Una campaña civil (59 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
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Después de un largo momento, papá se volvió y miró a Mark ferozmente.

—¡Entiende que si le haces daño, iré a por ti yo mismo!

Mark asintió ansiosamente.

—Se acepta tu codicilo —murmuró Tante Cordelia, los ojos iluminados.

—¡Acordado, entonces! —exclamó papá. Se acomodó en su asiento, a regañadientes, con expresión de mirad-lo-que-hago-por-vosotros en el rostro. Pero no soltó la mano de mamá.

Mark estaba mirando a Kareen embobado. Ella casi pudo imaginar a toda la Banda Negra dando saltos en el fondo de su cabeza, vitoreando, y a lord Mark haciéndolos callar para que no llamaran la atención.

Kareen tomó aliento, para darse ánimos, metió la mano en el bolsillo de su chaquetilla y sacó sus pendientes betanos, la pareja que anunciaba su implante y su estatus adulto. Con un empujoncito, se colocó uno en cada lóbulo. No era, pensó, una declaración de independencia, pues aún vivía en una red de dependencias. Era más bien una declaración de Kareen.
Soy quien soy. Ahora veamos cuánto puedo hacer
.

17

El soldado Pym, un poco sin aliento, dejó pasar a Ekaterin al salón principal de la mansión Vorkosigan. Se ajustó el cuello alto de su túnica y sonrió dándole la bienvenida habitual.

—Buenas tardes, Pym —dijo Ekaterin. Le agradó ver que era capaz de controlar el temblor de su voz—. Necesito ver a lord Vorkosigan.

—Sí, señora.

Aquel
¡Sí, milady!
En el salón, la noche de la cena, fue una metedura de pata, advirtió Ekaterin demasiado tarde. No se había dado cuenta en ese momento.

Pym pulsó el comunicador de muñeca.

—¿Milord? ¿Dónde está?

En el comunicador sonó un golpecito y la voz apagada de Miles.

—En el desván del ala norte. ¿Por qué?

—La señora Vorsoisson ha venido a verlo.

—Ahora mismo bajo… no, espera —una breve pausa—. Que suba. Le gustará ver esto, espero.

—Sí, milord. —Pym indicó hacia la entrada trasera—. Por aquí —mientras ella lo seguía hasta el tubo ascensor, añadió—: ¿El pequeño Nikki no la acompaña hoy, señora?

—No —lo dejó ahí. Le faltó valor para explicarle por qué.

Salieron del tubo en el cuarto nivel, una planta que ella no había visto en aquella primera y memorable visita. Lo siguió por un pasillo sin alfombrar y a través de un par de puertas dobles hasta una enorme habitación de techos bajos que se extendía desde un lado del ala hasta el otro. El techo estaba cruzado por vigas serradas a mano a partir de grandes árboles, con escayola amarillenta en medio. Unos apliques de luz colgaban de ellos en los pasillos centrales creados por el material almacenado.

Parte era la basura normal acumulada en cualquier desván: muebles viejos y lámparas rechazadas incluso de las habitaciones de los criados, marcos de cuadros que habían perdido su contenido, espejos descascarillados, cuadrados y rectángulos envueltos que podían ser pinturas, tapices enrollados. Lámparas de aceite antiquísimas y candelabros. Misteriosas cajas y cartones y fundas de cuero y baúles de madera ajada con las iniciales de gente muerta bajo los cierres.

Había cosas más notables, además. Un puñado de jabalinas de caballería oxidadas con penachos arrugados y ajados marrón y plata. Filas de viejos uniformes apretujados, también marrón y plata. Arreos de caballo: sillas y bridas y arneses con campanillas oxidadas, con borlas mohosas, con enganches de plata deslustrada, con perlas resquebrajadas y la brillante pintura descascarillada; mantas y alforjas bordadas a mano, con la VK de los Vorkosigan y variantes de su blasón elaboradas en hilo. Docenas de espadas y dagas apiladas en barriles como ramilletes de acero.

