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Authors: Francisco Pérez Abellán

Tags: #Ensayo, #Intriga, #Policiaco

¿Quién es el asesino? (5 page)

BOOK: ¿Quién es el asesino?
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Sospechosos

• Enrique,
un ex policía y ex sereno a quien el vicio por el alcohol había convertido en un intratable. Por su antiguo oficio conservaba un arma corta con la que a veces solía ir de noche para estar seguro, según él, de que nadie se atrevería a hacerle daño.

• Carlos,
un estudiante de una familia adinerada con una gran afición por las armas de fuego y un carácter irascible. Solía mostrarse con prepotencia y atrevimiento en los sitios a los que acudía y cuando bebía más de la cuenta se ponía muy pesado hablando de la guerra.

• Juan,
un pistolero, delincuente habitual, que al sentirse reconocido pudo tomar un rehén al azar para poder huir de una situación de peligro, en la que pudo haberse visto envuelto puesto que la policía le seguía los pasos muy de cerca. Tenía buena puntería con las armas de fuego.

Pistas


La víctima fue identificada como Antonio García, de 19 años, soltero.


Las dos parejas de novios, testigos del crimen, declararon que el agresor, a quien no conocían, había tropezado y dado un pisotón a Julián, uno de ellos, volviéndose amenazador y dando muestra de una gran agresividad.


La víctima fue definida como un hijo modelo de una familia ejemplar. Su padre, de 44 años, era natural de Pedro Abad, Córdoba, y tenía otros dos chicos. La profesión del padre fue la de mecánico, pero un accidente de automóvil le produjo una fractura de la columna vertebral, lo que le dejó inútil para ese trabajo. Desde entonces era agente de seguros y representante de algunas firmas comerciales. Se declaraba apolítico.


La víctima tomó el mismo oficio de mecánico que tuvo su padre. Tenía talento como inventor y pese a su juventud había sido capaz de construir un motor y una máquina para fabricar cajas de cerillas. Por las noches asistía a clase a fin de llegar a ser perito industrial.


Antonio, la víctima, era de carácter apacible y tranquilo y no tenía otra obsesión que aportar a su casa todo lo posible para evitar que su padre tuviera que sacrificarse. Ganaba alrededor de cinco duros diarios.


Todo el mundo calificó el crimen de absurdo e insensato.


Julián, uno de los principales testigos del drama, estaba enfermo de los nervios y padecía un tic que alteraba sus facciones.


Francisco Ortiz, el testigo más importante, al que el agresor puso la pistola en la espalda una vez montada antes de disparar sobre su amigo y víctima, Antonio, declaró que vio cómo el delincuente dirigía la carga de su arma sobre Antonio, creyendo al principio que había dado un tiro al aire pero saliendo de su error al ver a la víctima echarse las manos al cuello.


Una vez cayó el cuerpo al suelo, el autor del disparo no se detuvo a recoger nada, ni registró los bolsillos de su víctima, lo que indica que su intención fue simplemente deshacerse de ella.

Solución del enigma

Este crimen sucedió en la madrileña barriada de Tetuán de las Victorias, el 9 de mayo de 1954, domingo, por la noche, hacia las diez menos cuarto, justo en el momento de la salida de los cines. Cuando se iniciaron los hechos llovía intensamente. Dos parejas de novios tropezaron con el criminal, quien con los ánimos muy encendidos eligió a su víctima. El crimen fue absurdo y sin sentido. Se produjo como consecuencia de una cadena de incidentes que empezaron con el tropezón de los novios con el agresor. Este hecho sin importancia se fue envenenando y llegó a la cumbre en el instante en el que intervino la víctima, Antonio García Ayllón, que trató de mediar para apaciguar los ánimos. El desconocido, que convirtió un pisotón sin importancia en un crimen, fue el estudiante
Carlos Leira Fernández-Cid,
de 24 años.

¿Y cómo se vio envuelta la víctima?

Por simple casualidad. Cuando trataba de refugiarse de la lluvia observó que sus vecinas, Antonia y Pastora Sánchez, junto con los prometidos de ambas, estaban enzarzadas en una agria discusión con un individuo y quiso intervenir para que sus amigos se encaminaran a sus casas sin mayores males. Cuando lo había logrado, se dio cuenta de que el molesto agresor la había emprendido entonces con otro de sus amigos, Francisco Ortiz. Al tratar de deshacer el equívoco fue cuando el delincuente se volvió contra él, apuntándole con la pistola que tenía desenfundada. Perplejo, Antonio trató de razonar con el violento
Carlos Leira,
quien sin responderle siquiera apoyó la punta del arma en su cuello y disparó a bocajarro, perforándole la yugular y quitándole la vida.

