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Authors: Daphne Skinner

Tags: #Fantástico, Humor, Infantil, Juvenil

Pesadilla antes de Navidad (3 page)

BOOK: Pesadilla antes de Navidad
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Lock, Shock, y Barrel eran astutos y listos. Y siempre se guardaban una carta en la manga. El peor, la criatura a la que ellos llamaban su jefe, quien les había formado para ser pequeños alborotadores, era Oogie Boogie. Cuando pensó en Oogie, el Alcalde no pudo evitar lanzar un agudo chillido.

El mezquino, diabólico, Oogie era un gigantesco e hinchado saco, abarrotado de insectos repugnantes y de serpientes que se arrastraban entre los medio descosidos puntos de costura del saco. Su actividad preferida era salir por la noche en busca de presas, buscando cosas —o gente— para comer. Oogie estaba siempre hambriento. Era la criatura más temible de la Ciudad de Halloween.

—¡Jack, Jack! —gritó el Alcalde—. ¡Son los chicos de Oogie!

Jack simplemente sonrió. ¡Era asombroso! Parecía como si Jack se alegrara de verdad de ver a esos pequeños demonios.

—Ah, los mejores tramposos de Halloween —dijo, inclinándose para darles unos golpecitos en la cabeza a cada uno—. El trabajo que os he asignado a vosotros es un secreto. Se necesita astucia e ingenio.

Los ojos de Shock brillaron bajo su máscara de bruja.

—Y nosotros que creíamos que no te gustábamos, Jack —dijo con una risotada.

Jack se arrodilló para poder susurrar:

—Nadie, absolutamente nadie, debe saber nada acerca de esto. ¡Ni un alma!

El Alcalde no se lo podía creer. Jack no sólo había invitado a Lock, Shock, y Barrel, sino que ahora además estaba tramando algún plan secreto con ellos. ¿Qué era lo que estaba pasando?

Jack apenas se dio cuenta de la curiosidad del Alcalde. Estaba demasiado ocupado explicándoles a Lock, Shock, y Barrel la parte más importante de su plan, la parte correspondiente a Zampa Claus. Cuando acabó los miró larga y fijamente.

—Ah, algo más —dijo—. Que Oogie Boogie se mantenga al margen de todo esto.

—Claro Jack —dijo Lock.

—Lo que tú digas, Jack —dijo Shock.

—Ni se nos ocurriría, Jack —dijo Barrel.

Y todos cruzaron los dedos por detrás de sus espaldas. ¡Estaban mintiendo! Pero ¿Cómo podía saberlo Jack?

Cuando los tres monstruitos salieron apresuradamente del Ayuntamiento, riéndose sofocadamente con alborozo, Jack sonrió a sus espaldas. Su sueño, pensó, se iba a realizar pronto. Qué lejos estaba de imaginarse que muy pronto el sueño se convertiría en una pesadilla.

A Lock, Shock, y Barrel les gustaban las pesadillas. Alegremente se fueron a su casa del árbol, que estaba encaramada a un viejo y nudoso árbol en lo alto de un escarpado barranco. Una vez allí, el terrible trío se sentó y los tres se quitaron las máscaras. Se sonrieron unos a otros. Sus caras de verdad eran exactamente iguales que las de las máscaras, pero nadie en la Ciudad de Halloween lo sabía, excepto Oogie Boogie.

Empezaron a planear su crimen. ¿Cómo llevarlo a cabo?

Lock, que a menudo pensaba en voz alta para el resto del grupo, dijo que tenían que prepararle un trampa a Zampa Claus, y luego tirarlo en una gran langostera, que es donde debería estar. Luego a Lock se le ocurrió una idea mejor. ¿Qué tal si iban hasta su puerta con un cañón? Eso podía resultar divertido.