Miles, en mangas de camisa, estaba sentado en medio de un pasillo, rodeado de tres arcones abiertos y varios montones de papeles y pliegos. Uno de los arcones, el que al parecer acababa de abrir, estaba lleno hasta el borde de un puñado de obsoletas armas de energía, sus cartuchos desaparecidos hacía tiempo, esperó Ekaterin. Una segunda caja más pequeña parecía ser la fuente de algunos papeles. Él alzó la mirada y le dirigió una sonrisa abrumadora.

—Le dije que los desvanes eran algo digno de ver. Gracias, Pym.

Pym asintió y se retiró, dirigiendo a su señor lo que Ekaterin pudo descifrar ahora como un saludito de buena suerte.

—No exageraba usted —reconoció Ekaterin. ¿Qué tipo de pájaro disecado era ése, colgado boca abajo en un rincón, que los miraba con ojos vidriosos y malignos?

—La única vez que hice subir a Duv Galeni aquí, por poco le da un ataque. Se convirtió justo ante mis ojos en el doctor profesor Galeni, y me estuvo dando la lata durante horas, días, quejándose de que no hubiéramos catalogado esta basura. Todavía insiste, si cometo el error de recordárselo. Y yo que pensaba que la sala de documentos protegida de los cambios de temperatura que instaló mi padre sería suficiente… —Le indicó que se sentara en un cofre de nogal pulido.

Ella se sentó y le sonrió en silencio. Debería darle la mala noticia y marcharse. Pero él estaba de buen humor, y odiaba desconcertarlo. ¿Cuándo se había convertido su voz en una caricia para sus oídos? Que hablara un poquito más…

—Por cierto, lo que he encontrado tal vez le parezca interesante —extendió la mano hacia un bulto cubierto por una gruesa tela de lino blanco, y luego indicó el arcón de las armas—. La verdad es que esto es bastante interesante también, más en la línea de Nikki. ¿Aprecia lo grotesco? A mí me habría parecido fabuloso cuando tenía su edad. No sé cómo se me pasó por alto… ah, claro, el abuelo tendría las llaves. —Alzó una bolsa marrón y echó un vistazo a su contenido—. Creo que esto es un saco de cueros cabelludos cetagandanos. ¿Quiere verlos?

—Verlos, tal vez. Tocarlos, no.

Él abrió el saco para que ella lo inspeccionara. Las mondas parecidas a pergaminos amarillentos y secos con mechones colgando o, en algunos casos, cayéndose, le parecieron en efecto cueros cabelludos humanos.

—Puaff. ¿Los consiguió su abuelo en persona?

—Mm, posiblemente, aunque parecen demasiados para un solo hombre, incluso para el General Piotr. Creo que lo más probable es que se los ofrecieran sus guerrilleros como trofeo. Muy bonito todo, pero ¿qué podía hacer con esto? No los podía tirar, son
regalos
.

—¿Qué va a hacer usted?

Él se encogió de hombros, y volvió a dejar la bolsa en el arcón.

—Si Gregor necesitara enviar un sutil insulto diplomático al Imperio Cetagandano, cosa que no necesita ahora, supongo que podríamos enviarlas con unas disculpas estudiadas. No se me ocurre otro uso para esto, ahora mismo.

Cerró el arcón, rebuscó en un montón de llaves que había junto a en su rodilla y le echó el cerrojo. Se puso de rodillas, le dio la vuelta a una caja, colocó encima el objeto envuelto y retiró el lienzo para que ella lo inspeccionara.

Era una hermosa silla antigua, similar a la de caballería pero más liviana, para una dama. Su oscuro cuero estaba primorosamente repujado con un diseño de hojas, helechos y flores, la tripa rota. Hojas de arce y olivo, grabados delicadamente en el cuero, rodeaban una V flanqueada por una B y una K más pequeñas encerradas en un óvalo. Más bordados, de colores sorprendentemente brillantes, repetían el diseño floral en una almohadilla.

