Y mientras cortaba la comunicación, comenzó a perseguir a Marcos. Un pasillo..., otro..., pero justo los mismos que la noche anterior. Estaba tan sólo a unos segundos de él, por lo que le llamó por si reaccionaba.

—¡Marcos, para! ¡Vas a un pasillo sin salida!

Efectivamente, Marcos giró en la última esquina. Pero cuando Peter llegó a ésta y giró, vio algo que nunca se habría imaginado..., o más bien no vio. Marcos Abdul no estaba allí, había desaparecido.

Una nueva reunión, de la que Peter esperaba que fuese la última del día, se convocó inmediatamente en el despacho del director Santo. Allí estaban Peter, Anna, Joanne, Joe y el propio director.

—A ver que si me aclaro —dijo Santo—, te encuentras otra vez a Marcos Abdul, le persigues y se esfuma por arte de magia.

—Pues sí, eso es lo que ha pasado.

—¿Y usted, Joe qué tiene que decir?

—Yo..., a mí me llamó Peter avisándome. Salí enseguida en su búsqueda, pero cuando me lo encontré estaba solo.

—En fin, ¿alguien tiene algo que decir?

—Pues antes de desconfiar de nadie, debemos revisar las cintas de video —le respondió Anna enfadada a la par de nerviosa.

—Por supuesto doctora, será lo primero que se haga.

—Pero habrá que esperar a mañana —intervino Joanne—, para que el sistema de vigilancia recopile todas las imágenes del día y además contemos con la presencia del inspector Puma. Les recuerdo que he perdido a mi ayudante, y tengo que hacer todo el trabajo yo sola.

—Bueno, entonces mañana nos volveremos a ver —les indicó Santo—. No creo que sea necesario alarmar al personal.

—Pero una pregunta —le interrumpió Peter—, ¿dónde está Marcos ahora?

—Me he acercado antes de venir aquí a la sala de vigilancia, y he comprobado que se encuentra en su habitación, metido en la cama —informó Joanne.

—Repito, nos vemos mañana.

Y el director salió de su despacho con paso firme y mirada desconcertante.

Investigación

E
ra el cuarto día en el centro. A primera hora de la mañana, Peter y Anna se encontraban en la sala de estudio. Aún no había llegado el inspector Puma, por lo que decidieron seguir analizando a los pacientes. Y mientras Joe traía a la sala a Lola Manera, comenzaron a hablar de la segunda fuga.

—Peter, ¿estás seguro que viste a Marcos?

—¿Tú tampoco me crees?

—No digo eso, cariño. Pero sí digo que estamos cansados y nerviosos, y puede que tu mente te hiciera una mala pasada. ¿No es posible? Piénsalo, eres psiquiatra.

—Pues sí, puede ser. Pero yo sé que fue real. Tan real como la primera vez. Estoy deseando que llegue el inspector para ver las cintas, y que compruebe el director que estoy diciendo la verdad.

En ese momento llamaron a la puerta, y entró Lola. Anna sonrió a Peter para que se tranquilizara.

—Ahora toca trabajar —le dijo en voz baja.

—Sí.

Lola se sentó en la silla y esperó en silencio a que le dijesen algo. Se le notaba feliz. Había una sonrisilla en su rostro que no la tuvo la primera vez. Peter se dio cuenta y le preguntó sobre ello.

—¿Te ocurre algo Lola?

—No, nada. ¿Por qué lo pregunta?

—Te noto contenta.

—Sí, eso sí. Pero es por ustedes —hizo una pequeña pausa en la que dio un resoplido—. Me caen bien. No como los otros señores. Esos me dan miedo.

Al decirlo soltó una risilla nerviosa. Peter y Anna se miraron con un gesto sonriente tanto en la boca como en los ojos. Entonces, Peter le acercó un texto a Lola.

—Lea el siguiente texto en voz alta, y al terminar diga en voz alta una letra, la primera que le venga a la cabeza.

—Sí, claro. En una época donde el sueño no existía y la noche se hacía eterna, tres personas fueron en busca del señor de sus tierras. Ese señor era dueño de todo cuanto les rodeaba: árboles y rocas, sol y viento...

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