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Authors: Francisco Pérez Abellán

Tags: #Ensayo, #Intriga, #Policiaco

¿Quién es el asesino? (4 page)

BOOK: ¿Quién es el asesino?
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A «Boni» la mataron sin que nadie pudiera socorrerla. Le dieron «una muerte traidora», según su hermana.


Algunos de los hijos estaban en un colegio-asilo y apenas se enteraban de lo que pasaba en casa de su madre. Por eso fueron los más sorprendidos por la tragedia.


Entre el padrastro y los chicos mayores hubo desavenencias debidas a las malas relaciones entre la pareja Alfredo-«Boni».


Según contaron los hijos mayores, a cada rato surgían las disputas, reñían, surgían las amenazas, los insultos, y hasta alguna vez, recordaron después del crimen, «se fueron de las manos».


«Nuestro hermanastro
Alfredo
—ratificaban los hijos mayores— se interponía entre nuestra madre y su padre, y siempre le quitaba a éste la razón».

• Emilio,
«el Trueno», se había hecho el propósito de obtener un beneficio de «Boni», aunque ésta vivía ajena a sus pretensiones. El día del crimen rondaba su calle para ver en qué quedaba lo que había oído de su salida durante varios días camino del hospital.
Emilio
llevaba en uno de los bolsillos el revólver siempre a punto.

• Alfredo
estaba delicado del pecho. Probablemente sufría una tuberculosis. En casa de «Boni» le habían considerado un hermano más. Aportaba dinero de su jornal y le estaban agradecidos por su comportamiento. Era el mayor de todos. Al principio parecía natural que tratara de imponer su autoridad en la casa, y él intentó comportarse como si fuera el dueño, el hombre de la casa, el cabeza de familia.

Solución del enigma

Éste es el crimen que ocurrió en el primer piso de la calle Comandante Cirujeda, 20, de Madrid, no lejos del puente de Toledo, el 9 de noviembre de 1953, a primeras horas de la mañana. En él fue asesinada de dos disparos de revólver en la región occipital Bonifacia de la Fuente Lucas, una viuda guapetona, alta y bien formada, de 40 años, natural de Villalba de la Sierra, provincia de Cuenca. El autor de la muerte fue su hijastro,
Alfredo Contreras Ruiz,
de 26 años, soltero, natural de Granada, ebanista de oficio e hijo de Alfredo Contreras Alcántara, que hasta cuatro años antes había convivido con la víctima y abandonó el hogar sin que tuviera nada que ver en el asesinato cometido por su hijo. El crimen ocurrió cuando Bonifacia se encontraba sola, preparándose para ir al hospital. El autor de los disparos aguardó al acecho hasta que salió de la casa la hermana de la víctima, momento en el que subió sorprendiendo a Bonifacia, y tras una corta discusión entre ambos, le disparó hiriéndola de muerte. Los motivos que le llevaron a cometer una acción tan deplorable pudieron ser el amor despechado que sentía por su madrastra, o como defendieron sus familiares directos, un ataque de locura que le sobrevino después de aquel incidente del domingo de Resurrección en el que perdió el sentido y fue despojado de sus ropas y abandonado inconsciente. Lo que sí está comprobado era que había requerido de amores a su madrastra, y que ésta se había negado, echándole de casa.

Pero ¿qué pasó con el criminal?

El joven
Alfredo
no esperó a la justicia de los hombres. No quiso saber si lo que había hecho en aquel arrebato sangriento era finalmente considerado un asesinato o un homicidio. Mucho antes de que pudieran culparle de la muerte, dirigió el arma del crimen, un revólver nuevo que había conseguido, sin que se supiera bien cómo, al lado derecho de su frente y acabó con su vida. En su decisión debieron de tener un peso importante la enfermedad que padecía y las alteraciones emocionales sufridas mientras duró el amor de su padre con Bonifacia de la Fuente.

Misterio en el parque

L
a mañana era cálida, radiante. En el parque, de reciente creación, cerca de la carretera que va a Madrid, se arremolinaba el público en paseos premiosos y gratificantes.