—Tiene que haber una brida a juego, pero todavía no le he encontrado —dijo Miles, siguiendo con los dedos las iniciales—. Es una de las sillas de mi abuela paterna. La esposa del general Piotr, la princesa y condesa Olivia Vorbarra Vorkosigan. Está claro que la usaba bastante. Nunca pudieron convencer a mi madre para que cabalgara (nunca he podido descubrir por qué no), y tampoco era una de las pasiones de mi padre. Así que el abuelo tuvo que enseñarme a mantener viva la tradición. Pero no tuve tiempo para cultivarla ya de adulto. ¿No dijo usted que cabalgaba?

—No lo he hecho desde que era una niña. Mi tía-abuela tenía un poni para mí… aunque sospecho que le era más útil para abonar el jardín. (Mis padres no tenían casa en la ciudad). Era una bestia gorda y de mal genio, pero yo lo adoraba —Ekaterin sonrió al recordar—. Las sillas eran un poco opcionales.

—Estaba pensando que tal vez pudiéramos hacerla reparar y poner a punto, y volver a darle uso.

—¿Uso? ¡Pero si tendría que estar en un museo! Hecha a mano… absolutamente única… históricamente importante… ¡no soy capaz de imaginar cuánto podría conseguirse en una subasta!

—Ah… tuve la misma discusión con Duv. No fue sólo hecha a mano, fue hecha a medida, especialmente para la princesa. Probablemente un regalo de mi abuelo. Imagínate al tipo, no sólo un trabajador sino también un artista, seleccionando el cuero, cosiendo y bordando y grabando. Me lo imagino con las manos llenas de aceite, pensando en su obra usada por su condesa, envidiado y admirado por sus amigos, siendo parte de este… de esa obra de arte que fue su vida —su dedo acarició las hojas alrededor de las iniciales.

El valor que ella imaginaba que tenía la silla aumentó al oír sus palabras.

—¡Por el amor de Dios, haga que la tasen primero!

—¿Por qué? ¿Para donarla a un museo? No necesito ponerle precio a mi abuela para eso. ¿Para vendérsela a un coleccionista que la atesore como si fuera dinero? Que atesore dinero, si eso es todo lo que quiere. El único coleccionista que merecería la pena sería alguien que estuviera obsesionado personalmente con la princesa-y-condesa, uno de esos hombres que se enamoran a través del tiempo. No. Le debo a su creador darle un uso
adecuado
, usarla como él pretendió.

El ama de casa con problemas económicos que había en ella (la esposa agobiada de Tien) se quedó horrorizada. Su alma secreta resonó como una campana con las palabras de Miles. Sí. Así era como tenía que ser. Esta silla pertenecía a una dama, no a una vitrina. Los jardines estaban hechos para ser vistos, olidos, caminados, disfrutados. Cien medidas objetivas no explicaban el valor de un jardín; sólo el deleite de quienes lo disfrutaban lo hacía. Sólo el uso hacía que
significara
algo. ¿Cómo había aprendido Miles eso?
Sólo por esto podría amarte

—Bueno —él sonrió en respuesta a su sonrisa y tomó aire—. Dios sabe que necesito empezar a hacer algún ejercicio, o toda esta diplomacia culinaria a la que me entrego en estos días hará que fracasen los intentos de Mark por diferenciarse de mí. Hay varios parques en la ciudad con circuitos. Pero no es muy divertido cabalgar solo. ¿Cree que estaría dispuesta a hacerme compañía? —parpadeó, un poco ingenuamente.

—Me encantaría —se sinceró ella—, pero no puedo.

Pudo ver en sus ojos una docena de contraargumentos, dispuestos a salir al ataque. Alzó una mano para impedir que empezara a farfullar. Debía poner fin a este momento de pretendida felicidad antes de que su voluntad se rompiera. Su acuerdo forzoso con Vassily sólo le permitía un bocado de Miles, no una comida. No un banquete… De vuelta a la cruda realidad.

