Una campaña civil (31 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
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—No. Tengo que poner a René junto a lady Alys. Es un favor. Está politiqueando. O debería estarlo —Miles ladeó la cabeza—. Si vas en serio con Kareen, Duv y tú vais a tener que trataros, ¿sabes? Va a ser uno de la familia.

—No puedo dejar de pensar que sus sentimientos hacia mí deben de estar… mezclados.

—Vamos, le salvaste la vida. —
Entre otras cosas
—. ¿Lo has visto desde que volviste de Beta?

—Una vez, durante unos treinta segundos, cuando dejaba a Kareen en su casa y él salía con Delia.

—¿Y qué dijo?

—Dijo
Hola, Mark
.

—Eso no parece nada excepcional.

—Fue su tono de voz. Ese tono muerto que emplea, ¿sabes?

—Bueno, sí, pero de eso no se puede deducir nada.

—Exactamente a eso me refería.

Miles sonrió. ¿Y hasta qué punto iba Mark en serio con Kareen? Era atento con ella hasta el punto de la obsesión, y la sensación de frustración sexual que emanaba de ambos era como el calor que desprendía una acera en verano. ¿Quién sabía lo que había pasado entre ellos en la Colonia Beta?
Mi madre, probablemente
. La condesa Vorkosigan tenía mejores espías que SegImp. Pero si se estaban acostando juntos, no era en la mansión Vorkosigan, según los informales datos de seguridad de Pym.

El mismísimo Pym entró en ese momento, para anunciar:

—Lady Alys y el capitán Illyan han llegado, milord.

Esta formalidad apenas era necesaria, pues tía Alys estaba justo al lado de Pym, aunque asintió aprobando al lacayo mientras entraba en el salón. Illyan la siguió, observando la habitación con una sonrisa benigna. El ex jefe de SegImp iba elegantísimo, con una túnica oscura y pantalones que resaltaban el gris de sus sienes; como su tardío romance había florecido al fin, lady Alys había tomado con mano firme la tarea de mejorar su vestuario civil, un poquito escaso. Las elegantes ropas hacían mucho para camuflar la perturbadora mirada perdida que nublaba sus ojos de vez en cuando, maldito fuera el enemigo que lo dejó fuera de servicio.

La tía Alys recorrió la mesa, inspeccionando la disposición con un aire frío que habría asustado a un sargento instructor.

—Muy bien, Miles —dijo por fin. El
mejor de lo que esperaba de ti
quedó colgando en el aire, pero se entendió—. Aunque el número es impar.

—Sí, lo sé.

—Mm. Bien, ya no se puede evitar. Quiero ir a hablar con Ma Kosti. Gracias, Pym, encontraré el camino.

Se dirigió hacia la puerta de servicio. Miles la dejó ir, confiando en que lo encontraría todo en orden, y que se abstendría de continuar su campaña para contratar a su cocinera en mitad de la cena más importante de su vida.

—Buenas noches, Simon —saludó Miles a su antiguo jefe. Illyan le estrechó la mano cordialmente, y la de Mark, sin vacilación—. Me alegro de que hayas podido venir. ¿Te explicó tía Alys lo de Eka… lo de la señora Vorsoisson?

—Sí, e Ivan hizo unos cuantos comentarios también. Algo sobre gente que cae en el charco de barro y regresa con el anillo de oro.

—Todavía no he llegado a la parte del anillo —dijo Miles tristemente—. Pero ése es el plan, desde luego. Espero ansiosamente que la conozcáis todos.

—Es la elegida, ¿verdad?

—Eso espero.

La sonrisa de Illyan se afiló, porque Miles lo dijo con fervor.

—Buena suerte, hijo.

—Gracias. Oh, una palabra de advertencia. Ella todavía viste de luto. ¿Te explicaron Alys o Ivan…?

Lo interrumpió el regreso de Pym, que anunció que había llegado la familia Koudelka y que la había llevado a la biblioteca, según lo planeado. Era hora de ir a hacer de anfitrión.

