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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras

Tarzán el terrible (23 page)

BOOK: Tarzán el terrible
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—¿Y allí me encontraría a salvo? —preguntó Jane.

—Quizá —respondió él.

Ah, la esperanza muerta; ¡ante qué leve provocación intentarías brillar de nuevo! Ella suspiró y meneó la cabeza, comprendiendo la inutilidad de la esperanza, aunque el cebo tentador oscilaba mentalmente ante ella… ¡Ja-lur!

—Eres sensata —comentó Ja-don interpretando su suspiro—. Ahora vámonos, iremos a los aposentos de la princesa junto al Jardín Prohibido. Allí permanecerás con O-lo-a, la hija del rey. Será mejor que esta prisión que has estado ocupando.

—¿Y Ko-tan? —preguntó ella, sintiendo un escalofrío que le recorrió el cuerpo.

—Hay ceremonias —explicó Ja-don— que quizá le ocupen varios días antes de que te haga reina, y una de ellas quizá resulte difícil de preparar. —Se rió.

—¿Qué? —exclamó ella.

—Sólo el sumo sacerdote puede celebrar la ceremonia de la boda de un rey —explicó.

—¡Un retraso! —murmuró—, ¡bendito retraso!

Tenaz en verdad es la esperanza aunque se vea reducida a frío e inerte carbón… una auténtica ave fénix.

CAPÍTULO XV

«¡EL REY HA MUERTO!»

M
IENTRAS conversaban, Ja-don la había acompañado por la escalinata de piedra que conduce a las plantas superiores del templo del
Gryf
hasta las cámaras y los corredores que pueblan las colinas rocosas de las que están excavados el templo y el palacio, y ahora pasaban de una a otra a través de un umbral a un lado del cual había dos sacerdotes haciendo guardia y en el otro dos guerreros. Los primeros hicieron detenerse a Ja-don cuando vieron a quién acompañaba, pues era conocida en todo el templo la discusión entre rey y sumo sacerdote por la posesión de esta bella extranjera.

—Sólo por orden de Lu-don puede pasar ella —dijo uno, colocándose directamente delante de Jane Clayton para impedirle el paso.

A través de los ojos huecos de la horrible máscara, la mujer distinguió a los del sacerdote que relucían con el fuego del fanatismo. Ja-don la rodeó con un brazo y se llevó la mano al cuchillo.

—Ella pasa por orden de Ko-tan, el rey —dijo—, y en virtud de que Ja-don, el jefe, es su guía. ¡Apártate!

Los dos guerreros se acercaron.

—Estamos aquí,
gund
de Ja-lur —dijo uno de ellos—, para recibir y obedecer tus órdenes.

El segundo sacerdote intervino.

—Déjales pasar —advirtió a su compañero—. No hemos recibido ninguna orden directa de Lu-don en sentido contrario y es la ley del templo y del palacio que los jefes y sacerdotes puedan entrar y salir sin obstáculos.

—Pero conozco los deseos de Lu-don —insistió el otro.

—¿Te dijo que Ja-don no debe pasar con la extranjera?

—No… pero…

—Entonces déjales pasar, pues son tres contra dos y pasarán de todos modos; hemos hecho lo que hemos podido.

Rezongando, el sacerdote se hizo a un lado.

—Lu-don pedirá explicaciones —exclamó enojado. Ja-don se volvió a él.

—Y las tendrá cuando y donde quiera —espetó.

Por fin llegaron a los aposentos de la princesa Olo-a donde, en la entrada principal, holgazaneaba una pequeña guardia de guerreros de palacio y varios fornidos eunucos negros que pertenecían a la princesa, o a sus mujeres. A una de las últimas abandonó Ja-don su carga.

—Llévasela a la princesa —ordenó— y procura que no se escape.

El eunuco condujo a lady Greystoke por numerosos corredores y aposentos iluminados por fanales de piedra y por fin se detuvo ante un umbral oculto por unas colgaduras de piel de
jato
, donde el guía golpeó con su bastón en la pared junto a la puerta.

—0-lo-a, princesa de Pal-ul-don —dijo con voz fuerte—, aquí está la mujer extranjera, la prisionera del templo.

