Los vigilantes del faro (23 page)

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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

BOOK: Los vigilantes del faro
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Gunnar estaba esperándolo en Badholmen, al otro lado del puente de piedra.

—No me explico adónde ha podido ir a parar. —Se levantó la gorra para rascarse la cabeza.

—¿Y no será que se ha soltado y se ha ido a la deriva? —preguntó Patrik, siguiendo a Gunnar hasta el amarre vacío.

—Pues, no sé, lo único que puedo decir con seguridad es que el bote no está aquí —dijo Gunnar meneando la cabeza—. Matte era siempre tan concienzudo a la hora de amarrarlo…, es algo que aprendió de pequeño. Y no puede decirse que hayamos tenido tormenta, así que me cuesta creer que se haya soltado. —Volvió a menear la cabeza con más vehemencia si cabe—. Lo han robado, seguro. Aunque no entiendo para qué quiere nadie un bote tan viejo.

—Bueno, la verdad es que ahora dan unas coronas por él — dijo Patrik poniéndose en cuclillas. Paseó la mirada por el sitio vacío y se levantó otra vez—. Redactaré una denuncia en cuanto llegue a la comisaría. Pero empezaremos por ver si hay alguien en Salvamento Marítimo. Si están de servicio, pueden tener los ojos abiertos.

Gunnar no respondió y siguió a Patrik de vuelta hacia el puente. Recorrieron juntos el corto trayecto por las cabañas de pescadores, hasta el muelle donde Salvamento Marítimo tenía las oficinas y los barcos. No parecía que hubiese nadie y Patrik comprobó que las oficinas estaban cerradas. Pero entonces vio moverse algo dentro de una de las embarcaciones más pequeñas, la
MinLouis
, se acercó y dio unos golpecitos en el ventanuco. Apareció en la popa un hombre al que Patrik reconoció enseguida, era Peter, que les ayudó en alta mar aquel día fatídico en que apareció asesinada una de las participantes del programa
Fucking Tanum
.

—¡Hombre, hola! ¿Qué puedo hacer por vosotros? —preguntó sonriendo, mientras se secaba las manos con una toalla.

—Estamos buscando un barco —Patrik señaló el amarre—. El de Gunnar. No está donde debiera y no sabemos qué habrá sido de él. Pensábamos que quizá vosotros podríais estar pendientes cuando salgáis a hacer el turno.

—Sí, por cierto, me he enterado de lo ocurrido —dijo Peter mirando a Gunnar—. Te acompaño en el sentimiento. Y por supuesto, te echamos una mano con la búsqueda. ¿Creéis que ha podido perderse a la deriva? Porque en ese caso, no habrá llegado muy lejos. Habrá ido hacia el pueblo, no hacia alta mar.

—Pues no, lo que creemos es que lo han robado —dijo Patrik.

—Vaya, la gente es de lo peor. —Peter meneó la cabeza—. Es un bote de madera, ¿verdad, Gunnar? Y la lona, ¿es azul o verde?

—Sí, y es azul. Se llama
Sophia
, lo pone en la popa. —Se volvió a Patrik—. Cuando era joven, me gustaba mucho Sophia Loren. Y cuando conocí a Signe, se le parecía tanto… Así que le puse Sophia al barco.

—Ya, sí, sé cuál es. Bueno, pues yo voy a salir dentro de un rato, te prometo que estaré muy atento por si veo a
Sophia
.

—Gracias —dijo Patrik. Miró a Gunnar pensativo—. ¿Está seguro de que Mats fue el último en usar el barco?

—No, claro, seguro del todo no puedo estar. —Gunnar se lo pensó un poco antes de continuar—. Pero dijo que iría a ver a Annie, de modo que supuse que…

—¿Cuándo fue la última vez que vio el barco?

Peter estaba en la cabina, comprobando el instrumental, y Gunnar y Patrik estaban solos en el muelle.

—Pues el miércoles pasado. Pero no hay más que preguntarle a Annie. ¿No han hablado con ella todavía?

—No, pensábamos ir mañana. Vale, le preguntaré.

