Los vigilantes del faro (48 page)

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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

BOOK: Los vigilantes del faro
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L
legó el sábado y con el mejor tiempo imaginable. Un sol resplandeciente, un cielo azul clarísimo y una leve brisa. Toda Fjällbacka bullía de expectación. Los agraciados con una invitación a la inauguración de aquella noche se habían pasado casi toda la semana angustiados preguntándose qué vestimenta y qué peinado debían llevar. Irían todas las personas importantes de la comarca, y corría el rumor de que acudiría incluso algún famoso de Gotemburgo.

Pero Erica tenía otras cosas en las que pensar. Aquella misma mañana tuvo una idea. Era mejor que Annie se enterase de lo de Gunnar directamente, y no por teléfono. Y, de todos modos, había pensado ir a verla para contarle lo que había averiguado sobre la historia de Gråskär, sería una sorpresa para ella. De modo que aprovecharía la oportunidad, ahora que tenía canguro.

—¿Seguro que te arreglarás con ellos tantas horas? —preguntó.

Kristina respondió ofendida:

—¿Con estos angelitos? Sin problemas. —Tenía a Maja en brazos y a los gemelos en las hamaquitas.

—Estaré fuera bastante tiempo. Primero voy a ver a Anna y luego pensaba ir a Gråskär.

—Bueno, ten cuidado si vas a salir en el bote tú sola. —Kristina dejó en el suelo a Maja, que se retorcía para soltarse. La pequeña plantó sendos besos en las mejillas de sus hermanitos y se fue corriendo a jugar.

—Claro, soy una experta con el bote —rio Erica—. A diferencia de tu hijo…

—Sí, bueno, en eso tienes razón —dijo Kristina, aunque parecía preocupada—. Por cierto, ¿estás segura de que Anna lo aguantará?

La misma pregunta se había hecho Erica cuando Anna la llamó y le pidió que la acompañara a la tumba, pero comprendió que esa decisión debía tomarla su hermana.

—Sí, creo que sí —dijo, con un tono de voz que revelaba más seguridad de la que en el fondo sentía.

—Pues a mí me parece un poco pronto —dijo Kristina, y cogió a Noel, que había empezado a protestar—. Pero espero que estés en lo cierto.

Sí, yo también lo espero, pensó Erica mientras se dirigía al coche para ir al cementerio. En cualquier caso, se lo había prometido a Anna, y ahora no podía echarse atrás.

Su hermana la esperaba junto a la gran verja del parque de bomberos. Se la veía tan diminuta… El pelo corto le daba un aspecto de fragilidad, y Erica tuvo que contenerse para no cogerla y mecerla como a un bebé.

—¿Te encuentras con fuerzas? —preguntó dulcemente—. Si quieres, podemos dejarlo para otro día.

Anna negó vehemente.

—No, puedo hacerlo. Y quiero hacerlo. Estaba tan ida que apenas recuerdo el entierro. Tengo que ver dónde está enterrado.

—De acuerdo. —Erica se llevó a Anna del brazo y las dos echaron a andar por el sendero de grava.

No podían haber elegido un día más esplendoroso. Se oía el rumor del tráfico que pasaba cerca pero, por lo demás, todo estaba en calma. El sol se reflejaba en las lápidas y muchas de las tumbas estaban muy cuidadas, con flores frescas de algún familiar. Anna dudó de pronto y Erica le señaló con un gesto dónde estaba la tumba.

—Está al lado de Jens. —Erica le señaló una hermosa piedra de granito redondeada donde se leía grabado el nombre de Jens Läckberg. Jens fue un buen amigo de su padre, y las dos lo recordaban bien de cuando eran niñas: un encanto de hombre, siempre alegre, bromista y dicharachero, amigo de celebraciones.

—Qué bonita es —dijo Anna con voz apagada, pero con el dolor plasmado en el rostro. Habían elegido una piedra similar a la vecina, una natural, también redondeada y de granito. Y la habían grabado de forma similar. Decía «Chiquitín», y la fecha. Solo una fecha.