—Hazla entrar —oyó Jane que decía una voz dulce desde dentro.

El eunuco apartó las colgaduras y lady Greystoke entró. Se encontró en una habitación de techo bajo y tamaño moderado. En cada una de las cuatro esquinas una figura de piedra en posición arrodillada parecía soportar sobre sus hombros su parte de peso del techo. Estas figuras, evidentemente, representaban esclavos waz-don y no carecía de atrevida belleza artística. El techo estaba ligeramente arqueado formando una cúpula central con aberturas para que entrara la luz del día y el aire. En un lado de la habitación había muchas ventanas, pues las otras tres paredes estaban vacías salvo por un umbral en cada una. La princesa yacía sobre un montón de pieles que estaban dispuestas sobre una tarima baja de piedra en un rincón de la estancia y se hallaba sola excepto por una esclava waz-don que estaba sentada en el borde de la tarima, cerca de sus pies.

Cuando Jane entró O-lo-a le hizo seña de que se acercara, y cuando estuvo junto al diván la muchacha se incorporó apoyándose sobre un codo y la examinó con aire critico.

—Qué guapa eres —se limitó a decir.

Jane sonrió con tristeza, pues había descubierto que la belleza puede ser una maldición.

—Sin duda es un cumplido —respondió al instante—, ya que viene de alguien tan radiante como la princesa O-lo-a.

—¡Ah! —exclamó la princesa con deleite—, ¡hablas mi lengua! Me habían dicho que eras de otra raza y de alguna tierra extraña de la que los de Pal-ul-don nunca hemos oído hablar.

—Lu-don se encargó de que los sacerdotes me la enseñaran —explicó Jane—, pero soy de un país distante, princesa, un país al que anhelo regresar… y soy muy infeliz.

—Pero Ko-tan, mi padre, te haría su reina —exclamó la muchacha—; eso debería hacerte muy feliz.

—Pues no es así —replicó la prisionera—. Amo a otro con quien ya estoy casada. Ah, princesa, si tú supieras lo que es amar y ser obligada a casarte con otro me comprenderías.

La princesa O-lo-a se quedó en silencio un largo momento.

—Lo sé —dijo al fin—, y lo siento mucho por ti; pero si la hija del rey no puede salvarse de semejante destino ¿quién puede salvar a una esclava?, porque esto es lo que en realidad eres.

En el gran salón de banquetes del palacio de Ko-tan, rey de Pal-ul-don, aquella noche habían empezado a beber antes que de costumbre, pues el rey celebraba que su única hija se casaba al día siguiente con Bu-lot, hijo de Mo-sar, el jefe, cuyo bisabuelo había sido rey de Pal-ul-don y que le enseñó que sería rey, y Mo-sar estaba borracho igual que Bu-lot, su hijo. En realidad casi todos los guerreros, incluido el propio rey, estaban borrachos. En el corazón de Ko-tan no había amor ni por Mo-sar ni por Bu-lot, ni ninguno de estos dos amaba al rey. Ko-tan entregaba su hija a Bu-lot con la esperanza de que la alianza impidiera a Mo-sar seguir reclamando el trono, ya que, después de Ja-don, Mo-sar era el más poderoso de los jefes. Y mientras Ko-tan miraba con temor a Ja-don, no temía que el viejo hombre-león intentara arrebatarle el trono, aunque hacia qué lado dirigiría su influencia y sus guerreros en el caso de que Mo-sar declarara la guerra a Ko-tan, el rey no lo sabía.

La gente primitiva, que es tan belicosa, raras veces se inclina por el tacto o la diplomacia ni aun cuando está sobria; pero borracha no conoce las palabras, si se la excita. En realidad fue Bu-lot quien lo inició todo.

—Brindo —dijo— por O-lo-a —y vació su jarra de un solo trago—. ¡Y ahora —cogiendo otra llena de un vecino—, por el hijo suyo y mío, que devolverá el trono de Pal-ul-don a su debido propietario!

—¡El rey aún no ha muerto! —exclamó Ko-tan, poniéndose en pie—, ni Bu-lot se ha casado aún con su hija… y todavía hay tiempo de salvar Pal-ul-don de la prole de un cobarde.

