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Authors: Belinda Alexandra

Tags: #Drama

Secreto de hermanas (40 page)

BOOK: Secreto de hermanas
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En casa de Esther, Klára y yo colocamos a Ángeles en una jaula para pájaros dentro de nuestra habitación, con algunas ramas para que pudiera escalar y una sombrerera con un agujero para que durmiera dentro. Por las noches dejaba abierta la puerta de la jaula para que pudiera pasearse libremente por la casa. Pero por la mañana siempre encontrábamos platos rotos y excrementos sobre la alfombra. Nadie se quejaba por tener que ir limpiando lo que ella ensuciaba, porque todas queríamos a Ángeles, pero no dejaba de ser un animal salvaje, no se trataba de un gato al que pudiéramos domesticar. Terminamos por comprender lo absurdo de tenerla como mascota. Para controlar algunas de sus costumbres, até una cuerda al final de mi cama y el otro extremo, a través de la ventana, a la rama de un árbol del jardín trasero. De ese modo Ángeles podría pasearse por el dormitorio y sentarse en la rama del árbol a comerse su fruta y hacer sus necesidades.

Después de las tres primeras noches, encontramos por la mañana a Ángeles de vuelta en su jaula, dormida dentro de la sombrerera. Pero la cuarta noche no regresó. Klára y yo la buscamos por los jardines y parques de las cercanías. Por las noches dejábamos maíz en la ventana, y por las mañanas comprobábamos que alguien se lo había comido, pero ignorábamos si había sido Ángeles, otro pósum o un zorro volador.

—Volverás a verla —me aseguró Klára—. Probablemente haya encontrado a otros pósums con los que jugar.

Todas las noches miraba en vano por la ventana. No había ni rastro de Ángeles.

—¿Y si la ha atrapado un gato? —me lamenté—. ¿O un perro?

Me estremecí cuando recordé que los entrenadores de sabuesos empleaban a los pósums como cebo.

«Ángeles nació para vivir en libertad —me escribió tío Ota—. Se ha marchado para hacer lo que era natural en ella. Seguro que estará en algún lugar de las cercanías, ya lo verás.»

Traté de consolarme con aquellas palabras, pero sentí profundamente la pérdida de mi peluda amiga.

El hueco vacío que me dejó Ángeles me animó para enviarle mi guion a Freddy. Me respondió por telegrama: «Ven a verme inmediatamente».

Estaba lista para dedicarme al trabajo en cuerpo y alma.

DIECISIETE

Hugh y yo fuimos a ver a Freddy a su casa en Cremorne. Hugh no trajo consigo a Giallo.

—Trataría de acaparar toda la atención —me explicó.

Entramos en el sendero de la casa de Freddy y nos encontramos en una finca que era lo opuesto en todos los aspectos a los jardines sombreados y de rasgos elegantes de las casas que la rodeaban. El hogar de Freddy era una mansión de dos plantas con un tejado francés y ventanas en arco moriscas, alminares y torreones. Habría sido hermosa si aquel estilo lo hubiera alegrado un jardín frondoso, pero en lugar de eso se erigía solitaria en mitad de una amplia explanada de césped. Quizá el arquitecto le había dicho a Freddy que así tendría un aspecto más imponente, pero parecía más bien un mausoleo. Esa atmósfera de dominación se contagiaba al parterre. Los árboles y arbustos habían sido esculpidos en forma de conos, sacacorchos y pirámides. No había ninguna planta que no tuviera una silueta predeterminada. Era como si Freddy pensara que había que someter las formas libres de la naturaleza. El jardín también carecía de vida: no había ni un solo pájaro por ninguna parte.

Dudé ante la puerta y volví a mirar el jardín. ¿Era Freddy la persona adecuada para producir una película sobre naturaleza? Suspiré. ¿Acaso tenía otra elección? Asentí cuando Hugh tocó el timbre.

Una sirvienta de nariz larga y cabello negro nos abrió la puerta.

—El señor Rockcliffe se encuentra en su estudio —anunció con acento español—. Pasen por aquí, por favor.

La seguimos por un pasillo que lucía un tapiz gobelino en una de las paredes y una armadura en la otra. La sirvienta llamó a la puerta y la abrió.

—Señor Rockcliffe, sus invitados están aquí.

—Pasad —nos dijo Freddy desde su mesa.

Entré en la habitación y me quedé clavada en el sitio. Freddy llevaba un traje de cuadros azules con una camisa de color mostaza, pero eso no fue lo que me horrorizó. En el suelo había extendida una piel de oso polar con las patas abiertas. Había visto pieles de tigres, cebras y lobos en las casas de gente a la que había fotografiado, pero nunca me había topado con un pelaje como aquel. Conservaba intacta la cabeza y sus cristalinos ojos lastimeros se me quedaron mirando fijamente. El animal tenía una cuerda atada al hocico que se prolongaba hacia sus patas extendidas, como si lo acabaran de cazar y estuviera mirando a la muerte a la cara.

—¡Dios santo! —murmuró Hugh cuando entró detrás de mí.

—¿Os gusta? —preguntó Freddy, haciéndole un gesto a la sirvienta para que preparara el té—. Me lo regaló el primer director con el que hice una película.