—Bien —dijo Gunnar con tono inexpresivo. Luego se estremeció—. Dios bendito, ella ni siquiera sabrá… No se nos ha ocurrido llamarla. No hemos…

Patrik le puso la mano en el hombro para tranquilizarlo.

—Ya han tenido bastante en que pensar. Yo mismo se lo diré cuando vayamos. No se preocupe por eso.

Gunnar asintió.

—¿Quiere que lo lleve a casa? —preguntó Patrik.

—Pues se lo agradecería —dijo Gunnar con un suspiro de alivio, y acompañó a Patrik hasta el coche. Fueron en silencio todo el trayecto hasta Mörhult.

Fjällbacka, 1871

E
l hielo había empezado a quebrarse. El sol de abril iba derritiendo la nieve y pequeños brotes verdes empezaban a salpicar la isla aquí y allá. Tenía presentes el techo de la habitación, que le daba vueltas, el dolor, retazos del recuerdo de sus rostros. Pero Emelie revivía a veces el terror con tal intensidad, que se quedaba sin respiración.

Ninguno de los tres había hablado de ello. No hizo falta. Oyó cómo Julian le decía a Karl que esperaba que ahora su padre estuviera satisfecho. No era difícil comprender que todo guardaba relación con la carta que había recibido, pero eso no atenuaba ni la vergüenza ni la humillación. Habían sido precisas las amenazas del padre para que Karl cumpliera con su deber marital. Seguramente, su suegro habría empezado a preguntarse por qué Karl y ella no tenían hijos.

Aquella mañana se levantó transida de frío. La habían dejado tumbada en el suelo, con la falda de gruesa lana negra y las enaguas blancas subidas hasta la cintura. Se apresuró a taparse, pero la casa estaba vacía. Allí no había nadie. Con la boca seca y el dolor aporreándole la cabeza se puso de pie. Estaba dolorida también entre las piernas y un rato después, al ir a la letrina, vio la sangre reseca en la cara interior de los muslos.

Muchas horas después, cuando Karl y Julian volvieron del faro, los dos se comportaron como si nada hubiera ocurrido. Emelie dedicó el día a fregar la casita con el cubo y el cepillo. Nadie la molestó en su tarea. Los muertos observaban un silencio extraño. Como de costumbre, empezó a preparar la comida de modo que estuviera lista para las cinco, la hora habitual, y peló las patatas y asó el pescado con movimientos mecánicos. Tan solo el leve temblor que advirtió en la mano al oír los pasos de Karl y Julian acercándose a la puerta podía desvelar los sentimientos que la embargaban. Pero para cuando entraron, se quitaron los abrigos y se sentaron a la mesa, el temblor había desaparecido. Así transcurrieron los días del invierno. Entre el recuerdo vago de lo ocurrido y el frío, que extendió una capa de hielo blanco sobre las aguas.

Sin embargo, esa capa ya empezaba a quebrarse, y Emelie salía a veces, se sentaba en el banco, junto a la fachada de la casa, y dejaba que los rayos del sol le calentasen la cara. Incluso había ocasiones en que se sorprendía sonriendo, porque ahora ya lo sabía. Al principio no estaba segura, no conocía su cuerpo hasta ese punto, pero finalmente no le cupo la menor duda. Ya estaba en estado. Aquella noche que en su recuerdo se había convertido en un mal sueño traería consigo algo bueno. Tendría un pequeño. Alguien de quien ocuparse y con quien compartir la vida en la isla.

Cerró los ojos y se puso la mano en el vientre, con el sol calentándole las mejillas. Alguien se acercó y se le sentó al lado, pero al mirar a la otra mitad del banco, vio que estaba vacío. Emelie cerró los ojos otra vez, sonriendo. Era muy agradable no estar sola.

E
l sol de la mañana acababa de alzarse en el horizonte, pero Annie no lo veía desde donde se encontraba en el muelle, contemplando las islas y la vista de Fjällbacka.

