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Authors: Francisco Pérez Abellán

Tags: #Ensayo, #Intriga, #Policiaco

¿Quién es el asesino? (7 page)

BOOK: ¿Quién es el asesino?
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Una historia de amor

La relación de
Bautista
y María del Pilar había sido una auténtica historia de enamorados, con flechazo y urgencia de casamiento. La pareja se había conocido en un sanatorio antituberculoso en el que coincidieron ingresadas las hijas de ambos miembros.

María del Pilar, atenta y cariñosa, se ofreció a
Bautista
para cumplir con los quehaceres de la casa, cosa que éste aceptó porque necesitaba que alguien le sacara del apuro. Como consecuencia del continuo roce, desde aquel momento surgió el amor, y
Bautista,
muy pronto, le ofreció el matrimonio que fue aceptado.

Más pistas


Tanto
Bautista
como su hija ignoraban la conducta equívoca de María del Pilar hasta que empezaron a recibir anónimos.


Otra de las cosas que más alarmaban a Bautista eran los grandes gastos injustificados de su mujer. Por más que se lo había exigido, ella le había dado largas sin descender a explicarle lo que hacía con el dinero.

Los sospechosos y el día del crimen

• Ricardo,
el atracador y chantajista, estaba dentro del cine, y más concretamente en la zona de los lavabos, en el instante de producirse los disparos.

• Fernando,
el enamorado, se hallaba en paradero desconocido en ese momento. Podía estar dentro de la sala de proyección, y también en cualquier otro lugar, porque lo cierto es que nadie podía decir con certeza dónde se encontraba
Fernando
en el instante de tener lugar la agresión.

• Bautista,
el marido, esa noche estaba, como era habitual, en sus tareas de acomodador. Es decir, como
Ricardo,
se encontraba perfectamente localizado dentro del local en el que se produjeron los hechos.

Más pistas


Durante el escaso tiempo de un mes que duró el matrimonio, la pareja tuvo que hacer frente a las sospechas de infidelidad de la esposa, una lacra que les obligó a enfrentamientos y tensiones.


María del Pilar, con 47 años, había querido darle un cambio radical a su vida sin tener en cuenta las dificultades que habría de encontrar en su intento. No siendo la menor de ellas la ruptura con sus hábitos y costumbres anteriores al matrimonio, así como con sus amistades. A este nuevo comportamiento se fue acostumbrando cuando empezó a ayudar a
Bautista
en las tareas de la casa, pero había pasado muy poco tiempo desde que se conocieron para que ese pretendido cambio radical fuera posible.

Solución del enigma

Éste es el conocido crimen del cine Monumental, que tuvo lugar en la ciudad de Alicante el 17 de octubre de 1954, a las diez de la noche. Resultó muerta de cuatro disparos María del Pilar Rabasco López, mujer de 47 años, recién casada. El autor fue su marido,
Bautista Alfonso Adrover,
antiguo guardia civil y empleado como acomodador en el cine Monumental, salón moderno, en el que se cometió el parricidio. Durante el escaso tiempo de un mes que duró su matrimonio,
Bautista
llevó una vida de puro sufrimiento. Poco después de la ceremonia y por medio de anónimos descubrió el pasado de su mujer, y luego, la cada vez más cierta suposición de que ella no había abandonado aquel estilo de vida. Suponía la infidelidad de su esposa por múltiples detalles que ocasionaron entre ellos varios altercados. Finalmente, y sin que pudiera seguir aguantándolo, atrajo a su mujer al cine, la llevó a la zona de los lavabos y allí le dio muerte con su vieja pistola «Astra» del nueve largo.

La carta del criminal al jefe

El 17 de octubre, el mismo día del crimen,
Bautista,
el parricida, dirigió una carta a Santiago Sanz, jefe de personal del Monumental, en la que le ponía al corriente de todas sus amarguras matrimoniales. Este escrito fue de gran interés para los investigadores porque ofrecía un retrato de este hombre deshecho por la conducta de su esposa.

Según esta carta, lo único que le interesaba a la víctima era conseguir una pensión a toda costa, por lo que se había casado con
Bautista,
sin pensar en ningún momento en renunciar a su vida licenciosa. La epístola recuerda que el mismo día que contrajeron matrimonio les echaron una nota por debajo de la puerta diciéndole a ella que no se casara. «Desde ese mismo instante comenzaron los disgustos», subraya la carta. Tampoco marchaban bien los asuntos domésticos, habiéndose disparado los gastos. Así lo cuenta
Bautista:
«Los gastos particulares que me ha ocasionado en seis meses cortos arrojan un total de 3.199 pesetas». Y añade: «Llevo ya ocho días sin comer ni dormir, recibiendo disgustos. Y diré que me encuentro caído totalmente, siendo lo más regular que la próxima semana tenga que hospitalizarme».

