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Authors: Juan Miguel Aguilera,Javier Redal

Tags: #Ciencia Ficción

Mundos en el abismo (7 page)

BOOK: Mundos en el abismo
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—Sí, Jagad-guru. Más Cercano de Martyaloka que de nosotros en realidad... Ah!, ya veo lo que propones... pero no es posible. A la velocidad a la que se mueven los rickshaws ni siquiera desde Martyaloka podríamos interceptarlos... No podríamos igualar velocidades, Jagad-guru.

—No tengo intención de interceptar al rickshaw. Dejemos que el Imperio y Khan se ocupen del asunto. Nosotros llegaremos en el momento oportuno. y recolectaremos el fruto de su trabajo.

—No estoy seguro de entenderte, Jagad-guru... —dijo Swami confuso.

—Partirás inmediatamente hacia Martyaloka. Allí te pondrás al mando de nuestra flota, y acudirás a la cita con Khan y el Imperio.

—Una cita a la que no hemos sido invitados... ¿Qué es exactamente lo que debo conseguir? ¿Y qué medios puedo utilizar para ello?

—Todo nuestro poder se basa en el control de las babeles. Nuestros misioneros en el Imperio tienen poco éxito, porque en él las babeles son innecesarias para salir de un planeta. Si los sueños de reconstrucción de Khan tienen éxito, es muy posible que pronto se conviertan también en artefactos inútiles en todo este sector, haciendo que nuestra estrella se extinga. Los rickshaws son una fuerza que no debemos menospreciar. La Hermandad debe controlar esta arma capaz de destruir rickshaws. También debemos controlar, si ello fuera posible, a los rickshaws mismos. Es importantísimo que así sea. Cualquier medio a tu alcance es bueno si obtienes a cambio ese secreto para nosotros.

—¿Cualquiera...?

—Cualquiera, hermano. Lo dejo a tu criterio.

—Pero...

—Parte inmediatamente, Swami. Toma la nave más rápida de que dispongamos hacia Martyaloka, y cumple tu misión. Nosotros desde aquí nos ocuparemos de las posibles consecuencias de tus acciones.

Swami se levantó, besó fraternalmente uno a uno a los allí reunidos (a Srila en las manos), y salió de la sala dirigiéndose hacia la estación de ascensores, mientras su lustrosa melena ondeaba a su espalda.

Hubo un instante de denso silencio tras su partida. Finalmente, Kovoor dijo casi en un susurro:

—Te das cuenta, Jagad-guru, que esto podría significar la guerra abierta contra Khan, y posiblemente contra el Imperio.

—Concede un poco de perspicacia a este anciano, hermano..

—Sí, Jagad-guru —se apresuró a decir Kovoor con humildad.

...prepárate para acompañarme en una visita a nuestro bienamado protector Khan... Ocúpate también de todas esas cuestiones de boato y pompa que tanto gustan a los no iniciados.

—Pero, Jagad-guru —intervino Shantya—, las relaciones con Khan no son aún lo suficientemente distendidas como para...

—Precisamente por eso. Ya va siendo hora de que empiecen a serlo. Ocúpate de todo, hermano Kovoor.

Kovoor asintió. Los demás también aceptaron las órdenes de Srila. Todos sabían que el consejo de acaryas era meramente consultivo, y que siempre, en última instancia, era responsabilidad del Jagad-guru tomar las decisiones definitivas. Aunque éstas condujesen al desastre.

DOS

Uno de los mayordomos de palacio condujo a Job Isvaradeva hasta el salón donde Kharole y Kautalya esperaban.

Kharole vio al joven comandante, demasiado joven para su elevado rango, que intentaba parecer mayor adornando su afilado rostro con un bigote apenas poblado. La delicadeza de sus huesos y la suave línea de sus labios delataban a Isvaradeva como un subandhu.

—A vuestras órdenes, chattrapati —dijo Isvaradeva saludando militarmente.

