Una campaña civil (27 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
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—¿Y bien? —Dono se plantó frente a Ivan con una sonrisita alegre en el rostro—. ¿Qué te parece? ¿Trabajan bien en Beta o no?

Ivan lo miró de reojo y dijo:

—Pareces… normal —admitió, reacio.

—Bueno, muéstramelo a mí ya que estás en ello —dijo By.

Dono se volvió hacia él.

—No está mal —dijo By juiciosamente—, pero ¿no es un poco, ah, juvenil?

Dono suspiró.

—Fue un trabajo rápido. De calidad, pero rápido. Salí directamente del hospital para dar el salto a casa. Los órganos tendrán que terminar de crecer in situ, según me dijeron los doctores. Aún faltan unos cuantos meses antes de que adquieran una morfología adulta plena. Las incisiones ya no duelen, al menos.

—Ooh —dijo By—, pubertad. Qué divertido para ti.

—A toda velocidad. Pero los betanos lo han suavizado. Hay que reconocer que son gente que controla sus hormonas.

Ivan comentó, con cierta reluctancia:

—Mi primo Miles, cuando le sustituyeron el corazón, los pulmones y las tripas, dijo que tardó casi un año entero en respirar con normalidad y recuperar sus energías. También tuvieron que terminar de crecer hasta su tamaño adulto después de que se los instalaran. Estoy seguro de que… todo irá bien.

Añadió, después de un instante de indecisión:

—¿Y funciona?

—Puedo mear de pie, sí. —Dono extendió una mano, recuperó sus calzoncillos y se los puso—. En cuanto a lo otro, bueno, según tengo entendido. Me muero de ganas por tener mi primer sueño erótico.

—Pero querrá alguna mujer… no es que vayas a mantener en secreto quién y qué eras antes… ¿cómo, um…? Es algo que aquí el soldado Pigmalión —Ivan señaló a Szabo —no podrá enseñarte.

Szabo sonrió débilmente, la expresión más intensa que Ivan había visto en su cara esa noche.

—Ivan, Ivan, Ivan. —Dono sacudió la cabeza y recogió los pantalones del uniforme de la Casa—. Yo te enseñé a ti, ¿no? De todos los problemas que espero tener… cómo perder mi virginidad masculina no es uno de ellos.

—No… no parece justo —dijo Ivan con voz débil—. Quiero decir, nosotros tuvimos que resolver todo este asunto con trece años.

—¿En vez de haberlo hecho con cuántos, doce? —preguntó Dono, fríamente.

—Um.

Dono se abotonó los pantalones (no le quedaban demasiado estrechos en las caderas después de todo), su puso la túnica y miró su reflejo en el espejo. Se metió por dentro la tela que sobraba.

—Sí, eso valdrá. El sastre debería tenerlo listo mañana por la noche. Quiero llevar esto cuando presente mi prueba de veto en el Castillo Vorhartung.

Ivan tuvo que admitir que el uniforme azul y gris de la mansión Vorrutyer iba a sentarle excepcionalmente bien a lord Dono. Tal vez sería un buen día para que utilizara sus privilegios Vor y consiguiera una entrada y un discreto asiento al fondo de la galería de visitantes en el Consejo de Condes. Sólo para ver qué pasaba, por usar una de la frases favoritas de Gregor.

Gregor…

—¿Sabe Gregor algo de esto? —preguntó Ivan de pronto—. ¿Le contaste tu plan, antes de partir para Beta?

—No, por supuesto que no —dijo Dono. Se sentó en el borde de la cama y empezó a ponerse las botas.

Ivan pudos sentir que sus dientes chasqueaban.

—¿Estáis locos?

—Como alguien suele decir (creo que fue tu primo Miles), siempre es más fácil conseguir el perdón que un permiso.

Ivan se tiró del pelo.

