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Authors: Benito Pérez Galdós

Tags: #Clásico, #Histórico

Trafalgar (4 page)

BOOK: Trafalgar
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Mas al saber que la escuadra combinada se apercibía para un gran combate, sintió renacer en su pecho el amortiguado entusiasmo, y soñó que se hallaba mandando la marinería en el alcázar de proa del
Santísima Trinidad
. Como notase en D. Alonso iguales síntomas de recrudecimiento, se franqueó con él, y desde entonces pasaban gran parte del día y de la noche comunicándose, así las noticias recibidas como las propias sensaciones, refiriendo hechos pasados, haciendo conjeturas sobre los venideros y soñando despiertos, como dos grumetes que en íntima confidencia calculan el modo de llegar a almirantes.

En estas encerronas, que traían a Doña Francisca muy alarmada, nació el proyecto de embarcarse en la escuadra para presenciar el próximo combate. Ya saben ustedes la opinión de mi ama y las mil picardías que dijo del marinero embaucador; ya saben que D. Alonso insistía en poner en ejecución tan atrevido pensamiento, acompañado de su paje, y ahora me resta referir lo que todos dijeron cuando Marcial se presentó a defender la guerra contra el vergonzoso
statu quo
de Doña Francisca.

- IV -

«Señor Marcial —dijo ésta con redoblado furor: —si quiere usted ir a la escuadra a que le den la última mano, puede embarcar cuando quiera; pero lo que es este no irá.

—Bueno —contestó el marinero, que se había sentado en el borde de una silla, ocupando sólo el espacio necesario para sostenerse—: iré yo solo. El demonio me lleve, si me quedo sin echar el catalejo a la fiesta.»

Después añadió con expresión de júbilo:

«Tenemos quince navíos, y los francesitos veinticinco barcos. Si todos fueran nuestros, no era preciso tanto… ¡Cuarenta buques y mucho corazón embarcado!»

Como se comunica el fuego de una mecha a otra que está cercana, así el entusiasmo que irradió del ojo de Marcial encendió los dos, ya por la edad amortiguados, de mi buen amo.

«Pero el
Señorito
—continuó Medio-hombre—, traerá muchos también. Así me gustan a mí las funciones: mucha madera donde mandar balas, y mucho
jumo
de pólvora que caliente el aire cuando hace frío.»

Se me había olvidado decir que Marcial, como casi todos los marinos, usaba un vocabulario formado por los más peregrinos terminachos, pues es costumbre en la gente de mar de todos los países desfigurar la lengua patria hasta convertirla en caricatura. Observando la mayor parte de las voces usadas por los navegantes, se ve que son simplemente corruptelas de las palabras más comunes, adaptadas a su temperamento arrebatado y enérgico, siempre propenso a abreviar todas las funciones de la vida, y especialmente el lenguaje. Oyéndoles hablar, me ha parecido a veces que la lengua es un órgano que les estorba.

Marcial, como digo, convertía los nombres en verbos, y éstos en nombres, sin consultar con la Academia. Asimismo aplicaba el vocabulario de la navegación a todos los actos de la vida, asimilando el navío con el hombre, en virtud de una forzada analogía entre las partes de aquél y los miembros de éste. Por ejemplo, hablando de la pérdida de su ojo, decía que había cerrado el
portalón de estribor
; y para expresar la rotura del brazo, decía que se había quedado sin la
serviola de babor
. Para él el corazón, residencia del valor y del heroísmo, era el
pañol de la pólvora,
así como el estómago el
pañol del viscocho.
Al menos estas frases las entendían los marineros; pero había otras, hijas de su propia inventiva filológica, de él sólo conocidas y en todo su valor apreciadas. ¿Quién podría comprender lo que significaban
patigurbiar, chingurria
y otros feroces nombres del mismo jaez? Yo creo, aunque no lo aseguro, que con el primero significaba dudar, y con el segundo tristeza. La acción de embriagarse la denominaba de mil maneras distintas, y entre éstas la más común era
ponerse la casaca
, idiotismo cuyo sentido no hallarán mis lectores, si no les explico que, habiéndole merecido los marinos ingleses el dictado de
casacones
, sin duda a causa de su uniforme, al decir
ponerse la casaca
por emborracharse, quería significar Marcial una acción común y corriente entre sus enemigos. A los almirantes extranjeros los llamaba con estrafalarios nombres, ya creados por él, ya traducidos a su manera, fijándose en semejanzas de sonido. A Nelson le llamaba el
Señorito
, voz que indicaba cierta consideración o respeto; a Collingwood el
tío Calambre
, frase que a él le parecía exacta traducción del inglés; a Jerwis le nombraba como los mismos ingleses, esto es,
viejo zorro
; a Calder el
tío Perol
, porque encontraba mucha relación entre las dos voces; y siguiendo un sistema lingüístico enteramente opuesto, designaba a Villeneuve, jefe de la escuadra combinada, con el apodo de
Monsieur Corneta
, nombre tomado de un sainete a cuya representación asistió Marcial en Cádiz. En fin, tales eran los disparates que salían de su boca, que me veré obligado, para evitar explicaciones enojosas, a sustituir sus frases con las usuales, cuando refiera las conversaciones que de él recuerdo.

