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Authors: Daniel F. Galouye

Tags: #Ciencia Ficción

Simulacron 3

BOOK: Simulacron 3
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El mundo del futuro... su destino estaba controlado por una máquina enorme e inhumana: SIMULACRON-3

El mundo del futuro basaba su política sobre la opinión pública, pero comprendió que los encuestadores eran demasiado lentos, inexactos e inconsistentes para poder basar en ellos una sociedad bien organizada. Así que los investigadores científicos como Morton Lynch, Hannon Muller y Douglas Hall construyeron un simulador electrónico... en el cual metían análogos subjetivos, para obtener resultados de las reacciones humanas...

Entonde Hall descubrió que su mundo no era más que un simulador de medio ambiente, gobernado por un mundo tan enorme para él, como el suyo lo era para el diminuto mundo de su simulador...

Galouye, Daniel F.

Simulacron 3

ePUB v1.0

Superpollo1968
02.01.12

Título original: Counterfeit World / Simulacron-3

Traducción de Juan A. Ramió

© 1964, Daniel F. Galouye

© 1967, Editorial Ferma

CAPÍTULO I

Se daba como descontado, que todo cuanto ocurriera aquella tarde, no desmerecería en lo más mínimo, a la reputación que Horace P. Siskin, se había forjado como huésped extraordinario.

Sólo en el espacio donde se alzaba el Tycho Tumbling Trío había hecho gala de las más fascinantes y divertidas reuniones de todo el año. Pero cuando puso al descubierto, ante la mirada atónita de los presentes, la primera piedra hipnótica procedente de la región de Mars Syrtis Mayor, quedó bien patente que acababa de encumbrar su conocida distinción sobre un nuevo pináculo.

En cuanto a mí, tanto el Trío como la piedra, sin querer desmerecer sus propios méritos, habían caído al plano de la vulgaridad, bastante antes de que terminara la reunión, pues puedo asegurar con profundo conocimiento de causa, que no hay nada que produzca una sensación tan bizarra y extraordinaria como ver a un hombre... desaparecer.

Lo cual, dicho sea de paso, no formaba parte del espectáculo.

Como comentario a la profusión de excesos de Siskin, podría señalar que la gravedad en el Tycho Tumblers, era equivalente a la lunar. La plataforma de supresión de G, monstruosa y extrañísima en su constitución dominaba una de las habitaciones de la mansión totalmente rodeada de un sotechado, mientras que el zumbido de sus generadores, repercutía sobre el jardín exterior.

La presentación de la piedra hipnótica, era todo un compendio de producción por sí misma, complementado con dos doctores en servicio de guardia, para atender los imprevistos. Sin atisbo alguno de que los sucesos de aquella tarde fueran a degenerar en la incongruencia, yo contemplaba todo cuanto ocurría sin llegar a sentirme interesado.

Había una jovencita, muy delgada, morena, cuyos ojos penetrantes, negros, se deshacían en lágrimas mientras una de las caras de la piedra bañaba su cara con tenues reflejos azules.

Siempre con la misma lentitud, el cristal daba vueltas sobre la mesa giratoria, lanzando destellos de luz policromática a lo largo y lo ancho de la habitación, que semejaban los radios de una rueda gigante. El movimiento radial se detuvo unos instantes, y un rayo carmesí cayó de lleno sobre el rostro circunspecto de uno de los viejos asociados en los negocios de Siskin.

—¡No! —reaccionó instantáneamente—. ¡No he fumado en mi vida! ¡Y no lo haré ahora!

Un murmullo de risas cubrió la habitación, y la piedra continuó girando.

Tal vez preocupado por la idea de que yo podría ser el siguiente blanco de las miradas y las risas, me retiré a lo largo de las mullidas alfombras, y me dirigí hacia la habitación donde solían tener lugar las tertulias, y se tomaban unas copas.

En la barra del bar, yo mismo me serví un Scotchasteroide, y me entretuve contemplando, a través de la ventana, el parpadeo de las luces de la ciudad que se abría a lo lejos.

—Para mí, un burbón y agua, ¿quiere, Doug?

