A por todas (11 page)

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Authors: Libertad Morán

Tags: #Romantico, Drama

BOOK: A por todas
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Tras los postres y ante la negativa de mis padres —dos ex-fumadores recalcitrantes e insoportables con todo lo que tenga que ver con los humos de los cigarrillos y los efectos perniciosos del tabaco— de permitir que absolutamente nadie fume bajo su techo, saco mi paquete del bolso y me escabullo al jardín para calmar el mono y, de paso, a ver si también calmo un poco mis nervios. Estoy encendiendo mi cilindrito de nicotina, alquitrán, amoniaco y demás sustancias cancerígenas cuando veo que Samuel abre la puerta corredera del salón y viene a reunirse conmigo para darle al vicio en compañía. Y para petardear de su nueva novia, que ya me lo conozco.

—¡Coño, que frío! —exclama poniéndose el cigarrillo en los labios y pidiéndome fuego por señas.

—Es lo que tiene el mes de diciembre, hermanito, los termómetros suelen bajar.

Samuel da una profunda calada a su cigarro y luego me lanza una amplia sonrisa.

—Bueno, ¿qué?

—¿Qué de qué?

—¿Qué te parece Irene, mujer, qué va a ser? Está buena, ¿verdad?

—Pssssé
—murmuro desviando la mirada de los ojos de mi hermano y dando una nueva calada.

—¡Ohg,
venga! No te me hagas la indiferente ahora que ya he visto la cara que has puesto al verla. Que casi se te salen los ojos de las órbitas, hermanita.

—Me recordaba a alguien —replico aún sin mirarle.

—Ya, ya… —dice él incrédulo y con esa media sonrisa socarrona tan característica de los hombres de mi familia—. Pero, ¿a que está buena?

—Que sí, pesado —accedo de mala gana. Exhalo el humo y me armo de valor para mirarle a los ojos—. ¿Y qué? ¿Vais muy en serio?

Samuel toma aire y se mete las manos en los bolsillos, el cigarrillo pendiéndole de los labios. Alza las cejas en la típica expresión de «así están las cosas».

—Pues la verdad es que sí. Incluso hemos empezado a mirar pisos para irnos a vivir juntos de aquí a unos meses.

No me lo puedo creer. El cazador cazado. Mira que mi hermano ha estado con tías, pero con ninguna se había planteado jamás la convivencia. Y tenía que ser justamente con esta. Y esta, como adivinando que estamos hablando de ella y poco dispuesta a que yo le descubra a mi hermano aspectos suyos que no le interesa que se sepan, hace su aparición en escena.

—Dame un cigarrito, cielo —le pide a mi hermano rodeándole la cintura con el brazo.

—Me he dejado el paquete dentro, cariño —le dice Samuel dándole un breve beso en los labios—. ¿Tienes tú, Ruth?

Le tiendo a Irene mi paquete abierto. Ella saca un cigarrillo con lentitud y parsimonia sin dejar de mirarme a los ojos. Se lo lleva a los labios y espera a que yo se lo encienda.

—Gracias, Ruth —me dice tras exhalar el humo—. Y bueno, ¿tú no tienes algún noviete al que traer a la cena de Nochebuena?

Su descaro parece no conocer límites. Estoy segura de que mi hermano le ha debido de contar que me gustan las mujeres. A él, al igual que a mis padres, le encanta dar muestras de su carácter abierto y liberal.

—Como mucho alguna novieta —le contesto sin ambages—. Soy lesbiana. Pensé que Samuel te lo habría dicho.

Mi hermano me mira confundido y luego mira aún más confundido a su novia.

—Si ya te lo había dicho, cariño, ¿no te acuerdas?

Ella se hace la tonta.

—¡Ay! Pues me lo habrás dicho pero no me acordaba… Bueno, da igual, ¿no hay alguna chavalilla por ahí que te haga tilín?

¿Alguna chavalilla que me haga tilín? ¿Esta se piensa que estamos en el patio del colegio o qué?