Sigamos ahora. Doña Francisca, haciéndose cruces, dijo así:

«¡Cuarenta navíos! Eso es tentar a la Divina Providencia. ¡Jesús!, y lo menos tendrán cuarenta mil cañones, para que estos enemigos se maten unos a otros.

—Lo que es como Mr. Corneta tenga bien provistos los pañoles de la pólvora —contestó Marcial señalando al corazón—, ya se van a reír esos señores casacones. No será ésta como la del cabo de San Vicente.

—Hay que tener en cuenta —dijo mi amo con placer, viendo mencionado su tema favorito—, que si el almirante Córdova hubiera mandado virar a babor a los navíos
San José
y
Mejicano
, el Sr. de Jerwis no se habría llamado
Lord Conde de San Vicente
. De eso estoy bien seguro, y tengo datos para asegurar que con la maniobra a babor, hubiéramos salido victoriosos.

—¡Victoriosos! —exclamó con desdén Doña Francisca—. Si pueden ellos más… Estos bravucones parece que se quieren comer el mundo, y en cuanto salen al mar parece que no tienen bastantes costillas para recibir los porrazos de los ingleses.

—¡No! —dijo Medio-hombre enérgicamente y cerrando el puño con gesto amenazador—. ¡Si no fuera por sus muchas astucias y picardías!… Nosotros vamos siempre contra ellos con el alma a un largo, pues, con nobleza, bandera izada y manos limpias. El inglés no se
larguea
, y siempre ataca por sorpresa, buscando las aguas malas y las horas de cerrazón. Así fue la del Estrecho, que nos tienen que pagar. Nosotros navegábamos confiados, porque ni de perros herejes moros se teme la traición,
cuantimás
de un inglés que es
civil
y al modo de cristiano. Pero no: el que ataca a traición no es cristiano, sino un salteador de caminos. Figúrese usted, señora —añadió dirigiéndose a Doña Francisca para obtener su benevolencia—, que salimos de Cádiz para auxiliar a la escuadra francesa que se había refugiado en Algeciras, perseguida por los ingleses. Hace de esto cuatro años, y
entavía
tengo tal coraje que la sangre se me emborbota cuando lo recuerdo. Yo iba en el
Real Carlos
, de 112 cañones, que mandaba Ezguerra, y además llevábamos el
San Hermenegildo
, de 112 también; el
San Fernando
, el
Argonauta
, el
San Agustín
y la fragata
Sabina
. Unidos con la escuadra francesa, que tenía cuatro navíos, tres fragatas y un bergantín, salimos de Algeciras para Cádiz a las doce del día, y como el tiempo era flojo, nos anocheció más acá de punta Carnero. La noche estaba más negra que un barril de chapapote; pero como el tiempo era bueno, no nos importaba navegar a obscuras. Casi toda la tripulación dormía: me acuerdo que estaba yo en el castillo de proa hablando con mi primo Pepe Débora, que me contaba las perradas de su suegra, y desde allí vi las luces del
San Hermenegildo
, que navegaba a estribor como a tiro de cañón. Los demás barcos iban delante.
Pusque
lo que menos creíamos era que los casacones habían salido de Gibraltar tras de nosotros y nos daban caza. ¿Ni cómo los habíamos de ver, si tenían apagadas las luces y se nos acercaban sin que nos percatáramos de ello? De repente, y
anque
la noche estaba muy obscura, me pareció ver… yo siempre he tenido un
farol
como un lince… me pareció que un barco pasaba entre nosotros y el
San Hermenegildo
. «José Débora —dije a mi compañero—; o yo estoy viendo
pantasmas
, o tenemos un barco inglés por estribor».

