99 ataúdes (36 page)

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Authors: David Wellington

Tags: #Terror, Fantástico

BOOK: 99 ataúdes
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¡Por judas Iscariote!, maldijo el general. Era un tipo joven, de apenas cuarenta años, con una espesa barba cerrada, aunque llevaba las mejillas afeitadas. Saludó a Griest con el sombrero y entonces retrocedió un paso. ¿Podía alguien culparle? La primera vez que uno ve a un vampiro es siempre difícil. Uno no espera ni la prominente dentadura, ni los ojos enrojecidos; percibe de inmediato esa sospechosa frialdad que eriza la piel. Me acerqué a él para tranquilizarlo.

El secretario Stanton le manda sus más calurosos saludos, señor le dije ¿Qué tal va la batalla?

A Hancock se le iluminaron los ojos.

Aún no hemos perdido y Lee está en el campo de batalla, de modo que contaré este día como una victoria. He venido a decirle que se mantenga al margen de la batalla esta noche.

A Griest le cambió el semblante. Me di cuenta de que deseaba hablar, pero aunque ya no fuera humano, seguía siendo un soldado raso.

Así pues, fui yo quien habló por él.

Los hombres están listos para luchar, señor. Y todos ellos han hecho un gran sacrificio para estar aquí.

Lo sé perfectamente, sin embargo, no puedo soltarlo con gran sorpresa, por lo que no puedo jugar esa carta demasiado pronto. Manténgase al margen, pero estén preparados.

Pareció aliviado de poder marcharse por fin.

ARCHIVO DEL CORONEL WILLIAM PITTENGER.

Capítulo 87

Estaba oscuro, oscurísimo. No se veía ni una sola luz, ni siquiera el brillo de las estrellas. El auditorio del mapa electrónico no tenía ventanas y la luz no penetraba ni siquiera a través de las salidas de emergencia.

Estaba atrapada en la oscuridad con un vampiro y su compañero, que estaba hipnotizado y quería matarla.

Caxton retrocedió unos pasos. Estaba ciega y aterrorizada. Logró ahogar un grito y metió la mano en el bolsillo, donde llevaba la linterna. Sostuvo la Beretta en alto, aunque sin luz no tenía a qué dispararle.

La puerta en la que se había estado apoyando hasta hacía un momento se abrió de repente y algo frío e inhumano pasó volando junto a ella y se perdió en la oscuridad. El vampiro había abandonado la cabina.

Glauer seguía en el suelo, pensó Caxton. Era una presa fácil. El vampiro habría tenido que romper el trance hipnótico del policía local al bajar, pero lo más probable era que Glauer siguiera aturdido y fuera incapaz de defenderse.

En fin, tampoco podía ayudarlo si no veía nada, y menos aún si estaba muerta. Encontró la linterna y la encendió antes incluso de sacársela del bolsillo. El haz de luz tembló y Caxton se dio cuenta de lo asustada que estaba. Hizo un esfuerzo supremo para contenerse y dirigió la linterna hacia el mapa electrónico. La débil luz revelaba apenas la presencia de los ataúdes y poco más. Caxton enfocó a sus pies y movió el haz hacia donde había dejado a Glauer. No le importaba revelar la posición del policía, ni la propia. Sabía que el vampiro veía su sangre brillar en la oscuridad, una maraña de arterias y venas rojas que latían cada vez más rápidamente.

El vampiro se rió de ella, un sonido animal como el que haría una hiena, un rugido frío y violento. Caxton se estremeció y le tembló todo el cuerpo, pero se dijo que debía seguir buscando a Glauer.

Encontró la porra extensible abandonada en el suelo, pero no había señal del policía. Pensó en llamarlo por su nombre, pero no le salió la voz.

Aquello era demasiado. Le habían disparado, la habían zarandeado, incluso la habían mordido. Estaba trabajando sin haber dormido y casi sin haber comido. Encima había vampiros por todas partes, vampiros que ya habían matado a la mayor parte de su ejército. Y ahora, para colmo, iban a por ella.

