¿Sabes que te quiero? (60 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Infantil-Juvenil, Romantico

BOOK: ¿Sabes que te quiero?
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Paula no lo soporta más. Aquello es demasiado.

—Dile que soy una antigua amiga de tu primo, que ya me iba y de la que Alan debe olvidarse para siempre.

Y, mientras Davi le traduce a Monique lo que le ha dicho, Paula entra en el Ferrari y cierra de un portazo, que incluso hace temblar el retrovisor. El francés resopla y entra también en el deportivo.


Où vas-tu, mon amour?
—le pregunta la chica, apoyándote en el coche—.
Je suis venue pour être ensemble tous les deux!

Alan no responde. Arranca y, derrapando, sale del garaje.

—No es mi novia —insiste el chico, conduciendo hasta la carretera que lleva hacia el hospital.

—Ya.

—De verdad. Monique no es mi novia. Lo nuestro terminó hace unos meses.

—Pues por lo visto ella no lo sabe.

—No es muy lista.

—Yo creo que aquí el que no ha sido muy listo has sido tú.

Paula está muy nerviosa. Rebusca en su mochila y de ella saca el paquete de tacaco. Alcanza un cigarro y se lo pone en la boca. Alan lo ve y se lo arrebata.

—Dame eso. En este coche no se puede fumar. Además, es por tu salud.

Y lo lanza a la carretera.

—¡¿Qué haces?! ¡¿Otra vez?! —exclama, muy enfadada.

—Es por tu bien.

—¡Por mi bien sería que tú no fueras un mujeriego, que no tuvieras una novia, un ligue o una amante en cada país, y que, en lugar de un chulo, fueras un encanto y un tío con quien mereciera la pena arriesgar!

Los gritos de Paula retumban en la cabeza de Alan, que no es capaz de pronunciar ni una sola palabra en su defensa. Alguna vez le habían hablado así, pero nunca le había dolido tanto.

Ninguno de los dos dice nada en los minutos siguientes.

—Perdóname por gritarte —señala la chica, cuando están a punto de llegar al hospital.

—No te preocupes. La culpa es mía.

—Sí, en eso estoy de acuerdo. Pero las formas no son las correctas.

Alan la observa. Ella, sin embargo, no quiere mirarlo. Aunque sea lo último que haga, él decide que debe contarle la verdad.

—Monique no es mi novia —repite por tercera vez—. Lo fue. Ya ni me acordaba de ella. Lo que sí es cierto es que no me he portado bien. Este verano tenía pensado ir a verla a Suiza..., hasta que apareciste tú. Entonces cambié mis planes y me vine a España. Solo por ti. A Monique le mentí y dejé de llamarla. Mi prima, para vengarse de todo lo que le he hecho, la ha invitado para fastidiarme.

—Alan, no quiero que me des más explicaciones.

—Entiendo que estés enfadada...

—No lo entiendes. No sabes comportarte con los demás—: Puede que seas un buen chico, incluso que puedas querer a alguien de verdad. Pero, ahora mismo, nadie en su sano juicio se fiaría de ti. Salvo alguien como yo, que, ¡tonta de mí!, casi me arriesgo contigo.

Los dos se miran un instante.

—Eso significa que lo nuestro no puede ser, ¿me equivoco?

—No te equivocas. Porque si te doy una oportunidad y me enamoro de ti, seguramente terminaría como esa pobre chica suiza a la que has engañado.

El Ferrari llega al hospital.

—Imagino que esto es el fin.

—Una cosa que no ha empezado no puede tener fin.

Alan sonríe con su ingeniosa respuesta y aparca delante de la puerta de entrada, en el mismo sitio en el que lo hizo cuando dejaron a Diana. Cris, que está fuera sentada en un banco, consternada por lo que ha sucedido antes con Miriam, ve el coche de su amigo y se acerca hasta él.

Paula y el francés se bajan y saludan a la chica sin ningún ánimo.

—¿Qué os ha pasado? —pregunta Cristina en cuanto observa sus caras.

—Nada —le responde Paula dándole un abrazo.

—¿Seguro?

—Sí —dice sonriente, mirándola a los ojos—. Y a ti, ¿qué te pasa? Tienes muy mala cara.

—Nada.

Pero no es verdad. Y, sin resistirlo más, la Sugus de limón se echa a llorar desconsoladamente. Paula, sorprendida por la reacción de Cris, la vuelve a abrazar.

Mientras, Alan saca las mochilas del maletero y las pone en el suelo. A continuación, vuelve a subir al Ferrari y, después de dar marcha atrás, se aleja del hospital, dejando una estela de dolor y confusión.

Capítulo 95

Esa noche de finales de junio, en un lugar alejado de la ciudad.

Guarda el saxofón en su funda y se moja los labios con saliva. Hacía unos días que no tocaba y ya empezaba a echarlo de menos.