José Débora miró y me dijo:

«Que el palo mayor se caiga por la fogonadura y me parta, si hay por estribor más barco que el
San Hermenegildo
.

—Pues por sí o por no —dije—, voy a avisarle al oficial que está de cuarto».

No había acabado de decirlo, cuando pataplús… sentimos el
musiqueo
de toda una andanada que nos soplaron por el costado. En un minuto la tripulación se levantó… cada uno a su puesto… ¡Qué batahola, señora Doña Francisca! Me alegrara de que usted lo hubiera visto para que supiera cómo son estas cosas. Todos jurábamos como demonios y pedíamos a Dios que nos pusiera un cañón en cada dedo para contestar al ataque. Ezguerra subió al alcázar y mandó disparar la andanada de estribor…
¡zapataplús!
La andanada de estribor disparó en seguida, y al poco rato nos contestaron… Pero en aquella trapisonda no vimos que con el primer disparo nos habían soplado a bordo unas endiabladas materias
comestibles
(combustibles quería decir), que cayeron sobre el buque como si estuviera lloviendo fuego. Al ver que ardía nuestro navío, se nos redobló la rabia y cargamos de nuevo la andanada, y otra, y otra. ¡Ah, señora Doña Francisca! ¡Bonito se puso aquello!… Nuestro comandante mandó meter sobre estribor para atacar al abordaje al buque enemigo. Aquí te quiero ver… Yo estaba en mis glorias… En un guiñar del ojo preparamos las hachas y picas para el abordaje… el barco enemigo se nos venía encima, lo cual me
encabrilló
(me alegró) el alma, porque así nos enredaríamos más pronto… Mete, mete a estribor… ¡qué julepe! Principiaba a amanecer: ya los penoles se besaban; ya estaban dispuestos los grupos, cuando oímos juramentos españoles a bordo del buque enemigo. Entonces nos quedamos todos tiesos de espanto, porque vimos que el barco con que nos batíamos era el mismo
San Hermenegildo
.

—Eso sí que estuvo bueno —dijo Doña Francisca mostrando algún interés en la narración—. ¿Y cómo fueron tan burros que uno y otro…?

—Diré a usted: no tuvimos tiempo de andar con palabreo. El fuego del
Real Carlos
se pasó al
San Hermenegildo
, y entonces… ¡Virgen del Carmen, la que se armó! ¡A las lanchas!, gritaron muchos. El fuego estaba ya ras con ras con la
Santa Bárbara
, y esta señora no se anda con bromas… Nosotros jurábamos, gritábamos insultando a Dios, a la Virgen y a todos los santos, porque así parece que se desahoga uno cuando está lleno de coraje hasta la escotilla.

—¡Jesús, María y José!, ¡qué horror! —exclamó mi ama—. ¿Y se salvaron?

—Nos salvamos cuarenta en la falúa y seis o siete en el chinchorro: éstos recogieron al segundo del
San Hermenegildo
. José Débora se aferró a un pedazo de palo y arribó más muerto que vivo a las playas de Marruecos.

—¿Y los demás?

—Los demás… la mar es grande y en ella cabe mucha gente. Dos mil hombres
apagaron fuegos
aquel día, entre ellos nuestro comandante Ezguerra, y Emparán el del otro barco.

—Válgame Dios —dijo Doña Francisca—. Aunque bien empleado les está, por andarse en esos juegos. Si se estuvieran quietecitos en sus casas como Dios manda…

—Pues la causa de este desastre —dijo Don Alonso, que gustaba de interesar a su mujer en tan dramáticos sucesos—, fue la siguiente. Los ingleses, validos de la obscuridad de la noche, dispusieron que el navío
Soberbio
, el más ligero de los que traían, apagara sus luces y se colocara entre nuestros dos hermosos barcos. Así lo hizo: disparó sus dos andanadas, puso su aparejo en facha con mucha presteza, orzando al mismo tiempo para librarse de la contestación. El
Real Carlos
y el
San Hermenegildo
, viéndose atacados inesperadamente, hicieron fuego; pero se estuvieron batiendo el uno contra el otro, hasta que cerca del amanecer y estando a punto de abordarse, se reconocieron y ocurrió lo que tan detalladamente te ha contado Marcial.

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