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Authors: Harlan Ellison

Tags: #Ciencia-ficción

Visiones Peligrosas I

BOOK: Visiones Peligrosas I
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La mas famosa antología de ciencia ficción publicada en Estados Unidos. Su aparición en lengua inglesa provocó una auténtica revolución, tanto por su originalidad (ha sido la primera antología de relatos inéditos) como por la circunstancia de que el antólogo dio absoluta libertad a los autores en cuanto a temática y expresión literaria.

Harlan Ellison

Visiones Peligrosas I

ePUB v1.0

Cko
11.07.12

Título original:
Dangerous Visions 1

Harlan Ellison, 1967.

Traducción: D. Santos y F. Blanco

Diseño/retoque portada: Salinas Blanch

Editor original: Cko (v1.0)

ePub base v2.0

Los hombres aprenden de los otros hombres lo que saben de sí mismos, del mundo en el cual deben vivir y del mundo en el cual desearían vivir.

Este libro está dedicado con amor, respeto y admiración a LEO y DIANE DILLON, que concienzudamente, por pura amistad, mostraron al recopilador que lo negro es negro, lo blanco es blanco, y que el bien puede provenir de ambos; pero nunca del gris.

Y a su hijo, LIONEL III, con una silenciosa plegaria para que su mundo no se parezca a nuestro mundo.

El recopilador desea expresar su gratitud a y su reconocimiento por la ayuda de las siguientes personas, sin cuya contribución de tiempo, dinero, sugerencias y empatía puede que este libro no hubiera sido posible, pero seguramente hubiera enviado mucho más pronto al recopilador a un asilo de ancianos agotados:

Sr. Kingsley Amis Sr. Terry Carr y sra. Sr. Joseph Eider Sr. Robert P. Mills Sr. Robert Silverberg Sr. Norman Spinrad Sita. Sherri Townsend Sr. Ted White y sra.

Si el recopilador ha olvidado a alguien que merezca ser anotado aquí, ofrezco mis disculpas por anticipado, alegando agotamiento temporal, pero debo dar las gracias muy especialmente por los servicios prestados mucho más allá de lo imaginable a los señores Larry Niven y Lawrence P. Ashmead, y al señor Leo Dillon y señora…, sin cuya resistencia este libro, literalmente, nunca se hubiera convertido en una realidad. Dios les bendiga a todos.

Hollywood

H
ARLAN
E
LLISON

Primer prólogo: La Segunda Revolución

Hoy —en el mismo día en que escribo esto— he recibido una llamada telefónica del New York Times. Publican un artículo que les envié por correo hace tres días. Tema: la colonización de la Luna.

¡Y me dan las gracias por ello!

¡Por la Luna!… ¡Cómo han cambiado los tiempos!

Hace treinta años, cuando empecé a escribir ciencia ficción (yo era muy joven por aquel entonces), la colonización de la Luna era estrictamente un tema para las revistas pulp con llamativas portadas. Era literatura de no-me-digas-que-me-crea-todas-esas-tonterías. Sobre todo ¡era literatura escapista!

A veces pienso en eso con una especie de incredulidad. La ciencia ficción era literatura escapista. Nosotros éramos escapistas. Nos alejábamos de problemas prácticos tales como el béisbol infantil, los deberes en casa y las peleas con los compañeros, para entrar en el increíble mundo de la explosión demográfica, de las naves cohete, de la exploración lunar, de las bombas atómicas, de las radiaciones tóxicas y de la atmósfera polucionada.

¿No era algo grande? ¿No era admirable la forma en que nosotros, los jóvenes escapistas, recibíamos nuestra justa recompensa? Nos preocupábamos de todos los problemas grandes e insolubles de hoy en día unos veinte años antes de que lo hicieran todos los demás. ¿Cómo podía considerarse eso escapismo?

Pero hoy uno puede colonizar la Luna dentro de las serias páginas grises del New York Times; y no como un argumento de ciencia ficción, en absoluto, sino como un sobrio análisis de una situación completamente real.