Con ese oscuro futuro ante sus ojos, la moral destrozada por los rumores y un terrible sentimiento de impotencia ante la situación,
Bautista
cometió el crimen, poniendo fin así a todas sus esperanzas.

El anciano solitario

N
ervioso, dominando una gran ansiedad, avanza como una sombra por el camino, procurando no ser visto, haciendo la vista larga para descubrir antes que nadie a un posible vecino inoportuno. Había recorrido un largo trayecto a pie, pero ya estaba cerca de su objetivo. Ante sus ojos se alza la casa de la finca enorme donde habita el viejo avaro y solitario. Después de dos horas de andar, contemplando el pozo y el árbol de ramas peladas, se toma un respiro tragando aire con ansia. Necesita estar tranquilo para llevar a cabo su propósito. Algo repuesto de su cansancio, da los últimos pasos hasta la tapia que rodea la finca y busca la parte más baja frente a la fachada principal, por la que trepa sin dificultad. No hace ruido y del otro lado tampoco se escucha nada. Es una noche solitaria, quieta como una balsa de aceite. Pero también la siente espesa como si se ahogara en un trozo de aire sólido. «Es la impresión», se dice. Y penetra hacia la bodega sin equivocarse recorriendo agazapado los metros que le separan de la puerta. La finca es un caserón enorme con habitaciones y pasillos en una laberíntica amalgama. En algún lugar de sus sucios dormitorios, llenos de telarañas, está el propietario, al que sabe solo en la inmensidad de sus posesiones. Éste es el impresionante caserón rodeado de ochenta hectáreas de tierra, que conforman el paraíso degradado, comido por la suciedad y el abandono, en el que reina un hombre viejo y desconfiado, que apenas se trata con ninguno de sus vecinos, llevando una existencia apartada, solitaria. Don José, el propietario, es un millonario excéntrico que viste harapos y calza alpargatas, aunque tiene en el armario al menos cuatro trajes en muy buen estado. Dispone de dinero y bienes suficientes para llevar una existencia regalada, atendido por una sirvienta o casado en segundas nupcias si hubiera querido, pero ha elegido encerrarse a esperar la muerte en este lugar fuera del tiempo, con todas las puertas cerradas, con los cerrojos echados y las ventanas clausuradas. Cuando tiene que salir a trabajar en algún punto de sus enormes posesiones, un camino muy largo para un hombre viejo, pone en una cesta un trozo de pan y unas latas de sardinas. Su vivir diario se basa en el ahorro, con poco gasto y las compras imprescindibles. Tal vez la única alegría que se permite es el vasito de vino que baja a buscar por la noche, más o menos a la hora de la cena. Recorre un pasadizo interior y desciende por una escalera hasta los barriles panzudos que guardan el buen vino. Es una costumbre que el intruso que le aguarda conoce muy bien. Por eso abre un agujero por fuera en los portones de la bodega hasta que por el hueco cabe su cabeza y se desliza a la oscuridad húmeda en la que reposa el vino. Allí se arma con un garrote de un decímetro de diámetro, de los usados para aplastar la uva. Luego se agacha cobardemente y espera.

Transcurren varios minutos de intensa ansiedad. El corazón le golpea en el pecho. Por primera vez en su vida sabe bien lo que tiene que hacer, pero ignora si se atreverá a materializarlo; No obstante, siente crecer la rabia en su pecho como una marea oleaginosa, algo que le estrangula los nervios a la altura del esternón. Cada minuto que pasa le convence de que éste es el momento culminante, el que siempre había esperado para cambiar su mala racha. Inmerso en sus pensamientos, lamentando su pasado lleno de improvisaciones, cuando recuerda los motivos que le han traído hasta aquí a esperar a su destino, se siente sorprendido por el ruido de pasos. El anciano millonario que vive pobremente se acerca. Desciende por una escalera de mano que es la que siempre utiliza para ir de la parte alta a la bodega. Lleva un vaso en una mano y una vela en la otra. Sin pensarlo más, apenas el propietario pone los dos pies en el suelo, el intruso le golpea en el parietal derecho con el garrote de machacar la uva. Se escucha un ruido estremecedor de huesos rotos. El intruso repite el golpe hasta partir el garrote en dos. Convencido de que su víctima está muerta, la arrastra fuera de la bodega hasta una estancia vecina, donde la entierra bajo medio metro de paja. Habían matado a un anciano en su casa, pero ¿quién le había quitado la vida? ¿Por qué lo habían asesinado?

Sospechosos

• Jaime,
«El Pirindola», un delincuente habitual que ya antes había intentado entrar en la finca para robar. Sabía que el viejo habitante de la enorme propiedad solía llevar encima una importante cantidad de dinero.

