¿Sabes que te quiero? (50 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Infantil-Juvenil, Romantico

BOOK: ¿Sabes que te quiero?
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Y, poniéndole una mano en la espalda, lo empuja para que caiga a la piscina.

El muchacho se hunde en el agua y se impulsa de nuevo hacia la superficie. Agarra por un pie a Cris para arrastrarla hasta dentro de la piscina, pero esta se resiste. Sin embargo, la fuerza de Alan se impone y lo consigue. No contento con su venganza, el francés apoya sus manos en la cabeza de la chica y le hace una ahogadilla.

—¡¿Ves cómo no eras tan mosquita muerta?! —grita mientras Cris se quita el pelo de los ojos y escupe el agua que ha tragado.

—Y, por lo que se ve, tu lado bueno dura poco —replica.

E intenta devolverle la ahogadilla.

No lo logra. Al contrario, vuelve a ser ella la que termina bajo el agua.

En ese instante, Paula regresa a la casa con una rosa azul en la mano. Mira hacia la piscina y los ve. Parece que se están divirtiendo. Ninguno de los dos demuestra que esté muy afectado por las circunstancias.

Cris se da cuenta de la presencia de su amiga y avisa a Alan de que está allí. El chico se separa rápidamente de la Sugus de limón y sale de la piscina subiendo a pulso por el bordillo. Empapado, corre hasta Paula.

—Hola —la saluda, fijándose en la flor azul—. ¿Has ido a ver a Marat?

—No exactamente; me lo he encontrado por el camino.

—Es un gran tipo.

—Sí. Te manda saludos.

—Ah, muy bien —dice sonriendo—. Pese a todos los años que nos llevamos de diferencia, es un buen amigo y siempre me ha tratado muy bien.

—El habla maravillas de ti.

El joven coge una toalla y empieza a secarse.

—Todo mentira —responde, alborotando su pelo rizado.

La expresión de Paula no muestra alegría. Y es que no entiende muy bien su actitud. Después de soltarle algo tan importante, que la ha hecho pensar durante todo ese tiempo, él no refleja en su comportamiento que se lo haya tomado muy en serio. Es más, incluso parecía divertirse mucho con Cris en la piscina.

—Me ha venido bien hablar con Marat.

—¿Ah, sí? —Sí.

Alan deja de secarse y arroja la toalla sobre una silla del jardín. Entonces se fija en que el dedo corazón de la mano derecha de Paula está vendado.

—¿Qué te ha pasado ahí?

—Me he pinchado con una rosa.

—Es que hay que ponerse guantes para tocarlas...

—Eso me ha dicho Marat.

—Y después te ha contado la leyenda del rosal envenenado, ¡me equivoco?

—No. No te equivocas.

El chico suelta una carcajada, aunque Paula continúa seria.

—¿Ha sido con esa con la que te has pinchado? —le pregunta, señalando la rosa azul que tiene Paula en la mano. —Sí.

El chico contempla la flor y piensa en lo bonita que es. Como la chica que la lleva. Pero ella no parece que esté muy contenta.

—¿Qué tal ha ido el paseo? ¿Te ha servido de algo?

—Para desconectar un poco, aunque, con todo lo que me está pasando últimamente, es complicado.

—Te lo estamos poniendo difícil, ¿eh?

Paula lo mira muy seria. La desconcierta. ¿Por qué es siempre tan... como no tiene que ser? Le gusta, sí. Le gusta. Pero no puede enamorarse de alguien que no se toma en serio las cosas o que constantemente quiere estar por encima de todo.

—Nada es sencillo en la vida.

—¡Qué profunda!

—Y tú, ¡qué capullo! —responde instintivamente—. Me acabas de decir hace nada que me quieres, que estás enamorado de mí. Y parece que te dé lo mismo.

—No me da lo mismo. Claro que no.

—Pues en la piscina bien que te lo estabas pasando con Cris.

—¿Estás celosa?

El rostro de Paula refleja su enfado al escuchar esa pregunta. Intenta tranquilizarse antes de contestar y cuenta hasta cinco.

—No entiendes nada.

—En eso tienes razón: no entiendo nada.

Cris, que ha visto desde lejos que la situación empezaba a ponerse tensa, ha salido de la piscina y se ha acercado hasta ellos.

—Hola, Paula. ¿Qué tal el paseo? —le pregunta, mientras coge la misma toalla con la que antes se secó Alan.

—Bien. ¿Y tu baño? Veo que ya estás mejor —comenta con ironía.

—No, lo que pasa es...

—¿Y Miriam?

—Se ha ido a casa.

—¿Qué?

—Ha tenido una pelea con Armando y se ha marchado sola a casa. El no sé dónde está. Creo que también se ha ido.

—Es normal que se hayan ido. Quizá yo deba hacer lo mismo.

Alan y Cristina se miran entre sí.