Eso representa un cambio importante, y con una relación inmediata con el libro que tienen ustedes ahora en sus manos. ¡Déjenme explicarles!

Me convertí en un escritor de ciencia ficción en 1938, justo en el momento en que John W. Campbell, Jr., estaba revolucionando el campo con la simple exigencia de que los escritores de ciencia ficción se mantuvieran firmes en la línea divisoria que separa la ciencia de la literatura.

La ciencia ficción pre-Campbell caía demasiado a menudo en una de las dos clases. O era completamente no-ciencia, o era todo-ciencia. Las historias de no-ciencia eran historias de aventuras en las cuales los lugares comunes de la jerga del oeste eran borrados y sustituidos por lugares comunes equivalentes de la jerga espacial. El escritor podía ignorar por completo el conocimiento científico, puesto que todo lo que necesitaba era un vocabulario de jerga técnica del que podía echar mano indiscriminadamente.

Por otra parte, las historias todo-ciencia se hallaban pobladas exclusivamente por caricaturas de científicos. Algunos era científicos locos, otros eran científicos distraídos, otros, científicos nobles. Lo único que tenían en común era su inclinación a exponer sus teorías. Los locos las chillaban, los distraídos las murmuraban, los nobles las declamaban, pero todos disertaban de una forma insufriblemente interminable. La historia era una delgada capa de cemento que unía entre sí los largos monólogos, en un intento de proporcionar la ilusión de que esos largos monólogos tenían alguna razón de existir.

Por supuesto, había excepciones. Déjenme mencionar, por ejemplo, Una odisea marciana de Stanley G. Weinbaum (el cual, trágicamente, murió de cáncer a la edad de treinta y seis años). Apareció en el ejemplar de julio de 1934 de la revista Wonder Stories, y era una historia perfectamente campbelliana escrita cuatro años antes de que Campbell introdujera su revolución.

La contribución de Campbell consistió en su insistencia en que la excepción se convirtiera en la regla. Tenía que haber auténtica ciencia y auténtica historia, sin que ninguna de las dos dominara a la otra. No siempre consiguió lo que deseaba, pero sí lo obtuvo lo bastante a menudo como para iniciar lo que los veteranos consideran como la Edad de Oro de la ciencia ficción.

Naturalmente, cada generación tiene su propia Edad de Oro…, pero ocurre que la Edad de Oro campbelliana fue la mía, y cuando yo digo «Edad de Oro» me refiero precisamente a ésa. Gracias a Dios, conseguí meterme en el campo justo a tiempo para hacer que mis historias contribuyeran a su manera (y fue de una estupenda manera, y al diablo con la falsa modestia) a esa Edad de Oro.

Sin embargo, todas las edades de oro llevan consigo las semillas de su propia destrucción, y cuando ésta se ha producido uno puede mirar hacia atrás y localizar infaliblemente esas semillas. (¡Maravillosa, maravillosa retrospectiva! Qué agradable resulta profetizar lo que ya ha ocurrido. ¡Uno nunca se equivoca!)

En este caso las exigencias de Campbell para conseguir auténtica ciencia y auténticas historias invitaban a una doble némesis, una para la auténtica ciencia y otra para las auténticas historias.

Por lo que respecta a la auténtica ciencia, las historias empezaron a parecer más y más plausibles y, por supuesto, eran más y más plausibles. Buscando el realismo, los autores describían computadoras, cohetes y armas nucleares que eran muy parecidos a lo que las computadoras, los cohetes y las armas nucleares serían en cuestión de una simple década. Como consecuencia, la auténtica vida de los años cincuenta y sesenta es muy parecida a la ciencia ficción campbelliana de los años cuarenta.