Erica sintió un nudo en la garganta, pero se obligó a contener el llanto. Tenía que ser fuerte, por su hermana menor. Anna se tambaleó un poco mientras contemplaba la piedra, lo único que le quedaba del niño que tanto había añorado. Le dio la mano a Erica y se la apretó con fuerza. Y lloró calladamente. Luego, se volvió hacia Erica.

—¿Cómo va a salir todo? ¿Cómo?

Erica la abrazó fuerte.

-R
ita y yo tenemos una propuesta. —Mellberg rodeó a Rita con el brazo y la atrajo hacia sí.

Paula y Johanna los miraron extrañados.

—Sí, bueno, ya sabemos lo que opináis —dijo Rita, menos segura que Mellberg—. Decíais que necesitabais una vivienda propia… Y, bueno, depende de lo propia que queráis que sea.

—¿De qué estáis hablando? —preguntó Paula.

—Queríamos saber si os bastaría con mudaros al piso de abajo —preguntó Mellberg esperanzado.

—Pero, aquí no hay apartamentos libres, ¿no? —dijo Paula.

—Pues claro. Dentro de un mes habrá uno. El de tres habitaciones del piso de abajo será vuestro en cuanto la tinta de la firma se haya secado en el papel.

Rita examinó la reacción de las chicas para tratar de ver qué opinaban. Se puso contentísima cuando Bertil le habló del apartamento, pero no estaba segura de cuánta distancia querrían poner ellas de por medio.

—Y, naturalmente, no nos pasaríamos el día llamando a vuestra puerta —les aseguró.

Mellberg la miró sorprendido. Naturalmente que bajarían cuando quisieran, ¿no? Pero no dijo nada. Lo más importante era que aceptaran la oferta.

Paula y Johanna se miraron. Luego sonrieron y empezaron a hablar al mismo tiempo.

—Ese piso es precioso. Luminoso, con ventanas a dos calles. Y la cocina es nueva. El cuarto que Bente usa de vestidor podría ser la habitación de Leo y… —Las dos callaron de pronto.

—¿Y adónde se va Bente? —preguntó Paula—. No ha comentado nada de que vaya a mudarse.

Mellberg se encogió de hombros.

—Ni idea. Supongo que habrá encontrado otra cosa. Alvar no me comentó nada cuando le pregunté. Pero me dijo que tendremos que pintar nosotros.

—No pasa nada —dijo Johanna—. Mejor así. Nosotras nos encargamos, ¿verdad, cariño? —Le brillaban los ojos y Paula se inclinó y la besó en los labios.

—Y así podremos seguir ayudándoos con Leo —intervino Rita—. Bueno, todo lo que queráis, claro, no tenemos intención de ser entrometidos.

—Vamos a necesitar muchísima ayuda —la tranquilizó Paula. Y las dos pensamos que es maravilloso que Leo tenga tan cerca al abuelo Bertil. Con tal de que vivamos en nuestra propia casa, todo irá bien.

Paula miró a Bertil, que tenía a Leo en las rodillas.

—Gracias, Bertil —dijo.

Y Mellberg se sintió un tanto avergonzado, para sorpresa suya.

—Bah, no ha sido nada. —Y le hizo cosquillas a Leo en la cara con la nariz, de modo que el niño se echó a reír encantado. Luego levantó la vista y miró a las mujeres que tenía alrededor. Una vez más, Bertil Mellberg sintió una gratitud enorme por tener aquella familia.

I
ba sin rumbo por el edificio. Por todas partes correteaba gente de un lado a otro para ultimar detalles. Anders sabía que debería ir a echar una mano, pero estaba a punto de dar un paso que lo tenía paralizado. Quería y no quería al mismo tiempo. La cuestión era si tendría el valor suficiente para afrontar las consecuencias de sus actos. No estaba seguro, pero pronto tendría que dejar de pensarlo. Debía adoptar una decisión.

