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Authors: Marcela Paz

Tags: #Infantil

Papelucho y mi hermana Ji (3 page)

BOOK: Papelucho y mi hermana Ji
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Y como el ladrillazo del Cloro, me vino a la cabeza el recuerdo de la Ji amarrada. Volé a mi cuarto y la encontré durmiendo, muy feliz. La desperté, la desaté y la llevéa a la rastra porque se había tullido.

La mamá me recibió nupcialmente diciendo que yo era realmente admirable, pero me cayó remal que me encontrara así porque me carga que me encuentren admirable puramente porque me había acordado de una cuestión que antes se me había olvidado.

Y por suerte hoy no había colegio porque era el día del trabajo

Así que cuando me remeció el Jolly esta mañana para despertarme, salté de la cama y ni siquiera me lavé porque me iba a ensuciar en el trabajo. Atravesamos la calle corriendo, pero justo en ese momento se iba una carretela llevándose el disparador de cápsulas espaciales, y aunque corrimos atrás, ni lo alcanzamos porque huasqueó los caballos y arrancaron a todito galope.

Volvimos a la feria y encontramos una hoja de cuarderno que parecía una carta y decía: "Como esta Feria es Libre, nos llevamos unas tablitas. ¡Biba la libertad!". La carta era anónima y con pésima letra.

Teníamos tanto que hacer que ligerito se nos pasó la rabia. Los Ulloa habían traído clavos y martillos y se largaron a instalar la oficina, mientras el Jolly vendía antiguedades. Dona Petra, la señora del zapatero, dijo que era mejor vender cantoras con plantitas, así que el Jolly partió con los Ulloa y en poco rato tenían todas plantadas con flores de su propio jardín. Y se vendieron ligerito.

Lo malo que cuando quisimos repartirnos la plata. Eran puras dos lucas cincuenta y éramos ocho socios, sin contar al Clodomiro, que, aunque estaría en el hospital, todavía era socio.

—Apenitas alcanza pa´un helado —dijo Efrén.

—Podíamos lenguetearlos entre todos —dijo yo.

—Rifémosla —dijo Efrén.

—No —dije—: así queda uno contento y siete lo contrario. Mandémosle un helado a Clodomiro.

El Jolly alejó que había que capitalizar, lo que quiere decir juntar plata para los inventos. Lo mejor era hacer un entierro cuando fuera la noche, dijo un Ulloa. Pero Efrén le dijo a Jolly "gringo agarrao" y el Jolly se enojó y dijo que se iba de la sociedad con todos sus cajones.

Se armó la discusión, la pelea y qué sé yo, y cuando estábamos en lo peor frenó un camión hirviendo y tiritando y escupiendo. Metía tanta bulla que no pudimos seguir peleando, y el dueño del camión se bajó a conversar.

—A ver si me venden los cajoncitos —dijo rascándose el cogote—. ¿ Cuánto pide por ellos? —le preguntó al Jolly, como si fuera adivino que eran suyos; pero el Jolly se quedó paralizado y no contestó.

—¿Paga al contado? —le preguntó Efrén Ulloa.

—"Cash" —dijo el camionero.

—¿Y cuánto? —pregunté yo.

—Ustedes tienen que poner precio.

—Son importados —dijo Efrén—, madera viajada…

—A mí me da igual —dijo el hombre escupiendo, total los quiero para hacer un cuarto.

—¿Un cuarto para qué? —le pregunté. Me dio miedo que nos quisiera robar la idea de la cooperativa…

—Pa´vivir, puh…

Me acordé de las callampas, de esos cuartos de tablas separadas que son puras rendijas… El cajón espacial cooperativo serviría de buen dormitorio si le ponían ventana y puerta. Me gustaba la idea. Pero es ese momento el camión dio un tiritón más fuerte, un pataleo mortal y se paró el motor. El camionero corrió a hacerlo partir antes de que se enfriara.

—Hay que pedir recaro —dijo un Ulloa—. Una casa vale plata, millones…

—Si ése tuviera millones arreglaría el camión —dije yo.

—Si lo vendemos se acaba la feria, los inventos, todo —dijo otro.

—Si no lo vendemos se lo van a llevar de todos modos —dijo el Jolly. El motor del camión empezó a funcionar como un terremoto y nadie oyó más nada y cuando el dueño nos hablaba s iba poniendo colorado y colorado de gritar y nadie le entendía. Todos chillaban, pero nada de oía. A los Ulloa les salían ampollitas de agua en la nariz y a Jolly le saltaban los ojos. Entretando el camionero desarmaba las tablas de la oficina y las echaba al camión.

