A través del mar de soles (41 page)

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Authors: Gregory Benford

Tags: #Ciencia ficción, #spanish

BOOK: A través del mar de soles
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Carlos estaba nervioso, sudoroso. Dijo abruptamente:

—Nigel, te dije que eludir al montaje médico no duraría. Mientras estaba en las Cámaras un inventario de sistemas descubrió un ardid, donde te había encubierto. Acaban de desenredarlo y...

—Pensé que era una buena idea traer a Carlos, para que él pudiera explicarlo. — Terció Ted con calma—. No te ha traicionado.

Nigel se encogió de hombros.

—En absoluto culpo a Carlos por esto —dijo Ted con grave seriedad—. Ha sido presionado, como todos sabemos. Te culpo a ti. —Palmeó en el pecho a Nigel—. Vas a hacerte un chequeo completo. Ahora.

Nigel volvió a encogerse de hombros.

—Es bastante justo. —Miró a Nikka y vio que ella estaba pensando lo mismo: con la sangre recién filtrada, podía pasarlo.

Carlos dijo:

—Lo lamento, pero tuve que... Nigel experimentó una oleada de simpatía por el hombre. Le dio unas palmaditas en el hombro.

—Da igual. Olvida toda esta vieja historia, desde antes de que fueses a las Cámaras. —Quería sugerir que sería mejor emprender una nueva vida, olvidando a Nikka y a él mismo, pero entendió que sería erróneo tocar tan pronto ese tema.

Estaba desnudo, por lo que Ted no vio nada inusual en que se retirase para ponerse algo de ropa. En el baño, se bebió una solución de antioxidantes y otros agentes de control, para enmascarar los claros efectos que evidenciaban el procesamiento de la sangre. Al regresar, Carlos se había apaciguado y le estaba explicando a Nikka que se había presentado con éxito para un trabajo en el equipo de tierra en Viruelas.

—Trabajo duro, cierto, pero me permitirá bajar a un planeta. —Se agitó pesadamente, desacostumbrado aún a la molicie de los músculos, aunque ansioso por utilizarlos. Nikka parecía complacida. Nigel se maravilló de lo bien que ocultaba su ansiedad. Si sobrellevaban esto de un modo muy práctico, y las pruebas no eran demasiado exhaustivas, podían solventarlo.

—Vamos —dijo tranquilo—. Tengo trabajo que hacer. Sacad vuestras agujas.

Ted se encaminó con él hacía el centro médico. Ese día, más tarde, iba a haber una reunión de toda la nave, por la red. Ted estaba distraído. Informó a regañadientes de que la última transmisión de la Tierra estaba cuajada de noticias. El telescopio gravitacional había inspeccionado dos sistemas planetarios más. Cada uno poseía un mundo de tamaño terrestre, y alrededor de cada uno orbitaba un Vigilante. Eso llevaba la cuenta a diecinueve mundos del tipo terrestre descubiertos, catorce con Vigilantes, de treinta y siete sistemas solares.

—Supongo que la vida brota en todas partes —dijo Ted—. Pero comete suicidio con similar prontitud.

—Hummm.

—Están muy ajetreados con lo del océano. Todo ocurre al unísono. No están procesando los datos planetarios con velocidad porque este asunto de los Pululantes está...

— ¿Qué asunto?

—Lo anunciaré hoy. Están yendo a tierra. Dando muerte a la gente de alguna forma. Nigel asintió, silencioso.

Le indujeron una especie de estado de sueño difuso para las pruebas. Las ignoró y se dedicó a las noticias de Ted. Era importante comprender este acontecimiento, había una clave enterrada en alguna parte. Pero el sueño lo arrastró hacia abajo.

7

Cuando despertó estaba muerto.

Una negrura extrema, un silencio total. Nada.

Ningún olor. Debería haber el aroma limpio, eficiente de un centro médico.

Ningún murmullo de pasos de fondo. Ningún zumbido de aire acondicionado, ningún susurro lejano de conversaciones. Ningún timbre de teléfono.

No podía sentir nada de la presión de su propio peso. Ninguna fría mesa o sábanas almidonadas le rozaban la piel.

Habían desconectado todos sus nervios externos.

Sintió un ramalazo de temor. Pérdida de los sentidos. Hacer eso requería encontrar los nervios mayores según se enroscaban por la columna. Entonces un técnico médico tenía que separarlos del nudo enmarañado que formaban en la nuca. Una labor delicada.

Le estaban preparando para las Cámaras de Sueño. Aislarlo hasta este punto significaba que le metían en almacenamiento semipermanente. Lo que significaba que no había pasado el examen del montaje médico, ni remotamente.

Pero nunca te metían en la cámara sin avisarte. Hasta la gente con una enfermedad crítica tenía que despedirse, retocar detalles, prepararse en la medida de lo posible.

Lo que significaba que Ted había mentido. Su conducta suave, casual, trayendo a Carlos para desviar la atención de Nigel sobre el otro hombre. Sí, ése era su estilo. Evitar la confrontación, luego actuar drásticamente. Con la Regla de Walmsley desacreditada, su argucia descubierta..., un buen momento para quitarse de encima el perorar molesto, insidioso, de Nigel.

