Una campaña civil (30 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
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—Tu caso va a levantar polvareda en el Consejo en un momento inoportuno, lord Dono —dijo Gregor—. Mi crédito con los condes está ahora mismo comprometido al máximo con el tema de las expropiaciones para reparar el espejo solar komarrés.

—No le pido nada, señor —respondió Dono—, más que su neutralidad. No detenga mi moción de veto. Y no permita que los condes me despidan sin oírme, o me oigan sólo en secreto. Quiero un debate público y un voto público.

Gregor contrajo los labios, reflexionando.

—Tu caso establecería un precedente muy peculiar, lord Dono. Y luego tendríamos que ceñirnos a sus consecuencias.

—Tal vez. ¿He de señalar que me rijo exactamente por las viejas reglas?

—Bueno… tal vez no
exactamente
—murmuró Gregor.

By intervino.

—¿Puedo sugerir, señor, que si en efecto docenas de hermanas de conde quisieran salir de estampida hacia instalaciones médicas galácticas y regresar a Barrayar para intentar calzarse las botas de sus hermanos ya habría sucedido antes? Como precedente, dudo que sea muy popular, una vez pasada la novedad.

Dono se encogió de hombros.

—Antes de nuestra conquista de Komarr, el acceso a ese tipo de medicina era muy difícil. Alguien tenía que ser el primero. Ni siquiera tendría que haber sido yo si las cosas hubieran sido distintas para el pobre Pierre —miró a Gregor directamente a los ojos—. Aunque sin duda no seré el último. Anular mi caso, o ignorarlo, no zanjará nada. En todo caso, hacer que pase por todo el proceso legal hará que los condes examinen explícitamente sus bases, y racionalicen una serie de leyes que han conseguido ignorar el ritmo cambiante de los tiempos desde hace demasiado. No se puede esperar gobernar un imperio galáctico con leyes que no han sido revisadas ni repasadas desde la Era del Aislamiento —aquella horrible sonrisita prendió de pronto en el rostro de lord Dono—. En otras palabras, será bueno para ellos.

A Gregor se le escapó una sonrisa muy ligera, no del todo voluntaria, pensó Ivan. Lord Dono estaba tratando bien a Gregor: con franqueza, sin miedo, de frente. Pero claro, lady Donna siempre había sido muy observadora.

Gregor miró a lord Dono y se frotó el puente de la nariz, brevemente. Al cabo de un instante, dijo, con ironía:

—¿Y también querrás una invitación de boda?

Dono alzó las cejas.

—Si para entonces soy conde Vorrutyer, tendré el derecho y el deber de asistir. Si no lo soy… bueno. —Tras un breve silencio, añadió tristemente—: Aunque siempre me ha gustado una buena boda. Me casé tres veces. Dos fueron un desastre. Es mucho más bonito mirar y decirte una y otra vez a ti mismo:
¡No soy yo! ¡No soy yo!
Se puede ser feliz para siempre jamás sólo con eso.

—Tal vez la siguiente sea distinta —dijo Gregor secamente.

Dono alzó la barbilla.

—Casi con toda seguridad, señor.

Gregor se echó hacia atrás y contempló pensativo a los tres hombres que tenía delante. Tamborileó con los dedos sobre el brazo derecho del sofá. Dono esperaba amablemente, By nervioso, Szabo estoico. Ivan se pasó el rato deseando ser invisible, o no haberse encontrado jamás a By en aquel maldito bar, o no haber conocido nunca a Donna, o no haber nacido nunca. Esperó a que el hacha cayera y se preguntó hacia qué lado debería esquivarla.

Pero lo que Gregor dijo por fin fue:

—Y bien… ¿cómo es?

La sonrisa blanca de Dono destelló en su barba.

—¿Desde dentro? Mi energía ha aumentado. Mi libido ha aumentado. Diría que hace que me sienta diez años más joven excepto que tampoco me sentía así cuando tenía treinta años. Tengo menos paciencia. Por lo demás, sólo el mundo ha cambiado.

