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Authors: Gustavo Bolivar Moreno

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Drama, #Novela

Sin tetas no hay paraíso (9 page)

BOOK: Sin tetas no hay paraíso
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Sonrieron, se abrazaron con falsedad y cuando ella se aprestaba a ponerse las tangas aparecieron dos compañeros de trabajo de «Caballo». Catalina se avergonzó muy asustada y se cubrió el cuerpo desnudo con las prendas de su ropa, mientras «Caballo» reclamaba a sus amigos por su abuso. Estos le pidieron que los dejara ser felices un momento, pero Catalina se llenó de pánico y se puso a llorar de nuevo.

«Caballo» disimuló un poco su disgusto, pero ante el chantaje de sus compañeros instó a Catalina a complacerlos. Le recordó que le tenía el dinero que ella le había pedido, pero que debía portarse bien con ellos, porque si estos lo delataban, Mariño se iba a enfurecer y lo iba a echar como a un perro, matando de paso, la posibilidad de la plata.

Incrédula y cerrando los ojos, Catalina no tuvo más remedio que complacer a otros dos desconocidos mientras «Caballo» les lanzaba muecas de triunfo desde la distancia.

Esta vez se relajó y mientras lloraba de dolor, en el alma y en la vagina, dejó que la poseyeran los dos hombres y las reminiscencias: Recordó a Albeiro entregándole un oso de peluche, a «El Titi» rechazándola, a Mariño mirándola mal, a su padrastro subiéndole la faldita del colegio y acariciando sus piernas, la gallina del reloj dando picotazos eternos a la nada, los aviones aterrizando sin ella en el aeropuerto de Pereira, a Yésica mostrándole sus tetas de silicona, a una profesora de la escuela gritándola con rabia, a su mamá haciendo el amor con otro padrastro, a Bayron fumando marihuana y ofreciéndole el cigarrillo a ella y, por último y antes de que Javier les advirtiera a sus violadores que Mariño los estaba buscando, el recuerdo adelantado de «Caballo» entregándole un paquete con el dinero bajo la estatua del Bolívar desnudo en el centro de Pereira.

Sin importarles el dolor de la niña, «Caballo» y sus dos compañeros salieron de la pesebrera sonriendo y chocándose las manos.

Catalina se quedó vistiendo con mucho dolor y se puso de pie con mucha dificultad. Casi no podía caminar, pero sabía que las paredes del establo se acababan en la puerta y desistió de hacerlo apoyada en ellas. Se peinó con las manos, mirándose en los ojos de un caballo jaspeado que la observaba impertérrito, y luego salió del lugar observándolo todo por última vez, grabando en su memoria y quizá para siempre, la infamia de la que acababa de ser víctima.

Indolentes con el dolor de la mujer, los tres escoltas, los primeros tres hombres en la vida de Catalina, los que acaban de convertir a Albeiro en el posible cuarto hombre en la lista de amantes de la niña de sus ojos, salieron a la superficie disimulando y tratando de hacerles creer a los demás que estaban haciendo una ronda rutinaria. Cuando Catalina apareció, disimulando que nada en su vida pasaba, trató de concretar a «Caballo» para lo del dinero. «Caballo» se puso nervioso y empezó a titubear y a sacar todo tipo de disculpas. Que él no tenía el billete en ese lugar porque lo podían descubrir, que había que esperar hasta el otro día para ir hasta su casa a sacarlo y que tranquila porque él no le iba a fallar por nada del mundo pues quería que ella fuera su novia y que no estaba dispuesto a perderla por tan poca plata y menos cuando ya se hubiera operado de las tetas pues quería estrenarlas como lo hacían sus patrones con las niñas que ellos patrocinaban.

Le dijo, además, sin ningún tacto, que de esa manera se iba a poder sacudir un poco de las humillaciones de sus patrones quienes le refregaban en la cara y a diario, por lo menos, dos mujeres demasiado hermosas. Catalina le reclamó gritándole que si él la consideraba un trofeo, pero «Caballo» enmendó su ofensa recordándole que no, que ella le había gustado, precisamente, porque era todo lo contrario a esas mujeres, todas inmersas en un molde estereotipado que las hacía ver, iguales, esto es, anoréxicas, con el cabello lacio y rubio, la nariz respingada, el vientre plano, los ojos con lentes de colores, el pecho inflado, las mejillas macilentas, los zapatos puntiagudos, los pantalones con chispas brillantes, las blusas ajustadas y cortas, los relojes de Cartier, el bolso Louis Vuitton o Versace y las gafas de vidrio inmenso y de las marcas Gucci, Channel o Christian Dior.

Catalina terminó enredada, creyéndose todos los cuentos y se despidió de él, no sin antes acordar una cita para recibir el dinero en el parque de Bolívar el día siguiente a las cuatro de la tarde.

Y mientras «Caballo» y sus dos amigos se pavoneaban por la finca muertos de la risa contándoles a sus colegas que habían desvirgado a una de las «viejas» del jefe, como si esta hubiese sido la mayor hazaña de sus vidas, Catalina disimulaba estar bien frente a Yésica que no paraba de sermonearla por haberse ido con «Caballo».