—¿Has visto a Vivianne? —Una mujer del servicio le preguntó al pasar a toda prisa, y Anders señaló hacia el interior del establecimiento—. Gracias, y qué bien lo vamos a pasar esta noche.

Todos corrían, todos se afanaban. Él, en cambio, se sentía como si estuviera moviéndose en el mar.

—Hombre, aquí estás, mi querido futuro cuñado. —Erling le pasó el brazo por los hombros y Anders tuvo que hacer un esfuerzo para no retirarse—. Esto va a salir de miedo. Las celebridades llegarán sobre las cuatro, así tendrán tiempo de instalarse en las habitaciones. Y el resto de la gente podrá empezar a entrar a las seis.

—Sí, todo el pueblo habla de lo mismo.

—Pues solo faltaba. Es lo más grande que ha ocurrido aquí desde… —No continuó, pero Anders adivinó lo que iba a decir. Había oído hablar del programa
Fucking Tanum
, y del fiasco que fue para Erling.

—Bueno, ¿y dónde está mi tortolita? —Erling estiró el cuello y miró a su alrededor.

Anders volvió a señalar hacia el interior, y Erling se alejó a toda prisa en esa dirección. Había que ver lo solicitada que estaba hoy su hermana. Entró en la cocina, se sentó en una silla en un rincón y se frotó las sienes. Notó que estaba a punto de darle un dolor de cabeza fenomenal. Buscó en la caja de los medicamentos y se tomó un analgésico. Pronto, pensó. Pronto habría tomado la decisión.

E
rica aún llevaba un nudo de llanto en el pecho cuando salió del puerto con el barco. El motor arrancó a la primera, le encantaba aquel sonido tan familiar. La pequeña embarcación había merecido todos los cuidados de Tore, su padre, y también Patrik y ella habían tratado de mantenerla en buen estado. Este año deberían lijar y barnizar la cubierta de madera. Ya había empezado a descascarillarse aquí y allá. Si Patrik se quedaba con los niños, lo haría ella misma. Tenía un trabajo tan sedentario que le encantaban los trabajos manuales de vez en cuando. Y era más mañosa que Patrik, lo cual, en honor a la verdad, no era decir mucho.

Dirigió la vista a la derecha; allí estaba Badis. Esperaba poder ir un rato a la inauguración, pero aún no lo habían hablado. Patrik parecía cansado por la mañana, y no era seguro que Kristina aguantara con los niños hasta la noche.

De todos modos, le apetecía muchísimo ir a Gråskär. La cautivó el ambiente de la isla cuando estuvieron Patrik y ella la vez anterior, pero después de haberse informado sobre su historia, estaba fascinada. Había visto montones de fotos del archipiélago y el faro era, sin duda, uno de los más hermosos. No le extrañaba lo más mínimo que Annie se encontrara divinamente allí, aunque ella se volvería loca después de unos días sin hablar con nadie. Pensó en el hijo de Annie, esperaba que se encontrara mejor. Seguramente, así sería, dado que no los había llamado ni les había pedido ayuda.

Al cabo de unos minutos, avistó Gråskär en el horizonte. A Annie no pareció entusiasmarle la idea cuando Erica la llamó, pero tras un poco de insistencia por su parte, terminó accediendo a que la visitara. Erica estaba convencida de que le encantaría saber más sobre la historia de la isla.

—¿Te las arreglas para atracar tú sola? —le gritó Annie desde el muelle.

—Sin problemas. Si no tienes en mucha estima el embarcadero —respondió con una sonrisa, para que comprendiera que estaba bromeando, antes de atracar tranquilamente. Apagó el motor y le arrojó el cabo a Annie, que lo amarró a conciencia.

—Hola —dijo cuando salió del barco.

—Hola. —Annie le sonrió tímidamente, pero sin mirarla a los ojos.

—¿Cómo está Sam? —preguntó Erica mirando hacia la casa.

—Mejor —respondió Annie. La vio más delgada aún que la última vez, los huesos de los hombros se le perfilaban bajo la camiseta.