Mark, que trotaba detrás de Miles por toda la casa, se detuvo en la antesala de la gran biblioteca para dirigirse una desesperada mirada en el espejo y alisarse la chaqueta sobre la panza. En la biblioteca esperaban Kou y Drou, todo sonrisas; las chicas Koudelka saqueaban los estantes. Duv y Delia estaban sentados juntos, examinando ya un viejo libro.

Intercambiaron saludos, y el soldado Roic, según lo establecido, empezó a servir aperitivos y bebidas. A lo largo de los años, Miles había visto a los condes Vorkosigan ser anfitriones de lo que parecían un millar de fiestas y recepciones en aquella misma casa, y en apenas ninguna faltaba algún plan político, encubierto o no. Sin duda podría hacerlo con estilo. Mark, al otro lado de la habitación, se mostró adecuadamente atento con los padres de Kareen. Lady Alys llegó de su inspección, dirigió a su sobrino un breve gesto de asentimiento y fue a colgarse del brazo de Illyan. Miles se puso a escuchar cerca de la puerta.

Su corazón latió más rápido ante el sonido de los pasos y la voz de Pym, pero los siguientes invitados que el lacayo introdujo fueron René y Tatya Vorbretten. Las chicas Koudelka inmediatamente recibieron a Tatya. Las cosas empezaban bien. Al oír de nuevo movimiento en la lejana puerta, Miles abandonó a René para que hiciera lo que pudiese con lady Alys y salió a comprobar quiénes eran los recién llegados. ¡
Esta
vez eran el lord Auditor Vorthys y su esposa y, por fin, Ekaterin, sí!

Ambos profesores eran borrones grises a sus ojos, pero Ekaterin brillaba como una llama. Llevaba un sencillo traje de noche de satén negro grisáceo, pero le entregó a Miles un par de sucios guantes de jardinería. Sus ojos brillaban, y sus mejillas tenían un leve y exquisito tono sonrosado. Miles ocultó con una sonrisa de bienvenida su alegría al ver el colgante con el modelo de Barrayar que le había regalado en tibio contacto contra su pálido pecho.

—Buenas noches, lord Vorkosigan —le saludó ella—. Me complace comunicarle que la primera planta barrayaresa nativa está creciendo ya en su jardín.

—Está claro que tendré que inspeccionarla.

Le sonrió. Qué gran excusa para escapar y pasar un momentito juntos. Quizá por fin tuviera ocasión de declarar… no. No. Todavía era demasiado prematuro.

—En cuanto le presente a todo el mundo. —Le ofreció el brazo, y ella lo aceptó. Su cálido olor lo mareó un poquito.

Ekaterin vaciló ante el ruido que surgía de la biblioteca, y su mano se tensó sobre el brazo de Miles, pero tomó aire y entró con él. Como ya conocía a Mark y a las Koudelka, en quienes Miles confiaba para que la hicieran sentir cómoda, la presentó primero a Tatya, que la miró con interés e intercambió con ella tímidos cumplidos. Luego la hizo atravesar las largas puertas, tomó aire él mismo y se la presentó a René, Illyan y lady Alys.

Miles estaba buscando tan ansiosamente signos de aprobación en la expresión de Illyan que casi se perdió el parpadeo de terror en la de Ekaterin, que se encontró de pronto estrechando la mano de la leyenda que había dirigido el temible servicio de Seguridad Imperial durante treinta férreos años. Pero estuvo a la altura de las circunstancias sin temblar siquiera. Illyan, que parecía tristemente consciente del siniestro efecto que provocaba, le sonrió con toda la admiración que Miles podría haber esperado.

Ya. Ahora la gente podía charlar y beber hasta que fuera el momento de sentarse a cenar. ¿Estaban todos? No, todavía faltaba Ivan. Y otro más… ¿debería invitar a Mark a comprobar…? Ah, no necesariamente. Aquí venía el doctor Borgos, él solito. Asomó la cabeza y entró tímidamente. Para sorpresa de Miles iba lavado y peinado y vestido con un traje perfectamente limpio de manchas. Enrique sonrió y se acercó a Miles y Ekaterin. No apestaba a productos químicos, sino a colonia.