—¿Eh?

—En la Colonia Beta, apenas advertía nada. Cuando llegué a Komarr, bueno, el espacio personal que me daba la gente casi se había duplicado, y su tiempo de respuesta se había dividido por la mitad. Cuando llegué al espaciopuerto de Vorbarr Sultana, el cambio fue fenomenal. De algún modo, no creo que todo eso sea resultado de mi programa de ejercicios.

—Ja. Bien… si tu moción de veto falla, ¿volverás a ser mujer?

—No enseguida. La vista desde lo alto de la cadena alimenticia promete ser panorámica. Me propongo hacer que valga el dinero y la sangre que me ha costado.

Se produjo otro momento de silencio. Ivan no estaba seguro de si porque todos digerían esta declaración o porque se habían quedado bloqueados.

—Muy bien… —dijo Gregor por fin, despacio.

El aspecto de creciente curiosidad en sus ojos hizo que a Ivan se le pusiera la carne de gallina.
Va a decirlo, lo va a decir

—Veamos qué sucede. —Gregor se acomodó y agitó otra vez los dedos, como para darles prisa—. Adelante, lord Dono.

—Gracias, señor —dijo Dono con sinceridad.

Nadie esperó a que Gregor reiterara su despedida. Todos iniciaron una prudente retirada hacia el pasillo antes de que el Emperador cambiara de opinión. A Ivan le pareció que podía sentir los ojos de Gregor clavados en su espalda mientras se dirigía a la puerta.

—Bueno —resopló By alegremente, mientras el mayordomo los guiaba por el pasillo una vez más—. Ha salido mejor de lo que esperaba.

Dono le dirigió una mirada de reojo.

—¿Qué, te flaqueaba la fe, By? Creo que las cosas han salido tal y como esperaba.

By se encogió de hombros.

—Digamos que me sentía un poco fuera de pie.

—Por eso le pedimos ayuda a Ivan. Cosa que te agradezco una vez más, Ivan.

—No ha sido nada —negó éste—. No he hecho nada.

No es culpa mía
. No sabía por qué Gregor lo había incluido en la lista de aquella audiencia; el Emperador ni siquiera le había preguntado nada. Aunque Gregor era igual que Miles a la hora de sacar pistas del aire. Ivan no podía imaginar qué había deducido el Emperador de todo aquello. No quería imaginarlo siquiera.

El sonido sincopado de todas sus botas resonó mientras doblaban la esquina hacia el ala este. Los ojos de lord Dono adquirieron una expresión calculadora que trajo brevemente a la memoria de Ivan a lady Donna, de la manera más inquietante.

—¿Qué está haciendo tu madre estos días, Ivan?

—Está ocupada. Muy ocupada. Todo esto de la boda, ya sabes. Horas y horas. Apenas la veo, excepto en el trabajo. Donde todos estamos muy ocupados.

—No tengo ningún deseo de interrumpir su trabajo. Necesito un encuentro más… casual. ¿Cuándo volverás a verla fuera del trabajo?

—Mañana por la noche, en la cena que mi primo Miles va a dar para Kareen y Mark. Me dijo que llevara una pareja. Yo dije que te llevaría como invitada. A él le encantó la idea. —Ivan lamentó haber perdido la oportunidad.

—¡Vaya, gracias, Ivan! —exclamó Dono—. Qué considerado por tu parte. Acepto.

—Espera, no, pero eso fue antes… antes de que tú… antes de que supiera que tú… —tartamudeó Ivan, y señaló a lord Dono su nueva morfología—. Creo que ahora no estará tan encantado. Estropeará todo el protocolo de los asientos.

—¿Qué, con todas las Koudelka invitadas? No sé cómo. Aunque supongo que algunas de ellas llevarán a algún hombre.

—No sé, excepto Delia y Duv Galeni. Y si Kareen y Mark no son… no importa. Pero creo que Miles tiene previsto que la proporción de sexos esté equilibrada, para asegurarse. En realidad es una fiesta para presentarle a todo el mundo a su jardinera.