—Si quieres irte, yo te llevo a casa —indica el francés, ante la sorpresa de Cris, que no esperaba esa reacción.

Y tampoco Paula imaginaba esa contestación. Creía que insistiría para que se quedase y terminase de pasar el día en la casa.

—Da igual, cojo el autobús.

—Como tú quieras.

—Pues voy a por mis cosas.

—¡No! ¡No te vayas! —exclama Cris—. Vosotros dos tenéis que hablar tranquilamente y aclarar las cosas.

—No hay nada más de lo que hablar por hoy —comenta Paula—. Ya hemos dicho demasiadas cosas de más.

—¿Lo dices por mí? —pregunta Alan.

—Por todos.

—No te crees que me haya enamorado de ti, ¿verdad?

—Sinceramente, no.

El joven observa a su alrededor. Busca algo. En la mesa del jardín hay un cuchillo del día anterior. Se acerca hasta allí y lo coge. Luego vuelve junto a las chicas. Mira a Paula a los ojos y con el cuchillo se hace un corte en la yema de uno de sus dedos. Las dos amigas no pueden creer lo que han visto.

—Y ahora, ¿me dejas uno de los pétalos de esa rosa para que se rompa el hechizo y consiga despertarte? Estoy enamorado de ti.

Capítulo 79

Ese día de finales de junio, en un lugar apartado de la ciudad.

Cierra los ojos y siente sus cálidos labios y su sabrosa lengua. El también está con los ojos cerrados, apoya una mano en su cintura y la otra en su barbilla. Sin embargo, sus pies se enredan, tropiezan y caen juntos en la cama.

—Mmm... —gime Mario, abriendo los ojos de golpe. Se ha golpeado en las heridas al impactar contra el colchón.

Sus bocas se separan y Diana sonríe.

—¿Te has hecho daño?

—Un poco.

—Pobrecillo. Es que estás hecho un cromo.

—El codo es lo que más me molesta.

—Menos mal que no tienes que estudiar.

—Menos mal.

El chico sonríe y vuelve a besarla. Un beso cortito, sin lengua. Labios contra labios. Y se tumba boca arriba. Diana apoya la cabeza en su pecho y él se la acaricia.

—¡Qué fuerte lo de Cris y Armando...! —comenta la chica, recorriendo lentamente su abdomen con los dedos.

—Sí. Me da mucha pena mi hermana.

—Lo tiene que estar pasando fatal.

—¿Crees que me debería haber ido con ella?

Diana se incorpora un poco y lo mira a los ojos.

—No. Es mejor que esté sola ahora. Además, tú tienes que cuidarme a mí, por si acaso decido escaparme de nuevo.

—No me digas eso.

—Una nueva aventura en la sierra sería divertida.

—¿Estás de...?

Y, sin dejar que termine, Diana se abalanza sobre Mario y lo besa apasionadamente. ¿Cómo se ha podido pillar tanto de él?

Es que es un cielo de chico. Menos mal que el resto no lo ha sabido apreciar. Solo ella. Ella es la única que se ha fijado en él. Antes solo era el empollón de clase y un niño mono. Pero, poco a poco, se está convirtiendo en un tío guapísimo. Con el tiempo, incluso mejorará. No solo será el chico más listo de la clase, sino también el que esté más bueno. Ya se encargará de ello. Y es suyo. ¡Solo para ella!

Diana sonríe para sí, al pensar en su teoría, mientras se besan.

Pero lo mejor de su novio es que es un encanto y que le ha demostrado que puede contar con él en los peores momentos. Ahora le toca a ella demostrar que está a la altura. La sombra de Paula siempre será alargada. Evitar que sean amigos no es adecuado. Así que, cuando los vea juntos, tratará de comerse los celos y pensar en todas las veces que le ha dicho que la quiere.

Y, de repente, un impulso irrefrenable.

—¿Te quieres casar conmigo? —dice tímida, pero convencida.

La pregunta coge desprevenido a Mario, que acababa de saborear sus labios y sonreía. Sin embargo, la proposición de Diana no se la toma en serio y no le responde. Acerca una vez más su boca a la suya e intenta besarla. Ella lo evita y lo mira directamente a los ojos.

—¿No me has oído?

—Claro que te he oído.

—¿Y por qué no me respondes?

—¿Cómo? ¿Pero lo decías en serio?

—Por supuesto.

—No me lo creo.

—Que sí. Cásate conmigo.

Mario se pasa una mano por la cara y se sienta en la cama.

—Es una broma, ¿no?

—No estoy hablando en broma —contesta algo enfadada—. Podríamos casarnos.

—¿Lo has pensado bien?

—No, pero me encantaría casarme contigo.

—¡Pero si solo llevamos un mes juntos! ¡Acabamos de dejarlo y de volver hace unas horas!

—Eso demuestra que nada puede con nosotros. Estamos preparados para superar las peores crisis.

