Una campaña civil (55 page)

Read Una campaña civil Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
7.51Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿De verdad? Le pedí que no te usara para cometer asesinatos.

—¿Por qué? ¿Temías que adquiriera malas costumbres? Además, fue mucho más complicado que un simple asesinato.

—Generalmente lo es.

La mirada de Miles estuvo perdida un segundo.

—Lo que me estás diciendo se reduce a lo mismo que dijo Galeni. Tengo que quedarme aquí plantado, chuparme ésta, y sonreír.

—No —dijo su padre—, no tienes que sonreír. Pero si de verdad me pides consejo, te digo que protejas tu honor. Deja que tu reputación caiga donde quiera. Y vive más que esos bastardos.

La mirada de Miles se alzó hacia la cara de su padre. Nunca lo había conocido sin el pelo gris: ahora era casi blanco.

—Sé que has tenido tus más y tus menos a lo largo de los años. La primera vez que tu reputación corrió un serio peligro… ¿cómo lo superaste?

—Oh, la primera vez… eso fue hace mucho tiempo. —El conde se inclinó hacia delante y se golpeó pensativo los labios con la uña—. De repente se me ocurre que entre los observadores de cierta edad (los pocos supervivientes de esa generación), el tenue recuerdo de ese episodio puede que no ayude a nuestra causa. ¿De tal palo tal astilla? —el conde miró a su hijo, preocupado—. Ésa sí que es una consecuencia que nunca podría haber previsto. Verás… después del suicidio de mi primera esposa, se rumoreó que yo la había asesinado. Por infidelidad.

Miles parpadeó. Había oído algún comentario aislado de aquella vieja historia, pero no ese último detalle.

—Y, um… ¿lo era? ¿Infiel?

—Oh, sí. Tuvimos un grotesco enfrentamiento al respecto. Yo estaba dolido, confuso… cosa que se convirtió en una especie de embarazosa furia, y además estaba severamente lastrado por mi condicionamiento cultural. Un momento en mi vida en que me habría venido bien una terapeuta betana, en vez de los malos consejos barrayareses que recibimos de… no importa. No sabía… no podía imaginar que esas alternativas existían. Fue una época más oscura, más antigua. Los hombres se batían en duelo, aunque entonces era ya ilegal.

—Pero tú… um, realmente no…

—¿La asesiné? No. O sólo con palabras. —Ahora le tocó al conde el turno de apartar la mirada y entornar los ojos—. Aunque nunca estuve seguro al cien por cien de que tu abuelo no lo hiciera. Había acordado el matrimonio; sé que se sentía responsable.

Miles alzó las cejas, mientras reflexionaba sobre aquello.

—Recordando al abuelo, eso parece horriblemente posible. ¿Se lo llegaste a preguntar alguna vez?

—No —suspiró el conde—. ¿Qué habría hecho, después de todo, si me hubiera dicho que sí?

Aral Vorkosigan tenía ¿cuántos, veintidós años en esa época? Hacía más de medio siglo.
Era mucho más joven de lo que yo soy ahora. Demonios, era sólo un chiquillo
. El mundo de Miles pareció empezar a dar vueltas lentamente a su alrededor y adoptar un nuevo eje ladeado, con perspectivas alteradas.

—Entonces ¿cómo sobreviviste?

—Tuve la suerte de los bobos y los locos, creo. Desde luego, era ambas cosas. No me importaba un comino. ¿Vil chismorreo? Demostraría que era mentira, y les daría tema de que hablar. Creo que los aturdí hasta el silencio. Imagina un maníaco suicida con nada que perder, siempre dando vueltas sumergido en una bruma ebria y hostil. Armado. Con el tiempo, me cansé de mí mismo igual que la gente debió cansarse de mí, y salí de aquello.

Aquel muchacho angustiado desapareció ahora, dejando a este anciano grave sentado a la espera de su juicio. Eso explicaba por qué, barrayarés a la antigua usanza como era en parte, su padre nunca había sugerido siquiera un matrimonio acordado como solución a las dificultades románticas de Miles, ni murmuraba la menor crítica respecto a sus pocos romances. Miles alzó la barbilla y le dirigió a su padre una sonrisa torcida.

