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Authors: Juan Miguel Aguilera,Javier Redal

Tags: #Ciencia Ficción

Mundos en el abismo (5 page)

BOOK: Mundos en el abismo
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Kharole sonrió con confianza. Jizyas altos, devaluación de la moneda, economía de guerra. Tomáoslo con calma, pensó.

De momento parecía que los principales Clanes del hemisferio sur del planeta se habían constituido en una alianza. Bien, sin apoyo económico, los rebeldes no durarían. Y eso era lo que más le preocupaba.

La esposa del general Baquin, nuevo nayak de Vaikunthaloka, se sentaba a su derecha. Era una mujer de aspecto frágil, que parecía a punto de hundirse bajo el peso de las abundantes joyas que salpicaban su atuendo. Durante toda la comida había cumplido excelentemente con su papel de anfitriona con su extraordinario invitado, procurando que Khan tuviera siempre temas de conversación a su alcance. Lo cual no era muy difícil. A Khan le encantaba hablar, y a su alrededor siempre se formaba una burbuja de atención.

—¿Y vuestro primogénito, el joven Kharole? He oído decir que realiza grandes progresos en la Universidad de Cakravartin-loka.

Khan asintió con satisfacción.

—Eso me han dicho. Algún día, él tendrá que gobernar toda la Utsarpini, y no permitiré que a él le suceda lo que a mí. Con las espadas se puede hacer un trono, pero no sentarse en él. —Sonaron halagadoras risitas entre los comensales. Kharole prosiguió —: Sí, el gobernar es sentarse pacíficamente en algo: los reyes se sientan en tronos, los ministros en sillones. Gobernar no es asunto de músculos, sino de cerebro... y posaderas.

Los invitados le recompensaron con una nueva risa amable, mientras algunas damas se escandalizaban levemente.

—¿Por qué habéis dicho que no queríais que a vuestro hijo le sucediera lo que a vos? —preguntó Khatia.

Kharole carraspeó gravemente.

—De joven, sólo tuve tiempo para la guerra, acompañando siempre a mi padre, de un campo de batalla a otro. Apenas aprendí a leer y a escribir, y sólo conocía las matemáticas más elementales para entenderme con los oficiales astronáuticos. Ahora, aun cuando no tengo mucho tiempo, hago lo que puedo por educarme: matemáticas, física, química, teoría económica, administración. Soy yo el que hace trabajar a mis profesores.

Este era un relato que nunca faltaba en sus conversaciones y discursos. Khan se sentía orgulloso de su esfuerzo de autosuperación, y no hacía nada por ocultarlo. Los invitados mostraron la adecuada expresión de admiración.

Tras la comida todos fueron conducidos a un salón contiguo donde los mayordomos sirvieron el té aromatizado con especias al estilo vaikunthano. Pronto se formaron multitud de pequeños grupos de conversadores.

Khan se reunió con Kautalya, un anciano de labios finos, con un increíble manojo de pelo canoso; era su consejero personal, y lo había sido también de su padre. Su fidelidad a los Kharole estaba por encima de cualquier duda.

—Kalyanam, chattapatri —dijo Kautalya en voz baja—. El joven comandante Isvaradeva os espera en la sala de recepción.

—¡Kali! —exclamó—. Con todo este estúpido ajetreo casi lo olvido. ¿Qué haría sin ti? Lo recibiré inmediatamente. Aquí mismo. No se debe de hacer esperar a un joven tan valioso para la Utsarpini como el comandante Job.

SIETE

La puerta se abrió, y entró su carcelero, seguido por un tipo adusto, de baja estatura, con cortísimo pelo gris hierro, que ostentaba las insignias de comandante de la Utsarpini. Esto sorprendió a Jonás, que había esperado que le llevaran directamente ante los dharmamahamatras. Recordó que la poca altura era una característica común para los hombres de la Marina, e inmediatamente reconoció el uniforme. ¿Qué podía querer la Marina de él en aquellos momentos?