• Pedro,
«El Recadero», un muchacho al que la víctima hacía encargos. Aparentemente fue uno de los primeros en extrañarse de la falta del anciano solitario. Conocía a la perfección la situación económica de la víctima y todos los días hacía grandes trayectos a pie por si el caprichoso señor quería encargarle algo que aliviara su necesidad.

• Joaquín,
«El Trota», abreviamiento de trotamundos, que trabajaba durante el invierno como jornalero en el campo. Tiempo atrás había estado ocupado en las tierras de labor que la víctima daba en arriendo.

Pistas


Los tres sospechosos conocían perfectamente el interior de la casona en la que habitaba la víctima que fue identificada como José Rosell Carol, de 75 años.


En los bolsillos de don José solía haber siempre fuertes cantidades de dinero que a veces llegaban a las 100.000 pesetas. Una verdadera fortuna en la época.


La víctima llevaba su dinero en paquetes atados con hilo junto a un punzón que metía con la punta hacia arriba, por si alguien trataba de meterle la mano en el bolsillo sin su permiso. Este detalle se conocía porque una vez que estuvo muy enfermo, el médico no lograba de ninguna manera que se quitara el pantalón. Cuando por fin consiguió que el anciano accediera, se enteró del motivo: bien envueltos como solía, y junto al consabido punzón, llevaba billetes por valor de sesenta mil pesetas.

Posibles móviles

Los encargados de la investigación valoraron desde el primer momento el robo como uno de los motivos más fuertes, pero también estaban la venganza y el odio de los que conocían a José, que vivía retraído y enfadado con su propia familia, y en especial, con su hermano Ramón, que habitaba en el pueblo vecino. Tampoco descartaban los investigadores que el motivo hubiera sido una desavenencia personal nacida de la rivalidad entre propietarios de fincas vecinas. Los expertos avanzaban poco a poco y examinando cuidadosamente todos los detalles.

Más pistas


La finca del crimen estaba a unos tres kilómetros del pueblo más cercano y a siete del más importante de los alrededores.


El cadáver fue encontrado bajo la paja, momificado y casi irreconocible. Únicamente las alpargatas se conservaban en buen estado. En los jirones de la ropa, los investigadores hallaron pequeñas astillas clavadas.


Poco antes de su muerte, la víctima fue asaltada cuando regresaba a su casa en su carro. Ya estaba muy cerca cuando le salió un individuo de unas matas y le dio un tremendo golpe en la cabeza que le produjo un chichón muy grande. Pero arreó a la caballería y logró ponerse a salvo.

Más sobre los sospechosos

• Jaime,
«El Pirindola», era, además de un claro candidato a la autoría del crimen, sospechoso también de ser la persona que golpeó en la cabeza a don José cuando intentaron robarle en los alrededores de su casa.

• Pedro,
«El Recadero», se había encargado más de una vez de airear la paja y ordenar la cuadra donde se guardaba la tartana en la que salía don José. Conocía por tanto perfectamente la habitación en la que la víctima había sido escondida. La tartana había sido dispuesta delante para ocultar el sitio y despistar a quien entrara,

• Joaquín,
«El Trota», había trabajado dos años antes en la finca en la recolección de la uva, con varios obreros más que se marcharon antes que él, quedándose a solas con el dueño más de tres semanas.

El número trece

En este crimen, el número trece tiene una relevancia especial. La víctima desapareció un día 13, el pueblo más cercano tenía en aquel momento 1.300 habitantes, es decir, una cifra encabezada por el 13; ese mismo número era el que figuraba en el portón de entrada a la finca del crimen porque era el que el ayuntamiento le había asignado. Es decir, tres 13 seguidos, y no serían los únicos. Esta característica distingue claramente este suceso en la historia criminal española.

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El único familiar próximo era el hermano, Ramón, que no mantenía relaciones amistosas con la víctima.


La víctima era un viudo sin hijos, el primogénito de una familia muy conocida. La esposa había fallecido en 1937, y desde entonces vivía encerrado.


La finca consta de tres plantas. En la baja hay corrales, cuadras, bodegas. Dependencias en las que se alinean paja, cascotes, barriles, entre barro y restos de conejeras. También se encuentran allí prensas para la uva y restos de un molino. Por todas partes hay verjas desprendidas. Los portones tienen la madera carcomida. En los dormitorios, y por toda la casa, hay telarañas. En la planta principal hay un amplio comedor con cuatro sillas desparejas y la mesa con un hule viejísimo. Todo está abandonado y en estado ruinoso, como si hubiera caído una maldición; y eso que era una de las mejores fincas de la comarca.

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