Shock, el cerebro de la operación, desdeñó esta idea. ¿Qué obtendríamos si convirtiéramos a Zampa Claus en un montón de trocitos y pedacitos? A Jack no le gustaría eso. Pero, por otra parte, ¿hasta qué punto era importante la opinión de Jack? Después de secuestrar a Zampa —de una pieza, claro— se lo llevarían primero a Jack, pero después irían a entregárselo a Oogie Boogie. Al fin y al cabo, trabajaban para Oogie. Debían procurar estar a buenas con él. ¿Y qué podía agradarle más que un enorme, jugoso, hombre langosta? El trío rió tontamente en señal de conformidad. ¡Buena idea! Subieron a su bañera con patas en forma de garra y partieron zumbando en busca de su presa.

Capítulo siete

Naturalmente, Jack no sabía nada de los planes de Lock, Shock y Barrel. Estaba demasiado ocupado trabajando en sus propios planes, que iba perfeccionando más cada minuto que pasaba. Estaba repartiendo tareas a toda la gente dela Ciudad de Halloween, desde el más pequeño de los diablillos hasta el mayor de los colosos. Si hacían lo que él quería, todo el mundo participaría en la Navidad, incluso la banda de música de Halloween, que tocaba cada día lúgubres melodías en las calles. Probablemente, si lo intentaban, podían aprender a tocar
Jingle Bells
.

Cuando Jack se lo preguntó, le aseguraron que podían. Al igual que la mayoría de la gente de Halloween, les resultaba nuy difícil negarle algo a Jack. A todos les gustaba mucho Jack y le seguirían a donde él les llevara, aunque fuera a un terreno desconocido para ellos.

A Sally, por supuesto, no sólo le gustaba Jack, estaba enamorada de él. Por eso cuando él se acercó a ella durante la reunión y dijo: «Sally necesito tu ayuda más que la de los demás», ¿cómo podría haberse negado?

Él quería que ella le cosiera un traje de Zampa Claus, y ella iba a hacerlo. Pero Sally no ponía el corazón en lo que estaba haciendo. De hecho, le daban miedo los planes de Jack. Se quedó pensando en el extraño presagio que había tenido, el del árbol de Navidad ardiendo. Se había asustado. Pero cuando intentó contárselo a Jack, no pudo decir mucho.

—Jack —dijo—. Por favor, escúchame. Va a ser un desastre.

—¿Por qué? —replicó él, enseñándole un dibujo de un traje de Zampa Claus—. ¡Sólo tienes que seguir el patrón!

Sally lo intentó otra vez.

—Es un error, Jack —dijo, y en su mente vio otra vez el terrible árbol en llamas.

Pero era inútil. En lo único que Jack quería pensar era en su traje.

—No seas tan modesta —le dijo jack—. Nadie puede coser esto mejor que tú.

Al final Sally cedió. Si no podía salvar a Jack, pensó Sally, cosería para él. Se encaminó hacia la plaza de la ciudad, donde los preparativos para la Navidad estaban en pleno apogeo.

En el mismo instante en que Sally salía del Ayuntamiento, Lock, Shock y Barrel entraban a toda carrera. arrastraban un gran saco con algo que se retorcía en su interior.

—¡Jack! —gritaron—. ¡Lo hemos atrapado! ¡Lo tenemos!

El corazón de Jack empezó a latir con violencia.

—¡Abridlo! ¡Deprisa! —gritó.

Riéndose tontamente excitados, los tramposos abrieron el saco. Del interior saltó un enorme conejo rosa. Y no parecía muy contento.

—¡Éste no es Zampa Claus! —dijo Jack.

—¿No es Zampa Claus? —preguntó Shock.

—Pues ¿quién es este? —dijo Barrel.

Jack no lo sabía. Nunca había visto un conejo, y menos aún un conejo gigante de Pascua como ése. Pero de una cosa sí que estaba seguro: ¡no era Zampa Claus!

Cuando dijo esto, Lock, Shock y Barrel protestaron.

—Hemos seguido tus instrucciones —gimoteó Lock.

—Hemos pasado por la puerta —dijo Barrel.

—¿Qué puerta? —preguntó Jack—. Os he dicho que había más de una puerta. ¡Se supone que habéis ido por la puerta en la que había un árbol tallado!

Les enseñó un dibujo de un árbol de Navidad.

—¡Devolvedlo al sitio de donde lo habéis sacado! —ordenó.