—Muy bien. Vosotros dos, vosotros tres, me habéis traído aquí porque queréis mi ayuda. Voy a echaros una mano. Gratis —tomó aire—. Podéis burlaros de mí, y partiros de risa si queréis. No será la primera vez que quedo como un tonto. Podéis burlaros de Richars con mis bendiciones. Podéis burlaros de mi primo Miles… intentadlo. Quiero verlo. Pero, si valoráis vuestras posibilidades, si queréis que esto no sea una gran broma muy cortita, no os burléis de Gregor.

Byerly sonrió, inseguro; Dono, que se dio la vuelta tras mirarse en el espejo, dirigió a Ivan una mirada penetrante.

—¿Pretendes que vaya a verlo?

—Sí. No sé qué pasará —continuó Ivan, severo—, pero si no lo hacéis, negaré categóricamente tener nada que ver con vosotros.

—Gregor puede acabar con todo diciendo una sola palabra —le advirtió Dono—. Antes de que empiece siquiera.

—Puede, pero no lo hará, sin un motivo de peso. No le des ese motivo. A Gregor no le gustan las sorpresas políticas.

—Creía que Gregor era bastante tranquilo —dijo By—, para ser Emperador.

—No —dijo Ivan firmemente—. No lo es. Es silencioso, que no es lo mismo. No quieras verlo cuando está molesto.

—¿Cómo es, cuando está molesto? —preguntó By, curioso.

—Igual que el resto del tiempo. Eso es lo que da miedo.

Dono alzó una mano cuando By volvía a abrir la boca.

—By, dejando aparte la oportunidad de divertirte, trajiste a Ivan esta noche por sus contactos, o eso dijiste. Por experiencia sé que es mala idea ignorar a tus asesores expertos.

By se encogió de hombros.

—No puede decirse que vayamos a pagarle nada.

—Yo sí voy a devolver antiguos favores. Esto me cuesta. Y no son fondos que pueda devolver —Dono miró a Ivan—. ¿Qué sugieres que hagamos exactamente?

—Solicítale a Gregor una breve audiencia. Antes de hablar con nadie más, ni siquiera por medio de la comuconsola. Alza la barbilla, míralo a los ojos… —Una idea terrible se le ocurrió entonces a Ivan—. Espera, no te habrás acostado con él, ¿no?

Los labios y el bigote de Dono se torcieron en un gesto de diversión.

—No, desgraciadamente. Una oportunidad perdida que ahora lamento profundamente, te lo aseguro.

—Ah. —Ivan suspiró aliviado—. Muy bien. Entonces dile lo que planeas hacer. Reclama tus derechos. Él decidirá si te deja seguir, o te detiene. Si te detiene, bueno, lo peor habrá pasado, y pronto. Si decide dejarte seguir… tendrás a alguien cuyo apoyo tácito ni siquiera Richars podrá superar.

Dono se apoyó contra el escritorio de Pierre, e hizo tamborilear los dedos sobre el polvo que lo cubría. Las orquídeas yacían ahora en un montón olvidado. Marchitas, como los sueños de Ivan. Dono hizo una mueca.

—¿Puedes concertarnos una cita? —preguntó por fin.

—Yo, uh… yo, uh…

Su mirada se volvió más urgente, penetrante.

—¿Mañana?

—Mañana no… —protestó By débilmente.

—Temprano —insistió Dono.

—Yo… veré qué puedo hacer —consiguió farfullar Ivan.

El rostro de Dono se iluminó.

—¡Gracias!

Arrancarle esa promesa tuvo un efecto secundario beneficioso: los Vorrutyer demostraron estar dispuestos a dejar que su público cautivo se marchara, para que pudiera correr a casa y llamar al emperador Gregor. Lord Dono insistió en prestarle su coche y un conductor para que Ivan pudiera recorrer el corto tramo que lo separaba de su apartamento, anulando la débil esperanza de Ivan de ser atracado y asesinado en un callejón de Vorbarr Sultana y evitar así las consecuencias de las revelaciones de aquella noche.