El Jolly se insolentó con los Ulloa. Se creía como dueño; los Ulloa se enfurecieron y como nadie oía nada, la cosa se volvió patadas y canillazos. Yo por tratar de separarlos me quedé atónito de un solo puñete. El camionero me elevó en el aire, me palmoteó y me volvió en mí. Acercó su inmensa boca a mi inmensa oreja y me chilló adentro:

—Con usted solo me entiendo. ¿Cuánto quiere por fin?

Pero yo tenía la lengua aturdida y sangrienta, porque me la había mordido, así que ni podía explicarle que éramos socios. El camionero pescó a Jolly y el Jolly creyendo que le iba a pegar le mandó un patada. Se armó la grande porque el chofer se enrabió y de un papirote mandó lejos al Jolly y el racimo de Ulloas que lo defendían. Entonces los Ulloa se treparon al camión y cuando puso primera partió de un brinco sin darse cuenta que junto con la casa se llevaba a los cinco Ulloa.

Jolly lloraba en el suelo donde antes estuvo nuestra oficina.

—Yo que tú me consolaba —le dije—. O se acabó el negocio por siempre o los Ulloa van a cobrar bien caro por el cajón.

Jolly seguía llorando cuando se dio cuenta de que tenía en la mano una cuestión. Era un carnet, pero no era de chofer sino que puramente un carnet de castidad de un tal Caupolicán Astudillo. Eso lo consoló. Y nos sentamos a esperar que volviera a buscarlo. Pero el tal Caupolicán y los Ulloa no volvieron nunca jamás hasta que los expulsamos de la sociedad para siempre. Y cuando los expulsamos, fuimos a celebrarlo en casa de Jolly y comimos jamón importado hasta que nos dio hipo.

En la casa del Jolly estaba la Ji, haciéndose la muñeca, y mientras todos le hablaban, ella, como recién nacida, contestaba puramente "te-te-te-te" y mostraba sus dientes de conejo subdesarrollado.

Claro que mientras tanto se iba haciendo dueño de cada cosa, de los juguetes, los caramelos y hasta de la guagua de tres meses. Porque la Ji es de esa gente que cree que nadie es dueño de nada y todo es de ella y no entiende cuando le digo que mis cuandernos son míos, y los garabatea y rompe feliz.

La Ji tenía aferrada la guagua gorda y resbalosa de ojos azules y color de membrillo, pero se le caía de los brazos. Y la mamá de Jolly tenía angustias y terrores de los zangoloteos y apretones que le daba la Ji a su guagua importada.

—It is my baby —le decía con voz de ronda.

—It is my baby —contestaba la Ji furionda pegándole en las manos que se la querían quitar. Yo me puse delante y le hablé con voz de honor.

—¡Ji, esa guagua noes tuya y tú tampoco sabés inglés!

—¿What? —gritó la Ji y me miró perpetua. Luego hizo pucheros y uno tan inmenso que reventó en un llanto bastante atroz. Me dio tanta verguenza que esa mamá americana viera llorar así a mi hermana chilena que decidí hipnotizarla. La miré con violencia y telefoto, hasta que la Ji se esterilizó y soltó la guagua. Por suerte la mamá importada la peloteó a tiempo en sus pecosos brazos. Entonces aproveché para llevarme a la Ji a mi casa mansita y buena como una santa. Y quedó santa ese día porque ni se perdió ni robó dulces ni se creyó cosas, sino que anduvo todo el día detrás de mi como una esclava.

—Papelucho, ¿quieres que te haga un mandado? —me preguntaba a cada rato. Y yo la mandaba lejos, pero volvía.

—¿Te limpio los zapatos?

—Sí —yo estiraba la pierna y ella lustraba como verdadero lustrín.

—¿Te recojo los tornillos? —yo estaba armando la juguera, que se había trancado y tuve que desarmarla.

—¿Te recojo los vidrios? —claro, se resbaló el vaso grande de mis manos chicas, pero la Ji recogió todos los pedacitos. La Ji puede ser santa yo creo, y pienso amaestrarla, porque sería regio tener una santa hermana propia y que la puedan carbonizar. Y más vale que sea santa, ya que es mujer y ella ni tiene la culpa. Y a mí me da congoja de que no tenga remedio porque ella nació así. Y las mujeres siempre están creyéndose cosas y me parece que si la Ji no resulta santa, al menos puede resultar como artista de teatro.

Así que le escribí una comedia para que la represente. Esta es mi comedia:

El entretecho

Comedia en tres actos inéditos

Primera edición

Acto único

Ella había salido a comprar una torta para preparar todo. La Ji y el Jolly se aprendieron al tiro sus papeles. Lo único difícil era el escenario, por eso lo dejamos para el último.