El hombre se sentó en un taburete frente a él.

—Doctor Jonás —empezó —, ¿es usted natural de Martyaloka?

—Sí.

—¿Cuánto tiempo lleva en Vaikunthaloka?

—Cinco años.

—Dígame, ¿por qué abandonó un planeta que pertenecía a la Utsarpini, para trasladarse a otro que mantenía una política totalmente hostil a ésta?

—No me sentaba bien el ambiente de Martyaloka... —dijo cínicamente Jonás— ...demasiado cargado. Me asfixiaba.

—¿No simpatiza usted con la Utsarpini? ¿No cree en los principios de nuestra cruzada?

—Claro...

—Debo decirle que la Hermandad está muy disgustada con usted, y que hemos recibido numerosas presiones pidiéndonos su cabeza. —Jonás tragó saliva. Su interrogador le observaba fríamente, admirándole como lo haría un jugador de ajedrez profesional.

El carcelero tendió un grupo de papeles al interrogador, que los ojeó rápidamente.

—Según mis datos usted se doctoró en biología por la Universidad de Martyaloka. ¿Es esto correcto?

—Arqueobiología...

—¿Cómo dice...?

—Arqueobiología. Mi especialidad es la arqueobiología.

—¿Qué diferencia hay...?

—¿Es éste un interrogatorio policial, comandante?

—No tiene usted por qué preocuparse, doctor. ¿Ve usted algún policía aquí? ¿Algún dharmamahamatra de la Hermandad, quizás? ¿Por qué no se toma esto como un diálogo, en vez de como un interrogatorio?

—Esto es una celda, ¿no?

—¿Reconoce estas insignias? —dijo señalándose los emblemas prendidos en su antebrazo—. Tranquilícese, doctor. La Marina no tiene la menor intención de entregarle a esos religiosos carniceros.

—¿Qué quieren de mí, entonces? ¿Se divierten jugando conmigo al gato y al ratón?

—Sólo cumplo con mi trabajo, doctor Jonás. Intento saber si es usted un hombre en el que la Utsarpini pueda confiar.

—¿Me está tomando el pelo? ¿Por qué iba la Utsarpini a necesitar confiar en mí?

—La Utsarpini necesita científicos y técnicos para sus naves de guerra. En estos tiempos difíciles, cualquier buen especialista hallado en un planeta recién integrado, resulta interesante para nuestro ejército...

—Ya veo, se trata de un botín de guerra más.

—Llámelo como quiera, doctor. Mi trabajo sólo consiste en evitar que elementos indeseables, o socialmente peligrosos, entren en nuestras naves.

—¿Quiere decir que me está investigando en estos momentos? ¿Es eso lo que usted está haciendo ahora... ?

—Exactamente.

—¿Y a qué conclusiones ha llegado...? ¿Soy socialmente peligroso?

—Aún no estoy seguro, doctor. Por un lado veo en usted alguien de gran interés para nuestra causa... —El oficial extrajo una nota y la leyó durante unos segundos en silencio. Después levantó la vista, y se dirigió de nuevo a Jonás—. Aunque su especialidad es la biología, también está considerado como un experto en historia, física y química. Ha escrito varios libros sobre pintura y dibujo, y uno de ellos está considerado como uno de los mejores tratados sobre perspectiva cónica realizados fuera del Imperio. Libro en el que además demuestra profundos conocimientos matemáticos y de geometría. Y aún no ha cumplido los treinta años...! ¿De dónde saca su tiempo?

—Tengo un pacto con Putana —dijo rápidamente Jonás.

—Ya veo. Quizás es por ese pacto por lo que ocupa un puesto tan elevado en la lista negra de la Hermandad. Aunque me inclino a pensar que sus teorías sobre el tema de los Orígenes tienen algo que ver... Usted afirma que la raza humana no es originaria de Akasa-puspa. Que nació en algún otro lugar del Universo, y ha escrito varios libros sobre el tema. Esto está en clara oposición a las doctrinas de la Hermandad.