El chico observa sus ojos. Lo está diciendo de verdad. ¡Quiere que se casen! Se ha vuelto loca.

—Somos unos críos. Acabo de tener mi primera vez hace dos días. ¿Y de qué íbamos a vivir? ¿Y nuestros padres qué dirían? ¿Y...?

—No te estoy diciendo que nos casemos el mes que viene. Pero podríamos prometernos para dentro de tres o cuatro años. O cuando terminemos la universidad.

—Eso son cinco años mínimo.

—¡Pues cinco años!

Empieza a ponerse nervioso. Nunca había pensado en casarse. Solo tiene dieciséis años; y ella, diecisiete. No tiene edad para imaginar ese tipo de cosas. Claro que le haría ilusión tener una mujer e hijos, que fuera Diana la elegida y caminara vestida de blanco de su mano. Lo típico. Pero es que son muy jóvenes y ni siquiera se conocen del todo bien.

—¿Y si encuentras a otro durante ese tiempo mientras estamos prometidos? Es muy posible.

—No, no es posible.

—¿Cómo que no?

—A no ser que encuentres tú a otra, yo no buscaré a otro —señala contundente.

—Yo no quiero a otra, tampoco.

—Pues ya está.

—Pero ¿y si me voy a estudiar a otra ciudad o lo haces tú y tenemos que separarnos?

—Mira, deja de poner excusas: no quieres casarte conmigo y punto.

Mario mueve la cabeza de un lado para otro. Diga lo que diga, va a quedar mal y ella se va a enfadar. ¿No se da cuenta de que prometerse siendo adolescentes es un completo error?

—Lo siento, Diana. Yo no lo veo. Y eso no significa que no te quiera.

—¿No? ¿Qué significa entonces?

—Nada; simplemente que es un tema para pensarlo y tomárselo con calma.

—Vale, piénsalo.

—Gracias.

Silencio.

No dicen nada durante veinte segundos, en los que ni se miran. Pero la chica no cesa en su empeño.

—Ya está. Tiempo. ¿Lo has pensado?

—Me estás tomando el pelo.

—No. Solo quiero casarme contigo.

No hay nada que hacer: igual de cabezota que siempre. Mario se deja caer con cuidado sobre la cama boca arriba y se pone las manos en la nuca. Ella se desliza hasta él y le susurra en el oído.

—¿No quieres que sea tuya para siempre?

La mano de Diana acaricia la rodilla de Mario, masajeándola suavemente. El joven traga saliva.

—Claro que quiero.

—Pues, si nos prometemos, lo seré. Nunca más miraré a otros tíos.

La chica sigue escalando por su pierna, sensual. ¡Eso es chantaje!

—¿Y si no? ¿Lo harás?

—Tampoco. Pero habría más posibilidades... —contesta sonriente.

Mario siente los dedos de la mano de Diana en su muslo.

—Para, anda. Esto es serio.

—¿No te gusta?

—Sí que me gusta. Pero acabas de pedirme que me case contigo. Es algo muy serio.

—¿Y mis caricias no lo son? —pregunta, molesta. Y aparta la mano de su pierna.

Diana se sienta en la cama y se cruza de brazos.

—No te enfades, por favor.

—Ya te dije que tenías esa cualidad. Consigues que me enfade.

—Esta vez no he hecho nada malo.

La joven resopla y lo mira. Se inclina sobre él y le da un beso en la mejilla.

—Lo sé. Perdona. Soy muy exigente contigo.

—No es eso. Pero no me gusta que te enfades.

—Lo siento, tengo que aprender mucho de ti todavía.

Los chicos se dan un beso de reconciliación y se abrazan.

—¿Te das cuenta de que me acabas de pedir que me case contigo?

—Sí.

—¡Uff! Es una gran responsabilidad.

—No te preocupes. Tómalo con calma. Piénsalo —añade ella mucho más tranquila—. No lo he dicho por decir, Mario.

—Es algo increíble. No lo llego a asimilar. ¿De verdad quieres comprometerte conmigo?

—De verdad; quiero casarme contigo.

—Es que me has pillado completamente por sorpresa.

—Es lógico.

—Y no es que no quiera. Pero... ¿me comprendes?

—Sí. Ya sé que estoy un poco loca —comenta mientras se pone de pie—. Loca por ti. Y por eso te quiero.

El chico ve el brillo en sus ojos cuando habla. Nunca había creído que pudiera gustar a una chica. Nunca había imaginado que alguien se enamorara de él. Y nunca habría sospechado que, con dieciséis años, le pidieran matrimonio. Es un extraño sueño.

—Yo también te quiero.

Los rayos del sol entran con más fuerza en la habitación. Diana se acerca hasta la ventana y cierra un poco la persiana, dejando el cuarto en penumbra. Luego camina hasta el cuarto de baño y le sonríe a su chico.

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