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Authors: Francisco Pérez Abellán

Tags: #Ensayo, #Intriga, #Policiaco

¿Quién es el asesino? (9 page)

BOOK: ¿Quién es el asesino?
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Su única familia directa era su hermana.


Antonio procuraba guardar sus ahorros a buen recaudo porque era hombre previsor que gozaba de justa consideración como la excelente persona que era.


En otros tiempos, Antonio ayudaba a su hermana con constantes préstamos de dinero sin atender nunca a su solicitud de que partiera sus bienes para concederle la parte que, según
Remedios,
dejaron sus padres para ella y que él se apropió. Cosa que tenía muy poca base jurídica.


Para los dos hermanos era una constante mortificación que se hiciera comidilla de los amoríos de
Remedios.

La autopsia

El forense informó a los investigadores de que una vez examinado el cadáver se encontró una profunda herida inciso-punzante junto al corazón de la víctima. Aquel destrozo, con seguridad, fue causado con un cuchillo de larga hoja que cortó las arterias provocando una hemorragia masiva, causa del fallecimiento. El cadáver no presentaba ninguna otra señal de golpes o cuchilladas. La hora de la muerte fue fijada entre las diez y las once de la noche anterior al hallazgo del cuerpo.

Más pistas


El niño que vio el cuerpo tendido desde la puerta de la casa vecina, al otro lado del cauce seco, sólo pudo apreciar a un hombre caído que identificó, sin equivocarse, por las ropas. Era la mañana del 25 de diciembre. El pequeño se disponía a ayudar a su padre en las faenas del campo. Avisó a su madre de lo que había encontrado porque era quien estaba más cerca, dentro de la casa.


Nadie había escuchado nada anormal ni visto salir a ningún extraño.


El cuerpo de la víctima estaba echado de bruces en un charco de sangre.

Detención de Juan

Después de un cuidadoso registro de la propiedad y de haber peinado los alrededores de la finca y de la vivienda, los investigadores se sentaron a considerar las posibles inculpaciones de los sospechosos. Entre todos aparecía
Juan
como el que disponía de mayores motivos para ser considerado el sospechoso número uno. En primer lugar, estaban los antecedentes en su familia, puesto que su padre cometió un crimen similar. Luego era sabida su aspiración a hacerse al menos con una parte de la finca de su cuñado. Finalmente, se sentía agraviado por el desprecio de éste. Todos estos motivos llevaron a su detención e interrogatorio en calidad de inculpado.

Juan,
se supo después de la amplia indagatoria llevada a cabo por los encargados del caso, dejó dicho en varios lugares que su principal ambición era instalarse con
Remedios
en la propiedad de su hermano, el ahora desaparecido Antonio, para beneficiarse de la fortuna de éste, aunque para ello tuviera que abandonar a su propia familia.

No eran pocos los que opinaban que
Juan
no se detendría si para conseguir sus propósitos debía quitar de en medio a Antonio.

Una sorpresa

Cuando los investigadores creían tener encauzadas sus diligencias, éstas dieron un vuelco:
Juan,
ante los encargados de interrogarle, afirmó que a las horas en las que los forenses fijaban la muerte de Antonio, él se encontraba en la ciudad, donde había visitado varios establecimientos de bebidas. Allí fue visto acompañado por varias personas que, según dijo, estarían dispuestas a declarar a su favor. En efecto, así fue. Numerosos testimonios corroboraron su coartada y
Juan
tuvo que ser puesto en libertad. La investigación retrocedió de golpe al principio.

Más pistas


Los investigadores volvieron a reconsiderar los móviles del crimen, manejando otra vez la posibilidad de un robo con homicidio o que se tratara del resultado de algún negocio frustrado.


Fue necesario reconstruir los últimos movimientos de la víctima e investigar sus relaciones puesto que ahora podía barajarse el desenlace de un asunto pasional.

El día del crimen

• Daniel,
el hermano de Ana, incluso estaba pensando en obligar a Antonio a una boda con su hermana y que en caso de que no le diera satisfacción tendría que vérselas con él;
Juan
afirmó que a las horas del crimen estuvo jugando una partida de cartas con unos amigos, extremo que no pudo ser ratificado porque decía no recordar el nombre de los jugadores.
Toñín,
efectivamente, reconoció haber visitado a la víctima veinticuatro horas antes de su muerte pero negó haberlo visto el propio día del fallecimiento. A la hora en la que tuvo que suceder el asesinato afirmó que estaba en su casa dormido porque al día siguiente pensaba madrugar mucho.