—¡Ekaterin, buenas noches! —dijo, feliz —¿Recibiste mi tesis?

—Sí, gracias.

Su sonrisa se volvió aún más tímida y se miró el zapato.

—¿Te gustó?

—Impresionante. Aunque me temo que me superaba un poco.

—No lo creo. Estoy seguro de que le pillaste el tranquillo…

—Me halagas, Enrique —ella sacudió la cabeza, pero su sonrisa decía:
Y puedes halagarme un poco más
.

Miles se quedó un pelín rígido.
¿Enrique? ¿Ekaterin? ¡A mí ni siquiera me llama por mi nombre todavía?
Y nunca habría aceptado un comentario sobre su belleza física sin un respingo; ¿había encontrado Enrique una ruta no protegida a su corazón que a él se le hubiera pasado por alto?

—Creo que entendí el soneto introductorio —añadió ella—. Casi. ¿Es el estilo habitual de los trabajos académicos de Escobar? Parece muy difícil.

—No, lo compuse especialmente. —Enrique la volvió a mirar, y luego se miró el otro zapato.

—Encajaba, um, perfectamente. Algunas de las rimas parecían bastante originales.

Enrique se animó visiblemente.

Santo Dios, ¿Enrique le estaba escribiendo
poesías
? Sí, ¿y por qué no se le había ocurrido a él? Además de por el motivo obvio de su falta de talento poético. Miles se preguntó si a ella le gustaría leer un plan de misión de salto en combate realmente astuto. Sonetos, maldición. Lo único que era capaz de producir eran pareados.

Miró a Enrique, que ahora respondía a la sonrisa de ella retorciéndose como una rama seca. Se horrorizó. ¿Otro rival? Y se insinuaba en su propia casa…
Es un invitado. El invitado de tu hermano, al menos. No puedes mandar que le asesinen
. Además, el escobariano sólo tenía veinticuatro años estándar; ella debía verlo como a un simple cachorrito.
Pero tal vez le gusten los cachorritos

—Lord Ivan Vorpatril —anunció la voz de Pym desde la puerta—. Lord Dono Vorrutyer.

El extraño timbre en la voz de Pym hizo que Miles volviera la cabeza incluso antes de que captara el nombre no autorizado que acompañaba a Ivan.
¿Quién?

Ivan entró bien separado de su nuevo acompañante, pero quedó claro que el otro quería remarcar que habían venido juntos. Lord Dono era un tipo de mediana edad y mirada intensa, con una barba negra bien recortada y afilada que vestía ropa de luto estilo Vor, un traje negro con detalles grises que resaltaba su cuerpo atlético. ¿Había hecho Ivan una sustitución en la lista de invitados de Miles sin consultárselo? ¡Tenía que saber que no se podían violar los procedimientos de seguridad de la mansión Vorkosigan de esa forma…! Miles avanzó hacia su primo, con Ekaterin todavía a su lado… bueno, no le había soltado exactamente la mano del brazo, pero ella tampoco había tratado de zafarse. Miles creía conocer de vista a todos sus parientes Vorrutyer que podían reclamar el título. ¿Era un descendiente lejano de Pierre
Le Sanguinaire
, o algún bastardo? El hombre no era joven. Maldición, ¿dónde había visto aquellos eléctricos ojos marrones antes…?

—Lord Dono. Cómo está. —Miles ofreció la mano, y el esbelto noble la aceptó con un alegre apretón. Entre un segundo y el siguiente Miles cayó en la cuenta, y añadió suavemente—: Ya veo que ha estado en la Colonia Beta.

—En efecto, lord Vorkosigan —la blanca sonrisa de lord Dono (de lady Donna, sí), se ensanchó en su negra barba.

Ivan contempló decepcionado el encuentro.