El montaje médico probablemente había sacado a la luz alguna información incriminadora, pero eso, ciertamente, no bastaba para meterle en la cámara sin avisarle. No, tenía que ser un pretexto..., uno al que pudiera dar contestación sólo años más tarde, en la Tierra.

Luchó contra la creciente confusión de su mente. Tenía que explorar esto, pensar.

¿Estaba completamente muerto? Aguardó, dejando que su miedo se disipase.

Concéntrate. Piensa en la quietud, en la inmovilidad...

Sí. Allí.

Experimentó un rumor débil, regular, que podía ser su corazón.

Detrás, como desde muy lejos, venía un aletear de pulmones lento, tenue.

Eso era todo. Sabía que los nervios internos del cuerpo estaban escasamente distribuidos. Proporcionaban sensaciones vagas, indistintas. Pero era suficiente para indicarle que las funciones básicas seguían en activo.

Había una presión sofocada que podía ser la vejiga. No podía captar nada específico de brazos o piernas.

Intentó mover la cabeza. Nada. Ninguna retroalimentación.

¿Un ojo abierto? Negrura únicamente.

La piernas... probó con ambas, confiando en que sólo hubieran desaparecido las sensaciones. Podría ser capaz de detectar una pierna moviéndose por un cambio de presión en alguna parte de su cuerpo.

Ninguna respuesta. Pero, si podía sentir la vejiga, debería haber recibido algo de retorno procedente del peso desplazado de una pierna.

Eso implicaba que su control motriz inferior estaba desconectado.

Le atenazó el pánico. Era una sensación fría, quebradiza. Normalmente, una emoción tan fuerte entrañaría una respiración más honda, unos latidos más fuertes, la contracción de algunos músculos, una premura cosquilleante. No percibió nada de eso. Había sólo un torbellino de pensamientos en conflicto, una inquietante bifurcación en su mente cual un relámpago estival. Esto era ser un ente analítico, una máquina, una matriz móvil de cálculos, carente de enlaces químicos o glandulares.

No habían cesado o, de lo contrario, nunca hubiera vuelto a despertar. Algún técnico había desenchufado. Había apagado algún centro nervioso en alguna parte, utilizando interruptores como cabezas de alfiler, oprimiendo, tal vez, algún filamento de más.

Trabajan en la gran juntura entre el cerebro y la médula espinal, en la base del cráneo. Era como un gran cable, y los técnicos se orientaban mediante análisis retroactivos. Era fácil que las fibras nerviosas microscópicas se embrollasen. Si el técnico estaba trabajando deprisa, pendiente de la hora del café, podía reactivar las funciones cerebrales conscientes y no reparar en ello en el microscopio hasta más tarde.

Tenía que hacer algo.

El pánico extraño, frío, volvió a hacer presa en él. ¿Adrenalina, sobrante de momentos previos? ¿Una respuesta psicológica profunda? Tenía miedo ahora, pero no se daba ninguna sinfonía corporal por respuesta. Sus subsistemas de glándulas estaban fuera de servicio.

No había forma alguna de apreciar cuan rápido pasaba el tiempo. Contó latidos del corazón, pero el ritmo de su pulso dependía de tantos factores...

Vale, entonces. ¿Cuánto tiempo le quedaba? Le constaba que hacían falta horas para desconectar un sistema nervioso, amortiguar las zonas linfáticas, drenar la sangre de residuos. Horas. Y los técnicos delegarían buena parte de la tarea en el automático.

Se apercibió de una tenue sensación de fondo de escalofrío. Pareció extenderse según le prestaba atención, inundando su cuerpo, acarreando una quietud plácida, suave..., un zozobrar..., un resbalar despacio hacia el sueño.

Muy dentro de él, algo dijo no. Se obligó a pensar en la negrura y el frío furtivo. Los técnicos siempre dejaban una vía libre al exterior, a fin de que, si algo iba mal, el paciente pudiese hacer una señal. Era una precaución a tomar en situaciones como ésta.

¿Las pestañas? Probó con ellas, no sintió nada. ¿La boca? Igual.

Se puso a pensar en los pasos necesarios para formar una palabra. Constreñir la garganta. Expulsar el aire a un ritmo más rápido. Mover la lengua y los labios. Nada.

Ningún leve murmullo resonando en las cavidades de los senos para indicarle que los músculos funcionaban, que el aliento hacía vibrar las cuerdas vocales.

El método más fácil de meterte en la cámara era anular toda una sección del cuerpo. Debía de ser eso lo que estaba ocurriendo. Exacto. La cabeza bloqueada, las piernas bloqueadas. Los pies inertes, también. Y los genitales, pensó Nigel con ironía, no estaban bajo control consciente ni en los mejores momentos.

Los brazos, pues. Probó con el izquierdo. Ninguna variación de presiones internas por respuesta. Pero ¿cuan grande sería el efecto? Podía tener la mano levantada en el aire, y no lo sabría nunca. Intenta con el derecho. De nuevo, no había manera de apreciar si...