—¿Cómo dices? —preguntó Dono. Se detuvieron en el vestíbulo situado junto a las puertas este de la Residencia. El mayordomo esperó pacientemente para despedir a los visitantes, de esa manera invisible y calmada que tan bien podía proyectar. Ivan estaba seguro de que anotaba cada palabra para transmitírsela luego a Gregor.

—Su jardinera. La señora Vorsoisson. Esa viuda Vor por la que se ha vuelto loco. La contrató para que le hiciera un jardín en el solar vacío que hay junto a la mansión Vorkosigan. Es la sobrina del lord Auditor Vorthys, por si te interesa saberlo.

—Ah. Bastante elegible, entonces. Pero qué inesperado. ¿Miles Vorkosigan, enamorado al fin? Siempre había pensado que a Miles le iría una galáctica. Siempre daba la impresión de que la mayoría de las mujeres de por aquí lo aburrían de muerte. Aunque uno nunca puede estar seguro, claro, de que no fuera un quiero y no puedo —la sonrisa de lord Dono fue brevemente felina.

—Supongo que la pega es encontrar una galáctica a la que le gustara Barrayar —dijo Ivan, estirado—. De todas formas, lord Vorthys y su esposa estarán allí, e Illyan con mi madre, y los Vorbretten, además de los Koudelka, Galeni y Mark.

—¿René Vorbretten? —los ojos de Dono se entornaron, llenos de interés, e intercambió una mirada con Szabo, quien asintió levemente por respuesta—. Me gustaría hablar con él. Es un contacto con los progresistas.

—No, esta semana no —sonrió By—. ¿No te has enterado de qué encontró colgando Vorbretten de su árbol genealógico?

—Sí —lord Dono descartó la idea—. Todos tenemos nuestros pequeños defectos genéticos. Creo que sería fascinante comparar notas con él ahora mismo. Oh, sí, Ivan, tienes que llevarme. Será perfecto.

¿Para quién?
Con toda su educación betana, Miles era de lo más liberal par tratarse de un barón Vor, pero Ivan seguía sin poder imaginar que le gustara encontrar a lord Dono Vorrutyer sentado a su mesa.

Pero por otro lado… ¿y qué? Si Miles tenía algo más por lo que sentirse irritado, quizás eso le distraería de aquel pequeño problema con Vormoncrief y el mayor Zamori. ¿Qué mejor manera de confundir al enemigo que multiplicar los objetivos? No es que Ivan tuviera ninguna obligación de proteger a lord Dono de Miles.

Ni a Miles de lord Dono, ya puestos. Si Dono y By consideraban a Ivan, un simple capitán, un valioso asesor en el terreno social y político de la capital, ¿no sería mucho mejor un verdadero Auditor Imperial? Si Ivan pudiera transferir los afectos de Dono a este nuevo objetivo, podría quitarse de en medio sin que lo viera nadie. Sí.

—Sí, sí, muy bien. Pero es el último favor que voy a hacerte, Dono, ¿comprendido? —Ivan trató de parecer severo.


Gracias
—dijo lord Dono.

9

Miles se contempló en el gran espejo que cubría la pared del antiguo dormitorio de su abuelo, que ahora era el suyo, y frunció el ceño. Su mejor uniforme marrón y plata de la Casa Vorkosigan era demasiado formal para la fiesta-cena que había preparado. Sin duda tendría una oportunidad para lucirlo ante Ekaterin en algún acontecimiento para el que fuera realmente apropiado, en la Residencia Imperial o el Consejo de Condes, y ella podría verlo y, esperaba, admirarlo entonces. Lamentándolo mucho, se quitó las pulidas botas marrones y se dispuso a volver a ponerse el atuendo que llevaba cuarenta y cinco minutos antes: uno de sus trajes grises de Auditor, muy limpio y planchado. Bueno, ahora un poquito menos planchado, con otro uniforme de la Casa y dos uniformes imperiales cubriéndolo encima de la cama.

