Una campaña civil (69 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
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Richars estaba exaltado; intentaba bajar su cortina de humo demasiado pronto. Era un humo con el que Miles podía ahogarse de todas formas.
Maldito seas, Richars
. No podía dejar pasar esa acusación, ni por un instante.

—Llamo al orden, milord Guardián —sin cambiar su postura, Miles alzó la voz para que llegara a toda la cámara—. No he sido acusado; he sido difamado. Hay una clara distinción entre ambas cosas.

—Sería una
ironía
que usted intentara presentar una acusación criminal aquí —contestó Richars, picado, esperaba Miles, por la implícita amenaza de contraquerella.

El conde Vorhalas, desde su sitio en la última fila, exclamó:

—En ese caso, Señor, milord Guardián, milores, tras haber visto las pruebas y escuchado los interrogatorios preliminares, me sentiré honrado de presentar la acusación contra lord Richars yo mismo.

El lord Guardián frunció el ceño y dio un golpe de maza. Históricamente, permitir que dos hombres empezaran a hablar sin que les tocara el turno había conducido a discusiones y gritos, peleas a puñetazos, y, en las épocas anteriores en que no existían escáneres para las armas, a célebres reyertas y duelos a muerte. Pero el emperador Gregor, que escuchaba con gesto adusto, no hizo ningún ademán de intervenir.

Richars empezaba a perder los nervios; Miles lo notaba en su cara enrojecida y en su respiración entrecortada. Para sorpresa de Miles, señaló a Ekaterin.

—Hay que ser un villano redomado para estar aquí delante mientras la esposa de su víctima lo mira desde arriba… aunque supongo que difícilmente podría mirarlo desde abajo, ¿no?

Todos se volvieron hacia la mujer vestida de negro de la galería. Ekaterin estaba pálida, helada y asustada, arrancada de su segura invisibilidad de observadora por las palabras de Richars. Junto a ella, Nikki se envaró. Miles se enderezó; fue todo lo que pudo hacer para no lanzarse contra la garganta de Richars y tratar de estrangularlo en el acto. Aquello no habría servido de nada. Se veía obligado a utilizar otros métodos de combate, más lentos, pero, juró, más efectivos. ¿Cómo se atrevía Richars a meter a Ekaterin en aquel asunto público, a invadir sus preocupaciones más privadas, a intentar manipular sus más íntimas relaciones sólo por servir a sus ansias de poder?

La pesadilla que Miles había esperado se estaba desarrollando en aquel mismo momento. Se vería forzado a prestar atención no a la verdad, sino a las apariencias, a asegurarse de que cada palabra que surgiera de su boca causara efecto en unos oyentes que podrían convertirse en sus futuros jueces. Richars se había rebajado con aquel ataque a ciegas a Dono, ¿podría resarcirse aupándose sobre Miles y Ekaterin? Parecía que iba a intentarlo.

El rostro de Ekaterin permaneció completamente tranquilo, pero sus labios estaban pálidos. Una prudente parte del cerebro de Miles no pudo dejar de advertir cómo era su aspecto cuando estaba realmente furiosa, para futuras referencias.

—Está usted equivocado, lord Richars —le espetó ella—. No es su primer error, al parecer.

—¿Lo estoy? —contestó él—. ¿Por qué huyó usted aterrorizada de su propuesta pública de matrimonio, entonces, si no fue porque advirtió demasiado tarde su intervención en la muerte de su esposo?

—¡Eso no es asunto suyo!

—Me pregunto a qué presiones le habrá tenido sometida desde entonces para ganarse su lealtad… —su mueca invitó a los oyentes a imaginar lo peor.

—¡Sólo porque es un maldito idiota!

—Las pruebas saltan a la vista, señora.

—¿Ésa es su idea de una prueba? —rugió Ekaterin—. Bien. Su teoría legal se puede desmontar fácilmente…

El lord Guardián golpeó con su lanza.

—No están permitidas las intervenciones desde la galería —empezó a decir, mirándola.

Tras Ekaterin, el Virrey de Sergyar contempló al lord Guardián, se llevó el índice de manera sugerente a la nariz, e hizo un gesto con dos dedos indicando a Richars:
No, deja que se ahorque él solito
. Ivan miró por encima del hombro, sonrió y volvió a girarse. Los ojos del lord Guardián se volvieron hacia Gregor, cuyo rostro sólo mostraba una leve sonrisa de interés y poco más. El lord Guardián continuó, con menos ímpetu:

—Pero pueden contestarse las preguntas directas del Círculo de Oradores.

Las cuestiones de Richars habían sido más retóricas, para conseguir efecto, que directas, juzgó Miles. Creyendo que Ekaterin guardaría silencio al estar en la galería, no había esperado tener que afrontar respuestas directas. La expresión de Richars hizo pensar a Miles en un hombre que atormenta a una tigresa hasta que descubre que la criatura no tiene correa. ¿Hacia qué lado saltaría? Miles contuvo el aliento.

Ekaterin se inclinó hacia delante, agarrando la barandilla con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.

—Acabemos con esto. ¿Lord Vorkosigan?

Miles se sacudió en su asiento, sorprendido.

