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Authors: Francisco Pérez Abellán

Tags: #Ensayo, #Intriga, #Policiaco

¿Quién es el asesino? (2 page)

BOOK: ¿Quién es el asesino?
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Solución del enigma

Este crimen sucedió en Zaragoza, en la calle 4 de Agosto, angosta y muy transitada, a la que llamaban popularmente «el Tubo». Un lugar de bares y diversión especialmente en aquel año de 1943. El 15 de octubre, a las once y media de la noche, fue acuchillada a traición la bella gitana Teresa Jiménez Jiménez, «Maritere», quien se había casado en segundas nupcias por el rito de su raza, después de haber quedado viuda de su primer marido. Su espectacular belleza fue causa del revuelo que levantaba a su paso y de su enorme desgracia. El arma del crimen fue la navaja grande y puntiaguda de
Pedro Cortés Jiménez,
su cuñado, «El Pedrines».

Pero ¿cuál fue el motivo del crimen?

El odio. El homicida, al no conseguir lo que era su máxima apetencia, sufrió un derrumbamiento de su personalidad. Convirtió el amor que sentía por «Maritere» en un odio implacable que le llevó a quitarle la vida. Durante el juicio, la defensa estimó que la muerte pudo producirse de forma distinta al relato del fiscal, siendo en realidad un homicidio y no un asesinato. En el alegato final pidió la absolución del procesado por supuesta enajenación mental. El fiscal rechazó este supuesto afirmando que «el crimen del loco es un crimen sin motivo y el cometido por «el Pedrines» lo tuvo en la viudedad de Teresa, en el asedio amoroso y en su oposición con respecto al presunto asesino». La Audiencia Territorial dictó sentencia a los tres días de la vista oral, calificando los hechos de homicidio y aplicando la atenuante incompleta de locura. El procesado recibió una condena de diez años de prisión mayor pagando así su extravío.

El crimen de los pastores

J
uan Nieto, guarda de Villadepera, fue informado de que dentro del término municipal del pueblo se había visto pastando ganado de Moralina, el municipio colindante, por lo que, en cumplimiento de su deber, se encaminó hacia donde le señalaron con el fin de reconvenir al infractor o infractores de la frontera municipal y, al mismo tiempo, denunciarles imponiéndoles una sanción para sucesivo escarmiento. Ésta fue la última misión del guarda, quien desapareció sin que volviera a saberse nada de él en muchas horas. Juan era un hombre curtido en el campo, de avanzada edad, pero todavía fuerte, que se ganaba la vida con el sueldo que le daba el municipio y pequeñas tareas como arreglar vides o ayudar a la siembra. A sus 84 años conservaba la agilidad necesaria para cumplir su cometido. Los habitantes de la comarca respetaban su autoridad y, que se supiera, jamás había tenido un incidente grave. En el terreno estrictamente personal destacaba que vivía del todo solo. Una mujer se ocupaba a diario de arreglarle la casa y le lavaba la ropa una vez a la semana. A la mañana siguiente de su desaparición tanto la lavandera como otra vecina se extrañaron de la ausencia del guarda, aumentando su inquietud cuando el día 25 tampoco dio señales de vida, por lo que fueron avisados el alcalde y el juez de paz, que decidieron esperar unas horas antes de dar comienzo a intensas batidas. Quedaba la posibilidad de que el desaparecido regresara a su domicilio tras cumplir alguna misión o recado que se ignorase. Juan solía llevar encima el poco o mucho dinero que tuviera pues no se fiaba de dejarlo escondido en su casa, de la que faltaba desde que salía muy temprano hasta que regresaba, vencida la tarde. No se le conocían amistades íntimas con las que pudiera haber decidido de repente pasar unos días, ni se le conocía una ausencia parecida en todo el tiempo que llevaba prestando sus servicios. El transcurso de las muchas horas desde su desaparición hacía pensar lo peor. Y eso era lo cierto porque Juan, a 50 metros de la frontera municipal de Villadepera, ya en el terreno de Moralina, se encontró con alguien desconocido con el que se había enfrentado, desencadenándose un grave incidente. El individuo al que el guarda había llamado la atención, situado en un plano superior, le había arrojado desde arriba una piedra que le había derribado. Una vez tumbado e indefenso en el suelo, fue golpeado con otras piedras, y finalmente, rematado con la misma azada que llevaba en sus manos. Un honesto guarda había recibido una brutal muerte, pero ¿quién lo había matado? ¿Por qué lo habían asesinado?

Sospechosos

Eran estos cuatro pastores, que fueron detenidos inmediatamente porque habían tenido ocasión y motivos para acabar con la víctima:

• Carlos,
de 13 años, un jovencito extremadamente violento que hacía bueno el dicho de que «una piedra en manos de un pastor es como una pistola en manos de un campeón de tiro». Como otros en la vecindad, solía conducir su ganado por pastos alejados de su término municipal, práctica que le había supuesto algunos disgustos.