—Bollos caseros —dijo Erica sacando una bolsa—. Por cierto, ¿te hacía falta algo de compra? —Se irritó al caer en la cuenta de que no se había acordado de preguntarle cuando la llamó. Seguramente, a Annie le habría dado un poco de reparo pedírselo otra vez, dado que no se conocían mucho.

—No, qué va, no me hacía falta. La vez anterior trajisteis comida de sobra, y siempre puedo preguntarles a Signe y a Gunnar si me la traen ellos. Aunque no sé cómo estarán…

Erica tragó saliva. No era capaz de contárselo todavía. Luego, cuando se hubieran sentado a charlar.

—He preparado la mesa en la cabaña. Hace un día espléndido.

—Desde luego, no hace tiempo de estar encerrado en casa. —Erica siguió a Annie hasta la cabaña abierta, donde vio puesta la vieja mesa de madera con bancos a ambos lados. Decoraban las paredes artes de pesca, y aquellas hermosas bolas de corcho azules y verdes que se utilizaban antes como boyas.

—¿Cómo te las apañas para sobrevivir a tanto aislamiento? —preguntó Erica.

—Terminas acostumbrándote —dijo Annie contemplando el mar—. Y tampoco estoy totalmente sola.

Erica se sorprendió y la miró extrañada.

—Bueno, tengo a Sam —añadió Annie.

Se rio para sus adentros. Se había imbuido tanto de las historias que había leído sobre la isla, que había empezado a creérselas.

—O sea que no hay nada que justifique el nombre de Isla de los Espíritus.

—Bah, nadie cree en viejas historias de fantasmas —dijo Annie, volviendo de nuevo la vista hacia el mar.

—Ya, pero le imprime cierto carácter a la isla.

Erica había guardado toda la información en una carpeta. La sacó del bolso y se la entregó a Annie.

—Puede que esta isla sea pequeña, pero tiene una historia densa e intrincada, con algún episodio bastante dramático, por cierto.

—Sí, algo he oído de todo eso. Mis padres sabían bastante, pero por desgracia yo no prestaba mucha atención a lo que contaban. —Annie abrió la carpeta. Una brisa suave agitó las hojas.

—Lo he ordenado cronológicamente —dijo Erica. Y dejó que Annie hojeara las fotocopias.

—Vaya, aquí hay muchísima información —dijo Annie, con las mejillas sonrosadas.

—Sí, me lo he pasado muy bien recabándola. Necesitaba hacer algo distinto de cambiar pañales y dar de comer a bebés que lloran hambrientos —aseguró señalando la fotocopia de un artículo en el que Annie se había detenido—. Ese es el episodio más misterioso de la historia de Gråskär. Una familia entera desapareció de la isla sin dejar rastro. Nadie sabe qué les ocurrió ni adónde fueron a parar. Encontraron la casa tal cual, como si la hubieran dejado de pronto.

Erica hablaba con un eco de entusiasmo excesivo, pero ese tipo de historias le parecían de lo más emocionante. Los misterios siempre supieron activarle la imaginación, y aquel era uno sacado directamente de la realidad.

—Mira lo que dice aquí —continuó, algo más calmada—. El farero Karl Jacobsson, su mujer Emelie, el hijo de ambos, Gustav, y el ayudante del faro, Julian Sontag, vivieron aquí varios años. Luego desaparecieron sin más, como si se hubieran esfumado. Nunca encontraron sus cadáveres ni rastro alguno. No había razón para creer que se hubiesen marchado voluntariamente. No se encontró nada. ¿No es extraño?

Annie miraba el artículo con una expresión extraña.

—Pues sí —dijo—. Muy extraño.

—Tú no los habrás visto por aquí, ¿verdad? —dijo Erica en broma, pero Annie no reaccionó, sino que siguió mirando el artículo—. Me pregunto qué fue lo que ocurrió. ¿Llegaría en barco un desconocido que mató a toda la familia antes de deshacerse de los cadáveres? Ellos tenían un barco, pero ahí dice que seguía en el embarcadero.

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