—¿Señora? —hizo una pequeña reverencia—. A sus órdenes…

—Bien. ¿Quiere casarse conmigo?

Una especie de rugido, como el mar, llenó la cabeza de Miles; durante un momento, sólo hubo dos personas en la cámara, no doscientas. Si aquello era un plan para impresionar a sus colegas con su inocencia, ¿funcionaría?
¿A quién le importa? ¡Aprovecha el momento! ¡Quédate con la mujer! ¡No dejes que se vuelva a escapar!
Una comisura de su boca se alzó, luego la otra; luego una amplia sonrisa se apoderó de todo su rostro. Se volvió hacia ella.

—Vaya,

, señora. Por supuesto. ¿Ahora?

Ella pareció un poco apurada al imaginar que él abandonaba la cámara inmediatamente, para hacerla cumplir su oferta en ese mismo momento, antes de que pudiera cambiar de opinión. Bueno, estaba dispuesto si ella estaba dispuesta… Ella le indicó que se sentase.

—Lo discutiremos más tarde. Zanjemos este asunto.

—Será un placer —sonrió ferozmente a Richars, que ahora boqueaba como un pez. Él sonrió.
Doscientos testigos. No puede echarse atrás ahora

—Se acabó esa línea de razonamiento, lord Richars —concluyó Ekaterin. Se sentó haciendo un gesto de sacudirse las manos, y añadió, en modo alguno entre dientes—:
Idiota
.

El emperador Gregor parecía decididamente divertido. Nikki, al lado de Ekaterin, daba saltitos de entusiasmo y murmuraba algo que parecía
bien-mamá-bien
. La galería había estallado en carcajadas medio disimuladas. Ivan se frotó la boca con el dorso de la mano, aunque sus ojos entornados demostraban que se estaba riendo también. Miró hacia donde estaba Ekaterin: la Virreina parecía estar ahogándose y el Virrey convertía una carcajada en una tos discreta. Ruborizada, y al caer en la cuenta de que lo estaba, Ekaterin se hundió en su asiento, sin atreverse a mirar apenas a su hermano Hugo ni a Vassily. Miró a Miles, sin embargo, y sus labios compusieron una sonrisa indefensa.

Miles le sonrió como un lunático; la negrísima mirada que le dirigió Richars rebotó en él como deflectada por un campo de fuerza. Gregor hizo un breve gesto al lord Guardián para que continuara.

Richars había perdido ya el hilo de su razonamiento, además del impulso, el planteamiento central y la simpatía del público. La atención de todo el mundo estaba centrada en Ekaterin mientras la diversión se volvía impaciencia por el feo asunto de Richars, el cual terminó de hablar de manera débil e incoherente y abandonó el Círculo.

El lord Guardián llamó a la votación. Gregor, al que le tocaba pronto el turno como conde Vorbarra, votó
Paso
en vez de abstenerse, reservándose el derecho a votar al final, por si era necesario un voto decisivo, un privilegio imperial al que no recurría a menudo. Miles empezó a contar los votos, pero para cuando le tocó el turno había empezado a escribir repetidas veces
lady Ekaterin Nile Vorkosigan
intercalado con
lord Miles Naismith Vorkosigan
con su mejor letra en los márgenes del papel. René Vorbretten, sonriendo, tuvo que indicarle la respuesta adecuada, cosa que arrancó otra risa sorda de la galería.

No importaba: Miles se dio cuenta de que se alcanzaba la cifra mágica de treinta y uno por el rumor que se extendió por el hemiciclo y la galería, cuando los demás que seguían la cuenta llegaron a la conclusión de que Dono había ganado. Richars se quedó con unas docenas de votos, ya que varios de sus valedores conservadores se abstuvieron tras el severo voto del conde Vorhalas. Dono alcanzó finalmente treinta y dos votos, no exactamente una mayoría abrumadora, pero sí lo suficiente para alzarse con una ventaja mínima. Gregor, con obvia satisfacción se abstuvo finalmente como conde Vorbarra, por lo que no influyó en el resultado.

Un aturdido Richars se puso en pie en la mesa del Distrito Vorrutyer y exclamó desesperado:

—¡Señor, apelo esta decisión!

En realidad, no tenía más remedio; intentar que se produjera otra votación era lo único que podía salvarlo de los guardias municipales que lo esperaban pacientemente a la salida de la cámara.

—Lord Richars —respondió Gregor formalmente—, rechazo su apelación. Mis condes han hablado: la decisión es firme.

Hizo un gesto al lord Guardián, quien hizo que el sargento de armas de la cámara escoltara rápidamente a Richars hacia el destino que le esperaba tras la puerta antes de que pudiera recuperarse de la conmoción lo suficiente para estallar en fútiles protestas u ofrecer satisfacción.
¿Querías molestarme, Richars? Estás acabado
.