—Alguna hay, claro. Nada serio. Llevamos sólo un par de semanas, todavía nos estamos conociendo.

—¡Qué bien, Ruth! —exclama mi hermano—. Pues podíamos quedar alguna noche los cuatro a cenar o tomar una copichuela o algo.

—Ya veremos —le digo tajante apagando el cigarrillo con el pie—. Yo me voy para adentro, que tengo frío.

Y dicho esto dejo a los dos tortolitos con la palabra en la boca. Me está empezando a hervir la sangre.

A eso de las tres, cuando el cordero y los langostinos andan ya por el intestino delgado y el estómago se esfuerza por disolver turrones y mazapanes con la inestimable ayuda del gaitero de la sidra (nunca me ha entusiasmado el champán ni el cava), mi madre decide que ya es hora de que la familia se vaya a dormir. Y, de paso, también decide que la novia de Samuel, lejos de dormir con él en la pequeña cama de noventa de su antiguo dormitorio, dormirá en la que era mi habitación, que para eso tiene una cama-nido. Y es que, por muy liberales que sean mis padres, también tienen su límite y una cosa es que la posible nuera se siente a la mesa en la cena de Nochebuena y otra muy distinta permitir que se dé el revolcón con su hijo estando ellos bajo el mismo techo cuando la relación aún no tiene la longevidad necesaria para que ellos se la tomen realmente en serio.

Si fuera un perro, al oír a mi madre darme la noticia se me habría erizado el pelo del lomo y habría enseñado los dientes. Si fuera un gato, habría bufado y sacado las uñas. Como, lamentablemente, tan sólo soy un ser humano constreñido por las normas de la sociedad, me he limitado a asentir y encogerme de hombros aunque maldita la gracia que me hace tener que compartir mi espacio vital nocturno con semejante espécimen.

Me encierro en el cuarto de baño con celeridad para ponerme el pijama (pijama que no suelo ponerme pero que en estas circunstancias agradezco haber traído), lavarme los dientes y vaciar mi castigada vejiga. Al salir, le doy un beso de buenas noches a mi madre que deambula por el pasillo y, puesto que mi padre ya está acostado, me voy a paso rápido hasta mi habitación. Desde allí escucho en la habitación de al lado cómo mi hermano y su novia se despiden con sonoros besos. Para cuando Irene entra en la habitación, me encuentra ya metida en la cama y arropada hasta el pecho. Ella, lejos de mostrarse pudorosa por encontrarse en casa de sus suegros, se ha puesto tan sólo una vieja camiseta de mi hermano que deja muy poco a la imaginación. En el supuesto de que necesitara echar mano de ella para saber qué es lo que hay debajo, claro.

Irene me lanza una sonrisa felina tras cerrar la puerta tras de sí.

—¿Puedes encender la lamparita, por favor? —me pide sin moverse de donde está.

Me estiro hasta alcanzar el interruptor y justo cuando enciendo la pequeña lámpara, ella apaga la luz del techo. Una atmósfera tenue se adueña de la habitación mientras ella se dirige hacia mí. Por un momento temo que pretenda acercarse demasiado pero finalmente se termina sentando en el borde de la cama que le ha asignado mi madre. Aunque, eso sí, inclinándose en demasía hacia mí.

—Bueno, bueno, bueno… Qué sorpresa, ¿verdad, Ruth? —me dice susurrando al tiempo que se acaricia las rodillas.

—Para mí desde luego —contesto con acritud.

—No te pongas así, mujer. Mira el lado divertido de la situación.

—Pues para mí no tiene nada divertido. Y dudo que a Samuel le hiciera mucha gracia —le digo mirándola con dureza—. Por cierto, ¿le sueles poner los cuernos a menudo? ¿O me vas a decir que era la primera vez?

Irene menea la cabeza y se ríe por lo bajo.

—¿La primera vez que le pongo los cuernos o la primera vez que me acuesto con una mujer?

