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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos II: Eclipse Jedi (17 page)

BOOK: Agentes del caos II: Eclipse Jedi
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—Si no recuerdo mal —dijo a Karrde—, la última vez que nos vimos fue en Erwithat. Buscabais a Jorj Cardas, y Shada y tú solicitasteis un salvoconducto para el sector de Kathol. Te lo conseguí para saldar una deuda anterior contraída con tu ex compañera, Mara Jade. Estamos en paz. Te lo recuerdo por si esperas algún favor de mí, como la entrega de nuestro producto en los sistemas estelares que has mencionado.

Miró a Kyp Durron y a Ganner Rhysode antes de dedicar una sonrisa a Karrde.

—Aclarada la situación, ¿por qué has venido, Talon? Y no me mientas diciéndome que has pensado en serio meterte en el negocio de la especia.

—Agradezco tu franqueza, Crev —aceptó, mirándolo fijamente a los ojos—. La verdad es que los yuuzhan vong han cambiado la forma de hacer negocios de todos nosotros. La mayoría de los jugadores seguimos siendo los mismos, pero las reglas del juego han cambiado. En el Borde, los imperiales combaten junto a las fuerzas de la Nueva República. Los viejos enemigos dejan de lado sus diferencias para unirse en una causa común. Hasta los hutt se han visto obligados a ceder parte de su territorio para evitar una guerra que podría aniquilarlos.

Bombaasa volvió a centrarse en el Jedi.

—Sí, lo único bueno que nos ha traído esta guerra es que Kyp Durron tiene algo más para distraerse aparte de perseguir contrabandistas. —Hizo una breve pausa para mirar de reojo a los compañeros de Karrde, y después suspiró—. Pensé que tu amigo reaccionaría ante esto, pero ya veo que no es momento para ironías.

—Puedes reírte cuanto quieras —cortó Kyp.

—Puedo reírme cuanto quiera —repitió monótonamente Bombaasa. Se dio unos golpecitos en la cabeza, teatralmente—. ¿Alguien aquí dentro me ha hecho decir eso?

Ganner tocó suavemente el brazo de Kyp para tranquilizarlo. Bombaasa miró a los dos Jedi e hizo con la cabeza un gesto de asentimiento a Karrde.

—Tienes razón, Talon, las reglas del juego han cambiado. El problema es si los jugadores como tú y yo podemos seguir jugando o si estamos eliminados de la partida.

—Habla por ti, Crev. Yo sigo en la partida.

Bombaasa respiró hondo.

—Soy un hombre práctico, Talon. Sólo deseo sobrevivir… y en las mejores condiciones posibles para mí. Tú has tomado una decisión, ¿qué tal si me cuentas lo que tienes en mente?

Los ojos de Karrde se estrecharon.

—No estás enviando cargamentos a Tynna, Bothawui y Corellia.

—Cierto —Bombaasa entrecruzó los dedos y dejó que sus manos descansaran sobre su prominente barriga—. Y alabo tu perspicacia al elegir los sistemas donde hemos suspendido temporalmente nuestras operaciones.

—Los yuuzhan vong están en el espacio hutt —siguió Karrde—. Ya han atacado Gyndine. Así que resulta razonable suponer que evitas las zonas potencialmente conflictivas.

—Muy perspicaz nuevamente. ¿Por qué arriesgar nuestros embarques enviándolos a un sector espacial en disputa? Sería peligroso incluso para los hombres y las naves que los transportasen.

—Entonces, ¿estás siendo simplemente precavido… o estás siguiendo órdenes de los hutt?

Bombaasa contempló atentamente el techo.

—Digamos que, en la coyuntura actual, los hutt están en buena posición para saber qué sectores espaciales pueden ser peligrosos.

—Eso pensaba. ¿Y cómo justificarás esta conversación ante Borga?

—Le explicaré lo que ha ocurrido —replicó Bombaasa encogiendo los hombros con esfuerzo—: Talon Karrde quería que le entregáramos nuestro producto en los sectores prohibidos y no conseguimos llegar a un acuerdo. —Su rostro volvió a tornarse irónico—. De todas formas, Borga sabía que esto pasaría tarde o temprano.

—¿Está apostando por ambos bandos?

—Intenta no perder.

—No olvidaré esto, Crev —aseguró Karrde sin poder contener una sonrisa.

Bombaasa apoyó la barbilla en sus entrelazados dedos.

Entonces, cuéntaselo a tus amigos… para que sepan de qué lado estoy.

Cuenta con ello —dijo Karrde—. Puede que algún día, todos nosotros…, contrabandistas, informantes, piratas y mercenarios…, tengamos que trabajar juntos. Y esto me parece un buen principio.