Alex sale de su habitación y camina por el pasillo. Llega hasta el dormitorio de Irene, llama y espera inquieto. Nadie contesta. Despacio, abre la puerta y enciende la luz. Su hermanastra todavía no ha vuelto a casa y no está muy seguro de si alguna vez volverá.

Aunque está triste, sabe que Irene se encuentra peor. Que alguien te rechace es de las cosas más amargas que se pueden vivir, y más si llevas mucho tiempo enamorado de esa persona, como afirmaba su hermanastra. Peor aún si, además, vives en su propia casa.

Él lo sufrió con Paula. Todavía recuerda cómo le miró a los ojos y le dijo claramente que no sentía nada por él.

Ahora, en cambio, ha sido a Alex al que le ha tocado estar en el otro lado, el papel de malo, del que dice que no. Pero ¿qué podía decirle?

No es que no le guste, ella es una chica increíble. Ni tampoco que no aprecie el cambio que ha dado en los últimos meses, algo que valora muchísimo. Lo que sucede es que no está enamorado de Irene y jamás se plantearía una relación con ella. ¡Es su hermanastra!

Eso, para la joven, es un dato totalmente insignificante, secundario, como el color de ojos, el número de pie o el tipo de pelo. Ella defiende que son de padres y madres diferentes, que no llevan la misma sangre, y, por lo tanto, no hay razones por las que no puedan mantener una relación de pareja.

La discusión comenzó siendo tranquila. Muy sentida. Con buenas maneras. Una declaración de un amor imposible. Peroterminò como el rosario de la aurora. Acabó cuando Irene lanzó contra el suelo un jarroncito de cristal que se rompió en mil pedazos. Luego, salió gritando del cuarto y se marchó de la casa. Ni ha vuelto para cenar ni ha llamado por teléfono.

El chico regresa a su habitación. No está bien. Aunque su hermanastra se ha excedido al final, no le guarda rencor. Le gustaría que volviera y que todo fuera como antes, como ese último mes en el que tanto le ha ayudado con el libro. Sin ella, las cosas no hubieran funcionado tan bien.

Se tumba en la cama y piensa en Irene con la luz apagada.

—Alex, ¿estás dormido? —pregunta en voz baja Katia, que ha entrado en la habitación al ver la puerta abierta.

—No, pasa. Enciende la luz si quieres.

La cantante pulsa el interruptor y camina hasta la cama, en la que se sienta.

Ella se ha enterado de todo. Alex se lo ha contado mientras cenaban. En un principio, no quería decirle nada, pero ha terminado desahogándose. Aunque Katia se alegra de que Irene no haya conseguido lo que pretendía, no puede evitar sentir lástima por ella. La comprende. Que te digan que no es muy duro. Le pasó lo mismo con Ángel y sufrió lo indecible durante días.

—He escuchado que tocabas el saxo.

—Sí, perdona si te he despertado.

—No, no me has despertado. No podía dormir —comenta con una sonrisa—. Lo haces genial.

—Gracias. Es mi forma de desconectar.

—No te encuentras bien, ¿verdad?

—No. Lo de Irene me ha afectado mucho.

—Es normal. Es tu hermanastra y debe dolerte lo que ha pasado.

—Ahora que todo iba tan bien, que nos respetábamos, que trabajábamos en un proyecto en común...

— Tú no tienes la culpa. Uno no se puede exigir sentir por otra persona lo que no siente. Estarías engañándote a ti y a ella.

—Ya lo sé.

El joven escritor resopla y observa a Katia. Se ha puesto un pijama de Irene. Está muy guapa y no deja de sonreír.

—Tu hermanastra volverá y lo aclararéis todo. Ya lo verás.

—Eso espero.

—Además, aunque sea un tópico, la vida sigue.

—Sí, no hay más remedio que seguir.

—Y puede ser mejor de lo que era.

Katia se desliza por la cama y se tumba junto a Alex. El chico se sorprende cuando ve que la cantante se acuesta a su lado. Una de sus manos acaricia su pierna a la altura de la rodilla.

—¿Qué haces? —le pregunta, confuso.

—Tocarte la pierna.

—Ya. Me he dado cuenta.

La cantante duda un instante debido a la reacción del chico. No parece muy receptivo. Sin embargo, se deja llevar un poco más, apoya la otra mano en su cabeza y le acaricia el pelo.

—Estás muy tenso. ¿Por qué no te relajas?

—Porque me estás tocando la pierna y la cabeza.

—¿No te gusta?

—Claro que me gusta.

—¿Entonces?

—Pues...

—¿No te gusto yo?

—No. Quiero decir que no es eso, no que no me gustes.

—¿Y qué es?

Alex se incorpora y se sienta en la cama. Katia lo imita y se acomoda a su lado.