Había fuego en la chimenea y en la habitación hacía un calor sofocante. Fuera el día era frío, pero allí empezó a hervirme la cabeza bajo mi sombrero cloché. Me sequé el cuello con un pañuelo.

—Por favor, sentaos —nos invitó Freddy, señalando dos sillones de orejas.

Hugh y yo rodeamos la alfombra, incapaces de atrevernos a pisar a aquel desventurado animal.

La sirvienta nos trajo el té. Me alegré de tener una excusa para concentrarme en mi taza en lugar de en la alfombra o en el traje de Freddy. «Quizá hace todas estas cosas a propósito —me dije para mis adentros—. Para inquietar a la gente.»

Freddy se reclinó en su asiento y cruzó los brazos por detrás de la cabeza.

—He leído tu guion, Adéla —anunció—. Y, vaya, tenemos mucho trabajo que hacer. Está lleno de defectos.

—¿Qué defectos? —le pregunté.

—Bueno, para empezar, suponer que la gente podría llegar a interesarse por un pósum del mismo modo que se preocupa por un perro. ¿No sabías que los australianos han masacrado a cinco millones de pósums durante la última temporada de caza? ¿Por qué diablos iba a importarles si a uno de ellos lo atropella un coche? ¿O si una docena de ellos se utilizan para fabricar un abrigo para una dama de la alta sociedad?

Sabía que se cazaba a los pósums por su pelaje, pero la cifra de animales que se exterminaba me dejó sin palabras. Pensé en los inocentes ojos de Ángeles. Era más hermosa que cualquier perro o gato. ¿Cómo podía la gente matar a animales como ella?

—¿Y si lo convertimos en un koala? —sugirió Hugh—. A la gente parece gustarle.

Freddy se rascó la barbilla.

—¿Uno de los símbolos nacionales de Australia? Se mata aproximadamente a la misma cantidad en una sola temporada. Creo que ambos habéis frecuentado durante demasiado tiempo el Café Vegetariano. Puede que los niños piensen que esos animales son graciosos, pero a sus padres les traen sin cuidado.

Agitó una caja de cigarros frente a Hugh, que rechazó el ofrecimiento, y cogió uno él mismo.

Yo estaba a punto de echarme a llorar. No era que mi guion tuviera fallos: la premisa principal era lo que fallaba. Contemplé la cuerda alrededor del hocico del oso polar. No podía culpar a Freddy. Él lo único que estaba haciendo era decirnos la verdad. ¿Quién iba a tomarse en serio la historia de un pósum? Yo habitaba en un mundo mucho más amable, junto con tío Ota, Ranjana y Klára, que la cruda realidad. Tampoco mi corpulento cámara le haría daño a un corderillo: ni siquiera para comérselo. Pero ¿por qué nos había mandado llamar Freddy si lo único que iba a hacer era mofarse de mi guion?

—Si la historia está tan fuera de sintonía con lo que la gente piensa, ¿por qué querías vernos? —le pregunté—. ¿Acaso estás tratando de humillarnos?

Freddy abrió los ojos como platos por la sorpresa.

—¿Que por qué? —preguntó—. Pues porque esta es tan diferente a las películas que se están produciendo actualmente aquí que es como un soplo de aire fresco. Estoy emocionado y, créeme, eso es raro.

Me quedé demasiado atónita como para asimilar lo que Freddy acababa de decir. Hacía un instante, había pensado en marcharme de allí.

Se echó a reír y sacudió la cabeza.

—Vosotros los artistas sois todos iguales, ¡demasiado sensibles! Te digo que tu guion tiene defectos y te piensas que lo que estoy diciendo es que todo él es basura. Lo que necesitas es hacer llegar tu idea no solo a la gente concienciada con la naturaleza como tú, sino a los hombres que disparan a los canguros, que comen carne y que se visten de piel, como yo. Tú encuentras una cría en el marsupio de un animal moribundo y la salvas; si yo encontrara una en un animal al que acabo de disparar, la arrojaría a la maleza para que se muriera. Tienes que ponerte en mi lugar para que yo vea las cosas de un modo diferente. Eso todavía no lo has conseguido en este borrador. No has logrado que derramara ni una lágrima.

Empecé a considerar mi relación con Freddy bajo una perspectiva totalmente diferente. Me sacaba de mis casillas, pero eso me hacía más fuerte.

—¿Qué sugieres? —le pregunté.

Estaba dispuesta a hacer lo que hiciera falta para que el guion funcionara. Era consciente de que si no escuchaba los consejos de Freddy, la película —si lográbamos hacerla— sería objeto de mofa y acabaría relegada al olvido.

Freddy le dio una calada a su puro y expulsó un anillo de humo al aire antes de contestar.

—Lo que tienes que conseguir es que tu protagonista vea el mundo del mismo modo que la mayoría de la gente y que le suceda algo que le haga cambiar esa percepción. ¿Por qué va a preocuparse por la vida de un animal si ya tiene bastantes problemas propios? Para ella, es importante cuál es su aspecto y cómo la perciben los demás. ¿Va lo suficientemente a la moda? Si diariamente se mata a millones de animales, ¿qué importa si ella le hace daño solamente a uno?