—Ha sucedido algo. Ayer, Vassily Vorsoisson y mi hermano Hugo vinieron a verme. Impulsados, al parecer, por una desagradable carta de Alexi Vormoncrief.

Lisa y llanamente relató su visita. Miles se sentó sobre los talones, el rostro tenso, escuchando con atención. Por una vez, no la interrumpió.

—¿Aclaró sus dudas? —preguntó despacio, cuando ella se detuvo para recuperar el aliento.

—Lo
intenté
. Era exasperante verlos… ignorar mi palabra, en favor de esas sórdidas insinuaciones de ese idiota de Alexi, nada menos. Hugo estaba verdaderamente preocupado por mí, supongo, pero Vassily está lleno de ideas sobre el deber familiar y la depravada decadencia de la capital.

—Ah. Un romántico, ya veo.

—¡Miles, estaban dispuestos a llevarse a Nikki! Y no tengo ningún medio legal de luchar por su custodia. Aunque llevara a Vassily ante los tribunales del Distrito Vorbretten, no podría demostrar que no es digno… no sería cierto. Es sólo un ingenuo. Pero pensé… demasiado tarde, anoche, en la clasificación de seguridad de Nikki. ¿Haría SegImp algo para detener a Vassily?

Miles frunció el ceño, meditabundo.

—Posiblemente… no. No es que quiera llevarse a Nikki a otro planeta. SegImp no podría poner ninguna objeción al hecho de que Nikki vaya a vivir a una zona militar… de hecho, probablemente considerarán que es un sitio más seguro que la casa de su tío o la mansión Vorkosigan. Más anónimo. Imagino que tampoco estarán demasiado ansiosos de que un pleito atraiga más atención pública hacia el asunto komarrés.

—¿Lo silenciarían? ¿Por el bien de quién?

—Por el suyo —siseó él entre dientes—, si yo se lo pidiera, pero sería propio de ellos hacerlo de manera que proporcionara el máximo apoyo a la tapadera… que es como llaman a esta calumnia de asesinato sus estrechas mentes esta semana. Apenas me atrevo a hacer nada: sólo empeoraría las cosas. Me pregunto si alguien… me pregunto si alguien lo había previsto.

—Sé que Alexi está tirando de los hilos de Vassily. ¿Cree que alguien estará tirando de los hilos de Alexi, tratando de hacer que pique usted para que haga un movimiento en falso?

Eso la convertiría a ella en el último eslabón de una cadena con la que su enemigo oculto pretendía acorralar a Miles en una posición insostenible. Darse cuenta de eso la dejó helada. Pero eso sólo sería si ella, y Miles, hacían lo que el enemigo esperaba.

—Yo… um. Posiblemente —su gesto de preocupación aumentó—. Es mucho mejor que su tío resuelva las cosas, en privado, dentro de la familia. ¿Todavía tiene que volver a Komarr antes de la boda?

—Sí, pero sólo si sus
asuntillos técnicos
no se complican más de lo que espera.

Miles hizo un gesto de comprensión.

—No hay garantías entonces, bien. —Hizo una pausa—. El Distrito Vorbretten, ¿eh? Si las cosas se ponen feas, podría pedirle un favor a René Vorbretten, y hacer que él, ah, resolviera las cosas. Podría usted saltarse los tribunales y apelar directamente a él. Yo no tendría que implicar a SegImp o aparecer en el asunto. Pero eso no funcionaría si Sigur es conde del Distrito Vorbretten para entonces.

—No quiero que las cosas se pongan feas. No quiero preocupar más a Nikki. Ya lo ha pasado bastante mal —estaba tensa y temblorosa, aunque no sabía si de miedo o de furia o de una venenosa combinación de ambas cosas.

Miles se puso en pie, se acercó, se sentó junto a ella sobre el cofre de nogal y le dirigió una mirada interrogativa.

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