—Tu estrategia no me atrae. No me siento nada suicida. Y tengo mucho que perder, todo.

—No te lo estaba recomendando —dijo el conde suavemente—. Más tarde, mucho más tarde… cuando también tenía mucho que perder, conocí a tu madre. Su buena opinión fue lo único que me hizo falta.

—¿Sí? ¿Y si hubiera sido su buena opinión lo que corría peligro? ¿Cómo lo habrías resuelto entonces?

Ekaterin

—De mala fe, supongo —el conde sacudió la cabeza y sonrió lentamente—. Así, ah… ¿cuándo se nos va a permitir conocer a esa mujer que tiene sobre ti ese efecto tan vigorizante? A ella y a su Nikki. Tal vez deberías invitarla a cenar pronto.

Miles dio un respingo.

—No… otra cena no. No tan pronto.

—Lo que vi de ella fue frustrantemente fugaz. Lo poco que pude ver era muy atractivo, creo. No demasiado delgada. Se portó bien, al chocar contra mí. —El conde Vorkosigan sonrió al recordarlo. El padre de Miles compartía un arcaico ideal barrayarés de belleza femenina que incluía la capacidad de sobrevivir a problemas menores; Miles admitió que era susceptible en ese campo—. Razonablemente atlética, también. Estaba claro que podía correr más que tú. Te sugiero por tanto más halagos, en vez de una persecución directa, la próxima vez.

—Lo he estado intentando —suspiró Miles.

El conde miró a su hijo, medio divertido, medio serio.

—Este desfile de mujeres tuyo resulta muy confuso para tu madre y para mí, ¿sabes? No sabemos si se supone que tenemos que crear lazos con ellas, o no.

—¿
Qué
desfile? —dijo Miles, indignado—. Traje a
una
amiga galáctica.
Una
, no fue culpa mía que las cosas no salieran bien.

—Más la diversas damas extraordinarias que decoraban los informes de Illyan y que no llegaron tan lejos.

Miles notó que bizqueaba.

—Pero cómo pudo… Illyan nunca supo… nunca te dijo… no. No me lo digas. No quiero saberlo. Pero juro que la próxima vez que lo vea… —miró al conde, que se reía de él con una cara perfectamente seria—. Supongo que Simon no se acordará. O fingirá que no se acuerda. Es condenadamente conveniente, esa amnesia opcional que ha desarrollado. Además, ya le he mencionado todas las importantes a Ekaterin —añadió—, así que ya está.

—¿Sí? ¿Estabas confesando o alardeando?

—Despejando las cubiertas. Sinceramente… con ella es la única manera.

—La sinceridad es la única manera con todo el mundo, cuando seas tan íntimo como para vivir dentro de la piel del otro. Bueno… ¿y esta Ekaterin es otra moda pasajera? —el conde vaciló, los ojos chispeando—. ¿O es la persona que amará a mi hijo para siempre y eternamente, mantendrá su casa y posesiones con integridad, estará a su lado en el peligro, la escasez y la muerte, y guiará la mano de mis nietos cuando enciendan la ofrenda de mi funeral?

Miles admitió la habilidad de su padre para soltar parrafadas como ésa. Le recordaba la forma en que una lanzadera de combate dejaba caer bombas incendiarias.

—Podría ser… podría ser la columna B. Todo lo anterior —tragó saliva—. Espero. Si no vuelvo a meter la pata.

—¿Entonces cuándo vamos a conocerla? —repitió el conde razonablemente.

—Las cosas están todavía muy revueltas. —Miles se puso en pie, advirtiendo que su momento para retirarse con dignidad se escapaba rápidamente—. Te lo haré saber.

Pero el conde no continuó insistiendo. En cambio, miró a su hijo con ojos serios, aunque cálidos.

—Me alegra que la hayas conocido lo bastante mayor para saber lo que quieres.

