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Authors: Francisco Pérez Abellán

Tags: #Ensayo, #Intriga, #Policiaco

¿Quién es el asesino? (10 page)

BOOK: ¿Quién es el asesino?
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• Agustín,
el practicante, había hecho buenos negocios con Carlos hasta que éste cambió bruscamente de actitud. Pasó de demostrarle un gran cariño y predilección a un aparente desprecio y rechazo, cortándole el envío de clientes, por lo que le provocó un gran perjuicio.

• Fernando,
el heredero, más de una vez había pensado que el fallecimiento de Carlos, su pariente lejano, le dejaría una pequeña fortuna. Todo lo que necesitaba para establecerse un joven tarambana y despreocupado como él.

Más pistas


El dueño del bar contiguo a la casa del crimen se vio obligado a llamar él mismo a la policía puesto que el cliente que se lo comunicó se marchó sin identificarse ni comunicar su hallazgo oficialmente.

Inspección ocular


Las puertas estaban abiertas y el cadáver de la víctima fue encontrado en la habitación dormitorio, separada de la tienda por un estrecho y largo pasillo. En la estancia había varios trajes sobre las sillas allí existentes. También se hallaron restos de comida sobre una mesa.


Tenía las dos muñecas atadas por vendas.


Había sido golpeado con una botella que se rompió y cuyos fragmentos fueron encontrados desperdigados por la habitación.


Encima de la mesita de noche había varias revistas infantiles.


La casa estaba en deplorable estado de abandono.

Más pistas


La víctima habitaba aquella vivienda desde hacía unos quince años.


La cartera que solía llevar en el bolsillo trasero del pantalón había desaparecido. También fue encontrado abierto y vacío un cofrecillo que aparentaba haber contenido dinero o joyas.

La autopsia


La víctima fue asesinada de forma bárbara con un ensañamiento terrible.


El dictamen médico señala fractura de cráneo con objeto contundente, diversas puñaladas con estilete o bisturí que no se distinguían a simple vista. Igualmente aprecia que la víctima debió de defenderse desesperadamente sosteniendo una encendida lucha durante la que su agresor le produjo la rotura de siete costillas.

Más pistas


Carlos había nacido en una localidad distinta de aquella que encontró la muerte. Su padre tenía una funeraria. Al cumplir el servicio militar se estableció en la ciudad y puso el negocio de la clínica, a la que otros preferían llamar simplemente comercio o tienda.


Muchas personas sabían que Carlos tenía dinero y algunas pensaban que lo guardaba en su clínica-residencia. Le habían intentado robar en varias ocasiones.

Posibles móviles


Un asesinato tan violento dio pie a pensar que se trataba de una venganza.


El hecho de que demasiada gente creyera que tenía dinero guardado, así como el detalle de que no apareciera la cartera, hizo suponer que se debió a un robo.


También se barajó la posibilidad de que lo hubieran quitado de en medio porque molestara a los planes del asesino.

Más pistas


En los bolsillos del cadáver fueron hallados diversos objetos: una libreta de la Caja Postal con un ingreso muy reciente, papeles referentes a su negocio, algunas monedas, el reloj roto y parado a las 6.35 y dos paquetes de tabaco rubio. En el cuello conservaba una medalla de oro. Y sobre el cuerpo fue encontrado un silbato de alarma que llevaba siempre consigo advertido por los diversos intentos de robo que había padecido.


La visita que recibió debía de ser muy importante para que la víctima dejara a medio tomar su café, que se enfrió sobre la mesa de su despacho.


En la cartera que faltaba solía guardar la recaudación del día.


La víctima tenía una vida solitaria y hasta cierto punto misteriosa.


Los vecinos se dividían al opinar sobre la personalidad de Carlos: unos le tenían por un hombre retraído y confiado, y otros, por persona bondadosa incapaz de hacer daño a nadie.

La última vez que le vieron


La última vez que la mujer de la limpieza vio a Carlos vivo fue a las dos de la tarde, cuando terminó de trabajar en el establecimiento. La sirvienta era una mujer de unos 30 años, pequeña y morena, con una gran cicatriz en la frente. Se llamaba Sara Río. Sus ocupaciones eran de un par de horas por las que percibía 25 pesetas a la semana. Según la sirvienta, pese a lo exiguo del salario, seguía desempeñando su trabajo porque le inspiraba lástima aquel hombre viejo, solo y enfermo que, según ella, tenía un carácter agrio.

Más pistas


Cuando estuvo muy enfermo le fue a visitar un sobrino médico al que no conocía, hijo de su hermana mayor, que tenía una tienda de antigüedades.


La mayor parte de su familia no mantenía relaciones con la víctima.