Numerosas parejas cruzaban los caminos y avenidas del nuevo lugar de encuentro de la ciudad. Algunas buscaban los parajes solitarios, para entregarse a sus confidencias; mientras, las familias ruidosas cruzaban tras los niños haciendo tiempo hasta la hora de comer. En una de las esquinas, un poco apartada, Piedad, una joven llena de salud y belleza, hablaba con su prometido, Vicente, mientras no lejos de ellos jugaba la hermana pequeña sacando cuentas en un papel. Piedad, de 29 años, alegre y extrovertida, había vivido con especial entusiasmo el cambio de fortuna de su familia, que, a través de un duro trabajo en el que todos los hermanos habían colaborado, se había enriquecido. Esta nueva situación social los había llevado a dejar el pueblo en el que los buenos años de cosechas lograron el milagro de su cambio de suerte. Establecidos en la pequeña ciudad en la que vivían, todo había sido desde entonces un continuo estado de bonanza aunque, si hay que decir toda la verdad, la peor parte la había llevado hasta entonces el amor, porque para Piedad, bien dispuesta y buen partido, no había cuajado hasta ahora el proyecto de un hombre con el que subir definitivamente al altar. Había tenido amores, unos serios y profundos, otros amoríos sin trascendencia, pero ninguno como el de Vicente, que le hablaba ahora apasionado de proyectos e ilusiones que pronto se harían realidad. Piedad era muy querida por sus padres y hermanos, y todos juntos se hablan enfrentado a las envidias que surgieron cuando empezaron a prosperar de la noche a la mañana. Como todos los que triunfan, tuvieron que sortear las zancadillas de sus enemigos, pero las amarguras del pasado parecían superadas. Vicente estaba muy enamorado de ella y la mañana era plácida y luminosa. Nada parecía entorpecer su brillante futuro. Piedad se hallaba tan embebida en su propia felicidad que no le dio ninguna importancia a aquel individuo bien vestido, con un traje impecable, de mediana estatura, que se paró frente al banco en el que la pareja estaba sentada. Durante un minuto los observó sin que repararan en él. Luego, repentinamente alterado, hundió la mano en el bolsillo derecho, del que sacó una pistola con la que encañonó a Piedad a la vez que gritaba: «¡Esto se acabó!». La muchacha ni siquiera entonces le prestó atención. Fue después del primer disparo, al sentirse herida, cuando reparó en el hombre de la pistola. Piedad se levantó del banco e intentó huir. Pero el individuo siguió disparando. La siguiente bala le quitó la vida. Una joven de familia adinerada había muerto a tiros. ¿Quién la había matado? ¿Por qué le habían quitado la vida?

Sospechosos

Dos novios abandonados y un supuesto vengador que podría haber querido cobrarse en la hija cuentas de la familia.

• Daniel,
un novio algo más joven que la víctima —tenía 25 años—, al que ella después de haber permitido, quizá inconscientemente, que se ilusionara, había desestimado, no sólo por razones de edad, sino también por pertenecer a clases sociales diferentes.

• Germán,
un novio algo mayor que Piedad —tenía 41 años—, con quien había sostenido un largo romance roto ocho meses antes de la muerte, al parecer de mutuo acuerdo. Era
Germán
un hombre cabal, funcionario del Estado, católico fervoroso, que desde que llegó a la ciudad había sabido hacerse estimar y respetar por cuantos le conocían.

• Luis,
de 30 años, un vengador de pasados agravios, que tuvieron lugar en el inesperado enriquecimiento de la familia. Pertenecía a uno de los grupos familiares con los que los padres de Piedad habían mantenido viejas rivalidades y desencuentros que como heredero natural podría haber intentado liquidar con aquella violencia.

Pistas


La familia de Piedad se trasladó a la pequeña ciudad en la que sucedieron los hechos queriendo olvidar los sinsabores pasados. La vida nueva que les esperaba les exigía dejar atrás para siempre rencillas y disgustos. Aunque como se verá, nadie puede huir de su pasado.


Un posible móvil para explicar la tragedia eran los celos, de los que Echegaray dijo que «son el mayor monstruo que esclaviza los centros nerviosos de la humanidad».


Pero si fueron los celos, ¿a quién torturaban? ¿Acaso eran el infierno de
Daniel,
de temperamento débil, y se habían convertido en una deformación enfermiza? Por el contrario, ¿eran acaso el tormento de
Germán,
que gozaba de un carácter fuerte, y decían en la época «que los celos eran sobre todo un defecto de los fuertes»?


Según las crónicas de aquel tiempo, el crimen fue consecuencia lógica de una «tolvanera de locura».


El parque donde sucedieron los hechos era el resultado de un programa de reformas urbanas. Un espacio verde con frondosos árboles y espaciosas avenidas, donde podían encontrarse estanques con patos. Al conjunto de todo ello se le conocía como el paseo del Prado. Aquella mañana lucía el sol aunque el aire era fresco.


La víctima presentaba una herida en el hipocondrio (cada una de las partes laterales de la zona epigástrica) derecho que interesaba el epigastrio (zona del abdomen o vientre desde la punta del esternón hasta el ombligo) y otra parte lateral derecha del tórax que había interesado órganos vitales.


Los maldicientes afirmaban que detrás de cada fortuna hay siempre un crimen.


La joven falleció sin recuperar el conocimiento, por lo que no pudo decir nada sobre su agresor.


Piedad pensaba contraer matrimonio el 12 de septiembre de ese mismo año.

• Luis,
el presunto vengador, fue visto en los alrededores de la «escena del crimen».


Para algunos, la tragedia no era otra cosa que el medio para castigar a la familia de la víctima.