El tono enojado del rey y su insultante referencia a la conocida cobardía de Bu-lot produjeron un repentino silencio en la bulliciosa compañía. Todos los ojos se volvieron a Bu-lot y Mo-sar, quienes se sentaban juntos directamente enfrente del rey. El primero estaba muy borracho aunque de pronto pareció sobrio. Estaba tan borracho que por un instante olvidó ser cobarde, ya que sus poderes de razonamiento estaban tan eficazmente paralizados por los vapores del licor que no pudo sopesar con inteligencia las consecuencias de sus actos. Es concebible que un borracho y un conejo furioso cometieran un acto imprudente. Bajo ninguna otra hipótesis resulta explicable lo que hizo entonces Bu-lot. Se levantó de pronto del asiento en el que se había hundido después de hacer su brindis, sacó el cuchillo de la funda del guerrero que tenía a su derecha y lo arrojó con terrorífica fuerza a Ko-tan. Hábiles en el arte de arrojar cuchillos y palos son los guerreros de Pal-ul-don, y a tan corta distancia y produciéndose como sucedió sin previo aviso, no había defensa posible y un único resultado concebible: Ko-tan, el rey, se desplomó hacia adelante sobre la mesa, con la hoja hundida en el corazón.

Un breve silencio siguió al cobarde acto del asesino. Blanco de terror ahora, Bu-lot retrocedió lentamente hacia la puerta que tenía detrás, cuando de pronto un grupo de furiosos guerreros saltaron blandiendo su cuchillo para impedir su huida y vengar a su rey. Pero Mo-sar ahora se situó junto a su hijo.

—¡Ko-tan está muerto! —gritó—. ¡Mo-sar es rey! ¡Que los leales guerreros de Pal-ul-don protejan a su gobernador!

Mo-sar dirigía un numeroso séquito y éste rápidamente le rodeó a él y a Bu-lot, pero había muchos cuchillos contra ellos, y entonces Ja-don se abrió paso entre los que se enfrentaban al pretendiente.

—¡Cogedles a los dos! gritó. —Los guerreros de Pal-ul-don elegirán a su rey después de que el asesino de Ko-tan sea castigado por su traición.

Dirigidos ahora por un cabecilla a quien respetaban y admiraban, los que habían sido leales a Ko-tan se precipitaron sobre la facción que había rodeado a Mo-sar. La pelea fue fiera y terrible, desprovista, aparentemente, de todo lo que no fuera feroz lujuria de matar, y cuando se encontraba en su punto más álgido Mo-sar y Bu-lot salieron discretamente del salón de banquetes sin que nadie reparara en ello.

Se apresuraron a dirigirse a la parte de palacio que les habían asignado durante su visita a A-lur. Allí se encontraban sus siervos y los guerreros de menor categoría de su grupo que no habían sido invitados al festín de Ko-tan. Éstos fueron rápidos en reunir sus pertenencias para partir de inmediato. Cuando todo estaba a punto, y no tardaron mucho ya que los guerreros de Pal-ul-don ponen pocos impedimentos a la marcha, se encaminaron hacia la salida de palacio.

De pronto Mo-sar se acercó a su hijo.

—La princesa —susurro—. No debemos marcharnos de la ciudad sin ella; ella es la mitad de la batalla por el trono.

Bu-lot, ahora completamente sobrio, puso reparos. Ya había tenido bastante de pelea y riesgos.

—Vámonos enseguida de A-lur —urgió— o tendremos a toda la ciudad sobre nosotros. Ella no vendrá sin pelear y eso nos retrasaría demasiado.

—Hay mucho tiempo —insistió Mo-sar—. Todavía están peleando en el
pal-e-don-so
. Tardarán un rato en echarnos de menos, estando Ko-tan muerto, y en pensar en proteger a la princesa. Es nuestra oportunidad; nos la ha proporcionado Jad-ben-Otho. ¡Vamos!

Bu-lot siguió de mala gana a su padre, quien dio instrucciones a los guerreros para que les esperaran en el interior de palacio, junto a la salida. Rápidamente los dos se dirigieron a los aposentos de la princesa. Junto a la entrada sólo hacían guardia un puñado de guerreros. Los eunucos se habían retirado.