No quería recibir visitas. No quería que nadie se entrometiera en el mundo que Sam y ella tenían en la isla. Era de ellos y de nadie más. Sin embargo, no había podido decir que no cuando llamó ese policía. Además, tenía un problema y necesitaba ayuda. Prácticamente se le había terminado la comida y no había sido capaz de llamar a los padres de Matte. Ahora que no tenía más remedio que recibir gente en la isla, les pidió que le llevaran algunas cosas que le hacían falta. Se sintió un poco descarada, dado que se trataba de alguien a quien no conocía, pero no le quedaba otro remedio. Sam aún no se había recuperado lo bastante como para viajar a Fjällbacka, y si no llenaban el frigorífico y la despensa, se morirían de hambre. De todos modos, no pensaba dejarlos acercarse más allá del muelle. La isla era de ella, era de ellos.

El único al que querría tener allí era a Matte. Continuó mirando al mar mientras se le llenaban los ojos de lágrimas. Aún podía sentir sus brazos en el cuerpo y sus besos en la piel. Aquel olor tan familiar, aunque tan distinto, el olor de un hombre adulto, no el de un muchacho. No se había imaginado lo que podía traer el futuro, cómo iba a influir su reencuentro en el modo en que vivirían sus vidas. Pero la cita le daba una posibilidad, había abierto una ventana por la que entró algo de luz en aquella oscuridad en la que llevaba viviendo tanto tiempo.

Annie se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano. No podía permitirse el lujo de ceder a la nostalgia y al dolor. Ya le costaba bastante aferrarse a la vida como quien se agarra a un clavo ardiendo, y no podía soltarlo. Matte se había ido, pero Sam seguía allí. Y tenía que protegerlo. Nada, ni siquiera Matte, era más importante. Proteger a Sam era su principal misión en la vida, su única misión. Y ahora que se acercaban personas extrañas, debía concentrarse en eso.

A
lgo había cambiado. No la dejaban en paz. Anna sentía a todas horas algún cuerpo junto al suyo. Alguien que respiraba muy cerca de ella transmitiéndole calor y energía. Ella no quería que la tocaran, quería desaparecer en la seguridad de ese desierto de tinieblas en el que habitaba. Lo que había fuera era demasiado doloroso, y tenía la piel y el alma demasiado vulnerables después de todos los golpes que había recibido en la vida. Ya no aguantaba más.

Y ellos no la necesitaban. Solo era capaz de llevar la desgracia a quienes tenía a su alrededor. Emma y Adrian habían sufrido cosas que ningún niño debería sufrir, y el dolor que veía en los ojos de Dan por la pérdida de aquel hijo le era insoportable.

Al principio parecía que lo habían comprendido. La dejaban en paz, la dejaban allí tumbada. A veces trataban de hablar con ella, pero habían tardado tan poco en rendirse que comprendió que sentían lo mismo. Que ella era el origen de sus desgracias, y que, por el bien de todos, debía quedarse donde estaba.

Pero desde la última visita de Erica, las cosas habían cambiado. Anna sintió junto al suyo el cuerpo de su hermana, sintió cómo su calor la rescataba de las sombras, la arrastraba más cerca de la realidad y trataba de hacerla volver. Erica no le dijo gran cosa. Era su cuerpo el que le hablaba, el que hacía que se le difundiera el calor por las articulaciones, que sentía frías y ateridas pese a que las tenía bajo el edredón. Ella trató de resistirse, se concentró en un punto de la oscuridad que llevaba dentro.

Cuando desapareció el calor del cuerpo de Erica, lo sustituyó otro. El cuerpo de Dan era el más fácil de resistir. Su energía irradiaba tanta tristeza que más bien reforzaba la suya, y no tenía que esforzarse para mantenerse en las sombras. La energía de los niños era la más difícil. El cuerpecito de Emma pegado a la espalda, los brazos, que le rodeaban la cintura hasta donde alcanzaban. Anna tenía que recurrir a toda la fuerza que le quedaba para resistirse. Y Adrian, más pequeño y menos seguro que Emma, pero con una energía más poderosa aún. Ni siquiera tenía que mirar para saber quién era el que se había tumbado junto a ella. Aunque siguiera tumbada de costado, sin moverse un ápice, con la mirada fija en el cielo de allá fuera, sentía de quién era el calor.