Durante la guerra, en el episodio en el que murió su esposa por la explosión de una bomba, Carlos quedó sepultado en las ruinas de su casa durante más de doce horas, hecho que cambió su forma de ser y le marcó para siempre.


En el entierro se dieron cita muchos curiosos y familiares. Algunos de estos últimos no conocieron en vida al infortunado Carlos.


Se determinó que el asesino le había atacado con botellas, una mano de almirez y un estilete.


Por los papeles de la víctima se obtuvieron nombres y direcciones de los sospechosos.


En la habitación donde se produjo el crimen se encontraron vendas y gasas procedentes de un almacén militar.


En una alcantarilla se hallaron la cartera de Carlos y algunos trozos de ropa manchados de sangre.


Una de las tarjetas que fueron encontradas en el domicilio de la víctima decía: «Agustín. Practicante». Junto a ellas, notas con datos de clientes a los que convenía que tratara este practicante.


Las vendas fueron convertidas en cordoncillo y usadas por el agresor para atar a la víctima.

Solución del enigma

Éste es el asesinato que se cometió en Barcelona el 12 de enero de 1955, en la estrecha calle del Marqués de Barbará, cercana al barrio chino, pasadas las seis y media de la tarde.

Su autor fue
Agustín Esteve Pedrerol,
de 32 años, militar, que se encargaba de ayudar a los practicantes en su labor pero sin tener ninguna calificación para ejercer el oficio. Era un sujeto con malos antecedentes por robo, riñas y deserción. Con la víctima, Carlos Matas Vidal, de 59 años, tenía trato comercial y amistoso, surtiéndole de vendas y gasas procedentes de almacenes militares. Cuando la policía fue a buscarle como sospechoso, encontró que había vuelto a desertar del ejército. El aspecto de
Agustín
era muy contrario al que pudiera pensarse de un salvaje asesino: tenía unos tiernos ojos verdes muy saltones, bigotillo rubio, el pelo ensortijado, usaba un discreto terno gris y gastaba unos lentes de la marca «Amor». En definitiva, daba la impresión de ser un intelectual sumido en sus cavilaciones, pero en el que la policía supo descubrir a un peligroso delincuente.

¿Cuál fue el motivo de la muerte?

Según el propio asesino,
Agustín
mató a Carlos porque éste le ofendió en su dormitorio, sin precisar en ningún momento qué tipo de ofensa le hizo. Quienes supieron de este pretexto pensaron que se refería a alguna propuesta de tipo sexual, lo que explicaría la brutalidad del crimen, pero que por venir esto del asesino, había que ponerlo en seria duda.

Lo que sí está comprobado es que
Agustín
fue aquella tarde dos veces a la clínica de su amigo, del que últimamente estaba algo distanciado. La primera, a pedirle 250 pesetas para desempeñar su gabardina, dinero que obtuvo. Y la segunda, a matarlo, llevándose la cartera que sólo tenía 177 pesetas, de la que la misma tarde pagó 150 de una deuda.

Sólo un detalle más de este crimen: hubo un testigo, un hombre mayor, de 72 años, que sabía que
Agustín
había estado con Carlos Matas el día del crimen, pero que por miedo a verse involucrado, no lo contó. La aportación de este testigo podría haber facilitado enormemente el trabajo policial que no obstante fue muy rápido: solamente tardaron 16 días en descubrir y detener al asesino.

El rico hacendado

E
l último día de su vida, José Rubal, de 58 años, se levantó temprano. Tenía la intención de viajar para resolver uno de sus negocios pendientes. La jornada había amanecido brumosa y con abundante lluvia, pero eso no le desanimó. Era de los que pensaban que en los asuntos de trabajo había que ser puntual y riguroso, sin doblegarse nunca ante los caprichos de la naturaleza. Vivía en una aldea de unos quince o veinte caseríos desperdigados en unos diez kilómetros entre bosques, calveros y peñas, dentro de un paraje denominado Valle de Oro, del que era uno de los más poderosos propietarios.

Estaba casado con Adelina, una mujer virtuosa que le había dado tres hijas, las tres también casadas. Las dos mayores se habían trasladado a vivir a otros pueblos de la provincia y la más pequeña, Hermelinda, de 26 años, que le había dado un nieto por entonces de apenas tres años, se había quedado con su marido Carlos, un joven que había sido guardia civil, cuerpo del que se salió para dedicarse a cuidar la gran hacienda familiar. Todos habitaban en una casona de piedra, rústica y noble, de amplias estancias.

