Read Relatos 1927-1949 Online

Authors: Bertolt Brecht

Tags: #Clásico, Drama, Relato

Relatos 1927-1949 (22 page)

BOOK: Relatos 1927-1949
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—¡Al suelo esa canastilla! —ordenó el conde al cómico en tono imperioso—. Ya te enseñaré a poner tus huevos por encima de mí. ¡Y ahora métete en la canastilla! ¡Rápido!

Los criados obligaron a Eulenspiegel con sus lanzas a subirse a la canastilla y pisotear los huevos. Y mientras lo hacía, Eulenspiegel iba murmurando lo siguiente:

«Nuevo, viejo, nuevo,

¿qué cosa es un huevo

frente al conde de Pfingsheim?»

Al principio esto lo oyeron sólo los criados, pero todos vieron cómo el volatinero pisaba los huevos con una fruición y rapidez siempre mayores, de suerte que al final parecía estar bailando, y todos, incluido el señor conde, sintieron un extraño malestar. Este venía huyendo de Weinsperg, sitiada por los campesinos, para integrarse en la Liga Suava, que se estaba organizando contra las victoriosas huestes campesinas. Con aire sombrío dio orden de continuar. Pero Eulenspiegel sacó a su burro de la cuneta y le dijo:

—Johannes, tú hubieras aceptado que un gran señor nos reclamara unos huevos ganados con tanto esfuerzo, y, hablando con franqueza, yo también. Pero tú hubieras aceptado igualmente que los pisoteara hasta hacerlos papilla, y yo, en cambio, no.

Y, en efecto, después de este incidente Eulenspiegel se dedicó a cantarles la cartilla a los señores cada vez que podía.

Las mujeres de Weinsperg

Todo el mundo conoce por los libros de lectura la conmovedora historia de las fieles mujeres de Weinsperg, que sacaron a sus maridos de la ciudad sitiada llevándolos a hombros. Pero Eulenspiegel estuvo allí presente y vio a las mujeres que llegaban con su carga al campamento de los campesinos. Es totalmente cierto que éstos habían autorizado a las mujeres a sacar de la ciudad los bienes que más apreciaran, siempre que pudieran cargarlos sobre sus espaldas. Pero cuando les revisaron los sacos comprobaron que las más listas tío llevaban en ellos al marido, sino algo más difícil de sustituir como es la ropa de cama, y que tampoco habían salvado al obispo, sino los instrumentos de medición hechos de oro puro y mucho más valiosos. De pie junto a la puerta de la ciudad, Eulenspiegel le hacía una reverencia a toda mujer que no llevara a un ciudadano en su saco.

Eulenspiegel predice que las promesas
de los señores vencidos
no merecen gastar la pólvora en salvas

La alegría de los campesinos por su victoria en Weinsperg fue muy grande. Creyendo haber ganado ya la guerra se aprestaron a volver a sus casas para iniciar las siembras de primavera. En el curso de una extraña ceremonia obligaron al magistrado de Weinsperg a suscribir solemnemente los doce artículos propuestos por ellos mismos y a comprometerse a vivir en paz con ellos durante ciento un años. Cuando, antes de dispersarse, los campesinos celebraron este triunfo sobre los señores con 2.000 arcabuzazos, Eulenspiegel se sorprendió de que gastaran su pólvora por semejante timo, y les predijo que muy pronto echarían de menos esa pólvora. Y, en efecto, tuvieron que pagar muy caro el haber deshecho su ejército para irse a sembrar, pues los señores pudieron así organizar un ejército señorial y cuidar de que ese mismo otoño la cosecha volviera a los graneros señoriales.

Eulenspiegel médico

Retenido por unos negocios, Eulenspiegel llegó a la aldea de Murthal cuando la comitiva del príncipe ya había pasado. La aldea había sido siempre muy pobre, pero esta vez los visitantes habían arrasado con todo, de suerte que Eulenspiegel no encontraba nada que comer. Y de pronto descubrió un pollo en una granja. Llamó a la puerta y le abrió un viejo. En la casa sólo se habían quedado el viejo y la campesina, que estaba enferma en su cama; los hombres se habían ido al campo.

—Veo que estáis enferma —dijo el volatinero a la campesina—. Tal vez pueda ayudaros; soy el médico de cabecera del conde von Geerten y, a primera vista, veo que padecéis del
morbus immensus spitaliter.
¿Tenéis algún pollo en casa?

Como los campesinos no respondían, Eulenspiegel siguió diciendo con aspecto preocupado:

—La enfermedad del
morbus divinus hospitalis
es producida por el agotamiento. Estoy seguro de que os sentís agotada.

—Sí que lo estoy —dijo la mujer—, y no es de extrañar; hay que arar el campo y yo tengo que tirar del arado. El buey se lo llevaron los príncipes.

—En el caso de la condesa von Geerten —dijo Eulenspiegel con aire pensativo—, el agotamiento se debió al exceso de bailes. Se hubiera muerto en tres días de no haberle yo recetado la única medicina apropiada. Una vez más: ¿tenéis algún pollo en casa? Pensad bien la respuesta, pues muchas cosas dependen de ella.

—No —dijo el anciano, pero la mujer intervino:

—Tráelo.

—Y cocínalo —añadió Eulenspiegel.

—Llama a la vecina —dijo la campesina—; que lo cocine ella.

—Un momento —dijo Eulenspiegel—. Los que lo cocinen tienen que ser dos, como mínimo. En general, me gustaría que mucha gente viera lo que la medicina es capaz de hacer en estos casos.