—O debería decir lord Auditor Vorkosigan —continuó lord Dono—. Creo que no he tenido oportunidad de felicitarle por su nuevo nombramiento.

—Gracias —dijo Miles—. Permítame presentarle a mi amiga, la señora Ekaterin Vorsoisson…

Lord Dono besó la mano de Ekaterin con afectación demasiado entusiasta, complaciéndose en la burla del gesto; Ekaterin le devolvió una sonrisa insegura. Intercambiaron los cumplidos sociales, mientras la mente de Miles funcionaba a toda máquina. Bien. Estaba claro que la antigua lady Donna no había mandado hacer un clon de su hermano Pierre en un replicador uterino, después de todo. En cambio, resultaba obvio cuál iba a ser su estrategia legal contra el heredero putativo, Richars.
Bueno, alguien tenía que intentarlo tarde o temprano
. Y sería un privilegio ser testigo de ello.

—¿Puedo desearle la mejor de las suertes en su litigio, lord Dono?

—Gracias. —Lord Dono lo miró directamente a los ojos—. La suerte, claro, no tiene nada que ver. ¿Puedo discutirlo en más detalle con usted, más tarde?

La cautela hizo acto de presencia; Miles le dio largas.

—Soy, naturalmente, nada más que el representante de mi padre en el Consejo. Como Auditor, me veo obligado a evitar los partidos políticos por mi propio bien.

—Comprendo.

—Pero, ah… tal vez Ivan podría presentarle al conde Vorbretten, que está por aquí. También tiene un litigio con el Consejo: podrían comparar ustedes valiosas notas. Y lady Alys y el capitán Illyan, por supuesto. La profesora Vorthys también debería estar enormemente interesada, creo; no pase por alto ningún comentario que ella haga. Es experta en la historia política de Barrayar. Vamos, Ivan. —Miles hizo un gesto para despedirlo.

—Gracias, lord Vorkosigan —los ojo de lord Dono se iluminaron, agradeciendo todas las indicaciones, y se retiró cordialmente.

Miles se preguntó si podría hacer una llamada de vid… Agarró a Ivan de una pasada, y se puso de puntillas para susurrarle:

—¿Gregor está ya enterado de esto?

—Sí —contestó Ivan sin despegar los labios—. Me aseguré de eso antes que nada.

—Bien hecho. ¿Qué dijo?

—Adivina.


¿Veamos qué sucede?

—Acertaste a la primera.

—Ja. —Aliviado, Miles dejó que lord Dono se llevara a Ivan.

—¿Por qué se está riendo? —le preguntó Ekaterin.

—No me estoy riendo.

—Sus ojos se están riendo. Lo noto.

Él miró alrededor. Lord Dono había acorralado a René, y lady Alys e Illyan los rodeaban curiosos. El profesor y el comodoro Koudelka discutían en un rincón, por los fragmentos que Miles podía oír, sobre los problemas de control de calidad en los suministros militares. Indicó a Roic que trajera vino, condujo a Ekaterin al rincón libre que quedaba, y la puso rápidamente al corriente acerca de lady Donna/lord Dono y la moción de veto en tan pocas palabras como fue capaz.

—Santo Dios —Ekaterin abrió unos ojos como platos, y su mano izquierda tocó el dorso de la derecha, como si la presión del beso de lord Dono todavía permaneciera allí. Pero consiguió reducir sus otras reacciones a una rápida mirada por el salón, donde lord Dono atraía ahora a una multitud que incluía a todas las chicas Koudelka y a su madre—. ¿Lo sabía usted?

—De ningún modo. Es decir, todo el mundo sabía que ha denunciado a Richars y que se fue a la Colonia Beta, pero no el porqué. Ahora tiene sentido, de una manera un tanto absurda.

—¿Absurda? —dijo Ekaterin, vacilante—. Yo diría que debe de haberle hecho falta un montón de valor. —Dio un sorbo a su bebida, y añadió en tono pensativo—: Y de furia.

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