• Juan
demostró sin ninguna duda que él no pudo matar a Antonio porque estuvo en lugares concurridos celebrando las fiestas. Además, añadió que todo lo que se decía de él sobre su deseo de apropiarse de la finca eran habladurías de la gente.

• Remedios,
la hermana de Antonio, no le vio el día de su muerte. Desde hacía muchos meses, apenas se hablaban. Ella confesó que de esa manera quería obligarle a aceptar sus pretensiones sobre el patrimonio que ella consideraba que debía repartir.

Pista final


Pepito López, el niño que había descubierto el cadáver, volvió entonces a dar una pista que había que tomar en consideración. Se trataba de que la mañana del día anterior al crimen había observado a la víctima en compañía de un hombre. Alguien que le resultaba conocido, al que identificó como
Toñín,
el obrero de las canteras.

Solución del enigma

Éste es el crimen del arroyo de «Gálica», llamado así porque tuvo lugar en la vecindad del cauce seco de este riachuelo, en las afueras de Málaga. Sucedió en la Nochebuena de 1954, a las diez de la noche. Subiendo una hondonada, el Tajo del Bu, se llegaba al cortijo «Witemberg», propiedad de la víctima, Antonio Murillo Alés. Su asesino fue
Antonio Domínguez, «Toñín»,
pescador. Estuvo con su víctima el día anterior por la mañana, que fue cuando los vieron juntos. En aquella ocasión hablaron de frivolidades, pero en realidad el criminal fue a preparar el escenario del crimen. Pese a las imperiosas necesidades económicas del asesino, no mató para robar sino que su móvil fue otro: exactamente asesinato por encargo.

¿Y quién encargó el crimen?

La persona de la que todo el mundo sospechaba desde el principio:
Juan Gómez Vallejo,
de 46 años de edad, casado, jornalero, padre de ocho hijos, siete con su mujer y uno con
Remedios,
la hermana de la víctima. Este individuo, apodado «El Jamones», decidió finalmente, según los investigadores, eliminar a su, digamos, cuñado para establecerse en la finca de su propiedad, pero seguro de que si cometía él mismo la muerte sería descubierto en seguida, se aseguró la colaboración del pescador
Antonio Domínguez, «Toñín».
Fue a buscarle al terminar éste su tarea a bordo del pesquero
Pedro y Asunción
y le prometió que cuando la mujer con la que mantenía relaciones heredara la finca, le recompensaría largamente. Como parte del trato, ofreció a su sicario pagarle todas las deudas y darle 5.000 pesetas. Puestos de acuerdo,
Juan
«El Jamones» le entregó a
Domínguez
un cartucho de dinamita que habría de ser el arma del crimen, pero el asesino material decidió que sería más fácil cometerlo con un cuchillo. Y así lo hizo. El inductor y su «criminal empleado» fueron puestos a disposición judicial.

Misterio en el barrio chino

U
n individuo solitario penetra en una clínica dermatológica adonde normalmente acuden personas de todo tipo y condición a tratarse de dolencias inconfesables. Muchas de estas «clínicas» situadas en el camino del barrio donde se agrupa el comercio sexual eran por aquella época simples comercios en los que personas sin escrúpulos ni título médico alguno se aprovechaban de la necesidad de los clientes que iban buscando principalmente dos cosas: alivio para sus males y discreción.

El hombre que entra en el establecimiento situado hacia la mitad de la calle lo hace sin recelo. Se nota que conoce el lugar y que no es la primera vez que lo visita. Pasa al despacho donde se encuentra con Carlos, el propietario del negocio y encargado de atender a los clientes, quien le saluda con afecto. Carlos, que vive solo, tiene 59 años de edad, es corpulento y padece desde hace años una grave enfermedad cardiovascular.

Durante la Guerra Civil hizo muchos y buenos negocios que le produjeron sustanciosos beneficios. No es una persona que necesite mucho para vivir y por eso disfruta de una posición económica muy sólida. Por el contrario, su situación sentimental y humana es mucho más débil. Su existencia transcurre separado de su familia y personalmente nunca logró recuperarse de un episodio de la guerra en el que murió su esposa, quedando él muy afectado. En ese preciso instante está consumiendo un café que ha traído de un bar contiguo a la clínica y que abandona encima de la mesa para atender al hombre que entra.

La conversación que se entabla entre los dos salta de un motivo a otro, centrándose finalmente en el objeto de la visita. El propietario de la clínica es por lo general una persona poco comunicativa que atiende al público con una frialdad cercana a la asepsia.