El crimen de la bella

U
na persona cuando llega a cierta edad tiene que tener los afectos seguros; toda la vida ordenada. No puede dejarse llevar por el capricho ni enamorarse de mala manera. No debe tener misterios en su casa, ni jugar a dos barajas, porque le pueden salir las cosas mal. Y cuando las cosas se tuercen, se emprende un camino cuesta abajo que puede terminar en la desesperación y en el crimen. Así, alguien se mueve en el interior de la casa, en el piso entresuelo izquierda en el que acaba de entrar una persona atribulada, desesperada y criminal, ciega de ira, empujada por un sentimiento contradictorio de amor-odio, que recorre el pasillo que conoce muy bien. Atraviesa el salón donde ha vivido momentos de gran intensidad emocional pero donde hoy no se detiene porque no viene a causar placer, sino a terminar de una vez por todas con su angustia. Busca en una de las habitaciones que están vacías y se vuelve con rabia, escuchando ruido en el dormitorio de matrimonio, dándose cuenta de que es allí donde primero debería haber mirado. Se percata entonces de que todavía lleva en el bolsillo la pistola, guardada a toda prisa, casi sin mirar, impelido por el poderoso impulso que le mueve, casi perdida la razón. Se detiene un instante, extrae el arma, le quita el seguro, la comprueba y continúa su marcha hacia la alcoba.

Hasta ahora no ha hecho falta ninguna violencia. La puerta del piso estaba entornada revelando el carácter confiado de su ocupante, una mujer que vive en paz consigo y con el mundo, hasta el punto de no temer nada ni a nadie. Hasta el punto de dejar la puerta entornada mientras limpia o se dedica a ordenar sus joyas, o sus ropas, en la habitación de matrimonio; sola, serena, con dominio total de lo que hace, y de su tiempo. El tiempo para ella siempre ha sido un factor a su servicio. Desde que la conoce ha sabido pasar las horas y cumplir los años, hasta llegar a los 42 que ahora tiene, floreciente entre sus amigas y otras mujeres de su edad o incluso más jóvenes. Porque Cecilia, que ha sido siempre guapa, conserva su esplendor como nadie y domina sus nervios también como nadie. Ha sabido criar a sus hijos, nadie se lo niega, cuidar su casa, convertir aquella vivienda que podía haber sido desangelada en un cálido hogar. Sin embargo, ella también sabe como nadie que llama la atención de los hombres, que dejan de fijarse en otras para volver la mirada donde ella está, sonriente, atrayente, coqueta. Muchas mujeres la envidian y la temen por eso. Pero los hombres se quedan enredados en su dulzura, en su manera de ser.

Tan franca, tan abierta, tan espontánea. Ella sabe siempre a quién quiere, de parte de quién está, aunque su actitud cree malentendidos o inflame sentimientos imparables que pueden convertirse en un volcán. Ella cree que siempre puede apagar los fuegos que provoca. Pero esta triste mañana, en la que los pasos apresurados de una persona fuera de sí caminan a su encuentro, está a punto de darse cuenta de que tendría que haber medido mejor el efecto que produce en los otros. Un cruce de miradas femeninas debería haberla puesto sobre aviso. Unos ojos de gata espiándola desde el otro lado de la calle tendrían que haber sido una señal de alerta. Pero la amenaza son ahora unas pisadas leves, como las de un felino, que obedecen a un corazón desbocado, a una voluntad que se cree traicionada, que abre la puerta del dormitorio sorprendiéndola inclinada sobre su ropa íntima, guardando una de sus joyas, mirando con afecto todo lo que es suyo que la embellece y distingue, dándole seguridad de que ocupa un buen lugar en el mundo. La persona que la sorprende se dirige a ella muy excitada. No quiere respuestas, sólo desahogarse del agravio, poner fin a una situación que, según se está expresando claramente en sus ojos desencajados, le resulta hartamente dolorosa. Entonces ella se fija en la pistola que le apunta. Y apenas tiene tiempo de suplicar, de pedir perdón por su vida. Hay un cruce rápido de palabras rabiosas, cortantes como cuchillos y, al final, varios disparos a bocajarro. La mujer se desploma sin vida. Una mujer muerta en su casa, a pleno día, junto a su cama de matrimonio, es un poderoso enigma. Pero ¿quién la ha matado? ¿Por qué la han asesinado?

Sospechosos

• Manuel,
su marido, un hombre enamorado y trabajador que había fundado las bases de un magnífico negocio gracias al apoyo y ayuda constante de su mujer.

• Alejandra,
amiga de la víctima, envidiosa porque siempre se había sentido superada, teniendo el sentimiento de ser menos agraciada y menos afortunada que ella.