—No es el mejor momento —sentencia.

La chica del pelo rosa escucha resignada. Al final, Irene ha conseguido que no se líen. Pero Alex tiene razón. Después de lo que ha pasado entre él y su hermanastra, no es la noche adecuada para lo que ella buscaba.

—Te comprendo.

—Me alegro de que lo entiendas. Lo siento.

—Venga, no me pidas perdón o me sentiré mal. Y con un corazón roto por hoy ya tienes bastante —indica sonriendo.

Alex acepta la broma y también sonríe.

Katia se pone de pie y camina hasta la puerta de la habitación.

—¡Espera! —exclama el chico, antes de que salga del dormitorio—. No te vayas.

La joven cantante se gira expectante.

—¿Qué pasa?

—¿Por qué no dormimos juntos?

—¿Qué?

—Si quieres, claro. No me preguntes el motivo, pero me apetece dormir contigo esta noche.

De todas las cosas que podía imaginar que le pidiese, esa era la última.

—¿De verdad quieres que me quede a dormir contigo?

—Sí, por favor.

—Bueno..., vale.

La chica apaga la luz y camina otra vez hacia la cama.

—¿Qué lado quieres? —le pregunta Alex, colocándose en el medio.

—Me da igual. El que tú me dejes.

—Para ti el izquierdo, entonces. —Y él se tumba en el derecho.

Nerviosa, la cantante se acuesta despacio en el otro lado. Sus rostros están uno enfrente del otro. La débil luz que entra por la ventana de la habitación permite que se vean el uno al otro.

—¿No te incomoda que durmamos así?

—No. Me gusta. ¿Y a ti?

—También me gusta.

Durante unos segundos continúan con los ojos abiertos: Katia, superando la tentación de besarle; Alex, con la sensación extraña de haber rechazado a dos increíbles chicas, de dos maneras diferentes, que querían dos cosas distintas, en la misma noche; triste por Irene y feliz porque Katia esté junto a él.

El escritor es el primero que cierra los ojos. Cuando lo hace, inmediatamente también los cierra la cantante.

—Buenas noches, Katia.

—Buenas noches.

Y, aunque la vida para ellos deparará grandes cambios en los meses siguientes, esa noche se han ido a dormir imaginando que entre los dos podría surgir una bonita historia de amor.

Capítulo 96

Una mañana de finales de junio, en un lugar de la ciudad.

Se ha levantado temprano. Después de hacer la cama, se ha duchado y vestido: camisa blanca, falta ajustada y tacones. Luego ha desayunado un café y unas tostadas de pan integral con mantequilla. Ha cogido el coche y se ha marchado a trabajar, como cualquier otro día laborable. Pero para Sandra aquel no va a ser un lunes cualquiera.

Apenas ha cruzado un escueto «buenos días» y un «me voy al periódico» con su padre. La discusión de ayer continúa presente en el ambiente.

En la redacción todos la saludan con respeto. Algunos la temen, otros no tienen suficiente confianza y otros, simplemente, están liados con sus labores. Entre ellos está Carlota Sánchez. Ella es la elegida, una joven recién llegada que tiene buenas aptitudes para ejercer el periodismo. Sandra la manda llamar a su despacho y las dos mantienen una amena conversación en la que le otorga un nuevo trabajo. La chica accede feliz a lo que su jefa le pide: un reportaje sobre Katia y Alejandro Oyóla para el suplemento dominical. ¡Genial!

Cuando Carlota sale del despacho, otro de los miembros de la sección entra y le anuncia que el director de
La Palabra
ha convocado la reunión que tenían prevista hoy para dentro de diez minutos. Sandra le da las gracias. Se queda un instante pensativa. Sí, está decidido, lo va a hacer, no se va a echar atrás.

A la hora señalada, la chica abandona su despacho y se dirige a la sala de reuniones. Su padre ya está sentado en su sillón, presidiendo la larguísima mesa en la que hablará de lo que espera de su equipo de redacción durante el próximo mes de julio y escuchará las propuestas que tengan que realizarle.

Don Anselmo y su hija se saludan con frialdad mientras ella ocupa el asiento del extremo opuesto.

Los chicos de la sección van llegando poco a poco, incluido Ángel, que sonríe tanto a uno como a otro y se sienta en la silla que está a la izquierda de Sandra. Don Anselmo no le ha devuelto el gesto y se ha mostrado distante con él. Ella, en cambio, le ha guiñado un ojo, cómplice.

Anoche cenaron juntos y luego su novia regresó a casa tras un postre bastante entretenido. Para los dos ha sido un fin de semana lleno de subidas y bajadas. Y ahora se enfrentan a otro problema: la opinión de don Anselmo, al no le gusta nada que salgan juntos y a los rumores que hay en la redacción sobre los favoritismos de Sandra hacia Ángel.

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