Solución del enigma

Este crimen sucedió en Talavera de la Reina, ciudad castellana de abolengo, la mañana del Viernes Santo de 1954, a la una y siete minutos del mediodía. La víctima se llamaba María Piedad González González, de 29 años. Era natural del pueblecito de Navalcán, situado a 30 kilómetros de Talavera, pero desde el cambio de posición de la familia vivía en la ciudad.

El día del crimen había ido a pasear al nuevo parque, el paseo del Prado, cercano a la carretera que lleva a Madrid, con su prometido, Vicente Fernández Fernández, quien trabajaba de contable en unos grandes almacenes de la capital y que había aprovechado las vacaciones de Semana Santa para visitar a su novia, con la que pensaba casarse el entonces próximo 12 de septiembre. El autor de los disparos que acabaron con la vida de Piedad fue su antiguo novio,
Germán Cabrera Collado,
natural de Orellana la Vieja (Badajoz), hombre cabal y funcionario del Estado, quien no pudo resistir la pérdida para siempre de la que había sido su amor. Desde luego su crimen era merecedor del peor de los castigos.

¿Y recibió su castigo?

Sí, aunque no de la forma que podría esperarse. Porque
Germán,
que aquella mañana del crimen había pasado un par de horas jugando al mus en el bar La Parrilla y se preparaba para salir en la procesión de la tarde, como devoto cristiano que era, no esperó a la justicia humana, contraviniendo todas sus creencias y sus pautas de conducta. Un hombre cumplidor en su trabajo, de comportamiento servicial y correcto, se había transformado en una bomba silenciosa que estalló la mañana del Viernes Santo, sin que nadie, ni siquiera su compañero de cuarto en la pensión en la que vivía, pudiera darse cuenta de lo que pasaba. Los celos que le atormentaron durante meses fueron al final la causa de aquella loca acción, que le empujó a dar muerte a su antigua novia. Y luego, sin esperar a que la policía esclareciera lo que había ocurrido, dejando tras de sí una densa cortina de dudas y pesares, con la misma arma con la que mató a Piedad, se disparó en la sien derecha. Fue desde luego el colofón de un acto de locura.

Bajo la tormenta

S
obre la capital descargaba un violento aguacero. El cielo se cerraba en un continuo estruendo de truenos. Un relampaguear constante atemorizaba a los cientos de personas sorprendidas a la salida de los cines. Por las aceras, los peatones se apresuraban empujándose con el ansia de refugiarse de la lluvia torrencial, en portales o establecimientos. Dos parejas de novios, en las que se daba la circunstancia de que ellas eran hermanas, acertaron a resguardarse frente a un cine, tropezando en el camino con un siniestro individuo que los increpó severamente. Minutos después esa misma persona, con una pistola en la mano, cruzaba la calle ancha encañonando a un muchacho joven al que el traje de domingo le hacía parecer algo mayor. Los novios se habían perdido huyendo de la lluvia, cuando otros transeúntes vieron con estupor cómo se intercambiaban algunas palabras entre el hombre de la pistola y el muchacho, al que conocían, pues era vecino del mismo inmueble en el que vivían las dos chicas envueltas en el incidente. Las dos parejas de novios, que serían tan importantes en este drama, percibieron que algo desagradable estaba ocurriendo pero no acertaban a saber qué. El tropezón que ellos mismos habían tenido minutos antes con el individuo se había resuelto primero con palabras, y luego, se había llegado a las manos. Pero todo parecía haber pasado ya. No cabe duda de que aquel hombre siniestro que empuñaba el arma era alguien muy violento que estaba a la espera o a la caza de algo, pero no alcanzaron a saber si se trataba de una explosión de violencia gratuita o quizá parte de un plan premeditado. Julián, el prometido de Antonia, sintió que le hervía la sangre porque había sido precisamente quien se había tenido que enfrentar al hombre de la pistola en un encuentro que daba por terminado, pero que ahora, sin él saberlo, se había convertido en algo tan terrible como una agresión en toda regla. Algunos paseantes estaban sopesando si era conveniente volver sobre sus pasos para intervenir en un abuso que los sublevaba cuando, fija la mirada en los dos hombres, los vieron subir a la acera de los pares, frente a una panadería. Allí, el individuo armado, despreciando la gran cantidad de gente que transitaba huyendo de la lluvia, dirigió la boca de su arma hacia el cuello de su rehén, y sin que nadie pudiera impedirlo, disparó. Fue un solo tiro, pero suficiente para acabar con él. La bala le alcanzó de lleno, matándole en el acto. Al ruido de la detonación, los transeúntes se precipitaron a detener al autor del disparo, quien defendiéndose a patadas y empujones logró escapar a la carrera. Un joven había muerto en extrañas circunstancias, pero ¿quién lo había matado? ¿Por qué lo habían asesinado?

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