Escucha los males que le cuentan, examina con ojos de experto al enfermo y, si lo cree conveniente, le hace pasar a la sala de espera, o al consultorio, ambas habitaciones situadas a continuación una de otra en el largo pasillo que conduce al interior de la casa, al fondo de la cual tiene su domicilio. Pero, en esta ocasión, Carlos se limita a charlar con el recién llegado olvidando su café, que se enfría sin remedio. El hombre que le visita mientras habla da vueltas a unas vendas convirtiéndolas en cordoncillo tal vez sin propósito determinado. La conversación es cordial, a veces intrascendente, pero llena de sobrentendidos. En un momento determinado, Carlos se dirige a la puerta de acceso de la clínica y la cierra con llave. Acto seguido invita a su visitante a acompañarle hasta la zona de vivienda del establecimiento. Los dos llegan por el largo pasillo hasta la amplia habitación donde hay una mesa, sobre la que se encuentran varias botellas, algunas sillas, un armario y una cama. Carlos dice algo apresuradamente, unas frases que enfadan sobremanera al individuo que le acompaña. Éste, sin detenerse a pensarlo, empuña una de las botellas de la mesa y golpea con ella a Carlos en el cráneo. Por efecto del golpe, el propietario de la clínica trastabillea y acaba derrumbándose en el suelo. Su agresor entonces le arrastra hasta el enorme lecho que está junto a la pared del fondo. Allí, con la venda que ha estado transformando en un cordoncillo mientras parecía que jugaba con ella, ata las muñecas de su víctima sujetándolas fuertemente a la cama. Poco después, Carlos sale de su aturdimiento y valiéndose de su corpulencia se revuelve arrastrando la cama y consiguiendo soltarse de ella aunque continúa preso por las muñecas. Esta acción provoca de nuevo el furor del atacante, que vuelve a golpearle con la botella. Sin dejar que reaccione, le patea con saña; y finalmente, le acuchilla hasta siete veces con un fino estilete.

Una de las cuchilladas le acierta entre las cejas. El agresor ha perdido los nervios por completo y necesita serenarse antes de recuperar el dominio sobre sí mismo. Sudoroso, respira hondo, recostado sobre la pared, y cuando consigue rehacerse, sale abandonando a su víctima sobre un charco de sangre. El dueño de una oscura clínica ha sido asesinado…, pero ¿quién lo ha hecho? ¿Por qué lo han asesinado?

Sospechosos

• Justino,
el cliente insatisfecho que estaba recibiendo un largo tratamiento y que pensaba que la víctima era un aprovechado que le estaba sacando el dinero sin conseguir curarle.

• Agustín,
el amigo despreciado, un practicante que solía trabajar en combinación con Carlos al que éste le enviaba algunos de sus clientes, pero con quien en los últimos meses habían empeorado sus relaciones por motivos poco claros.

• Fernando,
el heredero interesado, un pariente con el que la víctima apenas tenía trato pero que aspiraba a heredar parte de sus bienes. Recordemos que Carlos vivía solo, alejado de su familia, que eran tres hermanas, en parte por su carácter y en parte por el negocio que regentaba.

Pistas


El cadáver de Carlos fue encontrado a los pies de su cama por un cliente que lo comentó en un bar pero que no avisó a la policía.


El cuerpo estaba caído en un charco de sangre y a primera vista no se podían apreciar las marcas del apuñalamiento que sólo se distinguían como pequeñas heridas. El arma del crimen parecía ser una botella. Pero el cadáver tenía siete costillas rotas y siete heridas penetrantes realizadas con un estilete.


Clínicas como ésta solían estar regidas por individuos que no tenían título sanitario, pero a pesar de ello aconsejaban y daban tratamiento a los clientes del barrio portuario. Trabajaban más de noche que de día, y en ocasiones, simulaban tratamientos de enfermedades inexistentes a precios desorbitados.


Algunos dueños de este tipo de clínicas acababan enviando a sus pacientes al médico pero muchos otros se aprovechaban de ellos sin ningún escrúpulo. Siempre era el cliente el primer interesado en que no se supiera de qué se estaba tratando, ni cuál era la gravedad o duración de la enfermedad. Dicho esto, hay suficientes elementos para que el lector comprenda dónde tuvo lugar el crimen y qué clase de enfermedades vergonzantes, de transmisión sexual, se trataba en clínicas como la que fue escenario del asesinato.


El cadáver fue descubierto sobre las siete y media de la tarde. El reloj de bolsillo de la víctima que fue encontrado roto y con las saetas paradas en las seis treinta y cinco parecía marcar la hora de la agresión.

Más de los Sospechosos

• Justino,
el cliente, estuvo la tarde del asesinato en la clínica. Algunos dijeron que fue el misterioso hombre que indicó en el bar vecino, como quien no quiere la cosa, que había encontrado a Carlos muerto.

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