A solas en el asiento trasero del vehículo de tierra, Ivan rezó para que el calendario de trabajo de Gregor no estuviera demasiado repleto para admitir esta solicitud de audiencia. Pero era más probable que le sorprendiera tanto que Ivan rompiera su regla de no llamar demasiado la atención, que le hiciera un hueco de inmediato. Según la experiencia de Ivan, para los peatones inocentes como él mismo, lo único más peligroso que provocar la ira de Gregor era despertar su curiosidad.

Una vez a salvo en su pequeño apartamento, Ivan cerró con llave la puerta, para protegerse de todos los Vorrutyer pasados y presentes. Sólo un día antes, a esa misma hora, estaba imaginando cómo atender a la voluptuosa lady Donna… qué desperdicio. No es que lord Dono no fuera un hombre pasable, pero Barrayar no necesitaba más hombres. Aunque Ivan imaginó que podrían invertir el plan de Donna, y enviar el exceso de población masculina a la Colonia Beta para que lo convirtieran en algo más agradable… se estremeció sólo de pensarlo.

Con un suspiro reacio, sacó la tarjeta de seguridad que había conseguido evitar usar durante los últimos años y la pasó por la lectora de su comuconsola.

El guardián de Gregor, un hombre vestido de civil que no se identificó (si tenías este acceso, se suponía que lo sabías), respondió de inmediato.

—¿Sí? Ah. Ivan.

—Me gustaría hablar con Gregor, por favor.

—Discúlpeme, lord Vorpatril, pero ¿pretendía usar este canal?

—Sí.

El guardián alzó las cejas sorprendido, pero dirigió la mano hacia un lado y su imagen desapareció. La comuconsola trinó. Varias veces.

La imagen de Gregor apareció al fin. Todavía estaba vestido, lo que alivió a Ivan de las alarmantes visiones de haberlo sacado de la cama o de la ducha. Al fondo se veía uno de los saloncitos más acogedores de la Residencia Imperial. Ivan pudo distinguir la borrosa imagen de la doctora Toscane al fondo. Parecía estar ajustándose la blusa. Ulp.
Que sea breve. Gregor tiene mejores cosas que hacer esta noche
.

Ojalá yo también
.

La expresión neutra de Gregor cambió y mostró su malestar cuando reconoció a Ivan.

—Oh, eres tú —la expresión irritada se suavizó levemente—. Nunca me llamas por este canal, Ivan. Pensé que sería Miles. ¿Qué ocurre?

Ivan tomó aire.

—Acabo de venir de recibir… a Donna Vorrutyer en el espaciopuerto. Volvía de Beta. Tenéis que veros.

Gregor alzó las cejas.

—¿Por qué?

—Estoy seguro que que ella te lo explicará mucho mejor. Yo no tengo nada que ver con esto.

—Ahora sí. Lady Donna está pidiendo que le devuelvas antiguos favores, ¿no? —Gregor frunció el ceño, y añadió un poco peligrosamente—: No soy una moneda que intercambiar con tus asuntos amorosos, Ivan.

—No, señor —reconoció Ivam fervientemente—. Pero querrás verla. De verdad, sinceramente. Tan pronto como sea posible. Más pronto aún. Mañana. Por la mañana. Temprano.

Gregor ladeó la cabeza.

—¿Tan importante es?

—Eso eres tú quien tiene que juzgarlo, señor.

—Si tú no quieres saber nada… —Gregor se calló, y contempló a Ivan. Su mano por fin pulsó el control de su comuconsola, y miró de reojo algo que Ivan no podía ver—. Podría cambiar… mm. A las once en punto, en mi despacho.

—Gracias, señor.

No lo lamentarás
parecía una observación demasiado optimista. De hecho, la idea de añadir algo le atraía tanto como tirarse por un barranco sin gravitraje. Ivan sonrió y ladeó la cabeza en una especie de semisaludo.

Gregor frunció todavía más el ceño, pensativo, pero al cabo de un momento de refleción, devolvió el saludo a Ivan y cortó la comunicación.