• Luis,
de 17 años, hermano del anterior. Llevaba siempre su ganado cerca del de su hermano, secundándole en todo. Aunque
Carlos
era el menor, tenía gran fuerza de carácter, imponiendo su criterio sobre
Luis.

• Eduardo,
el mayor de todos, de 38 años de edad. Más asentado de personalidad y carácter, conocía al guarda asesinado desde hacía mucho tiempo y sabía del respeto que todo el mundo le tenía. Alguna vez había tenido fricciones con él, pero se habían resuelto con buenas maneras.

• Ángel,
de 16 años, un zagal todo fibra y fortaleza, acostumbrado a moverse por los pastos con gran agilidad, que no se llevaba bien con la víctima, probablemente porque en más de una ocasión le había reconvenido, sintiéndose perseguido por el guarda. Ángel era de personalidad muy acusada y amante de andar siempre a su aire.

Pistas

El cadáver de Juan Nieto, la víctima, fue encontrado a 5 kilómetros del pueblo, en el término de Moralina.


Desde un principio se sospechó que al menos dos personas tomaron parte en el crimen.


Las ovejas que fueron descubiertas dentro del municipio, del que era guarda Juan, pertenecían a
Ángel,
el pastor de 16 años, quien confesó que al ver venir al guarda dio la vuelta a los animales y regresó al término municipal colindante, saliendo de su jurisdicción. Al parecer, Juan le siguió con el propósito de multarle.

• Eduardo,
el pastor de mayor edad, fue visto hablando con el guarda el día del crimen.


En el camino seguido por el rebaño, se descubrió una huella extraña: en el centro del tacón se apreciaba la existencia de una tachuela. Revisado el calzado de los sospechosos, se observó que correspondía al de Luis, el pastor de 17 años.


El pastor
Ángel,
de 16 años, tenía un jersey verde con una gran mancha de sangre en el mismo centro de la parte correspondiente al pecho. Igualmente le fue incautada una hachuela o destral totalmente ensangrentada. Presentaba un borde tan afilado que se podía sacar punta a un lápiz.


Se supo que el guarda había querido poner una multa a
Eduardo,
el pastor de 38 años, que finalmente consiguió librarse de la sanción.


Practicada la autopsia, dio como resultado que la muerte se había producido debido a múltiples fracturas en los huesos de la cabeza, principalmente en el parietal izquierdo y en el frontal. Presentaba también un fuerte golpe incisivo causado por un arma cortante.


Confrontadas las heridas del cadáver con la supuesta arma homicida, se comprobó que no correspondían porque si el crimen se hubiera realizado con el destral, las heridas habrían sido cortes limpios y profundos que habrían traspasado el hueso. El instrumento cortante empleado solamente había llegado al hueso del cráneo sin penetrar en la masa encefálica.

Solución del enigma

Este crimen se perpetró el 23 de marzo de 1953, en un lugar de paso conocido como «El Chano», en la localidad zamorana de Moralina, cerca de los saltos del Duero, en la margen izquierda de la corriente fluvial, a las seis de la tarde. El viejo guarda había sido alertado, por una de las mujeres que habían requerido sus servicios para que les ayudase a sembrar un pequeño terreno, de que algunos pastores estaban metiendo sus ovejas en pastos del pueblo. Diligente y cumplidor, marchó al encuentro de los infractores, teniendo que caminar varios kilómetros hasta dar con ellos. Al llegar se produjo la desbandada, volviendo los pastores sus rebaños a los términos municipales colindantes. El guarda entonces los persiguió para multarlos por transgredir las normas. Pese a su edad, y debido a su buena forma física, logró dar alcance a uno de ellos, precisamente
Eduardo Gonzalo Prieto,
con quien mantuvo una fuerte discusión en la que se cruzaron insultos. El encuentro terminó cuando el pastor, que estaba situado en un plano superior, le arrojó una piedra que le derribó, y acto seguido, se echó sobre él, rematándolo con la azada. Este hecho criminal llegó a un punto muerto del que habría de sacarlo un miembro de la Brigada de Investigación Criminal de Madrid, quien tuvo la intuición de que
Ángel,
al que tantas pruebas habían señalado como culpable resultando inocente, sabía algo muy importante relacionado con el suceso. Logró hacerle confesar que había presenciado, aunque de lejos, el momento del homicidio, explicando que no lo había dicho antes porque había sido amenazado de muerte por
Eduardo Gonzalo.