—Da igual. Me juego el cuello a que la respuesta será negativa en los dos casos.

Irene, tal y como me temía, se levanta de su cama y se sienta en el borde de la mía. Instintivamente, me echo hacia atrás hasta casi tocar la pared.

—Eso es lo que me gustó tanto de ti. Que eres muy directa. Y muy inteligente también. Aunque hoy te he notado un poco cohibida… ¿Qué te pasaba?

—¿A ti qué te parece? No todos los días me encuentro con que la novia de mi hermano también ha pasado por mi cama.

—Me parece que te está saliendo la vena estrecha, Ruth, cielo. No es para tanto —me dice empezando a inclinarse hacia mí.

—¡Ni estrecha ni leches! Y no me llames cielo.

—No te pongas así, Ruth. Pensaba que eras como yo. Que te gustaba el sexo sin compromiso, que eras una chica liberal —me susurra casi al oído mientras una de sus manos se mete bajo la ropa de cama y llega hasta mi pijama, intentando meterse también bajo él.

—Y lo soy —afirmo mientras busco su mano para evitar que llegue a un destino inequívoco que, contra mi voluntad, está empezando a animarse—. Pero no me gusta engañar a nadie y menos si ese alguien es mi hermano. Y, por favor, procura no volver a meter la mano bajo mi ropa.

Irene adopta una mueca de disgusto y se hace la ofendida.

—O sea que no quieres volver a acostarte conmigo, ¿es eso?

—Tú también eres muy inteligente —le digo mordaz.

—Pero, ¿por qué? —pregunta en un tono casi infantil.

—A ver, bonita, por si no te ha quedado claro todavía. Primero, eres la novia de mi hermano, aunque si yo fuera él te mandaba a la mierda cuanto antes. Y teniendo en cuenta que eso no te ha impedido darte un garbeo por Chueca para echar una canita al aire, pues mira, ya no me caes muy bien precisamente. Segundo, tu novio, que es mi hermano, y mis padres están a escasos metros de aquí y, puesto que les hemos mantenido al margen de esta retorcida historia toda la noche, dejémosles que sigan en la ignorancia. Y tercero, por si no lo has oído o no lo has querido oír antes, ya estoy saliendo con alguien. Y yo, pendonear pendoneo mucho pero cuando estoy a gusto con alguien más allá de un polvo de fin de semana, no necesito ponerle los cuernos, a diferencia de ti.

—Así que era cierto lo de que estabas con alguien.

—Claro que era cierto. ¿O es que pensabas que te quería dar celos?

—Pues sí, lo pensaba —suspira—. ¿Y cómo se llama la afortunada?

—No creo que sea asunto tuyo pero si tanto te interesa, se llama Carmen.

—¿Carmen? —vuelve a suspirar mientras se levanta de la cama para volver a la suya—. Ya… Está claro que chicas como tú no están mucho tiempo solas.

Se mete en la cama en silencio. Yo aprovecho el lapso de silencio para apagar la luz, esperando que con la oscuridad se calme y me deje dormir.

La escucho revolverse en la cama hasta encontrar una postura cómoda. Sé que aún no ha dicho la última palabra y espero alerta a que su garganta emita el más leve sonido para responderla.

—Pues nada, Ruth, que duermas bien —hace una pausa—. Pero si cambias de idea, ya sabes cómo puedes localizarme.

—Procura esperar en un sofá cómodo, bonita —le respondo antes de darme la vuelta en la cama.

INTERLUDIO

—¿¡Que te tiraste a la novia de tu hermano!? Ruth, nena, lo tuyo empieza a ser preocupante…

—¡Ey! ¡Ey! ¡Ey! ¡Echa el freno, chaval! Que cuando me lié con ella no tenía ni puta idea de que tuviera un novio detrás. Y mucho menos que fuera mi hermano. Lo suyo sí que es preocupante, ahí, yendo de novia formal y poniéndole los cuernos con la mitad de las tías de Chueca.

