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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Adicción (11 page)

BOOK: Adicción
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—No puedo pasarme otros seis meses sin verte —murmuró Lucas con la boca pegada a mi pelo—. Tenemos que vernos pronto.

—Cuando quieras, ya lo sabes. Envíame un correo electrónico. Puedo darte mi cuenta de Hotmail. No creo que la señora Bethany tenga la contraseña.

—No dará resultado. No nos dejan tener ordenadores portátiles ni nada parecido, no desde hace tres años, cuando nos sorprendieron un par de vampiros que habían aprendido a piratear la red. —Lucas suspiró—. Podría intentar ir a la biblioteca de vez en cuando, pero nunca sé cuándo van a ponernos en aislamiento. Cuando eso ocurre, tenemos que quedarnos en la base y no podemos salir bajo ningún concepto.

—Entonces, ¿cómo se supone que vamos a vernos?

—Concertaremos cada cita sobre la marcha. Esta vez decidimos dónde nos vemos la próxima. La próxima, decidimos la siguiente. Y acudimos a la cita. Pase lo que pase. No podemos fallar.

—Sé que podemos hacerlo. Y el mes próximo nos viene que ni pintado —dije. Cuando Lucas me miró sin comprender, le di un suave puñetazo en el hombro—. Riverton. Medianoche tiene programado un fin de semana en Riverton en noviembre. ¿Te acuerdas?

—Por supuesto; es perfecto. —Lucas sonrió encantado con la idea y luego vaciló—. Va a haber mucha gente que puede reconocerme.

—No si nos citamos en un sitio apartado. ¿Qué te parece en la orilla del río? A nadie se le va a ocurrir pasearse por ahí salvo a Vic, y si Vic te ve, no va a ser el fin del mundo.

—Preferiría mantener a Vic al margen de todo esto por su propio bien, pero, sí, podemos hacerlo. Además, lo más probable es que se quede en el restaurante.

Encantada con nuestra solución, volví a besarlo. Lucas me tuvo abrazada durante varios largos minutos. Ojalá pudiéramos pasar mas tiempo a solas… ¿Habría algún sitio en Riverton? Tendría que pensar en algo.

La niebla se había espesado incluso más y supe que la noche estaba al caer.

—Tengo que irme —dije—. Debería haberlo hecho hace un rato.

—Anda, date prisa. Esto no es una despedida, no por mucho tiempo.

Nos besamos una vez más y él me puso una mano en el corazón. Yo me estremecí, pero, no sé cómo, logré apartarme de él, bajar de la camioneta y echar a correr. A mis espaldas, oí el motor poniéndose en marcha, las ruedas alejándose.

«Se ha ido». El corazón me dolía y dejé de correr para mirar atrás mientras las luces traseras de la camioneta se perdían en la niebla.

Detrás de mí, una voz grave dijo:

—Supongo que no tengo que preguntarte quién era.

Di media vuelta y me encontré con Balthazar.

Capítulo ocho

M
e habían pillado.

Balthazar estaba delante de mí, con los brazos cruzados sobre el pecho. Con su envergadura imponía tanto como los robles del bosque. Se me cayó el alma a los pies.

—Pu-puedo explicártelo.

—No hace falta. —Balthazar se fijó en el broche negro de piedra tallada que aún llevaba prendido en el jersey. Estaba segura de que había deducido que me lo había regalado Lucas. Yo no me lo había quitado en todo el curso pasado—. ¿Habéis estado juntos todo este tiempo?

—¡No es asunto tuyo! —Respirando hondo, intenté mantenerlo calma—. Te prometo que no le he contado nada de nosotros que él no supiera. Ya no está haciendo de espía para la Cruz Negra.

—¿Como hizo el curso pasado?

Por desgracia, tenía razón.

—Tú no lo entiendes. Lucas no quería mentirme. Lo enviaron aquí en una misión…

—Una misión que él llevó a cabo, y no le importó tener que utilizarte para conseguirlo. —Balthazar exhaló bruscamente, como si tuviera algún dolor físico—. No estoy enfadado contigo, Bianca. Tú… tú estás enamorada por primera vez en tu vida y no ves con claridad.

—Balthazar, por favor, escúchame.

Él se irguió con la mirada abstraída y resoluta.

—Yo me ocuparé de esto. Todos nos ocuparemos.

Se me heló la sangre.

—¿A quién te refieres con «todos»?

—A las personas que te queremos de verdad.

Fue a darse la vuelta, pero yo lo agarré por el brazo para impedírselo.

—No se lo puedes decir a mis padres. No se lo puedes decir a nadie.

Balthazar me puso las manos en los hombros como si estuviera consolándome en lugar de destruyéndome.

—Algún día comprenderás que lo hice por tu bien.

¡Por mi bien! Cada vez que alguien me había dicho aquello no tenía ni idea de cuál era realmente «mi bien». Lo empujé con tanta fuerza que él retrocedió un par de pasos.

—Estás celoso, por eso lo haces.

Incluso antes de terminar, supe que era mentira. La única respuesta de Balthazar fue echar a andar hacia Medianoche.