El caso del mecánico

F
élix, de cuarenta y un años, se sentía confiado. El negocio marchaba considerablemente bien y se encontraba enamorado de Luisa. Incluso hacía proyectos de casarse con ella aunque anteponía la boda de su sobrina, Elisa, quien según su forma de pensar, debiera ir al matrimonio antes que él. Se hallaba en una época dulce de su existencia y no tenía por qué precipitar sus decisiones. El taller de reparación de automóviles que explotaba, a medias con su hermano Pascual, se demostraba suficiente para atender las necesidades de ellos dos y de sus familias. Es verdad que les exigía mucho trabajo, como aquella tarde de viernes en la que estaba soldando el cigüeñal de un vehículo. Según calculaba, todavía habría de demorarse unos cuarenta minutos en terminar. Esa obligación le impedía llevar a su novia a la sesión de las cinco al cine donde ponían una película que quería ver. Pero aunque lo sentía, Félix era un trabajador muy responsable y el hecho de llevar a medias aquel taller junto a su hermano le obligaba a ser muy cumplidor. Era él quien tendría que responder ante el cliente cuando viniera a recoger su coche y no quería que pudiera echarle en cara ninguna falta de formalidad.

También se sentía responsable ante su hermano, que aquella misma tarde tenía el encargo de comprar unos cojinetes necesarios para otra reparación. El hecho de ser dos al frente del negocio y de estar asociado con Pascual, su hermano, le hacía emplearse con toda la energía de que era capaz. Las relaciones con Pascual eran aceptablemente buenas, si se dejaba de lado el impulso autoritario que por ser el mayor quería imponer en la inevitable jerarquía del negocio. Luego también sentía una tentación intolerable de inmiscuirse en sus asuntos, en especial en lo que se refería a sus cuestiones amorosas con Luisa. Pero nada que fuera extraño a lo que pasaba en otras familias. Félix a veces se quejaba más de lo vulnerables que eran mientras se encontraban volcados en sus tareas en aquel taller, demasiado apartado y solitario, que no permitía darse cuenta de la llegada de intrusos.

Justo hubiera sido un buen momento de reparar en lo que en ocasiones le preocupaba, sobre todo cuando como ahora guardaban dinero, y objetos de valor, en las tres cajas con llave de que disponían. Porque mientras Félix soldaba el cigüeñal, alguien a sus espaldas levantaba un pesado martillo con forma de rombo, una de las herramientas del taller. Y sigilosamente se situó a pocos centímetros de su cabeza, descargando en seguida un golpe sobre su oreja derecha. Félix no pudo defenderse, abatido por el ataque recibido; otros dos golpes brutales le quitaron la vida. El dueño de un taller de automóviles había sido asesinado, pero ¿quién lo había hecho? ¿Por qué lo habían matado?

Sospechosos

• Pascual,
el hermano de la víctima, por sus antecedentes como hombre de dudosa moralidad, que aspiraba a quedarse con el taller y ser beneficiario directo de la herencia del fallecido.

• Jaime
y
Miguel,
dos violentos ladrones especializados en saquear pequeñas tiendas o negocios, donde después de someterlos a observación encontraban que los dueños o empleados estaban solos y eran vulnerables.

• Lucas,
alias el «Cien kilos», un hombretón con quien Félix no se llevaba bien. Aspiraba en secreto a sustituirle en el corazón de Luisa, su novia. Era fuerte y violento. Poco antes del crimen se le vio en los alrededores del taller de automóviles. Pero no consta que se decidiera a entrar, especialmente cuando estaba en él
Pascual,
el hermano de la víctima, también un hombre de complexión atlética, alto y fornido.

Pistas


La víctima fue identificada como Félix Sánchez, de 41 años, soltero. Hombre de vida honesta y sin antecedentes.


La autopsia determinó que había recibido tres heridas en la cabeza producidas por un instrumento rómbico: una en la región occipital, otra encima de la oreja derecha, y la tercera en la región temporal izquierda con hundimiento de la bóveda craneana.


El cuerpo de la víctima fue encontrado bajo una losa muy pesada que cubre el registro de agua del negocio. Es decir, que el culpable o culpables del asesinato tuvieron que levantar aquella pieza de piedra tan pesada para introducir el cadáver y luego volver a ponerla en su lugar.


El día del crimen, la víctima estuvo toda la mañana en su puesto de trabajo con su hermano y otros dos operarios, padre e hijo, que los ayudaron en sus tareas.

Cerca de las dos de la tarde se fueron a comer a la finca en la que ambas familias tenían su residencia. Al terminar el almuerzo los dos hermanos fueron a casa de los otros dos operarios en busca de unas piezas que necesitaban.


Por la tarde, poco antes de que se produjera el crimen, los hermanos regresaron al taller. Según afirma
Pascual,
apenas estuvo allí cinco minutos. Se marchó a un bar llamado La Maravilla, donde pasó cierto tiempo jugando a los dados, mientras en el taller Félix se quedaba solo.

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