—Hay pelea en el
pal-e-don-so
—anunció Mo-sar con falsa excitación cuando se encontraron en presencia de los guardias—. El rey desea que vayáis enseguida y nos ha enviado a nosotros a proteger los aposentos de la princesa. ¡Deprisa! —ordenó al ver que los hombres titubeaban.

Los guerreros le conocían y sabían que al día siguiente la princesa se casaría con Bu-lot, su hijo. Si había problemas, qué era más natural que el hecho de que se confiara a Mo-sar y Bu-lot la seguridad de la princesa. Y además, ¿Mo-sar no era también un poderoso jefe?, y la desobediencia a sus órdenes ¿no podía resultar peligrosa? Eran luchadores corrientes disciplinados en la dura escuela de las guerras tribales, pero habían aprendido a obedecer a un superior y por eso partieron hacia el salón de banquetes: el
lugar-donde-los-hombres-comen
.

Sin apenas esperar a que hubieran desaparecido, Mo-sar se dirigió hacia las colgaduras del otro lado de la habitación de entrada, y seguido por Bu-lot se encaminó hacia el dormitorio de O-lo-a y un instante después, sin previo aviso, los dos hombres se lanzaron sobre los tres ocupantes de la habitación. Al verles, O-lo-a se puso en pie de un salto.

—¿Qué significa esto? —preguntó furiosa.

Mo-sar avanzó y se paró delante de ella. En su astuta mente se había forjado un plan para engañarla. Si salia bien resultaría más fácil que llevársela por la fuerza, y entonces sus ojos se posaron en Jane Clayton y estuvo a punto de ahogar un grito de asombro y admiración, pero se contuvo y volvió al asunto del momento.

—0-lo-a —dijo—, cuando sepas la urgencia de nuestra misión nos perdonarás. Tenemos noticias tristes para ti. Ha habido un levantamiento en palacio y Ko-tan, el rey, ha sido asesinado. Los rebeldes están borrachos y ahora vienen hacia aquí. Debemos sacarte de A-lur enseguida… no hay tiempo que perder. ¡Vamos, deprisa!

—¿Mi padre está muerto? —exclamó O-lo-a, y de pronto abrió los ojos de par en par—. Entonces mi sitio está aquí, con mi gente —gritó—. Si Ko-tan está muerto yo soy reina hasta que los guerreros elijan a un nuevo gobernador… ésta es la ley de Pal-ul-don. Y si soy reina nadie puede casarse conmigo si yo no lo deseo… y Jad-ben-Otho sabe que nunca he deseado casarme con tu cobarde hijo. ¡Vete! —Señaló imperiosamente hacia la puerta con un esbelto dedo índice.

Mo-sar vio que ni trampas ni persuasión le valdrían ya y cada minuto era precioso. Volvió a mirar a la bella mujer que estaba junto a O-lo-a. Nunca la había visto pero sabía bien, por las habladurías de palacio, que no podía ser otra que la divina extranjera a la que Ko-tan tenía planeado convertir en su reina.

—¡Bu-lot —ordenó a su hijo—, coge a tu mujer y yo cogeré… a la mía! —y al decir esto saltó de pronto hacia adelante, cogió a Jane por la cintura y la levantó en sus brazos, de modo que antes de que O-lo-a o Pan-at-lee pudieran siquiera adivinar sus intenciones ya había desaparecido tras las colgaduras cerca del pie de la tarima y se había ido con la mujer extranjera forcejeando y peleando en sus brazos.

Bu-lot intentó agarrar a O-lo-a, pero ésta tenía a su Pan-at-lee, una pequeña tigresa del salvaje Kor-ul-ja, y Bu-lot descubrió que con las dos tenía las manos llenas. Habría levantado a O-lo-a y se la habría llevado si Pan-at-lee no se hubiera agarrado a sus piernas y le hubiera hecho caer. Perversamente, él la pateó, pero ella no desistió y, al comprender que no sólo perdería a su princesa sino que también se retrasaría si no se deshacía de aquella hembra de
jato
que no paraba de arañarle y clavarle las uñas, arrojó a O-lo-a al suelo y agarró a Pan-at-lee por el pelo, sacó su cuchillo y…

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