Atravesó la habitación desnudo y frunció de nuevo el ceño al verse. Algún día, si las cosas salían bien, se presentaría ante ella así, en aquella misma habitación, sin ningún tipo de disfraz.

Un momento de ansiedad por el uniforme gris y blanco del almirante Naismith, guardado en el armario de la planta de arriba, llegó y pasó. No. Ivan sin duda le gritaría. Peor aún, Illyan podría decir algo… seco. Y no es que quisiera explicar la historia del pequeño almirante a sus otros invitados. Suspiró y volvió a ponerse el traje gris.

Pym asomó la cabeza por la puerta del dormitorio y sonrió con gesto de aprobación, o quizá con alivio.

—Ah, ¿está preparado, milord? Quitaré todo esto de en medio, ¿de acuerdo?

La velocidad con la que Pym retiró los demás atuendos convenció a Miles de que había hecho la elección adecuada, o al menos la mejor posible.

Miles ajustó la fina tira del cuello de la camisa por encima del cuello de la chaqueta militar. Se inclinó hacia delante para mirar recelosamente alguna cana en su cabeza, recolocó el par que había advertido recientemente, reprimió el impulso de arrancarlas y volvió a peinarse.
Ya basta de esta locura
.

Bajó corriendo las escaleras para comprobar la mesa del gran salón comedor. La mesa brillaba con la cubertería, la porcelana y un bosque de vasos. El mantel estaba adornado con no menos tres arreglos florales bajos, situados estratégicamente. Miles podría ver por encima de ellos y esperaba que le gustaran a Ekaterin. Se había pasado una hora debatiendo con Ma Kosti y Pym cómo sentar adecuadamente a diez mujeres y nueve hombres. Ekaterin se sentaría a la derecha de Miles, a la cabecera de la mesa, y Kareen a lado de Mark, al pie; eso no había sido negociable. Ivan se sentaría junto a su invitada, en el centro, lo más lejos posible de Ekaterin y Kareen, para bloquear cualquier posible avance hacia la acompañante de alguien… aunque Miles confiaba en que Ivan estuviese muy ocupado.

Miles había sido un observador envidioso del breve y meteórico asunto de Ivan con lady Donna Vorrutyer. En retrospectiva, pensaba que tal vez lady Donna había sido más caritativa e Ivan menos refinado de lo que le pareció cuando tenía veinte años, pero Ivan desde luego había aprovechado su buena suerte. Lady Alys, todavía llena de planes para el matrimonio de su hijo con las mejores familias Vor, fue un poco estricta al respecto; pero con todos aquellos años de casamentera frustrada a sus espaldas, tal vez considerara mucho mejor a lady Donna ahora. Después de todo, con la llegada del replicador uterino y del resto de la biotecnología galáctica, tener cuarenta y tantos no era ninguna barrera para los planes reproductores de una mujer. Ni tener sesenta y tantos, u ochenta y tantos… Miles se preguntó si Ivan habría tenido valor para preguntarle a lady Alys e Illyan si tenían planes para darle un hermanito, o si era posible que no se le hubiera pasado por la cabeza. Decidió que se lo recordaría a su primo en el momento adecuado, preferiblemente cuando Ivan tuviera la boca llena.

Pero no aquella noche. Aquella noche, todo tenía que ser perfecto.

Mark entró en el salón, con el ceño fruncido. También él se había duchado y acicalado. Vestía un traje a medida, negro sobre negro. Daba a su corta estatura un aire sorprendentemente autoritario. Se acercó a la mesa, leyó las tarjetas, y extendió la mano hacia un par de ellas.

—Ni se te ocurra tocarlas —le dijo Miles firmemente.

—Pero si cambio a Duv y Delia por los condes Vorbretten, Duv estará lejos de mí —suplicó Mark—. No puedo creer que él no lo prefiera de esa forma. Quiero decir, mientras esté sentado junto a Delia…

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