Traté de comprender la postura que Freddy estaba describiendo. Yo era vegetariana desde hacía tantos años que me resultaba difícil percibir la diferencia moral entre acabar con la vida de un animal y la de un ser humano. Pero los clérigos, las madres preocupadas por sus hijos, los policías y los maestros de escuela mataban y consumían animales todos los días. Tenía que conseguir alcanzar la fibra sensible de los indiferentes y no estaba segura de si iba a ser capaz de hacerlo.

—Tienes que lograr que la llamada de la naturaleza le llegue a tu heroína mucho antes de que atropelle al pósum —me explicó Freddy—. Quizá puedas hacer que vaya de caza con sus amigos y contemple a los sabuesos mientras separan salvajemente a una zorra de sus cachorros. O puede que tenga que apartar la mirada, o que se sienta obligada a presenciar la escena. Tienes que plantear todas estas cosas desde el principio de la historia.

Cuando Freddy vio que yo prestaba suma atención a sus palabras, pasó al siguiente defecto de mi guion.

—¿Por qué tiene que estar ambientada la historia en la costa sur? —le preguntó a Hugh.

—Los paisajes son exuberantes —contestó Hugh—. La ambientación es importante en esta película.

De repente, no estaba segura de por qué la acción tenía que situarse en el sur, aparte de porque cuando escribí el guion me encontraba viviendo allí.

—No es más exuberante que lo que encontraréis en el Parque Nacional de Kuringgai Chase, que está más cerca. Si nos desplazamos al sur, tendremos que buscar alojamiento para todo el reparto. Y si los actores están trabajando en el teatro, habrá que pagarles una compensación por que se pierdan la temporada. Si rodamos en Sídney, podrán seguir trabajando en el teatro por las noches.

—Sí, eso es cierto —reconoció Hugh.

A continuación, se dirigió a mí.

—Adéla, mencionaste en tu carta que sería necesario emplear los estudios cinematográficos de Waverley para las tomas de interiores. ¿Hay alguna razón concreta para ello?

No me había olvidado del estreno de
El fantasma de la Colina del Miedo
y de cómo se movían constantemente las cortinas y cómo se les arremolinaba el pelo a los actores por el viento mientras rodábamos las tomas.

—No quiero rodar las escenas de interior en exteriores —le expliqué—. Aunque tenga que financiar unos focos Klieg.

—Que quieras focos Klieg es comprensible —repuso Freddy—. Después de todo, si pretendemos vender esta película en el extranjero no podemos arriesgarnos a que se rían de nuestros medios técnicos. Pero ¿por qué hay que construir decorados en un estudio? Si queremos recrear la casa de una familia de la alta sociedad, podemos encontrar a alguien que nos preste su hogar durante un día a cambio de un alquiler. ¿Por qué no le pregunto a Robert si nos deja utilizar su mansión?

Me sentía exhausta, pero también emocionada.
En la oscuridad
no iba a ser una producción de tres al cuarto. Incluso Hugh sonrió cuando Freddy le dijo que íbamos a comprar una nueva cámara Bell & Howell.

—Gracias —le dije a Freddy cuando terminó la reunión—. Estoy deseando trabajar contigo.

Me sorprendí a mí misma al darme cuenta de que lo estaba diciendo en serio.

Él señaló la bufanda que yo llevaba alrededor del cuello.

—Qué hermosa tela, ¿es seda?

—Sí —contesté, tocando con el dedo la prenda que madre me había regalado en uno de mis cumpleaños.

—¡Nada menos que de seda! —exclamó Freddy con una expresión divertida en el rostro—. ¿Tienes idea de cómo se fabrica?

Suponía que el trabajo duro se había acabado cuando terminé el guion, pero aquello solo era el principio. Para averiguar la respuesta de la pregunta de Freddy sobre mi bufanda, le pregunté a tío Ota cómo se fabricaba la seda y me quedé horrorizada al enterarme de que los gusanos de seda se hervían vivos para obtener minúsculas cantidades de tejido.

Para mí, supuso una conmoción el darme cuenta de que podía comportarme de un modo tan indiferente y poco compasivo por el sufrimiento de otra criatura, igual que la gente que comía carne. ¿Cómo podía juzgarlos a ellos cuando me sorprendía a mí misma justificando el hecho de que los gusanos de seda no eran más que insectos que no sentían nada, y si no los mataban por la seda se los comerían los pájaros de todos modos? Sin embargo, en mi interior sabía que estaba tratando de encontrar un modo racional de defender una única cosa: no quería tener que renunciar a mi hermosa bufanda de seda. Me quedaba muy bien. Freddy, de forma muy perspicaz, me había proporcionado un método de intuir cómo justificaban las mujeres sus abrigos de pieles.

Una película que no llegara al corazón de los espectadores no tenía sentido. Freddy le contó a Robert lo que yo estaba haciendo y este me invitó a que conociera a una amiga de su madre que había fundado un grupo para disuadir a las mujeres de que compraran sombreros con plumas de ave lira.

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