Por su parte, Isvaradeva se concentró en aquel hombre. Era una leyenda viviente, el líder que se había propuesto cambiar el curso de la historia, y que estaba en camino de conseguirlo:

Khan Kharole.

En cierta forma, aquel encuentro resultaba decepcionante para Isvaradeva, conocía a Kharole a través de infinidad de carteles y películas que lo mostraban en la plenitud de sus años jóvenes. Ahora tenía ante sí a un hombre de rostro ya maduro, adornado por una impresionante barba canosa, que en sus profundos ojos de halcón empezaba a dejar traslucir el agotamiento de una vida de continua lucha.

—Espero que me disculpes, comandante. Uno sabe la hora a la que empiezan estos malditos actos, pero nunca tengo ni idea del momento en que terminarán. Sin duda te cité, y has estado esperando.

—Apenas unos minutos, chattrapati.

—Bien, lamento que no hayas podido venir antes y acompañaron. ¿Te apetece tomar algo, comandante? Los cocineros, por exceso de celo, han preparado comida para un regimiento.

—Sí... eh, gracias chattrapati, pero comí hace una hora en la nave.

—¿La Vajra? ¿En qué estado se encuentra?

—Ya casi totalmente repuesta del último combate. Pronto estará dispuesta para volver a la acción.

—Estoy seguro de ello. Bien, bien... Tenemos que hablar, ¿sabes? Acompáñame. Kautalya, búscanos un lugar más tranquilo.

Kautalya les condujo a través de varias salas hasta la biblioteca. Llegaron a ella tras un largo viaje por tortuosos pasillos que resultaban (por contraste con el desabrigado comedor) opulentos. Pesados tapices cubrían las paredes; una gruesa alfombra se extendía sobre las frías baldosas de mármol. Óleos de ciudades y paisajes de los más pintorescos mundos del Imperio colgaban a intervalos regulares sobre los tapices; un tenue y no desagradable olor flotaba en el ambiente procedente de ocultas flores. Finalmente llegaron a la Sala. Entraron, y Kharole cerró las dobles hojas de la puerta tras de sí.

Isvaradeva estudió admirado la inmensa cantidad de libros allí acumulados. Muchos debían de pertenecer originalmente a la sala, pero Isvaradeva sabía que Kharole viajaba siempre con una pequeña biblioteca a cuestas.

—¿Fumas...? —dijo, abriendo una caja de cigarros y ofreciéndosela.

—No, gracias, chattrapati —rehusó Isvaradeva.

—Gosser, mi médico, quiere que lo deje. Pero, maldita sea... si no puedo ni disfrutar de estos pequeños placeres. —Kharole encendió un cigarro. Emitió un anillo de humo con satisfacción—. También me agobia con su cantinela de que como demasiado...

Expulsó el humo y señaló los libros con el cigarro.

—En ocasiones estudio hasta muy tarde, por las noches cuando me desvelo. Sin embargo, sé que ésta es una batalla que me ha tocado perder. Quizás porque empecé muy tarde, nunca llegaré a dominar estas ciencias por completo. Cuando era joven tenía otros problemas. Y por otro lado el estudio no estaba muy bien visto en aquellos oscuros tiempos.

—Todos sabemos cómo su chattrapati ha luchado para cambiar eso.

—Hombres como tú, comandante, son los que están haciendo posible mi sueño.

Uno de los camareros trajo el té. A Kharole no le gustaba beber sin acompañarlo con algo, de modo que sirvió una bandeja con una tetera, pasteles, frutos secos, jarritas de crema y un par de platillos de nata.

—Ah, se me olvidaba. ¿Un coñac?

—Eh... no, gracias, chattrapati. No tengo costumbre.

—Eso está bien. Yo tampoco; comer mucho y beber poco, ésa es mi regla. Pero hizo un gesto vago con el puro —no pretendo que lo sea para todo el mundo.