Ella lo que quería era que la dejaran en paz, en la cama. La idea de que sus fuerzas no bastaran para resistir hacía crecer el miedo en su interior.

Ahora era Emma la que estaba con ella. Se movía un poco. Se habría dormido, porque pese a encontrarse en el país de las sombras, Anna notó que le cambiaba la respiración, que se hacía más profunda. Pero ahora se había movido, se pegó más aún a ella, como un animal en busca de consuelo. Y Anna sintió que la arrancaban de las sombras de nuevo, hacia la energía que se filtraba hasta los resquicios más inaccesibles de su cuerpo. El punto, sí, debía concentrarse en el punto de oscuridad.

La puerta de la habitación se abrió de pronto. Anna notó que la cama se hundía, que alguien trepaba a su lado y se le acurrucaba a los pies. Unos bracitos que le abrazaban las piernas como si no tuvieran intención de ir a soltarlas nunca. También el calor de Adrian quería envolverla, y le iba costando más quedarse en las sombras. De uno en uno, sí lo conseguía, pero con los dos, no, no contra aquellas dos energías juntas, mucho más poderosas. Poco a poco fue notando cómo perdía fuerza. Se veía arrastrada a lo que había en la habitación y en la realidad.

Anna exhaló un suspiro y se dio media vuelta. Contempló el rostro durmiente de su hija, todos aquellos rasgos tan familiares, que tanto tiempo llevaba sin poder mirar. Y por primera vez desde hacía todo ese tiempo, se durmió de verdad, con la mano en la mejilla de su hija y con la nariz pegada a la suya. A los pies de Anna también se durmió Adrian, como un cachorrillo. Aflojó los brazos al relajarse. Estaban dormidos.

E
rica lloraba de risa cuando entraron en el barco.

—¿Me estás diciendo que te diste un baño de algas? —Se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano hipando de risa al ver la expresión ofendida de Patrik.

—Pues sí, ¿y? ¿Es que los hombres no pueden cuidarse también o qué? Por lo que yo sé, tú has hecho montones de cosas extrañas. No hace mucho te envolvieron en plástico después de cubrirte de arcilla, ¿no? —Soltó el barco y salió del muelle de Badholmen.

—Sí, claro, pero… —A Erica le dio otro ataque de risa y apenas podía hablar.

—Hombre, me está pareciendo detectar ciertos prejuicios mezquinos —dijo Patrik dirigiéndole una mirada asesina—. El baño de algas es de lo más saludable para los hombres. Elimina toxinas y otros residuos del cuerpo y, puesto que al parecer a nosotros nos cuesta más eliminar ese tipo de cosas, es un tratamiento muy apropiado.

A aquellas alturas, Erica estaba prácticamente tirada en el suelo, con las manos en la barriga y sin parar de reír. Seguía sin poder articular palabra. Patrik tampoco dijo nada más, sino que subrayó su intención de no hacer el menor caso y se concentró en gobernar el barco para salir del puerto. Y claro que había exagerado para bromear un poco con Erica, pero lo cierto era que tanto él como sus colegas habían disfrutado muchísimo de todos los tratamientos que les habían aplicado en Badis.

Al principio se mostró muy escéptico ante la idea de meterse en una bañera llena de algas. Luego constató que, a decir verdad, no olía tan mal como él temía, y el agua estaba templada y agradable. Cuando le pidieron que se tumbara boca abajo y empezaron a darle un masaje en la espalda y a presionarle los músculos con ramas de algas, adiós reticencias. Y no podía negar que se notaba la piel como nueva cuando salió de la bañera. Más suave, más flexible y con otro lustre. Pero a Erica le dio un ataque de risa histérica en cuanto empezó a contárselo. Incluso su madre, que se había quedado con Maja y con los gemelos, se rio del entusiasmo que mostró al relatar la experiencia.

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