La nave
Guardería
orbitaba sobre el planeta Ando. En el hangar de atraque, similar a una gruta, el comandante Chine-kal y el Sacerdote Moorsh daban la bienvenida a Randa Besadii Diori. Los primeros en salir del yate espacial ubrikkiano procedentes de Ando fueron el twi’leko del joven hutt y los criados rodianos, seguidos por los guardaespaldas aqualish, con su aspecto humanoide y sus enormes colmillos. Sólo entonces apareció Rada, impulsado por su musculosa cola, sonriendo ampliamente y sintiéndose como en su propia casa dentro de aquel espacio cavernoso y poco iluminado.

—Veo que les gusta tanto la penumbra como a nosotros, los hutt —dijo Randa a Chine-kal tras la protocolaria sesión de saludos y presentaciones. El comandante le sonrió amistosamente.

—Preferimos la oscuridad… cuando conviene a nuestros propósitos. Randa atribuyó la ambigüedad del comentario a la inexperiencia del traductor del yuuzhan vong.

—Tendría que venir a Nal Hutta y visitar el palacio de mi padre, comandante. Estoy seguro que lo encontraría de su gusto.

—Hemos oído hablar mucho de él, joven hutt —reconoció Chine-kal con una sonrisa de cortesía—. El comandante Malik Carr quedó muy impresionado.

—Como Borga con Malik Carr —replicó Randa con elegancia—. Estoy ansioso por saber todo lo posible sobre sus operaciones para que los hutt podamos atender a sus necesidades. —Sus saltones ojos negros desaparecieron brevemente tras las membranas que los mantenían humedecidos—. Con tantos mundos cayendo ante su potencia superior, la tarea de transportar cautivos debe de ser cada vez más pesada.

—Y nos distrae de nuestro principal objetivo —concedió Chine-kal—. Por eso estamos tan ansiosos por instruirlos, como ustedes por aprender.

—Entonces, cuanto antes empecemos, mejor —sentenció Randa—. Pero quizá antes pueda indicarme mis habitaciones para que pueda refrescarme y descansar del viaje.

—Le hemos preparado un aposento especial, Randa Besadii Diori —intervino el Sacerdote—. Y hemos pensado en presentarle al pasajero más importante de la nave.

—Me sentiré muy honrado —aceptó Randa, uniendo las manos en gesto de respeto.

Chine-kal lanzó una brusca orden a sus guardias, que se golpearon los hombros con sus puños opuestos y se colocaron en formación de escolta. La mitad precedió a los invitados a través de un pórtico en forma de iris que se abrió en el mamparo biótico de la bodega, mientras el resto se situaba tras Randa y su séquito.

Se internaron en la nave pasando de un módulo al siguiente, ascendiendo en ocasiones gracias a las propias cubiertas, que se elevaban como si fueran una lengua que quisiera tocar el paladar de la boca. La iluminación variaba, pero la bioluminiscencia que raramente emanaba de los muros proporcionaba una luz más que débil. Lo que aumentó progresivamente fue cierto olor acre que, si bien no era desagradable, tendía a irritar las fosas nasales y a provocar mucosidad y lagrimeo. Randa, por supuesto, encontraba aquellas condiciones ambientales de lo más agradables.

Chine-kal detuvo la procesión en el vientre de la nave y dirigió la atención de Randa hacia una abertura en el mamparo membranoso que permitía una visión panorámica de la sala adyacente. Bajo ellos, en el centro en un tanque redondo lleno de líquido almibarado, flotaba una forma de vida tentacular que sólo podía haber sido creada por los yuuzhan vong. Varias docenas de cautivos compartían el tanque con la criatura, y la asistían solícitamente, sumergidos en el líquido, unos hasta la rodilla y otros hasta el hombro. Unos cuantos eran acariciados por los tentáculos, y, uno de ellos, un humano, parecía completamente entrelazado por dos de los apéndices más delgados.

Randa se descubrió pensando que a ciertos miembros del clan Desilijic les gustaba encadenar a sus bailarinas o sirvientes…, incluso a ellos mismos. Sus ojos se vieron atraídos por el humano que abrazaba la criatura. Viendo a los seres que se encontraban cerca de él, Randa se volvió excitado hacia su mayordomo twi’leko.

—¿Ésos son ryn? —preguntó, señalándolos con uno de sus rechonchos brazos.

El twi’leko asintió con la cabeza.

—Sí, excelencia, creo que son ryn.

Chine-kal había seguido el intercambio de palabras y pidió una traducción.

—¿Hay algo que le llame la atención, joven hutt?

—Sí, comandante. Ha capturado especímenes de una rara especie.