—Joder, tronca, si lo que no te pase a ti…

—Pero tío, ¿tú te imaginas la cara que se me quedó cuando la vi en casa de mis padres?

—Me la imagino, Ruth, por eso me río. Con lo expresiva que tú eres lo raro es que no se pudiera leer en tu cara lo que estabas pensando…

—Y la tía haciéndose la tonta pero atacándome así, como quien no quiere la cosa, durante la cena. «¿A qué te dedicas, Ruth?» ¿Por donde vives, Ruth…?». ¡Si hasta me preguntó si no tenía algún novio por ahí…!

—Se cree el ladrón que todos son de su condición…

—Ya te digo. Pero lo peor fue cuando mi madre me dice que ha pensado que será mejor que ella duerma conmigo en mi habitación…

—¿En la misma cama?

—No, en la habitación hay una cama-nido, de esas que tienen una cama escondida debajo de la principal. Quita, quita, si llego a tener que dormir con ella en la misma cama, me habría exiliado al sofá. No, cada una durmió en una cama pero eso no fue impedimento para ella…

—¡No me digas que se te metió en la cama! ¡Joder, qué morbazo! ¡Y tus viejos y tu hermano al lado durmiendo como benditos!

—Tanto como meterse en mi cama, no. Pero se me insinuó y me dejó claro que cuando yo quisiera podíamos volver a vernos. A solas, claro.

—¿Y tú qué le dijiste?

—¿Qué le voy a decir, Pedro? ¡Que no, por supuesto! ¡Es la novia de mi hermano!

—Pero está un rato buena, no me digas que no…

—Sí, vale, está buena pero, tío… ¡es mi hermano!

—Y tú una mujer llena de amor, no te jode. Venga, sé sincera, ¿a que te costó decirle que no?

—…

—¿Ruth…?

—¡Sí, vale, me costó un poquito! Pero tío, tengo unos principios, no soy tan hija de puta como muchos se piensan…

—¡Que no pasa nada, cielo! Es normal, no eres de piedra. Por una tía así hasta yo dudaría, por muy novia de mi hermano que fuera.

—Pero es que los tíos sólo pensáis con la polla…

—Oye, nena, que también tenemos nuestras dudas, ¿eh? Además, por esa regla de tres, la tal Irene debería tener una tranca de treinta centímetros por lo menos, más que nada porque se pasa por el forro de los mismísimos los sentimientos de los demás.

—No, si ya… Pero tío, te juro que no sé qué hacer.

—¿Hacer con qué?

—Con mi hermano. No sé si decírselo y que sepa de qué va su novia y que hable con ella y sopese si le conviene seguir con alguien así.

—Joder, es verdad, ¡menudo marrón!

—Porque imagínate que un día discuten o lo dejan o vete tú a saber qué y la tía esta saca a colación su pequeño escarceo conmigo. Mi hermano se pillaría un rebote que te cagas conmigo. Y no le faltaría razón…

—Pues chica, no sé, deja pasar unos días, hasta que se acaben las fiestas y luego ya verás qué haces…

—Sí, supongo que será eso lo que haga pero, ¡joder!, si supieras la poca gracia que me hace verme en estos dilemas morales…

—Ya me imagino, ya… Bueno, cambiando de tema, ¿qué tal con Carmen?

—Pues la verdad es que muy bien. Creo que es una de las pocas tías normales con las que me he cruzado últimamente y eso ya es decir mucho…

—¿O sea que vais en serio?

—¡Por el amor de Dios, Pedro! ¡Llevamos dos semanas!

—¿Y qué? Hay veces que en dos semanas ya se tienen las cosas claras…

—¡Pues yo no, ya lo sabes! Nos estamos conociendo, lo pasamos bien juntas y punto pelota. Creo que ya es bastante en comparación con mis últimas historias…

—No si ya… Hija, que tienes un curriculum amoroso con más páginas que El Quijote…

—Y también igual de esperpéntico…

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