—¿Ha leído usted alguno de esos libros?

—No. Son de lectura "no recomendada" en el ámbito de la Utsarpini.

—Ya veo. Si lo hubiera hecho sabría que en el Imperio hay numerosos biólogos que sostienen esta teoría, que por otro lado no es mía. Yo simplemente he intentado difundirla en la Utsarpini.

—¿Y defienden lo mismo que usted? ¿Que la raza humana se originó fuera de Akasa-puspa?

—Exactamente.

—¿Qué pruebas tienen? ¿Por qué están tan seguros de algo así?

—Todo parece indicar que los humanos colonizamos Akasa-puspa en un pasado remoto, llevando con nosotros animales y plantas relacionados genéticamente con nosotros. La inexistencia de registros fósiles en todos los planetas conocidos así parece afirmarlo. Como sabe, los animales que encontramos no relacionados genéticamente con nosotros sí poseen ese registro fósil.

—¿De veras? No lo sabía. Pero, entonces, ¿cuál fue nuestro Mundo-origen? ¿Está fuera de Akasa-puspa? ¿Dónde?

—No lo sé. Algunos arqueobiólogos imperiales afirman que se trata de algún planeta de los brazos espirales de la Galaxia.

—¿La Galaxia? Pero estamos a miles de años luz de ella.

Quizás yo no entienda mucho de biología, pero de lo que sí sé es de navegación espacial. Nada puede viajar más rápido que la luz... ¿cómo cruzamos entonces el vacío que nos separa de la Galaxia? ¿Cómo viajaron nuestros antepasados hasta aquí a pesar de la limitación de la velocidad de la luz?

Jonás se encogió de hombros.

—No lo sé. Nadie lo sabe. ¡Si al menos no fuera tan caótica nuestra historia! ¿Por qué Alikasudara Maha, el primer Emperador, decidió emprender la sistemática destrucción de todos los archivos anteriores a la fecha del Dasarajna? ¿Quién construyó las babeles? Apenas contamos con cinco mil años de historia, todo lo demás se resume a leyendas y tradiciones sin ningún valor científico. Lo cual es muy conveniente para algunos. Si preguntamos a un sacerdote nos dirá que ellos ya conocen todas las respuestas: Dios, Dios, Dios.

»Esta es la gran mentira necesaria para la vida de los religiosos. El mundo, tal como existe más allá de este esquema impuesto por la Hermandad, se convierte en algo difuso, irrelevante, y en gran medida imperceptible, acabando por no existir tan siquiera...

Jonás se detuvo y miró suspicazmente al interrogador.

—Por favor, continúe. Me interesa.

—No lo creo. ¿Qué está intentando averiguar sobre mí? ¿Por qué no me lo pregunta directamente?

—Ya le he dicho que mí trabajo es el de aislar los elementos indeseables o peligrosos. Si estuviera inculpado por delitos de sangre, no habría duda; habría sido directamente entregado a la Hermandad, y que ellos se arreglaran con usted.

—Sin embargo, parece una persona violenta. ¿Por qué odia a la Hermandad? No lo sé, sus motivos tendrá... Pero, ¿hasta dónde estaría dispuesto a llegar en su odio hacía la religión? ¿Habría participado en la Toma de la babel de haber vivido en aquella época?

—Yo estaría dispuesto a matar bhaktas... —dijo Jonás tranquilamente, y al observar la esperada mirada de asombro del marino continuó—. Pero esa matanza la ejercería mediante la enseñanza. Sí yo mato su ignorancia, combato la Religión con argumentos y Ciencia, ¿acaso no estoy exterminando el Virus-Religión que les infecta?

