Read Los números de las sensaciones Online

Authors: Jesús Mate

Tags: #Intriga, #Terror, #Policíaco

Los números de las sensaciones (9 page)

BOOK: Los números de las sensaciones
8.39Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Aunque su cabeza le decía que se diera media vuelta, dio unos cuantos pasos hacia la puerta y a mitad de camino oyó como la pared móvil se cerraba con un suave clic. Por instinto, volvió a la pared corriendo e intentó tirar de ella, pero su esfuerzo fue inútil. Cogió el GPS, y comprobó que en la pantalla aparecía un mensaje de error: Fallo en las coordenadas. No había otro camino, así que continuó hasta la única puerta de aquella estancia, giró el picaporte y la entreabrió. La luz que emanaba de la nueva habitación le cegó por unos instantes. Se puso una mano cerca de los ojos, a modo de filtro, mientras sus pupilas se acostumbraban al cambio de luz.

—¿Hay alguien? —Se atrevió a preguntar.

Dio un paso más, cuando ya pudo distinguir un par de figuras delante, a varios metros de él.

—Hola Peter —dijo una voz que enseguida reconoció como la del director—. Me alegro de verte.

—¿Dónde estoy? ¿Qué es este sitio?

Ya casi veía bien. Se encontraba en una habitación no muy amplia, pero sí mucho más grande que el cuarto de las escobas. La luz provenía de dos grandes focos situados justo detrás de las dos figuras, de las cuales una ya sabía que era la del director y la otra le parecía la de Joanne. Más al fondo pudo distinguir tres nuevas figuras. Con un rápido vistazo comprobó que las únicas vías de escape eran la puerta por la que había entrado (la cual no le iba a ser muy útil pues quedaría atrapado), y otra situada en la pared de la derecha.

—¿Sabía que iba a venir? —Preguntó.

—Sabía que lo harías. Pero no tan pronto —le confesó Santo.

—¿Por qué?

No se le ocurrió nada más. Estaba confuso.

—Enseguida lo sabrás.

De pronto, una mano le sujetó por el cuello y con un rápido movimiento le tiró al suelo de rodillas. Con la mano libre, el atacante le giró el cuello hacia la izquierda. En ese momento Peter pudo ver de reojo que quien lo agarraba era Marcos Abdul. ¿Cómo era posible? Pero no pudo pensar mucho más. Una aguja se le clavó en el lado derecho del cuello, inyectándole dios sabía qué. De nuevo empezó a ver borroso, y apenas podía mantener los ojos abiertos. Tenía sueño, mucho sueño.

Se había metido en la cama a dormir hacía unos cinco minutos, cuando llamaron a la puerta. El inspector se levantó rápidamente y fue a abrir, no sin antes tropezarse hasta encontrar el interruptor de la luz. La doctora Anna estaba fuera.

—Siento molestarle, inspector.

—No te preocupes. ¿Qué sucede?

—Pues..., he estado llamando por el GPS a Peter, pero no me lo coge. También he ido a su habitación, y no hay nadie allí. Así que he venido a verle.

—No sé nada de él desde que le dejé en su habitación después del ataque.

—¿Ataque? ¿Qué ataque?

—¡Ah! —Julián empezó a titubear—. Supongo que no te lo ha contado, pero esta noche Peter se encontró con Cosme Rollers por los pasillos...

—¿¡Cómo!?

—Sí, bueno...

—¿Y qué pasó, Julián?

—Verás, Peter salió corriendo cuando se lo encontró, pero Cosme dio con él. Yo escuché unos ruidos, me acerqué rápidamente y pude parar a Cosme antes de que le hiciera nada. Sólo le había hecho algunas heridas y magulladuras.

—Esto es el colmo. Ahora mismo voy a hablar con el director.

—Quizás Peter esté allí.

—¡Mira! Eso no lo había pensado. Claro que no sabía nada de lo que me ha contado. Se va a enterar también Peter.