8

Sentada ante la comuconsola, en el estudio de su tía, Ekaterin repasó de nuevo la evolución estacional de las plantas barrayaresas que bordeaban los senderos del jardín de lord Vorkosigan. El único efecto sensorial que su programa de diseño no podía proporcionarle era el olor. Para ese efecto más sutil y emocionalmente profundo, tenía que confiar en su propia experiencia y en su memoria.

En una suave tarde de verano, un jardincillo de alambrematojo emitiría un olor fuerte que perfumaría el aire a varios metros a la redonda, pero su color era apagado y su forma baja y redonda. Manojos intermitentes de hierbaboba romperían las líneas y crecerían en el momento adecuado, pero su fuerte olor cítrico chocaría con el alambrematojo, y además, era una de las plantas que aparecían en la lista de aquellas a las que lord Vorkosigan era alérgico. Ah… ¡matazipa! Sus franjas marrones y amarillas proporcionarían un excelente efecto visual vertical, y su dulce fragancia combinaría bien con el alambrematojo, incluso de manera apetitosa. Pondría un montoncito junto al puente, y allí y allí. Alteró el programa y ejecutó de nuevo la sucesión.
Mucho mejor
. Dio un sorbo a su té ya frío y miró la hora.

Podía oír a su tía Vorthys trabajando en la cocina. El dormilón tío Vorthys bajaría pronto, y poco después Nikki, y la concentración estética sería causa perdida. Sólo tenía unos cuantos días para los últimos retoques antes de empezar a trabaja con las plantas de verdad. Y faltaban menos de dos horas para que tuviera que ducharse y vestirse y viajar al lugar para ver a la cuadrilla conectar y probar el funcionamiento de la corriente del arroyuelo.

Si todo salía bien, podría empezar a poner sus rocas Dendarii aquel mismo día y hacer que el suave riachuelo corriera sobre ella y alrededor. El sonido del arroyo era otra sutileza que el programa de diseño no podía proporcionarle, aunque sí contaba con ruidos de fondo medioambientales. Las murallas y terrazas curvas estaban en su sitio, y resultaban satisfactorias; los efectos para reducir el ruido de la ciudad eran lo que esperaba. Incluso en invierno el jardín sería silencioso y tranquilo. Cubierto de nieve apenas interrumpida por las líneas de los matorrales, la forma del espacio seguiría siendo atractiva y tranquilizaría la mente y el corazón.

Esa noche, el esqueleto del proyecto estaría completo. A la mañana siguiente, la carne, en forma de suelo nativo sin terraformar sería traída en camiones desde los rincones más remotos del Distrito Vorkosigan. Y por la noche, antes de la cena de lord Vorkosigan, sólo por cumplir su promesa, ella colocaría la primera planta en el suelo: un retoño superviviente de un antiguo árbol skellytum del Continente Sur. Pasarían quince años o más antes de que creciera para ocupar el espacio que se le había destinado pero ¿y qué? Los Vorkosigan eran dueños de aquel lugar desde hacía doscientos años. Era muy posible que los Vorkosigan siguieran allí para verlo en su madurez. Continuidad. Con una continuidad así, podías cultivar un jardín de verdad. O una familia de verdad…

Llamaron a la puerta principal y Ekaterin dio un respingo, súbitamente consciente de que todavía iba vestida con un viejo pijama de su tío y con el pelo en desorden. Los pasos de su tía sonaron mientras se dirigía de la cocina al salón. Ekaterin se apartó de la línea de visión, no fuera a tratarse de una visita formal. Oh, cielos, ¿y si era lord Vorkosigan? Se había despertado al amanecer con la cabeza llena de revisiones en conflicto, bajó en silencio las escaleras para ponerse a trabajar, y ni siquiera se había cepillado los dientes todavía… Pero la voz que saludaba a su tía era de mujer, y bastante familiar.
¿Rosalie, aquí? ¿Por qué?

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