La mano de Kharole se alargó hacia un dossier que había en una mesita cercana. Lo hojeó descuidadamente con la mano libre. Isvaradeva miró la portada, sintiendo un vago deseo de alargar la mano para cogerlo y leerlo. En lugar de eso bebió un sorbo de té. Buena bebida, en nada similar al sucedáneo que servían en las naves de guerra.

—Hummm... No está mal. El Almirantazgo parece tener muy buen concepto de ti. Prácticamente te presentan como el principal artífice de la victoria. Me han cursado una docena de peticiones proponiéndote para la máxima condecoración militar. Pero, ¿sabes una cosa...? Yo no necesito héroes. Los héroes son para las derrotas. Para que la muchedumbre se fije en ellos, y olvide las pérdidas. Necesito en cambio valientes con un sentido del deber como el que tú posees...

Las cejas grises de Kharole se alzaron, y su mirada penetrante se dirigió al rostro de Isvaradeva.

—Conocí a tu padre. Ah, ¿no lo sabías? Claro; sabiendo cómo pensaba, una amistad como la mía no era algo por lo que ir presumiendo por ahí, ¿no te parece?

—Bueno...

—Vamos, no disimules. Supongo que me habrá llamado "salvaje maloliente", "yavana depredador", "saqueador de tumbas" y otras cosas por el estilo.

Isvaradeva se sentía embarazado por la desconcertante franqueza de Kharole, aunque ya le habían advertido. De todos modos, la posición de su padre no podía ser más lógica. El poder de su Clan se basaba en la posesión de la mayor y más rica región agrícola de Krishnaloka. Cuando el Imperio se retiró de la zona, acompañado por algunos de los clanes más influyentes, sus antepasados no pudieron enrollar sus tierras, meterlas en el equipaje y hacer otro tanto. Tuvieron que quedarse y gozaron de cierto poder e independencia, hasta la llegada de los Kharole.

Khan siguió hablando, con mirada vaga.

—En el fondo, yo lo apreciaba. Tenía valor, hay que reconocerlo. Y creo que él también a mí, aunque no le gustase admitirlo. ¡Un subandhu del Imperio, de la más alta alcurnia, recibiendo órdenes de un yavana guerrero de familia vaysia! Pero, amigo, la vida es así. Todo el sector estaba en pleno caos: angriffs, rebeldes, bandidos. ¡Qué diablos, si incluso había subandhus que capitaneaban naves piratas! Una pandilla de forajidos que estrujaban el bali a una población que vivía al nivel de las bestias, y que buscaban camorra con sus vecinos para cobrares el chauth. Que es, dicho sea de paso, una forma bastante ineficaz de financiar los gastos del estado. ¡Un auténtico estado de peces, puedes creerme!

Dio una larga chupada al cigarro, exhalando una nube de humo con un suspiro de nostalgia.

—¡Qué tiempos aquellos! Ahora tendría dificultades para embutirme en una cápsula de caída —se palmeó el abdomen—. Tu padre, Isvaradeva, era un hombre cabal; pero ya sabes: por aquí y por allá, había jefes y jefecillos y barandas y de todo, que hacían lo que les venía en gana, sin que nadie pudiera toserles. Tu padre fue una especie de almohadilla entre ellos y la Utsarpini. Sin duda, se evitaron muchas vidas gracias a su buen hacer como negociador.

Quedó un rato silencioso, absorto en sus recuerdos. Isvaradeva se aventuró a decir:

—¿Sí?

Los labios de Kharole se curvaron en una media sonrisa cínica.

—Algún día tenemos que hablar de todo esto, muchacho. Me gustaría conocer mis grandes hazañas. Quizás yo sea el menos informado. ¿Y qué tal me trataban los queridos Hermanos?

—Solo leí elogios.

—Ah, sí —sonrió Kharole—. Aunque sospecho que los Hermanos del Sagrado Fuego de Agni habrán destruido algunos, a raíz de los últimos problemas de Su Divina Gracia conmigo. No muchos, supongo. Srila sabe a quién debe arrimarse. Pero no hablemos de eso. Nuestro tema eres tú.