Miles le dirigió un saludo de analista, un vago gesto de dos dedos en dirección a su frente.

—A mí también, señor.

16

Ekaterin estaba sentada ante la comuconsola de su tía, intentando redactar un resumen que ocultara su falta de experiencia al supervisor de una planta urbana de suministro para los jardines públicos de la ciudad. No iba, maldición, a citar al lord Auditor Vorkosigan como referencia. La tía Vorthys se había marchado a sus clases de la mañana, y Nikki a un paseo con Arthur Pym bajo la supervisión de la hermana mayor de Arthur; cuando el segundo timbrazo de la puerta la distrajo de su tarea; Ekaterin se dio cuenta de que se hallaba sola en casa. ¿Se atreverían unos agentes enemigos dispuestos a secuestrarla a aparecer en su misma puerta? Miles lo sabría. Imaginó a Pym, en la mansión Vorkosigan, informando gélidamente a los intrusos que deberían dar la vuelta y pasar por la entrada de
espías
… que estaría repleta de adecuadas trampas tecnológicas, sin duda. Controlando su paranoia, se levantó y se dirigió a la puerta.

Para su alivio y deleite, en vez de infiltrados cetagandanos, eran su hermano Hugo Vorvayne y un tipo de rasgos agradables a quien reconoció tras parpadear como Vassily Vorsoisson, el primo de Tien. Lo había visto exactamente una vez en su vida, en el funeral de Tien, día en el que se habían reunido el tiempo suficiente para que él le cediera oficialmente la tutela de Nikki. El teniente Vorsoisson ocupaba un puesto como controlador del tráfico aéreo del gran espaciopuerto militar del Distrito Vorbretten; la primera y única vez que lo había visto, iba vestido de uniforme verde tal como refería la formalidad de la ocasión, pero hoy se había puesto ropas de paisano más informales.

—¡Hugo, Vassily! ¡
Qué
sorpresa… pasad, pasad!

Les indicó a ambos el saloncito de la profesora. Vassily le dirigió un amable gesto de reconocimiento con la cabeza y rechazó su ofrecimiento de té o café; lo habían tomado en la estación de monorraíl, gracias. Hugo le dio un breve apretón de manos y le sonrió preocupado antes de sentarse. Tenía ya cuarenta y tantos años; la combinación de su trabajo como oficinista en el Ministerio Imperial de Minas y los cuidados de su esposa Rosalie lo estaba haciendo engordar un poquito, aunque en él era algo maravillosamente sólido y tranquilizador. Pero la alarma le secó la garganta a Ekaterin cuando notó la tensión de su rostro.

—¿Va todo bien?


Nosotros
estamos bien —dijo él, haciendo especial énfasis en el pronombre.

Un escalofrío la recorrió.

—¿Papá…?

—Sí, sí, también está bien —impaciente, hizo un gesto para despejar su ansiedad—. El único miembro de la familia que parece ser una fuente de preocupación en este momento eres tú, Kat.

Ekaterin se lo quedó mirando, sorprendida.

—¿Yo? Estoy perfectamente. —Se hundió en el gran sillón de su tío. Vassily acercó una de las sillas de enea y se sentó incómodamente, a horcajadas.

Hugo le transmitió saludos de la familia, Rosalie y Edie y los chicos, y luego miró alrededor y preguntó:

—¿Están aquí los tíos?

—No, no hay nadie. Pero la tía volverá de sus clases dentro de un rato.

Hugo frunció el ceño.

—Esperaba poder ver al tío Vorthys. ¿Cuándo volverá?

—Oh, ha ido a Komarr. Para solucionar algunos detalles técnicos referidos al desastre del espejo solar, ya sabes. No volverá hasta poco antes de la boda de Gregor.

—¿La boda de quién? —dijo Vassily.

Agh, Miles se lo había contagiado. Ella no podía llamar a Gregor… al Emperador por ese nombre, no podía.

—La boda del emperador Gregor. Como Auditor Imperial, el tío Vorthys asistirá, naturalmente.