Los tramposos estaban decepcionados. Entonces hicieron lo que todos los asquerosos diablillos hacen cuando están decepcionados. Empezaron a echarse la culpa unos a otros. Y pronto estalló una descomunal pelea. Shock agarró a Lock por el cuello. Barrel golpeó a Shock en la cabeza.

A Jack, que normalmente era un tipo paciente, se le agotó la paciencia con el trío. Entonces hizo algo que habitualmente reservaba para las horas más oscuras de la noche de Halloween. Hizo castañetear sus huesos. era un sonido espantoso, y funcionó. El trío dejó de pelearse.

En medio del silencio, Jack se volvió hacia el Conejo de Pascua, cuya nariz rosa se movía nerviosamente de terror.

—Siento mucho las molestias que le hemos causado, señor —dijo—. Si tiene la bondad de meterse en el saco, mis amigos le acompañarán a su casa.

El conejito de Pascua no necesitaba oír ni una palabra más. Saltó otra vez dentro del saco. Lock, Shock y Barrel se lo llevaban, Jack les gritó:

—¡Llevadlo primero a casa y disculpaos otra vez! ¡Y tened cuidado cuando atrapéis a Zampa Claus! ¡Tratadlo bien!

Jack observó cómo partían los tres tramposos y suspiró profundamente. No era fácil ser el cerebro principal de una operación.

Pero tenía sus compensaciones, como descubrió al día siguiente. Cuando vio a los habitantes de Halloween preparando la Navidad en la plaza de la ciudad, el corazón de Jack se llenó de alegría. Allí estaba todo el mundo, desde el Científico Malo, muy atareado trabajando en el esqueleto del reno, hasta Sally, que estaba dando puntadas a un magnífico traje rojo de Zampa Claus, era como un maravilloso sueño que se había hecho realidad. Brincó por la plaza de la ciudad, tan contento que sus pies de hueso apenas tocaban el suelo.

¡Había tanto que admirar! En una mesa, un grupo de vampiros ensartaban pequeñas luces en forma de calavera; en otra, unas cuantas brujas hacían muñequitos de vudú; y en una tercera mesa, los hombres lobo más trabajadores de la Ciudad de Halloween se afanaban haciendo un magnífico diablillo que salía de una caja. Jack canturreaba alegremente. ¡Iba a ser la Navidad más extraordinaria que nunca habían visto!

Santa Claus también pensaba lo mismo. Muy lejos, en la Ciudad de la Navidad, mientras sus elfos ensamblaban bonitas muñecas y cocinaban apetitosos pasteles, galletas y tartas, Santa estaba sentado en su casita cubierta de nieve, haciendo una lista y comprobando por segunda vez que todo estaba bien.

Lo que leyó le hizo sacudir la cabeza con asombro.

—Bueno… bueno… malo… bueno… bueno… bueno. ¡Qué asombroso! —murmuró—. Casi no hay ningún niño malo este año.

En su coloradota cara brilló una alegre sonrisa. «Ésta será una Navidad sonada», pensó muy contento.

En ese momento sonó la campanilla de la puerta.

—¿Quién será a estas horas? —musitó Santa. De mala gana dejó la lista, se levantó con esfuerzo del sillón y anduvo hasta la puerta.

Cuando la abrió, vio tres extraños niñitos que le estaban sonriendo. ¿Por qué llevaban disfraces de bruja, diablo y demonio? ¿Por qué cargaban un descomunal saco? ¿Y qué habían querido decir, se preguntó Santa, antes de que todo se volviera repentinamente de color negro, con «trampa» o «recompensa»?

Capítulo ocho

—No pareces en absoluto el mismo, Jack —dijo Sally Muñeca de Trapo. Ella y Jack estaban en la plaza de la ciudad, ella le estaba ayudando a ponerse su nuevo abrigo rojo. A Sally no le gustaban mucho esas extrañas vacaciones de Navidad, y tampoco le gustaba el abrigo rojo, aun teniendo en cuenta que lo había cosido ella misma. Jack estaba mucho mejor, pensó, con el elegante traje negro que acostumbraba a llevar.

Pero Jack estaba en éxtasis.

—¿No es maravilloso? ¡No podría ser más maravilloso! —exclamó mientras se abrochaba el abrigo.