• Domingo,
un amigo íntimo del marido, que solía visitar al matrimonio en su casa, por lo que trabó una gran amistad con la víctima.

Más sobre los sospechosos


El marido necesitaba la atención constante de la esposa. Con ella había tenido dos hijos varones. Se casaron muy enamorados y hasta el momento del crimen parecía que la paz y la felicidad dominaban el matrimonio.


La amiga tenía un sentimiento confuso respecto a la víctima. Ella había triunfado en la vida, cosa que a
Alejandra
le gustaba, pero seguía siendo atractiva y coqueta, con lo que pensaba que podría atraer alguna desgracia al hogar.


El amigo íntimo tenía tal grado de confianza en el hogar, ahora alterado por el crimen, que podía llegar de visita de forma inesperada, incluso hallándose el marido ausente, sin que fuera una sorpresa para ninguno de la familia.

El día del crimen


El marido había marchado a un pueblo en el que tenía una tienda que atender.


La amiga se había quedado a cocinar en la casa del crimen, por lo que tuvo la oportunidad de estar allí cuando sucedió.


El amigo íntimo viajó ese día a la capital con la intención de visitar a la víctima.

El arma


La pistola empleada era una de las requisadas durante la Guerra Civil.


Tanto el marido como el amigo íntimo conocían perfectamente su funcionamiento y manejo.


Por el contrario, la amiga afirmó que nunca había visto un arma como aquella y que tampoco sabía hacerla disparar.

Pistas


Nadie pudo oír las palabras que intercambiaron la persona que disparó y su víctima. El ruido que trascendió era agresivo, amenazante, por parte del asesino, y congestionado, cercano al llanto, por parte de la mujer. Las palabras habrían revelado sin ninguna duda el motivo del drama.


Todo ocurrió en cuestión de unos minutos, por lo que nadie pudo detener al asesino.


En el dormitorio de la víctima se descubrió un espectáculo macabro: el cadáver estaba envuelto en sangre con una expresión de horror dibujada en el rostro.

Un testigo presencial


Solamente una persona presenció en parte la horrible escena, impresionada por las voces que precedieron a los disparos. Esta persona era la sirvienta del piso principal. Ana estaba arreglando las habitaciones del domicilio de sus señores cuando, atraída por los gritos, pudo percatarse a distancia de lo que ocurría en la habitación. ¿Qué es lo que pudo ver la sirvienta?


Vio a un hombre dirigirse violentamente hacia la mujer.


Vio que se producía un forcejeo entre el asesino y su víctima.


Vio al agresor disparar sobre la infortunada Cecilia.

Más pistas


El amigo íntimo vivía en el pueblo en el que el marido de la víctima tenía una carnicería que ponía en marcha sólo durante el verano. En esta ocasión vino a la capital de provincia a sabiendas de que el marido no estaba, porque precisamente había ido al pueblo a atender el negocio, donde
Manuel,
por supuesto, echó de menos a
Domingo,
que desapareció sin que pudiera saber que había ido a visitar a su esposa a su propia casa.

• Domingo,
el amigo íntimo, había estado en el piso la noche anterior al día de autos, hallándose ausente el marido de Cecilia, por lo que estuvo a solas con ella. La amistad entre éste y el marido databa de los tiempos en los que hicieron juntos el servicio militar en Huesca.
Domingo
pasaba por ser el mejor amigo de
Alejandra.


La noche anterior se produjo una gran tensión entre
Domingo
y la esposa de su viejo amigo, Cecilia.

• Domingo
era viudo. Su esposa había fallecido doce años antes debido a una dolencia que contrajo durante la Guerra Civil.


La fallecida mujer de
Domingo
tenía un gran cariño y admiración por la víctima, Cecilia. Por ello, momentos antes de expirar, suplicó que fuera llevada a su presencia, y le rogó que cuidase de sus tres hijas, la mayor, por entonces, de 11 años de edad. Cecilia cumplió puntualmente la promesa hecha a la moribunda en el lecho de muerte: cuidó de las tres niñas como si fueran sus propias hijas.


La víctima era profesora de corte y confección, especialidad que enseñó a las dos niñas mayores de
Domingo,
con quien tuvo un trato prolongado y constante.

Tensión entre ellos


Dada la conducta desordenada de
Domingo, Manuel
empezó a no desear su compañía y a ver cosas raras en todo lo que aquel hacía. No obstante, no llegó a la ruptura con él porque Cecilia, su mujer, siempre le recordaba que tenía que cumplir aquella promesa que le había hecho a la esposa de
Domingo
en el lecho de muerte.

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