Era Siskin. Bajo la escasa luz de la habitación, parecía mucho más pequeño de lo normal. Le miré mientras se acercaba, y quedé perplejo ante la inconsistencia de su apariencia. A pesar de su estatura, que no debía sobrepasar el metro cincuenta, se erguía y se mostraba con la arrogancia y el paso firme de un gigante... aunque había que reconocer que lo era, financieramente hablando. La cabeza totalmente cubierta de caballo, apenas salpicada de trazos blancos, disimulaba sus sesenta y cuatro años, cuanto más que su rostro apenas presentaba una arruga, y sus ojos, grises, poseían una vivacidad fulgurante.

—Aquí tiene el burbón y el agua— confirmé secamente mientras terminaba de prepararlo.

Se recostó sobre la barra:

—Se diría que no disfruta usted mucho en la reunión— observó, con cierto tono de petulancia en la voz. Preferí no darme por aludido y no respondí. Apoyó su zapato del treinta y cinco sobre un taburete y añadió:

—Esto ha costado mucho dinero. Y todo es por usted. Creí que le haría más aprecio —medio bromeaba.

Terminé de preparar su vaso y se lo tendí:

—¿
Todo
por mí?

—Bueno, no del todo —rió—. Debo admitir que todo ello posee también sus posibilidades promocionales.

—Así lo interpreté. Veo que la prensa y todo tipo de información están perfectamente bien representados en la reunión.

—¿No le importa, verdad? Una cosa como ésta puede dar a Reactions Inc., un impulso adecuado. Puede ser un trampolín extraordinario.

Cogí el vaso del lugar donde lo había dejado, y me bebí la mitad de su contenido de un trago:

—Yo creo que REIN no necesita impulso alguno. Tal como está se podrá mantener muy bien.

Siskin emitió un ligero suspiro, tal como suele hacer cuando presiente el menor síntoma de oposición.

—Hall, usted es un tipo que me gusta. Le he situado a usted ante un futuro posiblemente interesante... no sólo en REIN, sino también quizás, en alguna de mis otras empresas. Sin embargo...

—No tengo interés alguno por nada que vaya más allá de Reactions.

—Actualmente, sin embargo —continuó con firmeza— su contribución es singularmente técnica. Usted debería sumirse en la coordinación y supervisión propias de un director, y dejar que mis especialistas promocionales se cuiden de llevar a buen término lo demás.

Bebimos en silencio.

Después jugueteó con el vaso entre sus menudas manos:

—Ahora me doy cuenta, ¡pues claro! Que quizás usted se lamente, de no poseer participación alguna de intereses en la corporación.

—No es el llenarme de dinero los bolsillos lo que me preocupa. Me considero bien pagado. Lo único que quiero es que el trabajo se haga como es debido.

—Ya ve usted, con Hannon Fuller, era completamente diferente —Siskin oprimía los dedos alrededor del vaso—. Intentó la... la... quincallería, las minucias, el sistema.

—Vino a mi en busca de un respaldo financiero. Formamos una corporación... en realidad éramos ocho. Tras breves acuerdos, llegamos a la conclusión de que él se quedaría con el veinte por ciento de las ganancias.

—Después de haber sido su ayudante durante cinco años, excuso decirle que estoy enterado de todo eso —me acerqué a la barra para volver a llenar mi vaso.

—Entonces, ¿qué le hace mostrarse tan reacio?

Los reflejos de la piedra hipnótica, chocando en el techo de la habitación en que nos hallábamos, fueron a Incidir contra la ventana, retando por un momento el brillo de los de la ciudad. Una mujer chilló hasta que sus gritos quedaron ahogados por las risas.

Me levanté del taburete que estaba ocupando, y bajé la cabeza para mirar insolentemente a Siskin:

—No hace más que una semana que murió Fuller. Me siento como un chacal... celebrando el hecho de irrumpir en su trabajo.

Di media vuelta con intención de marcharme, pero Siskin dijo inmediatamente:

—De un modo u otro tenía usted que llegar a esa situación. Fuller, como director técnico, se estaba acabando a pasos agigantados. Últimamente no llegaba a alcanzar el ritmo y perfección de trabajo que se esperaba de él.