»Isvaradeva, necesito a un buen oficial. Un tipo que sepa usar sus ojos, oídos y cerebro, antes que los músculos. Un soldado leal.

Se puso repentinamente en pie, y se dirigió a un extremo de la habitación. Isvaradeva, cogido por sorpresa, dejó su taza y se levantó. Se acercó al lugar en el que estaba Kharole, en respuesta a un movimiento de su mano.

Había un objeto enorme y extraño. Parecía un gran bloque de vidrio o plástico transparente, de forma aproximadamente cúbica, de un metro y medio de arista. Descansaba sobre una base metálica de unos treinta centímetros de grosor, y tan ancha como el propio cubo.

—¿Tienes idea de lo que es esto, muchacho? —preguntó Kharole.

Isvaradeva lo examinó cuidadosamente. En el fondo del cubo habían unas cosas... Parecían ¿lentes? ¿proyectores? ¿cámaras? Un aparato, pero no se velan mandos de ninguna clase.

—Parece un artefacto... ¿Imperial?

—Es un artefacto Imperial. Un regalo de cumpleaños, de parte de monseñor Sidartani —el tono de Kharole era falsamente amable—. Lo llaman un "holotanque". Es un aparato de visión. Microcomputerizado. Aquí está su tablero de control.

—¿Esto? —Isvaradeva no pudo ocultar el asombro.

El tablero era una placa de reluciente plástico negro, de tamaño doble al de un libro. Lo sostuvo en su mano. Apenas pesaría trescientos gramos.

—Sí, esto —Kharole lo cogió y accionó un interruptor lateral. Al instante, la superficie de la placa se iluminó con hileras de letras y números—. Increíble, ¿no es así? Se comunica con el resto por ultrasonidos, o infrarrojos, o por telepatía, vete a saber. Kautalya, ¿quieres correr las cortinas, por favor?

El peswa obedeció. Mientras, el holotanque parecía dar señales de vida. Un suave zumbido de ventiladores llegaba de su base.

El interior del holotanque parecía lleno de... Parecían puntos luminosos. De repente comprendió. Era una reproducción, increíblemente detallada, del Akasa-puspa.

—Un prodigio de la ciencia Imperial. Me gustaría saber cómo funciona. Mis técnicos en ordenadores querrían abrirlo, pero no se atreven. Y yo tampoco les dejo. Me dicen que uno de nuestros ordenadores que hiciera lo mismo abultaría tanto como este edificio... y eso que, según creen, la mayor parte del volumen de esta cosa es el conjunto de proyectores.

Isvaradeva escuchaba a medias. Una esfera de puntos luminosos que giraba lentamente ocupaba todo el volumen del cubo, espesándose en el centro, donde formaba una bola de luz casi deslumbradora. La luz permitía (como comprobó) leer letra impresa.

Mirando de cerca, se dio cuenta de que cada estrella se movía en una complicada danza, influida por sus vecinas; pero, a grandes rasgos, todas giraban en torno al núcleo de Akasa-puspa en la misma dirección.

—Esto me servirá para mostrarte el problema, como hizo conmigo Sidartani. —Isvaradeva respingó al oír la voz de Kharole—. Si te consuela, mi boca estaba casi tan abierta como la tuya.

Isvaradeva se volvió. El rostro de Kharole estaba iluminado por las luces del tablero, que seguía sosteniendo en su mano.

—A ver si me acuerdo... esto era para disminuir el brillo.

—El brillo del Akasa-puspa se atenuó un tanto—. Ajá. Y ahora... En el interior del holotanque comenzó a extenderse una delgada línea de luz azul, formando un arco casi perfecto. Atravesaba entre las estrellas, en una zona intermedia entre el Núcleo y el Límite.

Pronto la línea hubo cerrado un círculo en torno al Akasa-puspa. Entonces empezó a formarse otra.

Y otra.

Y otra más.

—Estás contemplando el desarrollo del Sistema Cadena —dijo Kharole—. Supongo que sabrás de qué se trata...

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