—No sea dura con él —sonrió Julián—, lo ha pasado bastante mal. Si no le ha llamado es porque no querría asustarla. La acompaño al despacho de Santo.

Peter empezó a recobrar el conocimiento poco a poco. Seguía en la misma habitación, pero esta vez estaba sentado con las manos atadas detrás del respaldo de una silla, y los tobillos atados a las patas. El responsable no quería que fuese a ningún lado.

Los potentes focos seguían iluminando la estancia, e iban dirigidos directamente a él. De este modo, Peter no podía ver claramente a nadie que estuviese en la sombra.

—Veo que vuelves con nosotros —dijo la voz del director.

Peter se empezó a poner furioso.

—¿Dónde está? Dé la cara. ¿Por qué me está haciendo esto?

Oyó varias risas, pero aunque a él le estaban entrando ganas de llorar, se reprimió. El director se metió en la zona iluminada, y Peter pudo ver como su cara estaba llena de orgullo.

—Creo, Peter, que debo felicitarte. A ti y a tu mujer —Peter notó que Santo se recreaba en cada palabra que soltaba—. Conseguí que os quedarais otro día más, así que estuvimos pensando qué hacer para acelerar el proceso de encontrar este sitio. ¡Y fíjate! Ha ido mejor de lo que esperábamos. Aún teníamos preparadas algunas pistas más para daros, pero has encontrado este lugar sin ellas. Así no perderemos más tiempo.

—¿De qué está hablando? Usted no está bien de la cabeza.

Santo rió. Aquella era una situación horrible. Psicológicamente mucho peor que la de Cosme empuñando una navaja.

—Quizás sea mejor que me presente en condiciones. Mi nombre completo es Crisanto. Crisanto Emina.

Peter se quedó petrificado. Tenía delante al hermano del creador inicial de los números de las sensaciones.

—Déjalo Anna. No creo que esté dentro.

Anna llamaba insistentemente a la puerta del despacho del director.

—Esto me está poniendo ya nerviosa. No nos coge el teléfono del GPS ni Santo, ni Joanne, ni Joe, y ninguno está en su puesto de trabajo ni en sus habitaciones. Es que parece que se han ido todos del centro… A lo mejor se han marchado de fiesta de despedida.

—Sí, claro. Y no nos han querido invitar porque les caemos mal.

—¿De verdad crees que les caemos mal?

—No, Anna —ésta le miró extrañada—. Aquí está pasando algo raro. Los teléfonos, si no funcionan será por el apagón, pero no es normal que no encontremos a nadie.

—¿Y qué hacemos? Estoy cansada. Lo habrás notado por la pregunta —Anna rió bajito, poniendo los ojos hacia arriba—, en otras condiciones te habría cogido la indirecta.

—Shhh —le silenció Julián.

—¿Qué pasa?

—¿No has oído algo? Como si alguien se hubiese caído.

—No..., yo no. No me asustes.

—Ponte detrás mía.

Julián avanzó por el pasillo seguido de Anna. Asomó los ojos antes de girar en la esquina.

—¿Ves algo? —Le preguntó Anna.

De pronto sonó un disparo. Anna se sobresaltó y apretó con fuerza el brazo de Julián.

—Ahora sí he escuchado un ruido.

Julián se giró hacia ella y le cogió por los hombros.

—Anna, escúchame, debes tranquilizarte.

—Sí, está bien —dijo sin poder evitar que apareciesen un par de lágrimas en sus ojos.

—Vale. Creo que está sucediendo algo grave aquí. Yo estoy contigo y no te va a pasar nada. ¿De acuerdo?

Anna asintió. Julián se dirigió hacia donde había provenido el disparo, sin soltarle la mano a su acompañante. Sólo se había traído una pequeña pistola, pues no creyó necesario ir más armado a un centro psiquiátrico de alta seguridad como aquel, pero se la había dejado en su habitación. Ese fallo podría acarrear malas consecuencias.