No, espera. Una sensación difusa de algo...

Procura recordar qué músculos hay que mover. Había ido por la vida con una retroacción inmediata de cada fibra, andándole a su cuerpo, cada gesto sugiriendo el siguiente. Ahora tenía que analizar con precisión.

¿Cómo hacía que se alzara el brazo? Los músculos se contraían para tirar en un extremo del brazo y el hombro. Otros se relajaban para dejar que éste oscilara. Lo intentó.

¿Era aquello un peso por respuesta? Liviano, demasiado liviano. Tal vez fuese su imaginación.

El brazo derecho podía estar proyectándose para arriba, y él no lo sabría. Los asistentes lo verían, empero, y acudirían a él, preguntarían qué estaba pasando... a menos que no estuviesen por aquí. A menos que hubiesen salido a tomar café, dejando al cuerpo viejo y marchito sumiéndose gradualmente en un éxtasis a largo plazo, con el montaje médico comprobado para cerciorarse de que nada fallaba en la avejentada carcasa...

Supón que el brazo funciona. Aunque alguien lo viera, ¿era eso lo que quería? Si volvían a animar su cabeza, ¿qué haría? ¿Demandar sus derechos? Ted, indudablemente, había previsto esa coyuntura. Con toda seguridad los asistentes tenían órdenes de meterle en una cámara, sin importar lo que dijera.
Por su propio bien, ya sabéis.

Desesperado, detuvo su concentración, obligó a los músculos a quedar fláccidos repentinamente.

Y fue recompensado con un
tump
por respuesta.

Había golpeado la mesa. Bien, funcionaba.

Esperó. Nada le llegó en la negrura. Ningún asistente vino presuroso a corregir el error.

Probablemente estaba solo. ¿Dónde?

No en una cámara, de lo contrario no hubiera sido capaz de pensar con claridad. En la mesa de operaciones de un montaje médico, pues.

Intentó recordar la disposición. Las terminales de acceso estaban a ambos lados, monitorizando el cuerpo. Así que, tal vez, si se extendía, la mano derecha podía alcanzar la mitad de los conmutadores de entrada.

Se concentró y volvió a levantar el brazo. Probablemente la mano funcionaba; habría sido demasiado complicado desconectarla mientras que el brazo continuaba animado. Hizo memoria meticulosamente, bajó el brazo, girándolo...

Un golpe. ¿Alguien aproximándose? No, demasiado cerca. El brazo había fallado.

El equilibrio iba a ser difícil. Practicó girando el brazo sin levantarlo. No había forma de saber si tenía éxito, pero algunos movimientos parecían correctos, familiares, en tanto que otros no. Procedía sin retroacción, tratando de suscitar la sensación exacta de girar el brazo. Inclinándolo hacia el lado, sobre el borde. Moviendo los dedos.

Se detuvo. Si golpeaba el control equivocado podía desactivar el brazo. Sin nervios externos, no había modo de apreciar si estaba haciendo lo apropiado.

Pura suerte. De haber sido capaz, Nigel se hubiera encogido de hombros.

Qué demonios.

Probó fortuna con los dedos estirados. Nada.

Manipuló y, de alguna forma, tuvo la certeza mediante pautas indiferenciadas, de que sus dedos estaban tocando el costado de la mesa.

La certidumbre venía de abajo, una sensación holística de alguna índole que procedía de la fina trama de nervios que tenía en su interior. El cuerpo no podía ser completamente separado en pedazos; la información se propagaba, y el riñón, el hígado, los intestinos enmudecidos sabían de alguna difusa manera lo que sucedía en el exterior.

Una tenue presión por respuesta le indicó que sus dedos se habían cerrado sobre algo, apretándolo. Hizo que los dedos girasen.

Nada ocurrió. No era un mando. ¿Un botón?

Probó para abajo. En las cavidades de los senos experimentó ligeras sacudidas. Debía de estar golpeando la mesa con fuerza, para hacer eso. Sin retroacción no había forma de juzgar la potencia. Aporreó, una sacudida. De nuevo. De nuevo.

Un frío temblor recorrió su pantorrilla derecha. Lo inundó el dolor. Su pierna sufrió espasmos. Trepidaba sobre la mesa, golpeando el montaje médico. La súbita avalancha de sensaciones le dejó atónito. En la impetuosa avalancha apenas podía distinguir el dolor del placer.

La pierna golpeaba la mesa como un animal frenético. Su sistema autónomo estaba procurando mantener la temperatura corporal con espasmos musculares, absorbiendo la energía del azúcar restante en los tejidos. Una reacción normal; ése era un motivo por el que estaba desconectado. Pero había activado una red neural, ésa era la cuestión. Golpeó ciegamente con los dedos de nuevo.

Frío en aumento en su sección media. De nuevo.

Más frío, ahora en el pie derecho. De nuevo.

Una picazón en los labios, en las mejillas. Aunque no eran sensaciones plenas; no podía percibir el pecho ni los brazos. Empezó a presionar otro botón y, seguidamente, se detuvo, reflexionando.

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