Desde ella se dominaban cuadras, corrales y porquerizas con gran cantidad de animales para el consumo doméstico. Entre otras cosas, José era dueño de vacas y soberbios caballos. Además, tres hórreos de grandes dimensiones albergaban los productos de las cosechas, que solían ser abundantes, así como el pienso para los animales. Los excedentes de la producción los dedicaba a la venta en las ferias de las localidades cercanas, todo este poderío económico se debía al esfuerzo de José, que era un hombre de voluntad férrea que no se limitaba a sus tareas como labrador, sino que de forma intuitiva y sin descanso diversificó sus fuentes de riqueza. En este día, que sería el último de su vida, la mayor parte de sus negocios no tenía nada que ver con las tareas de labranza. El objetivo del viaje que se proponía realizar era la reclamación del cumplimiento de los acuerdos de un pacto.

Todo el mundo sabía en la comarca que era un hombre implacable en la reclamación de sus intereses. Por eso, siguiendo esa norma de su vida, aunque el tiempo era desapacible y diluviaba sin parar, José, nada más levantarse y tomar el desayuno, mandó ensillar su caballo. Si bien su hija trató de disuadirle pidiéndole que esperara a que terminara de llover y su esposa le dijo que podría dejarlo para otro día porque no le gustaba que saliera con tan mal tiempo, e incluso su yerno quiso quitarle de la cabeza la idea de salir intentando convencerle de que lo que iba a hacer no corría prisa, José, fiel a su destino, contestó a todos que no le gustaba retrasar las cosas importantes y, tras un frugal desayuno, montó a caballo y se perdió en la bruma tras la cortina de lluvia. Salió de su casa a las diez de la mañana con el propósito de regresar sobre las ocho, todavía de día.

Hizo el camino pensando que aquel desplazamiento tan oportuno era una manera de no perder la jornada, imposible para el trabajo en la tierra, con el agua que estaba cayendo. Ya en la población vecina se entrevistó con las personas que quería ver. Con algunos de los que se vio estuvo tenso, manteniendo discusiones agrias y se mostró exigente con todos.

Después de comer, más o menos cuando tenía previsto, inició el regreso. No había parado de llover, aunque había cambiado de ritmo de forma intermitente y ahora llovía menos que cuando salió. Envuelto en su capote, se encaminó a la casona con la idea de llegar antes de que cayera la noche cerrada.

El caballo, que no podía correr con aquel tiempo tan malo, tardó un buen rato en arribar a un lugar del monte desolado, áspero y solitario. A José siempre le daba escalofríos pasar por aquel sitio. Animado con la esperanza de llegar pronto a su hogar, apretó los flancos del animal para indicarle que se apresurara. Fue entonces, al pasar junto a unos arbustos, cuando le asestaron un tremendo golpe con una barra de hierro. Intentó defenderse mientras le tiraban varias cuchilladas que le alcanzaron en las manos y en el cuello. La fuerza de la agresión le arrancó de encima de su caballo rompiendo un estribo. Una vez derribado en tierra, sin poder defenderse, José sufrió nuevos y terribles golpes en la cabeza con la barra de hierro. Por un momento, tal vez relacionó el mal fario que le daba el sitio con lo que le estaba pasando, pero todo debió de suceder tan deprisa que apenas pudo darse cuenta de que aquella era su última batalla. Una pelea que habría de perder definitivamente cuando sonaron los disparos. Uno de ellos le entró en la cabeza por el lado izquierdo matándole en el acto. Un hombre rico había sido asesinado sin piedad en el monte, pero ¿quién lo había matado? ¿Por qué le habían quitado la vida?

Sospechosos

Los tres de la misma familia, un padre y dos de sus hijos, cada uno con motivos propios para cometer el crimen. ¿Quién lo mató? ¿Fue uno de los tres sospechosos? ¿Participaron los tres en el crimen? ¿No fue ninguno de ellos sino algún otro de los muchos enemigos que tenía la víctima? La Guardia Civil, en un éxito digno de resaltar, encontró la solución en sólo doce días. He aquí los sospechosos:

• José Ramón,
algo más joven que el fallecido, casado, con cinco hijos, dos de los cuales también son sospechosos en esta causa.
José Ramón
es igualmente rico, propietario bien acomodado, casado con una prima de la víctima. Mantenía con José un pleito sobre la propiedad de una finca en el que cada uno acusaba al contrario con pasión de haber sido engañado.

• Mariano,
hijo del anterior, de 23 años, herrero de profesión. Estaba muy disgustado con la víctima, a la que hacía responsable de haberse mezclado en sus relaciones sentimentales. Debido al veneno destilado entre las dos familias, al decir de
Mariano,
José le estropeó dos noviazgos seguidos tras hacerle llegar a las muchachas que ese amor no les convenía porque, según mandaba decir,
Mariano
era vago, pendenciero, mujeriego y aficionado al vino en exceso.

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