Hicimos unos cartelones grandes pintados con el rouge de la mamá y los clavamos en la puerta. Y decían:

Hoy gran première a beneficio

de la Sra. Jimena Sotovela.

¡Aquí!

El Jolly hizo los programas con papel confort, que es el único que hay en esta casa, y la Ji vendía las entradas en la puerta. La gente le quedaba debiendo, pero le van a pagar después de la función. A las siete estaba todo listo.

—Mamá, muy feliz día. Le tenemos una gran sorpresa —le dije—. ¡Una función de teatro para usted!

—¿Ah, sí? —dijo medio evaporada y de repente se enchufó: —¡Claro! vi el letrero. Tenemos que hablar —dijo con voz grave, y se fue a la cocina a preparar la entrada.

A las siete y diez llegó la mamá de Jolly, la Veracruz, su empleada y los Rebolledos, que cuidan ahora del sitio. Los hice subir y fui a llamar a la mamá.

—Mamá, va a empezar la función. Aquí tiene el programa. Usted no paga.

—¡Ah! Tu comedia… —dijo con voz cansada.

—No se preocupe, está lista y la gente arriba esperándola.

—¿A mí? ¿Arriba? ¿Por qué arriba?

—Ahí está la sorpresa…

Subimos. Era en el cuarto de baño, naturalmente, y la tina estaba llena, porque era el mar.

La cortina estaba corrida, era el telón. Las aposentadurías estaban ocupadas con los espectadores, pero le hicieron hueco a mamá en el w.c. y la mamá de Jolly ocupó el bidet. Encendí las luces y corrí el telón.

No sé lo que pasó. La Ji y Jolly, que estaban en alta mar embravecida, parecían perros mojados y el Jolly se equivocó y dijo las palabras de la Ji y la Ji le dio por estornudar y estornudar. Total, nadie entendió nada y la mamá me retó porque a la Ji le dio fiebre de garganta, y la mamá me echó la culpa a mí cuando ella fue la que se demoró tanto en subir. Yo pienso que esto debe ser lo que llaman desengaños de la vida. Uno quiere hacer una sorpresa feliz para otro, y ese otro lo reta a uno.

Cuando uno está en el colegio y además tiene una hermana chica que aparecer, ni hay tiempo para escribir. Apenitas los días de fiesta. Hoy fue un domingo medio trágico. El papá y la mamá salieron a misa y no volvieron. A la hora del almuerzo, la Domi dijo:

Con la de accidentes que pasan todos los días, no tiene nada de raro… —y puso en la radio la onda policia. Oímos siete choques, cuantro incendios, dos robos, un envenenamiento y dos puñaladas de venganza. Pero de mamá nada dijo.

—No importa —dijo la Domi—. Esos son los hechos de policía del amanecer. Más tarde dan los de la mañana.

—¿A qué hora?

—A las tres. Y más vale almorzar y se sentó a la mesa en el asiento de la mamá. Pero yo ni quería comer. Tenía adentro una cuestión parecida a los remordimientos. ¿Estaríamos huérfanos? Me dominaba y trataba de pensar como un hombre, pero lo malo es que no podía tragar. Claro que si el papá y la mamá murieron a la vuelta de misa estarían en el cielo. No debía preocuparme por ellos. Tampoco de mí, porque soy un hombre. Pero ¿y la pobre Ji? huérfana antes de cumplir tres años… Y entonces me di cuenta de que ella no estaba en el comedor, y lo peor es que nadie me decía que la buscara. Eso me dio congoja.

—¿Dónde te habías metido? —le dije cuando volvió.

—Salí a caballo en un caracol y me aburrí.

—¡Ah!

—Después monté a caballo una abeja, pero le dio por darle vuelta a una flor y me marié.

—¡Ah!

Entonces trepé en un gusano y se volvió mariposa…

La Ji es despistada. No tiene cachativa. No comprende lo que nos pasa. Ni se fija que yo contesto puramente ¡Ah! porque estoy preocupado.

—La llevé al escritorio del papá. Tan bueno que era el hombre y tan desordenado. Mañana le ordenaría sus papeles. Hoy no podía con el tremendo cototo. Lo mejor era salir a la calle, porque en la calle no se llora. Caminamos con la Ji, dos huérfanos como todos los huérfanos. Entré a la iglesia con ella y le pedí a Dios que nos llevara al cielo a todos de una vez. Pero Dios está tan ocupado los días domingo, que no me oyó.

BOOK: Papelucho y mi hermana Ji
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