Sí, el escritor de ciencia ficción de los años cuarenta fue mucho más lejos que cualquier cosa que poseamos hoy en la vida real. Nosotros los escritores no apuntamos simplemente a la Luna o enviamos cohetes no tripulados hacia Marte; nos lanzamos por toda la galaxia en vehículos más rápidos que la luz. Sin embargo, todas nuestras aventuras en el remoto espacio estaban basadas en las líneas de pensamiento que impregnan hoy en día a la NASA.

Y debido a que la vida real de hoy se parece tanto a la fantasía de anteayer, los fans veteranos están desasosegados. Muy dentro de sí mismos, lo admitan o no, notan un sentimiento de decepción e incluso de irritación ante la idea de que el mundo exterior ha invadido su dominio privado. Sienten la pérdida de un «sentido de la maravilla», porque lo que en una ocasión estuvo confinado únicamente a lo «maravilloso» se ha vuelto hoy algo prosaico y mundano.

Además, las esperanzas de que la ciencia ficción campbelliana ascendiera rápidamente en una soberbia y progresiva espiral de lectores y respetabilidad no se han visto colmadas. De hecho, se hizo más bien evidente un efecto imprevisto. La nueva generación de lectores potenciales de ciencia ficción descubrió toda la ciencia ficción que necesitaba en los periódicos y en las revistas generales, y muchos de ellos dejaron de sentir la irresistible necesidad de acudir a las revistas especializadas de ciencia ficción.

Ocurrió, sin embargo, que tras un breve llamear en la primera mitad de los años cincuenta, cuando todos los dorados sueños parecieron convertirse en realidad para el escritor y el editor de ciencia ficción, hubo una recesión, y las revistas no son más prósperas hoy de lo que eran en los años cuarenta. Ni siquiera el lanzamiento del Sputnik frenó esa recesión; antes al contrario, la aceleró.

Ya es suficiente para la némesis relativa a la auténtica ciencia. ¿Y las auténticas historias?

Mientras la ciencia ficción era el crujiente medio de expresión que fue en los años veinte y treinta, no se exigía un buen estilo literario. Los escritores de ciencia ficción de la época tenían recursos sólidos en los que podían confiar; y seguirían escribiendo ciencia ficción durante toda su vida, puesto que cualquier otra cosa requería una técnica mejor, y eso estaba más allá de ellos. (Me apresuro a decir que había excepciones, y el nombre de Murray Leinster acude a mi mente como uno de ellos.)

Los autores reunidos en torno a Campbell, sin embargo, tenían que saber escribir razonablemente bien, o Campbell los echaba. Bajo el incentivo de su propia ansia empezaron a escribir mejor cada vez. Finalmente, y de modo inevitable, descubrieron que se habían vuelto lo bastante buenos como para ganar más dinero en otro lugar, y su producción de ciencia ficción declinó.

Naturalmente, los dos hados de la Edad de Oro trabajaron en una cierta medida dándose la mano. Un número considerable de los autores de la Edad de Oro siguieron la esencia de la ciencia ficción en su camino de la ficción al hecho. Hombres tales como Poul Anderson, Arthur C. Clarke, Lester del Rey y Clifford D. Simak empezaron a escribir obras científicas.

Realmente, ellos no cambiaron; fue el medio el que cambió. Los temas que en una ocasión habían tratado como ficción (cohetes, viajes espaciales, vida en otros mundos, etc.) derivaban de la ficción al hecho, y los autores eran arrastrados en ese derivar. Naturalmente, cada página de no ciencia ficción escrita por esos autores significaba una página menos de ciencia ficción.

Para que ningún lector avispado empiece en este punto a murmurar comentarios sarcásticos para sí mismo, me apresuraré a admitir, inmediatamente y de una forma muy abierta, que de todo el equipo campbelliano quizá yo sea quien efectuó de un modo más extremo ese cambio. Desde que fuera lanzado el Sputnik I, y la actitud de América hacia la ciencia se viera (al menos temporalmente) revolucionada, he publicado —hasta este momento— cincuenta y ocho libros, de los cuales tan sólo nueve pueden ser clasificados como ficción.

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