Corrí a su lado respirando entrecortadamente. Las ramas se partieron a nuestro paso. Por encima de mí, oí pájaros alzando el vuelo alarmados, batiendo pesadamente las alas.

—No es lo que crees. Lucas me quiere. Quiere estar conmigo y nos da igual ser… distintos. Eso no tiene que ser importante, no si nos queremos lo suficiente.

—Es la primera estupidez que te oigo decir desde que te conozco, y espero que sea la última. —Balthazar apartó una rama baja de pino para que yo pudiera pasar, aunque se negó a mirarme directamente a los ojos—. Si él fuera cualquier otro humano, algún alumno de Medianoche, ¿crees que me importaría?

—Sí. —Balthazar podía no estar haciendo aquello por celos, pero eso no significaba que no los tuviera.

Se detuvo. La niebla perfiló su silueta.

—Está bien. Me importaría fuera quien fuera. Pero no me entrometería, ni tampoco lo haría nadie más. Lucas no es un chico cualquiera. Es un miembro de la Cruz Negra, lo cual significa que está loco por destruirnos. No se puede confiar en él.

—¡Tú no lo conoces! —grité. Ya no me importaba que me oyeran; no, estando Balthazar a punto de contarlo todo. Quise darle un puñetazo en la cara. Quise llorar hasta que él me consolara. Deseé estar en clase de esgrima para tener una espada a mano. Todo estaba a punto de estropearse para siempre, y me sentía tan enfadada y asustada que no podía pensar con claridad—. ¡No sabes lo que hizo anoche!

Balthazar me miró de arriba abajo, y yo fui tremendamente consciente de mi falda arrugada y mi pelo, aún despeinado después de haber estado besuqueándome con Lucas.

—Me lo imagino.

—¡Me ayudó a salvar a una vampira! Salvarla, Balthazar. Los otros le habrían hecho daño, pero Lucas no se lo hizo. Me escuchó. Era la vampira más joven que he visto en mi vida, casi una niña, pálida y andrajosa, era imposible que no te diera lástima, y a Lucas le dio lástima, ¡sé que se la dio!

Balthazar se paró en seco. Se volvió lentamente hacia mí y la expresión de su cara estaba tan cambiada que al principio apenas lo reconocí.

—¿La más joven que has visto en tu vida?

«¿Por qué ha sido eso lo que le ha sorprendido de todo lo que he dicho?».

—Sí.

—¿Qué aspecto tenía?

—Hum, pelo rubio, bastante rizado, pero lo importante es que Lucas la ayudó a huir de la Cruz Negra. Ahora lo comprende, ¿entiendes?

—Dime exactamente qué aspecto tenía la vampira.

—¡Acabo de hacerlo!

—Bianca —dijo con la voz rota—. Por favor.

No pude obviar su desesperación. Despacio, cerré los ojos e intenté recordar el momento en que la vampira y yo cruzamos la plaza cogidas del brazo. Describí su joven rostro acorazonado, sus ojos castaños, y el color trigueño de sus cabellos. Balthazar no cambió de cara hasta que mencioné la mancha de nacimiento violácea que la vampira tenía en la garganta. En ese momento abrió ligeramente la boca y susurró:

—Ha vuelto.

—Un momento… ¿La conoces?

Él asintió y entonces ya no pudo seguir mirándome a los ojos. Parecía tan aturdido y triste que el enfado se me pasó de inmediato.

—Balthazar, ¿quién es?

—Charity.

El nombre me evocó instantáneamente un recuerdo: la Navidad pasada, Balthazar y yo caminando por la nieve entre los acebos mientras él me hablaba de la vida que había perdido hacía ya tanto tiempo. Me había mencionado a la persona que más añoraba.

—Charity. ¿Te refieres a tu hermana? —Pensaba que en aquel paseo por la nieve me había contado sus secretos más hondos, pero no me lo había dicho todo. No había dado a entender que su querida hermana había sido transformada en vampira junto con él—. ¿Era ella?

Balthazar no me respondió. Pensé que a lo mejor no podía. Cuando se puso a andar con paso lento y vacilante, dijo ásperamente:

—No se lo digas a nadie.

—Vale. Te lo prometo. —Con retraso, recordé que también yo tenía un secreto—. Tú tampoco lo contarás, ¿no?

Él no dijo ni que sí ni que no, pero supe que no contaría a nadie lo que ambos habíamos descubierto esa noche. Me quedé viéndolo alejarse durante mucho rato, demasiado aturdida por la sorpresa y el alivio para hacer nada más. Luego respiré hondo y corrí hacia el internado, sin dejar de pensar en cómo describiría a Raquel una lluvia de meteoritos que en realidad no había visto.

Raquel se tragó mi historia de cabo a rabo. Ni siquiera me hizo muchas preguntas, lo cual fue un alivio, pero, extrañamente, un poco decepcionante. De hecho, estaba bastante segura de no haber dejado ningún cabo suelto hasta la cena del domingo por la noche con mis padres, cuando mi madre preguntó distraídamente dónde me había metido el sábado por la tarde —me habían estado buscando—. Yo les di la primera excusa que se me ocurrió, que estaba remotamente relacionada con la verdad.