Bueno… en realidad Richars se había puesto fin él mismo, cuando atacó a Dono en mitad de la noche y falló. Había que dar las gracias a Ivan, a Olivia y, paradójicamente, supuso Miles, a By, seguidor secreto de Richars. Con amigos como By, ¿quién necesitaba enemigos? Y sin embargo… había algo en la versión que Ivan había dado de los acontecimientos de la noche anterior que no encajaba del todo.
Más tarde. Si un Auditor Imperial no puede llegar al fondo de este asunto, no podrá nadie
. Empezaría interrogando a Byerly, que ahora estaba sin duda bajo custodia de SegImp. O mejor aún, tal vez por… los ojos de Miles se entornaron, pero tuvo que interrumpir sus pensamientos cuando Dono volvió a ponerse en pie.

El conde Dono Vorrutyer entró en el Círculo de Oradores para dar tranquilamente las gracias a sus colegas, y para devolver formalmente la palabra a René Vorbretten. Con una sonrisita satisfecha, regresó al escaño del Distrito Vorrutyer y tomó posesión, de forma única e indiscutible. Miles trató de no doblar el cuello y mirar hacia la galería, pero miró furtivamente en dirección a Ekaterin. Así, pudo ver el momento en que su madre finalmente se inclinó entre Ekaterin y Nikki para saludarlos por primera vez.

Ekaterin se dio la vuelta, y se puso pálida. Sus futuros suegros le sonrieron contentísimos, e intercambiaron, confió Miles, entusiasmados saludos.

La profesora se volvió también y soltó una exclamación de sorpresa; sin embargo, dio un apretón de manos a la Virreina que tenía todo el aire de una hermandad secreta descubierta al fin. Miles se sintió un poco irritado por la actitud de alegre conspiración maternal de ambas mujeres. ¿Había estado fluyendo información por un canal oculto entre ambas casas todo aquel tiempo?
¿Qué ha estado diciendo de mí mi madre?
Pensó en intentar sonsacárselo más tarde a la Virreina. Luego se lo pensó mejor.

El Virrey Vorkosigan extendió también la mano, algo torpemente, y la colocó sobre el hombro de Ekaterin, que apretó cálidamente. Miró a Miles, sonrió, e hizo un comentario que Miles se alegró de no poder escuchar. Ekaterin se enfrentó graciosamente al desafío, y presentó a su hermano y al aturdido Vassily. Miles tomó la decisión en ese momento de que si Vassily trataba de crear más problemas con Nikki se lo entregaría sin ningún remordimiento a la Virreina para que le aplicara una dosis de terapia betana que lo volviera loco.

La pantomima de saludos quedó interrumpida cuando René Vorbretten se levantó para ocupar su lugar en el Círculo de Oradores. Los ocupantes de la galería volvieron su atención hacia el hemiciclo. Sintiendo los cálidos ojos de Ekaterin encima de él, Miles se sentó y trató de parecer ocupado y efectivo, o al menos atento. Estaba seguro de que no engañaba a su padre, que sabía condenadamente bien que a estas alturas de un Consejo normal la votación no tenía nada que ver con la postura.

René hizo un brillante intento por ofrecer un discurso coherente, cosa que no resultó fácil después de los acontecimientos anteriores. Presentó su historial de diez años de fiel servicio al condado, y el de su padre antes que él, y llamó la atención de sus colegas sobre la carrera militar y la muerte de su padre en la guerra del Radio de Hegen. Hizo una presentación digna de su reconfirmación, y se sentó, con sonrisa forzada.

De nuevo, el lord Guardián llamó a la votación, y de nuevo Gregor pasó en vez de abstenerse. Esta vez, Miles consiguió seguir el recuento. Con voz firme, el conde Dono pronunció su primer voto en nombre del Distrito Vorrutyer.

Sigur tuvo mejores resultados que la debacle de Richars, pero no lo suficiente: René alcanzó los treinta y un votos casi al final. Allí se quedó. Gregor volvió a abstenerse, con un deliberado efecto nulo en el resultado. De manera rutinaria, el conde Vormoncrief apeló, y para sorpresa de nadie, Gregor se negó a oír la recusación. Vormoncrief y un sorprendentemente aliviado Sigur se comportaron bastante mejor en la derrota que Richars, y fueron a estrechar la mano de René, quien ocupó de nuevo el Círculo de Oradores para dar las gracias a sus colegas y devolvió la palabra al lord Guardián. Éste volvió a golpear con su lanza y declaró concluida la sesión. La cámara y la galería estallaron en un remolino de movimiento y ruido.

Miles se abstuvo de saltar sobre mesas y sillas y sobre las espaldas de sus colegas para llegar a la galería sólo porque el grupo familiar se levantó también, y empezó a dirigirse hacia las escaleras. ¿Seguro que podía confiar en que sus padres traerían a Ekaterin? Se encontró atrapado en una multitud de condes que le ofrecían sus felicitaciones, comentarios y chistes. Él apenas oía, y contestaba a todo con un automático
gracias… gracias
, en ocasiones sin saber qué le decían.

Por fin oyó a su padre pronunciar su nombre. Miles volvió la cabeza; el aura del Virrey era tal que la multitud pareció fundirse a su alrededor. Ekaterin avanzó tímidamente hacia el grupo de hombres uniformados entre sus formidables acompañantes. Miles se le acercó y agarró sus manos con fuerza, mirándola a la cara,
¿es cierto, es real?

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