—¿A quién se refiere?

—¿Ve al humano que tanto parece interesar a su criatura?

Chine-kal miró hacia el yammosk y sus sirvientes cautivos.

—El llamado Keyn, sí.

—¿Y ve a los bípedos de morro afilado que se encuentran a su lado y frente a él? —siguió preguntando Randa—. ¿Y allí, junto al tentáculo adyacente? Son ryn, una especie interesante y entretenida, muy apreciada por los hutt, aunque denostada por muchos otros.

—¿Apreciada por qué?

—Son famosos por su habilidad para el canto y la danza, pero su verdadero talento es el de la adivinación.

Chine-kal esperó la traducción y después se giró hacia Moorsh.

—¿Era consciente de eso?

—No, comandante —negó el Sacerdote.

Chine-kal volvió a Randa.

—¿Dice que son adivinos?

—Y bastante astutos.

—¿Qué técnica utilizan?

—Varias. Dicen que pueden leer el futuro en las rayas de las manos, los abultamientos de las cabezas o el color de los ojos. A veces utilizan un mazo de naipes que se rumorea crearon ellos mismos.

—Dicen, se rumorea… ¿Quiere decir que no ha tenido ninguna experiencia personal con ellos?

—Tristemente, no —sonrió Randa—, pero quizá usted pueda relevarlos temporalmente de sus deberes y juzgarlo usted mismo. Al fin y al cabo, su criatura parece mostrar poco interés por ellos.

—Confieso que ha despertado mi curiosidad —dijo Moorsh en respuesta a la mirada interrogante de Chine-kal.

El comandante asintió y se volvió hacia uno de los guardias.

—Lleve a esos seis ryn a los aposentos del joven hutt.

Capítulo 11

El mar era una superficie de agitado verde escarchado con puntillas blancas, deslumbrante bajo la luz del sol del amanecer, y se perdía en el horizonte que Leia tenía a ambos lados y ante ella. A su espalda se alzaban las espirales rocosas y los imponentes parapetos de la Fortaleza del Arrecife, la mansión veraniega de la familia real hapana y su refugio en tiempos de crisis. La brisa era fresca, y Leia se abrazó a sí misma dentro de la envoltura azul oscuro de su larga capa. Dio media vuelta y paseó la mirada por la costa y los rompientes de piedra negra donde batían las olas, mirando la majestuosa fortaleza, un androide que recogía bayas silvestres y, más cerca, a Olmahk acompañado de los visitantes que llegaron al alba en un yate-dragón para presenciar el duelo entre Isolder y Beed Thane.

El arconte de Vergill y sus padrinos se reunieron en el cuadrado de exuberante césped que iba a servir como escenario de la contienda. Como ofendido y públicamente deshonrado por la bofetada de Isolder, Thane había elegido sus armas de un amplio surtido que lo incluía todo, desde vibrocuchillas a láseres deportivos. No obstante, el lugar fue elegido por Isolder, que había pasado la noche en la Fortaleza del Arrecife junto a Teneniel Djo, Tenel Ka, Ta’a Chume, Leia y un mínimo personal de consejeros y criados.

Aunque se acercaba la hora pactada, aún no habían aparecido Isolder y su segundo, el retirado capitán Astarta. Claramente inquieta por esa falta de etiqueta, Tenel Ka era incapaz de seguir quieta un segundo más.

Leia podía sentir claramente la agitación de la joven Jedi a través del prado que las separaba. Fue en esta misma fortaleza donde Jacen, Jaina, Lowbacca —el sobrino de Chewie— y ella se enfrentaron a las algas carnívoras y a los asesinos de Bartokk para desenmascarar al embajador Yfra, que planeaba derrocar a la monarquía. También fue aquí donde Tenel Ka aceptó finalmente la accidental mutilación sufrida a manos de Jacen, prefiriendo conservar el muñón a colocarse una prótesis… hasta para nadar.

Mientras los recuerdos de lo que Jacen le contó sobre aquel incidente eran sustituidos por las preocupaciones actuales, Leia vio cómo Tenel Ka contemplaba fijamente los senderos orillados de setos que ascendían hasta la fortaleza y se dirigía rápidamente hacia ellos. Un instante después, Ta’a Chume apareció por el camino natural que desembocaba en el prado, con su encanecido pelo castaño-rojizo cayendo por debajo de una gorra cónica en la que había cosido un triángulo de vaporosa tela blanca que velaba la parte inferior de su rostro. A pesar de los denodados esfuerzos de Tenel Ka en beneficio de la monarquía hapana, la antigua matriarca se negaba a perdonar la decisión de su nieta de abrazar la vida Jedi en lugar de convertirse en la futura reina madre.

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