Resultó ser la peor excusa que se me podría haber ocurrido, porque a mis padres les encantó.

—Paseando por el bosque con Balthazar, ¿eh? —Mi padre ponía especial énfasis en todas sus preguntas, lo cual hacía reír a mi madre. Les ponía un poco de su acento inglés ya casi desaparecido, al estilo de Sherlock Holmes, para lograr un efecto cómico—. Y dime, ¿qué hace una jovencita hablando con Balthazar Moore hasta las tantas?

—No estuvimos hasta las tantas. —Unté mi panecillo con mantequilla, sirviéndome ávidamente los alimentos que mis padres habían cocinado para mí. La sangre me sentó incluso mejor que la comida. Había tenido que pasarme medio fin de semana sin ella, por lo que me bebí un vaso detrás de otro—. Es personal, ¿vale? Por favor, no le preguntéis por eso ni por nada.

—Está bien —dijo mi madre en tono tranquilizador—. Nos alegramos de volver a tenerte en casa.

Cuando alcé la cabeza del plato para mirar a mis padres, los dos me estaban sonriendo con tanto cariño, tanto agradecimiento, que apenas fui capaz de contenerme para no abrazarlos y disculparme por haberles mentido. Pero me quedé donde estaba. El recuerdo de Lucas bastó para convencerme de que había secretos que valía la pena guardar.

Al cabo de unas semanas volvería a verlo. Ya había desgastado todos nuestros viejos recuerdos, imaginándome en ellos. Ahora tenía recuerdos nuevos, besos y risas que podía recordar por primera vez, y me sentía como si me estuviera volviendo a enamorar. En los días siguientes, debería haber estado en el paraíso.

Pero una pregunta se cernía sobre mí amenazadora como un nubarrón de tormenta: ¿lo contaría a alguien Balthazar? Yo sabía que quería mantener a Charity en secreto. Pero la señora Bethany debía de haberla conocido cuando estuvo en la Academia Medianoche. ¿Hasta qué punto era su hermana un secreto? Si a eso se sumaba lo mucho que Balthazar odiaba a Lucas, no estaba tan segura de que nuestro pacto fuera a durar mucho.

Observaba la cara de Balthazar todos los días: en Literatura, mientras la señora Bethany describía las motivaciones de Macbeth; en Esgrima, mientras él se batía con el profesor para enseñarnos cómo se hacía; o en los pasillos, cuando nos cruzábamos. Jamás me devolvía la mirada, parecía haber dejado de fijarse en los demás. El mismo chico que antes siempre era el primero en saludar y abrir la puerta a los demás era el que ahora transitaba por los pasillos como un sonámbulo, con paso incierto y la mirada extraviada.

—Ese tío está colgadísimo —dijo un día Vic cuando nos cruzamos con Balthazar en el gran vestíbulo.

—No creo que esté tomando nada.

—No me refería a eso. Si se metiera algo, probablemente se lo estaría pasando mejor, ¿no? —Vic se encogió de hombros—. Balty no parece estar divirtiéndose nada. Parece que no sepa lo que es eso, a menos que la propia diversión se ponga a dar saltos en sus narices y a gritarle: «Yo soy la diversión».

Tardé un par de segundos en procesar sus palabras.

—Sí que parece triste, ¿verdad?

—No está bien, eso seguro. —Vic se retiró el largo flequillo rubio de la frente y chasqueó los dedos—. Oye, lo invitaré al próximo pase de DVD. Será una sesión doble,
Matrix
y
El club de la lucha
, y hablaremos de cazadoras de cuero y de los males de la hegemonía corporativa. ¿Crees que le gustará?

—¿A quién no? —Me propuse buscar la palabra «hegemonía» en el diccionario. Durante un tiempo, había creído que Vic no era ninguna lumbrera, pero ahora sabía que no era así. Pese a la poca importancia que daba a los detalles, sabía más de más temas que prácticamente cualquier otro de mis amigos.

Balthazar me importaba como amigo, y verlo así de triste me angustiaba. Pero mentiría si dijera que la principal razón de que estuviera angustiada era mi preocupación por él. Era demasiado egoísta para eso. Cada vez que lo veía tan perdido y tenso, no podía evitar pensar: «Va a contarlo».

La taciturna tristeza de Balthazar duró más de una semana, hasta la primera práctica de coche.

En la Academia Medianoche, había dos tipos de clases de conducción. Uno era para los alumnos humanos, quienes probablemente estaban familiarizados con los automóviles modernos y quizá conducían los coches de sus padres en casa, y otro para los vampiros, algunos de los cuales conducían regularmente desde que se inventaron los automóviles, otros que nunca se habían puesto al volante y cuyas experiencias enormemente desiguales era mejor ocultar a los humanos. Lo propio habría sido que me pusieran con los alumnos humanos, pero, en cambio, me colocaron con los vampiros, quizá por la preocupación de mis padres de que no me estuviera relacionando con la «gente adecuada».

—No entiendo por qué ahora todos los coches necesitan ordenador —se quejó Courtney mientras buscaba a tientas la varilla del intermitente—. En serio, ¿qué sentido tiene? No estoy haciendo matemáticas mientras conduzco.

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