—Pero tú no eres el Rey Calabazas —dijo Sally, deseando que Jack recuperara el juicio.

Él ni siquiera la había oído. Por lo que a él se refería, estaba a miles de kilómetros de Halloween. Esa noche era Nochebuena, y ¡él ya estaba preparado!

Su maravilloso trineo en forma de ataúd estaba cargado de regalos fabricados por los habitantes de Halloween. Llevaba un suntuoso traje de Zampa Claus, y muy pronto —¡sólo dentro de unos minutos!— empezaría a cuajar la aventura de sus sueños.

Jack se miró en un espejo. Se dio cuenta de que se había olvidado de algo. Pero ¿de qué? Tenía el abrigo, las botas, incluso la gran barba blanca.

En ese preciso momento oyó que lo llamaban Lock, Shock y Barrel.

—¡Jack, Jack! ¡Lo traemos! —chillaron, entrando a toda prisa en la plaza. Arrastraban un enorme saco.

—¡Esta vez lo hemos conseguido! —se jactó Barrel—. ¡Sí que es enorme!

—¡Y pesado! —añadió Shock, jadeando.

—¡Dejadme salir! —retumbó una voz desde el interior del saco. De repente el saco se agitó, rodó por el suelo y se abrió. Del interior salió un hombre muy gordo con el cabello y la barba blancos. Sus ropas rojas estaban arrugadas, llevaba la gorra roja ladeada, y su coloradota cara estaba empapada de sudor.

Jack estaba emocionado.

—¡Zampa Claus! —gritó—. ¡En persona! Encantado de conocerle.

Santa Claus no era un hombre joven, pero su vida había sido muy apacible. Había pasado la mayor parte de su vida con los alegres y trabajadores elfos y el resto con los niños dormidos, que son más angélicos que cuando están despiertos. Hacer maravillosos regalos de Navidad y después dárselos a los niños y las niñas buenos no le había preparado para… esto.

Miró a su alrededor horrorizado. Demonios y monstruos, cada uno más asqueroso que el anterior, arrimándose a él, moviendo nerviosamente sus caras con curiosidad. ¿Quiénes eran? Y ése alto, ese tío de huesos, que parecía obvio que era el jefe, sonriéndole tontamente todo el tiempo. ¿Por qué? En la cabeza de santa se arremolinaban docenas de preguntas que no llegó a pronunciar.

—Sorprendido —¿no? —dijo el tío de los huesos—. ¡Seguro que lo está! No necesita preocuparse por nada esta Navidad. Nosotros lo hemos arreglado todo. Puede tomarse la noche libre.

El corazón de Santa casi dejó de latir. ¿De qué estaba hablando ese esqueleto? ¡Nochebuena era el punto culminante de todo el año! ¡Tenía que conducir el reno! ¡Tenía que entregar regalos! ¡Y ahora empezaba a ser demasiado tarde!

—¡Pero yo…! —gritó sofocadamente, casi mudo de consternación.

—Tómatelo como si fueran unas vacaciones, Zampa —dijo el tío huesudo—. Una oportunidad para relajarte y tomártelo con calma.

Entonces se dio cuenta de lo que le faltaba a su traje de Zampa Claus. Cogió el gorro rojo de la cabeza de Santa Claus.

—Sólo lo cogeré prestado mientras tú descansas —dijo.

La preocupación, la cólera y el miedo no ayudaron mucho a que Santa recuperara el habla. Antes de que pudiera ingeniárselas para replicar, los tres terribles niñitos que lo habían secuestrado se lo estaban llevando a rastras. ¿Nadie iba a ayudarlo? ¡Era un pesadilla!

—¡No… por favor… esperad! —suplicó.

Pero los tramposos con sus risillas tontas ahogaron sus súplicas.

«¡Es una pesadilla!», pensó Sally Muñeca de Trapo cuando el pobre Santa era arrastrado fuera. Todos sus temores acerca de la Navidad se estaban cumpliendo. Era un desastre. Tenía que hacer algo. Se rascó su cerebro de trapo.

—Ya sé —susurró, y se escabulló de allí.

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