Ese tipo es un mentiroso —le decía mientras ella empezaba a asustarse— nunca desaprovecha oportunidad para echarle a uno los perros, pero no se le olvide parcera que los guardaespaldas son solo eso, guardaespaldas y viven pelados a toda hora. Antes toca darles plata —decía, mientras Catalina permanecía callada temiendo lo peor.

—Por qué no habla hermana ¿Le pasó algo?

—No, nada. —Respondió con la voz quebrada queriéndose morir por dentro y pensando en la posibilidad de haber perdido, por nada, su bien más preciado.

Al día siguiente, mientras se protegía de la lluvia bajo la escultura de Bolívar Desnudo, la campana de la catedral de Pereira empezó a repicar mientras el reloj marcaba las cinco de la tarde. Era el primer llamado a misa de seis y fue entonces, una hora después de haber llegado a la cita, cuando Catalina comprendió que había perdido, por nada, su bien más preciado. «Caballo» nunca apareció y con él desaparecieron sus esperanzas de haber conseguido los cinco millones para la operación. Aunque lo esperó hasta la media noche con la esperanza de que ella hubiera escuchado mal la hora, «Caballo» no apareció ni solo, ni con el dinero y Catalina se fue a pie hasta su casa, llorando a lo largo del camino y nombrándoles la madre a los borrachos que la abordaban para preguntarle su precio a esa hora de la madrugada.

Llegó de mañana, con el alba, cuando el sol apenas despuntaba y mientras el cielo se cubría de gloria y de pólvora por alguna celebración lejana que nunca comprendió. Con ironía pensó que se trataba del «Caballo» celebrando su jugada. Lloró dos días seguidos sin que doña Hilda, ni Albeiro, ni su hermano Bayron pudieran sacarle una sola sílaba. Al tercer día habló para pedir un vaso con agua y se mantuvo callada, hasta el jueves, cuando Yésica vino por ella creyendo tener la fórmula para resucitarla, pero ignorando que con lo que le contaría Catalina se iba a terminar de morir:

—¡Marica! —Le dijo hinchada de felicidad, —Mariño la mandó a llamar. ¡Dijo que ahora sí quería estar con usted! ¡Quiere su virgo, parcera!

Mientras Catalina se moría por dentro, Yésica continuaba su relato artero que le quemaba los oídos y por ahí derecho los demás sentidos y el alma:

—Pero alégrese, hermana, porque ya lo cuadré para que le pagara la operación parcera ¡Hasta le mandó los cinco millones de pesos! —Le dijo mostrándole tres fajos.

Catalina sintió que el espejo del tocador de su madre se rompía en su cara despedazándole el pellejo con toda razón y resolvió no decir nada para luego ponerse a llorar otros cuatro días más. Cuando se le acabaron las lágrimas fue a buscar a Yésica y le contó toda la verdad. Indignada, ésta le dijo que tocaba contarle a Mariño para que matara a «Caballo» y a sus otros dos empleados por faltones, pero luego se arrepintió porque recordó que le había dicho a él que Catalina no podía ir todavía porque tenía el período.

—¡Lo podemos engañar como hizo Paola con su segundo novio! —propuso Catalina con inocencia, pero Yésica se negó:

—Es que con Mariño las cosas son a otro precio. Me dijo que llevaba 26 virgos y que deseaba llegar rápido a los 50, para poderles ganar en algo a sus jefes.

—¿Mejor dicho, sabe qué? —le dijo Yésica con rabia por la pérdida de los dos millones de pesos que le prometió Mariño de comisión:

—Olvidémonos ya del asunto y camine la presento con Margot a ver si la mete a modelar mientras tanto.

Catalina le dijo que ella no quería ser modelo ni actriz, que lo único que ella quería era operarse el busto para llegar a ser la novia de un traqueto, pero Yésica le contestó que en esas condiciones era más fácil que uno de ellos se enamorara de ella al verla por televisión, que ofreciéndola como lo estaba haciendo, porque ellos sabían que algunas niñitas de otros barrios lo daban por menos, aún teniéndolas más grandotas.

Capítulo 4

Las niñas prepago

—¡Porque usted tiene las tetas muy pequeñas! —Le respondió Margot, la gerente de la casa de modelos a Catalina cuando esta le reprochó el haberle insinuado que ella no podía llegar a ser una «top model».

—Pero yo he visto muchas modelos por televisión y la mayoría no tiene mucho busto. Incluso hay algunas que tienen menos que yo, —replicó esperanzada.

—Sí, pero las modelos que tú ves en la tele son europeas y no se le olvide, mijita, que nosotras estamos en Colombia y aquí modelo que se respete las tiene que tener mínimo talla 36.

A Margot, una simpática, bella y desalmada empresaria de la lujuria, se le olvidó decir también que ella no solo era intermediaria entre las modelos y las agencias de publicidad sino también entre las modelos y los narcos. Sin embargo, le dio un par de recomendaciones a Catalina y le dijo que cuando cumpliera los quince años volviera, ojalá con el busto operado y a Yésica le dijo, en secreto, que antes de esa edad no se le medía a feriarla por miedo a un carcelazo.