»Siempre he pensado que la Toma de la babel fue una estupidez. ¿De qué sirve liquidar sacerdotes? De nada, tienen la mala costumbre de convertirse en mártires, y esto sólo complica las cosas. Sin embargo, fíjese en el Imperio. La Hermandad apenas tiene poder allí. ¿Por qué? Porque son cultos. La religión es un germen que se extingue rápidamente cuando entra en contacto con la luz del progreso.

—¿Y no cree acaso que ésa es la labor que está realizando la Utsarpini de Kharole? Mientras permanezcamos divididos no podremos hacer frente a los continuos ataques llegados del exterior. Derrocharemos nuestras energías en continuas e inútiles guerras intestinas. Mientras no tengamos paz no tendremos tiempo para dedicarlo al progreso. Y la paz no es posible en una sociedad totalmente feudalizada como la nuestra.

—¿A quién intenta convencer? Ustedes son aliados de la Hermandad. Invadieron este planeta combatiendo hombro con hombro con los religiosos.

El oficial sacudió un brazo como si intentara alejar aquel argumento.

—Eso es lo de menos. El trabajo de los políticos es conseguir alianzas, no importa lo absurdas que parezcan éstas. El de los militares es obedecer órdenes, y luchar por un ideal. Mi ideal, doctor Jonás, es muy semejante al suyo: Cultura y Progreso...

—Aquí en Vaikunthaloka teníamos una sociedad avanzada y libre. Teníamos una democracia. Ustedes han acabado con todo. La Hermandad ya ha empezado a aplicar la censura en todos los medios de comunicación... ¿Es ésta su labor culturizadora?

—¿Libre y democrática? ¿Quién está intentando engañar a quién ahora? Su sociedad era una excusa de los Vaisyas para perpetuarse en el poder. Y ustedes los kamakaras, científicos, administradores y comerciantes, colaboraban descaradamente con ellos. ¿Censura? ¿Para qué necesitaban la censura contra los sudras, si la mayoría no sabían leer ni escribir... ?

—¡Pero era un primer paso! ¿Qué posibilidades tendremos con la Hermandad ejerciendo su poder implacable? Oh, por supuesto, ellos enseñarán a leer y a escribir a los Sudras en sus escuelas para pobres. Pero, ¿de qué les servirá, si sólo tendrán textos religiosos a su alcance... ?

El comandante sonrió.

—Como usted ha dicho, es un primer paso. ¿Se da cuenta? Ambos creemos en un mismo fin, pero seguimos distintos caminos para conseguirlo...

Jonás reconsideró eso durante un momento.

—De todas formas —continuó el comandante —, esto es irrelevante, yo ya he tomado una decisión...

Se puso en pie. Jonás lo miró con asombro.

—¿Puedo saber de qué se trata?

—Acaba de ser admitido en la Marina de la Utsarpini...

—¿Me está tomando el pelo, o es que no ha visto mis piernas?

—No le serán ningún problema en el espacio.

—Gracias, es tentador, pero creo que ese día tengo una cita con el dentista.

—Por supuesto, puede rehusar...

—¿Y en ese caso?

—En ese caso, será entregado a la Hermandad.

—Claro, soy libre para rehusar y morir.

—Mírelo de esta forma: la Hermandad está tras de usted, y usted sólo tiene un medio para salir del planeta, una nave militar. Puede viajar en ella en un cómodo camarote, como oficial científico. O puede, en cambio, ser trasladado en el compartimento de carga, junto a otro millar de reclusos, hasta alguna olvidada prisión en Nirgunaloka...

—La decisión es suya. Piénseselo, doctor.

Y salió de la sala sin darle tiempo a Jonás de decir nada más.

II. LA HERMANDAD

Dijéronse unos a otros.

¡Vamos a hacer ladrillos y a cocerlos al fuego!

Y se sirvieron de los ladrillos como de piedra
,

y el betún les sirvió de cemento; y dijeron.

¡Vamos a edificar una ciudad y una torre
,

cuya cúspide toque los cielos...!

GÉNESIS (11.3)

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