Por fin logró emitir un sonido. Sonó como un gemido.

«Ya basta —se dijo—. Eres una agente de la policía estatal de Pensilvania y has matado a más vampiros que este capullo a seres humanos.»

Se obligó a detener el temblor de sus manos. El pecho le subía y le bajaba incontrolablemente a medida que introducía más y más oxígeno en sus pulmones. Podía empezar a hiperventilar en cualquier momento. Se dijo que también iba a ser capaz de controlar aquello, pero primero necesitaba que le dejasen de temblar las manos. El haz de la linterna se estabilizó y barrió lentamente los respaldos metálicos de las butacas. Debía localizar al vampiro.

Iba armada hasta los dientes; sin embargo, dudaba que el vampiro fuera a asustarse por eso. Además, éste jugaba con clara ventaja debido a la oscuridad reinante. De hecho, podría haberla matado ya varias veces. Si aún no la había atacado significaba que estaba jugando con ella; estaba jugando con la comida. Los vampiros eran así, unos verdaderos capullos. Se concentró en el hecho de seguir con vida. Eso estaba bien y le sería muy útil. Significaba que todavía tenía posibilidades de salvar el pellejo. Ya se preocuparía por Glauer más tarde.

Su linterna iluminó otra hilera de butacas y de pronto se topó con un rostro lívido. Vio dos ojos rojos entrecerrados y una boca llena de dientes, y soltó un grito de miedo.

El vampiro evitó del haz de luz de un salto en el preciso instante en el que Caxton levantaba la pistola para dispararle. Se movía con una elegancia estremecedora, sus extremidades se contraían y se extendían como unos resortes ajustados a la perfección. Lo oyó aterrizar con un sonido sordo en algún lugar a su izquierda. Caxton se revolvió e intentó seguirlo con la linterna, pero lo había perdido.

Entonces lo oyó reírse de nuevo, mucho más cerca que antes. Caxton intentó recordar desesperadamente lo que le habían enseñado. Debía tratar de controlar la situación. Eso era algo que le habían enseñado en la academia de la policía estatal, en casi todas las clases a las que había asistido. Uno no debía adentrarse en un callejón oscuro sin saber quién aguardaba en la oscuridad. Si alguien te disparaba, tu primera reacción no debía ser devolver los disparos, sino ponerte a cubierto.

Arkeley le había enseñado que a veces uno no debía seguir esas reglas cuando se enfrentaba a los vampiros, mas en aquella ocasión se inclinaba por seguir el procedimiento policial tradicional. Se apoyó de espaldas a la pared y empezó a desplazarse lentamente hacia la izquierda, hacia la puerta de la cabina de control. Si lograba colocar una barrera física entre ella y el vampiro, eso aumentaría considerablemente su esperanza de vida.

Levantó un pie y lo volvió a apoyar en el suelo. Repitió el movimiento con el otro pie, dio otro paso. Alargó el brazo derecho, con el que sostenía la pistola, y el cañón de la pistola avanzó sin encontrar resistencia. La puerta seguía abierta y eso... en fin, eso estaba muy bien. Se volvió ligeramente y empezó a cruzar el umbral.

De inmediato notó cómo unas manos frías se le posaban sobre los hombros y tiraban de ella hacia atrás. El vampiro la lanzó por los aires y Caxton soltó un alarido de terror. Salió volando a través de la oscuridad, por encima de varias hileras de butacas, mientras sus brazos y piernas se agitaban frenéticamente, intentando encontrar algo a lo que agarrarse.

Cayó de bruces contra un montón de ataúdes y dejó de gritar de golpe. El impacto la había dejado sin aliento, como si una mano gigantesca le hubiera soltado un puñetazo. El estómago le ardía de dolor y notaba las piernas hechas polvo.