Cuando el pollo estuvo cocido y la habitación llena de campesinas, Eulenspiegel se sentó a la mesa y empezó a comerse el ave al tiempo que repartía consejos.

—¿Cuándo bailaste por última vez? —preguntó a la enferma.

—El año pasado, en la feria —respondió la campesina.

—¡Ajá! —masculló el cómico llevándose un ala de pollo a la boca—. Lo primero que le prohibí a la condesa von Geerten, que padecía de la misma enfermedad, fue bailar en demasía. Lo mismo te digo a ti. Además, me acabas de decir que tiras del arado, y esto es algo que también le prohibí terminantemente a la condesa von Geerten, como te lo prohíbo ahora a ti. Para su curación prescribí a la señora condesa un pollo diario. Lo mismo te receto ahora a ti, pues a los ojos de la medicina no hay ninguna diferencia entre la más refinada de las condesas y tú, ya me entiendes: los estómagos son los mismos.

—El único pollo que teníamos es el que te estás comiendo ahora mismo —dijo el viejo enfadado.

—Ya entiendo —replicó Eulenspiegel y se apresuró a devorar su comida—. Pero seguro que tendréis algo nutritivo. ¿Tenéis vino tinto?

—No —dijo el anciano—, puedes tomar agua si tienes sed.

—No lo he preguntado por mí —repuso Eulenspiegel—, sino por la enferma; por mi parte estoy satisfecho.

Y se levantó.

—Si no tenéis vino podéis darle queso, aunque puede que tampoco tengáis bastante queso tras la visita de los príncipes, que se llevan cuanto necesitan. En ese caso os recomiendo té de salvia.

Cuando Eulenspiegel hubo dado este consejo y se disponía ya a abandonar la casa, una campesina particularmente tonta dijo:

—Té de salvia sí que tienes, Trine, está junto a tu cama.

Pero las otras campesinas lanzaron miradas torvas y una de ellas dijo:

—¿Es esto todo lo que puedes decirnos a cambio del pollo?

—Mi estimada señora —le respondió Eulenspiegel—, si no podéis daros el lujo de comer algo sólido de vez en cuando, jamás acabaréis con las enfermedades. Y si no podéis costearos un médico, moriréis a causa de ellas.

Aquello fue demasiado para las campesinas, que en el acto vapulearon al presunto médico en la habitación de la enferma. Pero al proseguir su camino, el cómico dijo: «Más vale vapuleado que hambriento.» Y las campesinas de Murthal comentaron: «Los médicos de los grandes señores no son mejores que los grandes señores», comentario con el que Eulenspiegel estuvo de acuerdo.

Eulenspiegel juez

Eulenspiegel se enteró de que en una aldea iba a celebrarse un juicio, pero que el magistrado no podría asistir porque había caído enfermo. Y decidió presentarse como juez, sobre todo porque había oído que esa aldea no quería saber nada con la guerra contra los grandes señores. Durante la audiencia condujeron ante él a un campesino que, en una borrachera, le había roto el espinazo a una mujer con un gran leño. Cuando se hubo probado el delito, Eulenspiegel llamó con gestos solemnes a su aprendiz, de nombre Steppke, y tras susurrarle algo al oído, lo envió a hacer un recado. Luego se volvió hacia el campesino y le dijo:

—Para defenderte alegas que, en tu borrachera, creíste que era tu propia mujer y, por consiguiente, te sentiste con derecho a vapulearla a discreción. Tu caso demuestra claramente lo grave que es emborracharse al punto de ya no reconocer ni a su mujer. Tendré que imponerte una sanción, y ya sólo queda por saber el monto de la misma.

Y al decir esto se puso en pie y miró muy ostentosamente alrededor, por si su aprendiz hubiera regresado. Y así fue, pues en aquel preciso instante llegaba Steppke a la carrera y, deteniéndose a unos diez pasos de Eulenspiegel, y pese a los gestos con que su maestro fingía darle a entender que los demás no debían oírlo, gritó en voz alta:

—Excelencia, la señora juez os manda decir que ha llegado el vinatero y que el precio del vino de Falerno es de cinco florines.

Eulenspiegel carraspeó y pronunció un breve discurso:

—Para determinar el monto de tu sanción desde el punto de vista jurídico hemos de comprobar objetivamente si recogiste simplemente el leño del suelo o lo fuiste a buscar al cobertizo. En el primer caso podríamos considerar que no hubo premeditación propiamente dicha y rebajar la multa a tres florines. Pero si cogiste el leño…

En este punto interrumpió un testigo al juez y declaró que, de hecho, el leño había estado en el suelo, junto al acusado. Eulenspiegel pareció un poco molesto por esta declaración, y preguntó en tono severo al acusado:

—¿Era el leño de pino o de roble?

—De pino —respondió el acusado.

—Mal asunto —dijo Eulenspiegel—. ¡Si al menos hubiera sido de roble! ¡Con qué fuerza habrás pegado para romperle el espinazo con un leño de madera blanda! ¡Cinco florines!

Cuando el falso juez hubo cobrado los cinco florines y se hallaba ya en camino, los campesinos aún seguían comentando el fallo, como había esperado Eulenspiegel, y algunos se mostraron muy disconformes.

Notas

[1]
Esta historia también fue rectificada por Franz Kafka. ¡Parece ser que en los últimos tiempos resulta francamente increíble!
<<

[2]
Sangre griega parece no haber tenido Ui, ya que los propios griegos, sin escatimar gastos ni esfuerzos, han llevado a cabo investigaciones concienzudísimas y demostrado que no pertenecía a su raza.
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