Ahora echaba en falta más miembros de seguridad en el centro, y no que estuviese sólo aquel viejo de increíble fuerza. En los dos días que llevaba allí, sólo había visto a las mismas personas. Ningún cocinero, limpiador, médico, auxiliar, o cualquier otra posible profesión propia de los manicomios. Una cosa es que estuviese todo informatizado, y otra muy distinta que nadie se encargase de ciertas funciones indispensables. También echaba en falta apoyo de su jefe, que se había negado a ayudarle en nada.

Habían llegado ya al final del pasillo y repitió el procedimiento de asomarse lo mínimo posible a la esquina. En mitad del siguiente pasillo había una mujer tirada en el suelo, con un disparo en el abdomen. La sangre había formado un charco que alcanzaba varios palmos de distancia. Julián volvió a girarse hacia Anna.

—Hay una mujer muerta.

—¡Por Dios! ¿Quién es?

—No estoy seguro. Creo que es una paciente.

Anna cogió aire y se atrevió a mirar rápidamente.

—¿La ha reconocido? —Le preguntó el inspector.

—Sí —se tomó unos segundos para continuar—. Era una de las pacientes del centro. Se llamaba Helena Mesta.

Otro disparo llegó de más lejos.

Peter no podía creer que tuviese delante al hermano de su gran amigo Roberto, y menos que éste lo mantuviese atado a una silla sin motivo aparente.

—Han pasado un par de años desde que murió mi hermano —explicó Santo—. Seguro que sabrás que no me llevaba precisamente bien con Roberto, pero eso no le daba derecho a darte a ti lo que más anhelaba yo de él.

—¿A qué te refieres? —Preguntó Peter.

—¿Que a qué me refiero? Pues a sus estudios sobre la teoría de los números de las sensaciones.

—¿Para qué ibas tú a querer eso?

—¡Calla!

A Santo le había molestado esa pregunta. Peter esperó a que prosiguiese su explicación, de la que estaba seguro que no encontraría mucho sentido.

—Mi hermano murió volviendo de un congreso al que fue para pedir dinero. Seguro que no sabes, tú que tan amigo eras de él, que nada más leí sus escritos sobre el tema me entusiasmaron, y quise financiarle el proyecto. Yo me fui de Mustalmar, de mi país y de mi casa, porque lo único que conseguiría allí sería fracasar como lo hizo mi hermano, mientras que en Calvania sabía que me esperaba un buen futuro. —Hizo una pausa—. Con ayuda de un socio me fui abriendo un hueco en el mundo de los negocios, y ahora soy uno de los mayores peces gordos de este estado. Tal como oyes.

—¿Qué tiene que ver eso con que me tengas atado?

—La paciencia es una gran virtud, amigo Peter. Como decía antes, como buen hermano quise financiar el trabajo de Roberto. Sin embargo, no permitió que yo le ayudase, y empezó a mendigar.

—No es justo que hables así de tu hermano.

—¿No es justo? Lo que no es justo es dejar que un trabajo tan grandioso no lleve el apellido de mi familia, sino el tuyo.

Esto último lo dijo con cara de asco, y Peter empezó casi a entender lo que estaba sucediendo.

—Eso que dices es falso. Aunque seamos nosotros los que tengamos la patente, es de sobra conocido que quien inició la teoría de los números de las sensaciones fue tu hermano.

—Que interesante lo que dices. Mira lo que opino de ello —Santo se acercó a Peter y le propinó un duro puñetazo en la cara—. Te preguntaras por qué estoy haciendo esto, y te lo voy a contar. Mi hermano tiene una idea revolucionaria, muere y te da a ti sus investigaciones. Tú, para nada conocido en ningún círculo antes de ello, te vuelves famoso y empiezas a ganar una fortuna. Fin.

—¿Haces esto por dinero? —Preguntó Peter, que le sabía la boca a sangre.

—Te he dicho antes que soy un pez gordo en este país, así que por supuesto que no es por dinero. Llámalo venganza.

—¿Venganza?

—Sí, venganza. Venganza, por el desprecio que me hizo mi hermano. Venganza, por aprovecharte de la situación. Ya sabes, esas cosas. Pero todo se te va a acabar, Peter.