Desesperada, presa del pánico, se colocó bocarriba y apuntó con la linterna hacia el lugar del que había salido, en la parte superior del anfiteatro. El vampiro seguía allí pero ya avanzaba hacia ella. Tenía los brazos en alto, como si fuera a abalanzarse sobre ella. Caxton levantó la mano derecha pero se dio cuenta de que estaba desarmada; debía de haber perdido la Beretta en la caída. Se cubrió la cara con el brazo en un gesto puramente instintivo, pues sabía que no iba a poder defenderse del ataque del vampiro con las manos vacías. Se resignó a esperar el momento en que el vampiro le caería encima y la mataría, y mientras esperaba tan sólo sentía miedo. Esperó... y esperó...

Entonces, de pronto, oyó un gruñido de sorpresa seguido de un sonido de cuero rasgado. El vampiro rugió, no obstante, pero seguía sin atacarla, Caxton seguía viva. Decidió arriesgarse y echar un vistazo rápido.

En la parte superior del anfiteatro, en el pasillo que quedaba detrás de la última hilera de butacas, el vampiro agitaba los brazos frenéticamente. De hecho, parecía como si le estuviera pidiendo que fuera a ayudarlo.

Tenía el pecho desgarrado. La piel le colgaba en jirones sobre las costillas desnudas, sobre las que brillaba la sangre coagulada. La linterna le iluminó el pecho y Caxton vio, sin comprender, que le habían arrancado el corazón.

El vampiro se derrumbó con un maullido que le pareció casi lastimero.

Sin embargo, no había rastro de la persona, o la cosa, que había acabado con él.

Capítulo 88

He cambiado tanto. Incluso al sostener esta pluma tengo la sensación de estar haciendo algo que no me corresponde. Una pluma es un instrumento de vivos y yo ya he dejado esas cosas atrás. Esta noche debemos mantener nuestras posiciones, si bien se trata de un descanso inoportuno y no deseado. Mañana nos soltarán. Ahora reina la calma, aunque dicen que la batalla ha durado todo el día. Yo estaba durmiendo y no he oído nada, pero ahora percibo el olor a humo.

Mi corazón anhela penetrar en la noche y luchar, servir de nuevo. Ahora dispongo de nuevos poderes, tanto sobre mi cuerpo, que puede andar de nuevo (¡nunca pensé que fuera posible!), como sobre mi mente. Y veo cosas inauditas. Veo fantasmas, Bill, están por todas partes, aunque no me dan miedo. Lo mismo que yo, han dejado atrás el valle de lágrimas y ahora somos camaradas...

Otro poder que ahora poseo es el de despertar a los muertos; tal como te despertaron a ti. Pero no lo utilizaré, aun en el caso de que me lo ordenen... No soportaría ver sus rostros demacrados y sus cuerpos corrompidos, como estaba el tuyo.

Más allá de eso, prometo no tener clemencia con cualquier hombre que pueda encontrar.

Mañana debe correr la sangre. No sabía antes que mis sueños iban a estar llenos de sangre, sangre a raudales, y de su sabor.

CARTA (NO ENVIADA) DE ALVA GRIEST

Capítulo 89

Había terminado. De momento. Caxton volvía a estar sola y seguía viva. Estaba tendida encima de un montón de maderos rotos que hacía un momento eran los ataúdes de varios vampiros.

No tenía forma de saber si Glauer seguía en la sala o no. Iluminó con la linterna los rincones del anfiteatro, buscando algún rastro de él, pero no encontró nada.

Se quedó un momento tendida; estaba incómoda pero no le apetecía moverse. Su cuerpo protestaba cada vez que movía una extremidad o que parpadeaba demasiado rápido. Tal vez estaba muriéndose, se dijo. El impacto con los ataúdes había sido doloroso, espantosamente doloroso, y sabía que debía de haber sufrido lesiones internas. A lo mejor se había perforado un pulmón o tenía una hemorragia cerebral que se desataría en cuanto se sentara.