—Pues no es esa la opinión que llegó hasta mí. Fuller dijo que estaba decidido a evitar que usted hiciera uso del simulador del medio social, con fines de previsión o proyecto de posibilidades políticas.

La demostración de la piedra hipnótica había terminado, y el ruido, que hasta entonces había sido sofocado acústicamente por la habitación distante, se fue acercando hacia nosotros, en forma de un grupo gesticulante de mujeres ricamente vestidas y sus escoltas.

Una joven rubia, que iba delante, se dirigió directamente hacia mi. Antes de que me pudiera alejar, me había cogido por el brazo y me había estrechado contra su corpiño repleto de brocados de oro. Poseía unos ojos terriblemente expresivos, y su pelo plateado, jugueteaba sobre sus hombros desnudos.

—Mr. Hall, ¿no fue realmente asombrosa esa piedra hipnótica marciana? ¿Tuvo usted algo que ver en todo ello? Me temo que sí.

Miré de soslayo a Siskin que se alejaba en aquel momento. Inmediatamente reconocí en la muchacha a una de sus secretarias particulares. La maniobra era evidente. La joven estaba sumida, aunque aparentemente fuese lo contrario, en sus funciones características de trabajo, si bien, en aquel instante, sus deberes tuvieran un amplio signo conciliatorio.

—No. Más bien me temo que la idea haya sido exclusiva de su jefe.

—¡Oh! —exclamó llena de admiración, mientras miraba a Siskin que se alejaba.

¡Qué hombrecillo más ingenioso e imaginativo! Y no es más que un muñeco, ¿verdad? ¡Un vivaracho muñequito!

Traté de alejarme, pero ella había sido perfectamente bien instruida.

—Y su campo, Mr. Hall, ¿es esti... estimulativas...?

—Simuelectrónicas.

—¡Qué fascinante! De manera que cuando usted y Mr. Siskin tengan su máquina... ¿le puedo llamar máquina, verdad?

—Es un auténtico simulador del medio ambiente. Dimos con él, al menos, al tercer intento. Y le llamamos
Simulacron-3
.

—Bueno, pues eso..., que cuando tengan a punto su estimular, no habrá necesidad alguna de los encuestadores, que al fin y al cabo me parecen bastante chismosos. Con lo de encuestadores y chismosos, ella se refería, naturalmente, a los monitores de reacciones, con su certificado de aptitud, a quienes más comúnmente se denominaba papagayos. Por mi parte, yo nunca censuré a un hombre bajo el prisma del medio que tuviera de ganar su vida, aunque fueran encuestadores, que al fin y al cabo no hacían más que meter las narices en los hábitos y actos cotidianos del público.

—Nuestra intención no es dejar a todo el mundo sin trabajo —expliqué—. Pero cuando la automatización caiga de lleno sobre los muestrarios de la opinión, estoy seguro de que habrá que hacer algunos ajustes, en la cuestión social del empleo. La joven, casi materialmente colgada de mi brazo, me fue llevando poco a poco hacia la ventana:

—¿Y qué es lo que se propone, Mr. Hall? Hábleme de su... simulador. ¡Ah!, y todo el mundo me llama Dorothy.

—No es que haya mucho que contar.

—¡Oh!, es usted muy modesto. Me encantaría que contara algo.

Si ella iba a continuar en su proceder, manifestándose siempre bajo la inspiración de Siskin, no había razón por la que yo no pudiera hacer otro tanto... sólo que manifestándome a un nivel un tanto superior al de ella.

—Bueno, pues verá, miss Ford, vivimos en una sociedad muy compleja, que prefiere arriesgarlo todo de la empresa hacia fuera. De ahí, que haya muchos más organismos que se ocupan de la opinión pública de los que usted pueda imaginar. Antes de lanzar al mercado un producto, queremos saber quién va a comprarlo, cuántas veces al mes o al año lo adquirirá, y cuánto está dispuesta a pagar la gente por él; cuáles son las causas mas influyentes en materia de conversiones religiosas; las posibilidades que puede tener el gobernador tal de ser reelegido; cuáles son los artículos que privan, en un momento determinado en la demanda; si tía Bessy preferirá el azul o el rojo en la moda de la próxima estación.

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