—¿Qué piensas hacer? No le hagas nada a Anna.

—No estás en condiciones de exigir ni de hablarme en ese tono —le respondió burlón Santo—. Pero sí te voy a contestar a la pregunta. Pienso arruinarte la vida. Voy a hacer que dejéis de obtener beneficio alguno del trabajo de mi hermano. Voy a hacer pensar a Anna que has muerto, y te voy a encerrar en un horrible calabozo para el resto de tu vida. Eso…, eso es lo que voy a hacer.

Peter no podía creer lo que esta oyendo.

—¡Estás loco! ¿Sabes qué es lo que te pasa? Tienes envidia de tu hermano, pues aunque no tuviese dinero, tenía más inteligencia de la que tú jamás tendrás. También tenía amigos, que dudo que tú los tengas.

Santo rió.

—Peter, no me hagas de psiquiatra.

—Debería preguntarte qué hubieras hecho si Roberto te hubiese dado a ti su trabajo. ¿Olvidas que hemos sido mi esposa y yo quien ha hecho que esta teoría sea lo que es hoy?

—No seas prepotente. Fíjate lo que te voy a decir de tu maravilloso trabajo. Es tan bueno, que no habéis sido capaces de distinguir a actores contratados de enfermos mentales de verdad.

—¿A qué te refieres?

—Entre toda la farsa que habéis vivido, no todo era mentira. Podríais haber descubierto no sólo a un infiltrado, sino a cuatro. Sin embargo, los números no dieron ningún sospechoso. ¿Qué significa eso? Que vuestro trabajo no vale para nada, y que con un poco de entrenamiento cualquiera puede someterse al estudio y que éste dé cualquier resultado.

Toda la información que le había dado Santo era sorprendente. ¿De verdad había sido capaz de conseguir eso? ¿No eran los números de las sensaciones tan eficaces como se había comprobado? Pero Peter sólo tenía en mente que, por lo visto, le iban a secuestrar.

—No te va salir bien el plan. No vas a engañar a Anna.

—¿De verdad crees eso? Ahora mismo, Anna y el inspector Puma están descubriendo una serie de cadáveres repartidos por los pasillos.

—¿Cadáveres?

—Sí, eso he dicho. Cosme está matando a todos los enfermos reales. Ya no les necesitamos.

—Pero, ¿cómo puedes hacer eso? Alguien investigará sus muertes.

—Creo que tienes menos memoria que Fran —dijo Santo señalando a unas de las personas que estaban en la oscuridad y que Peter no podía ver.— Te he dicho que soy un pez gordo. Está en mi poder hacer de director de este centro por un tiempo, sobornar a un mandamás de la policía del país para que no se investigue y, por consiguiente, puedo eliminar a quien me apetezca.

—¿Y el inspector?

—Julián no sabe nada, pero presenciará en vivo varias muertes y una desaparición, sin que pueda hacer nada. Su testimonio será esencial, pero no habrá ninguna investigación posterior. Rectifico, la habrá, pero no se llegará a nada. Aquí no habrá pasado nada, nadie te buscará, te darán por muerto. Conseguiré arruinar a Anna y que despidan a Julián, aunque lo de él es secundario. Pero lo importante es que mi venganza se habrá llevado a cabo.

Se abrió la puerta que estaba a su derecha y entró Cosme. Peter pudo ver, en el corto periodo que la puerta estuvo abierta, el óleo colgado en la pared del pasillo. Ese óleo, en el que habían estado pensando, estaba justo allí. Y se dio cuenta entonces que no era casualidad su situación en aquel pasillo, sino que les servía de referencia para entrar por otra puerta oculta.

BOOK: Los números de las sensaciones
8.39Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Material Girl by Louise Kean
Lehrter Station by Downing, David
The Instruments of Control by Schaefer, Craig
Bride of the Wolf by Susan Krinard
In Rides Trouble by Julie Ann Walker
Atonement by Winter Austin