«Estás bien», pensó. Eso era lo que Arkeley habría dicho; ni siquiera se hubiera dignado echarle un vistazo. En el mundo de Arkeley, si eras capaz de levantarte, también eras capaz de seguir luchando. Y salvo que sufrieras una hemorragia en una arteria principal o una fractura de fémur, tenías que ser capaz de levantarte.

Se incorporó lentamente, decidida a concederse unos segundos más alejada del espectro de una muerte inmediata. Se sacudió el polvo y las astillas de las mangas de la chaqueta, y se apoyó en las manos y las rodillas antes de ponerse de pie. Le dolía todo, pero no se había roto nada, ni siquiera se había hecho un esguince. Su cansancio superaba todos los límites humanos, pero la adrenalina iba a mantenerla activa por lo menos un rato más.

Estaba sola, a oscuras y rodeada de enemigos... Sin embargo, todo eso era demasiado abstracto en comparación con el dolor y las molestias; no valía la pena siquiera pensar en ello.

Barrió el suelo con la linterna y encontró su Beretta. Parecía intacta. Echó un vistazo al cargador y comprobó que quedaban cuatro balas. Llevaba un cargador extra en el bolsillo de la chaqueta y tenía el rifle de asalto junto a ella, en el suelo. Éste tenía seis balas en el cargador, seis enormes balas del calibre 50 BMG capaces de atravesar un motor. Esas seis balas eran las únicas que le quedaban para aquel arma.

Al empezar la noche tenía dos granadas de iluminación, pero ya las había utilizado. Le quedaba aún una lata de spray de pimienta de cien gramos, modelo policial, pero nunca había probado a utilizarlo contra un vampiro y no tenía ni idea de si tendría efecto alguno. Ni siquiera sabía si le haría cosquillas.

No tenía ni idea de hacia dónde debía ir.

Entonces obtuvo la respuesta a su pregunta, aunque sabía perfectamente que era muy arriesgado hacerle caso. El letrero rojo encima de una de las puertas se iluminó de repente. Éste rezaba «EXIT» y letras parpadeantes la deslumbraron al mirarlas.

No era la primera vez que se enfrentaba a los jueguecitos de los vampiros. Sabía que la única decisión sensata era parapetarse en la cabina de control y esperar a que se hiciera de día, pero también sabía que aquélla no era una opción válida mientras aún tuviera trabajo pendiente.

Se encaminó hacia la puerta del letrero rojo y echó un último vistazo al auditorio. En cuanto sus ojos se hubieron ajustado a su brillo demoníaco, Caxton se percató de que el resplandor rojo iluminaba toda la sala. No veía a Glauer por ninguna parte: ni en las butacas, ni sobre el mapa electrónico, ni tampoco oculto entre las sombras. Lo llamó por su nombre varias veces pero no obtuvo respuesta. Se volvió hacia la salida y puso la mano encima de la barra de apertura.

El pasillo que se abría al otro lado estaba a oscuras, si bien había una luz al final. Caxton avanzó lentamente, intentando no hacer demasiado ruido. Sabía que podía encontrarse con cualquier cosa, lo que fuera. Al acercarse un poco más, se dio cuenta de que la luz que veía era otra señal de salida. Se dirigió hacia ella, tratando de no precipitarse, y levantó el rifle de asalto por si acaso.

El cartel no se apagó y tampoco se encendió ninguna otra luz. El brillo de aquella luz bañaba el pasillo de un albor rosado que no lograba disipar las sombras de los rincones.

Alguien dirigía sus pasos, probablemente hacia una trampa. Y ese alguien no iba a permitirle que se desviase a ningún otro lado.

La oscuridad del pasillo dio paso poco a poco a una luz pálida. Escrutó la penumbra con los ojos entrecerrados y vio una luz de emergencia normal y corriente en lo alto de la pared. Tenía dos reflectores que iluminaban un rincón. Junto a ésta había un cartel con una flecha que apuntaba hacia la zona donde empezaban las visitas guiadas.

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