Los labios de Vassily formaron una pequeña «o» de comprensión,
ese
Gregor.

—Supongo que no hay ninguna posibilidad de que podamos acercarnos —suspiró Hugo—. Naturalmente, no me interesan esas cosas, pero Rosalie y sus amigas están como tontas con la boda. —Después de una breve vacilación, añadió—: ¿Es verdad que la Guardia a Caballo desfilará con todos los uniformes que se han lucido a lo largo de la historia, desde la Era del Aislamiento hasta la época de Ezar?

—Sí —dijo Ekaterin—. Y habrá grandes exhibiciones de fuegos artificiales junto al río todas las noches. —Una leve expresión de envidia asomó a los ojos de Hugo al oír esta noticia.

Vassily se aclaró la garganta y preguntó:

—¿Está aquí Nikki?

—No… salió con un amigo a ver la regata de barcazas de esta mañana en el río. La celebran todos los años; conmemora el socorro que las fuerzas de Vlad Vorbarra prestaron a la ciudad durante la guerra de los Diez Años. Tengo entendido que van a tirar la casa por la ventana esta vez: nuevos uniformes y la reconstrucción del asalto al viejo Puente Estelar. Los chicos están entusiasmados.

No añadió que esperaban tener una vista especialmente bonita desde los balcones de la mansión Vorbretten, cortesía de un soldado Vorbretten amigo de Pym.

Vassily se agitó, incómodo.

—Quizá sea lo mejor. Señora Vorsoisson… Ekaterin… hemos venido por un motivo muy concreto, y muy serio. Me gustaría hablar con usted con toda franqueza.

—Eso es… generalmente lo mejor cuando se va a hablar con alguien —respondió Ekaterin. Miró intrigada a Hugo.

—Vassily vino a verme… —empezó a decir Hugo, y se calló—. Bueno, explícalo tú, Vassily.

Vassily se inclinó hacia delante con las manos entre las rodillas y dijo lentamente:

—Verá, es esto. Recibí una comunicación de lo más preocupante de un informador de Vorbarr Sultana sobre lo que ha estado pasando… lo que ha salido a la luz recientemente… una información muy preocupante sobre usted, mi difunto primo y el lord Auditor Vorkosigan.

—Oh —dijo ella llanamente. Así que las Viejas Murallas, lo que quedaba de ellas, no restringían la calumnia a la capital; el rastro de baba incluso se arrastraba hasta las ciudades de Distritos provinciales. Ella había llegado a creer que este vicioso juego era exclusivamente un pasatiempo Vor. Se echó atrás y frunció el ceño.

—Como parecía afectar a nuestras dos familias… y, naturalmente porque una cosa así tiene que ser comprobada, me presenté ante Hugo, para pedirle consejo, esperando que pudiera disipar mis temores. Su cuñada Rosalie, al corroborarlo, sirvió para aumentarlos.

¿
Corroborar
qué? Ella podía hacer unas cuantas suposiciones, pero se negó a dirigir al testigo.

—No comprendo.

—Me dijeron —Vassily se detuvo para lamerse los labios, nervioso—, que es voz común entre los Altos Vor que el lord Auditor Vorkosigan fue responsable del sabotaje de la mascarilla de oxígeno de Tien, la noche en que éste murió en Komarr.

Ella podía demoler todo aquello rápidamente.

—Le han contado mentiras. Esa historia la ha inventado un desagradable grupo de enemigos políticos de lord Vorkosigan, que deseaban ponerlo en entredicho durante la pugna por la herencia de unos Distritos que ahora mismo tiene lugar en el Consejo de Condes. Tien se saboteó él mismo: siempre descuidaba la limpieza y el cuidado de su equipo. Son sólo chismes. No se ha presentado ninguna acusación.

Other books

Button Holed by Kylie Logan
Four Play by Maya Banks, Shayla Black
Frame-Up by Gian Bordin
The Snake River by Win Blevins
There Fell a Shadow by Andrew Klavan
Secret Horse by Bonnie Bryant