Con una nueva frustración a su haber, Catalina volvió al barrio y se dedicó por completo a su novio mientras llegaba la fecha de su cumpleaños. Entre tanto, y bajo su mirada de envidia e impotencia, las casas de Paola, Ximena, Vanessa y Yésica crecían hacia el cielo y se tornaban más bonitas y de colores, al igual que sus cabellos, pues, de la noche a la mañana todas resultaron rubias con los labios rellenos y los ojos azules. Las tres fueron aceptadas por la casa de modelos de Margot, pero no para lucir prendas de grandes diseñadores en las mejores pasarelas del país, ni siquiera de la ciudad, tampoco para grabar comerciales, ni aparecer en almanaques, sino para acostarse con los traquetos que quisieran pagar sus servicios. Se convirtieron en las famosas niñas prepago, conocidas con ese nombre por la modalidad existente en la época de comprar una persona con regalos costosos, ropa y dinero para que después ésta pagara con favores sexuales las prebendas recibidas.

No cualquier niña podía aspirar a este calificativo. Debían ser niñas de cierta estatura, cuerpos perfectos, así fuera a punta de bisturí, cabellos largos y bien cuidados, lentes de contacto de colores, ropa costosa mas no fina, que para la época capitalizaron dos o tres marcas de confecciones, y un hablado un poco más refinado que el de cualquier otra prostituta definida como tal. No era difícil identificarlas en la calle, los centros comerciales y mucho menos a bordo de un carro lujoso porque tenían cara de todo, menos de señoras de la casa.

Las niñas prepago como Yésica, Paola, Ximena y Vanessa gastaban dinero a ritmos endemoniados. Todo lo que se ganaban acostándose con los traquetos y sus amigos lo gastaban a chorros en sus operaciones estéticas, pagando tratamientos de diseño de sonrisa, invirtiendo largas horas en las mejores peluquerías, alisándose el pelo, arreglándose las uñas de las manos y de los pies, pagando masajistas, cambiando el cabello de color cada semana, comprando lentes de contacto, zapatos, vestuario, la comida de la casa, el arriendo, perfumes, desocupando los estantes de los grandes almacenes y algunos gustos extraños como estudios de fotografía y afiches con fotomontajes en los que podían aparecer como portada de alguna revista famosa, prestando su rostro para que un mago del diseño gráfico la insertara en el cuerpo del personaje que en el original ocupaba la cara principal de la revista, por lo regular una «top model» internacional o una diva del rock o del pop. Lo cierto es que ninguna plata les alcanzaba. Siempre, a pesar de ganar millones, siempre estaban sin un peso y a la espera del llamado de Margot, de algún peluquero o algún odontólogo amigo que las conectara con sus clientes.

Al ver que Margot conseguía dinero en cantidades con su estupendo negocio de fachada, Yésica pensó que podía montar algo así y se lanzó a la búsqueda de contactos entre sus amigos de la mafia sondeando la posibilidad de surtirles a ellos, las mujeres que, a menudo, necesitaban. «El Titi» le dijo que por él no había problema porque no era tan exigente como sus jefes y porque, además, tenía por novia a la mujer más hermosa de la ciudad. Que sin embargo, con ellos la cosa era a otro precio ya que siempre estaban buscando la manera de acostar en sus camas a las más lindas reinas de cuanto concurso se inventaran quienes no tenían oficio y también modelos de renombre, presentadoras de televisión y a las más famosas actrices. Desde luego ese sí que era un obstáculo grande para Yésica, quien no manejaba los contactos de alto nivel que sí tenía Margot y que la hacían merecedora de un gran respeto en ese mercado nada distinto al de la trata de blancas.

Pero Yésica no se dio por vencida y le pidió al Titi que le ayudara a conseguir una cita con los capos más importantes de la organización como Cardona y Morón, ya no para acostarse con ellos, como lo hizo en sus inicios unos meses atrás, sino para plantearles el negocio. «El Titi» le advirtió que no iba a ser fácil, pero Yésica espero con paciencia de mártir la llegada de ese día. La cita fue en la finca de Morón hasta donde llegaron ella y «El Titi» en un automóvil deportivo asombrosamente bello y rojo que este último acababa de comprar con el dinero que le trajo Mariño de México.

Cardona vio con simpatía la propuesta de Yésica y se admiró de la valentía y el empuje de una niña de su edad. Por eso le dio la oportunidad de convertirse en su proveedora de placeres, siempre y cuando se comprometiera a conseguirle, para el fin de semana siguiente, a una mujer de la televisión que lo traía loquito y por quien se mostró dispuesto a pagar 50 millones de pesos. Morón ya le había hecho varios intentos de 10, 20 y 30 millones a la diva, pero por ninguna cantidad de dinero la pudo trastornar, además porque ella ganaba muy bien en su empresa. Por eso, le dijo a Yésica que tenía el empute alborotado y que esa mujer se estaba volviendo todo un desafío para él y para su orgullo, que le ofreciera lo que ella quisiera, pero que se la pusiera en el aeropuerto de Cali el sábado en la mañana donde uno de sus aviones la iba a estar esperando.

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