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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos II: Eclipse Jedi (27 page)

BOOK: Agentes del caos II: Eclipse Jedi
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Todavía tenía que pasar algún tiempo en privado con el príncipe y, si fuera por ella, lo evitaría. Había temido desde el principio que Isolder interpretase equivocadamente la naturaleza de la misión que la había llevado hasta Hapes, y que Ta’a Chume le dijera que ella habría sido una esposa ideal para el príncipe sólo contribuyó a que las cosas se volvieran aún más extrañas y complicadas. El destino de la galaxia ya no se decidía en intrigas cortesanas, y Leia no quería formar parte de las intrigas de los hapanos.

Estaba atrapada en el pasado, en un remolino de recuerdos casi olvidados, anhelando más que nunca recibir noticias de Han. Sabía que Jaina estaba con el Escuadrón Pícaro, y que Anakin y Jacen se dirigían al sistema corelliano, si es que no estaban ya allí, pero no tenía ni idea de dónde estaba Han. Irrumpía en sus pensamientos incontables veces al día, desorganizándolos rápidamente. Pero no veía al Han de los últimos meses, sino al sinvergüenza del que se enamoró poco a poco, el Han que estuvo a punto de ser condecorado por su actuación en la Batalla de Yavin, el Han que le hizo su primera declaración de amor con una respuesta al mismo tiempo sincera y engreída, el Han que se quedó sin habla al descubrir que Luke era hermano de ella…

Aunque su reputación podría verse menoscabada si Han demostraba estar preocupado por ella, no había excusa para su continuo silencio, y Leia estaba tan furiosa como angustiada por él.

Un nuevo rugido llenó la sala.

Leia vio que Isolder estaba parado ante los delegados. Al igual que Thane, el príncipe parecía disfrutar con la mezcla de aprecio y condena que recibió su llegada, con su cara hinchada por los golpes y un brazo vendado.

No hay tratamiento de bacta para la realeza de Hapes,
pensó Leia.

—Todos los que han querido dar su opinión sobre la posible ayuda del Consorcio a la Nueva República han sido escuchados —empezó Isolder cuando los gritos se calmaron—. Está claro que no tenemos consenso en este tema y la votación estará muy igualada. En todo caso, la decisión de ir a la guerra nunca es fácil, y hoy, esa decisión será aún más difícil porque la guerra no nos amenaza directamente. Pero tened presente el consejo de la embajadora Organa Solo. Esta aparente seguridad no durará. La luz que hoy brilla en el Consorcio bien podría eclipsarse mañana, y las batallas que hoy podemos evitar, habrá que librarlas mañana, y quizá librarlas solos. No pienso repetir los muchos argumentos que ya hemos oído, atacando una posición o defendiendo la otra. Sólo os pido que todos y cada uno de vosotros deje a un lado la política y vote en nombre de aquellos a los que representáis. Ése es nuestro compromiso, así que votemos según nuestra propia conciencia para cumplirlo.

El proceso era meticulosamente exasperante. Teneniel Djo y sus sirvientes siguieron desde una balconada la votación personal, no electrónica, con los representantes de cada Casa exhibiendo su mejor oratoria y su caligrafía más barroca. Los votos —a veces largas misivas— eran leídos y contabilizados por un conjunto de jueces y después llevados hasta el balcón real en un pergamino de fibra natural que era colocado sobre un enorme almohadón de brillante seda.

La propia reina madre leyó el resultado final.

—Por treinta y dos votos a favor y treinta y uno en contra, el Consorcio jura ayudar a la Nueva República en su justa y decisiva guerra contra los yuuzhan vong.

Los partidarios de Isolder aplaudieron y los detractores abuchearon. Pasó bastante tiempo antes de que Teneniel Djo pudiera restaurar el orden.

—La votación ha concluido —anunció por fin—. Ahora os pido que apartemos nuestras diferencias y aceptemos el resultado según la ley para que podamos afrontar estos trascendentales momentos con espíritu de unión.

El murmullo fue remitiendo poco a poco y los delegados se estrecharon las manos o se abrazaron ceremoniosamente entre sí. Ese súbito compañerismo le pareció a Leia tan falso como un matrimonio pactado.

—Ama, el príncipe se acerca —susurró C-3PO un poco alarmado.

Leia dio media vuelta y vio a un radiante Isolder dirigiéndose hacia ella, tirando hacia atrás y por encima del hombro su capa ricamente bordada. Por un instante, temió que fuera a cogerla por la cintura, elevarla por los aires y dar vueltas de alegría, pero se detuvo justo ante ella.

—Hemos ganado, Leia. A pesar de todo, hemos ganado. —Buscó al arconte Thane con la mirada y, cuando logró localizarlo, lo saludó con un seco asentimiento de cabeza—. ¿Has visto lo enfurruñado que está Thane? Si su plan hubiera tenido éxito, el resultado habría sido el contrario. —Se giró hacia Leia—. Ya sabrás que sus insultos no fueron fruto del momento, sino premeditados. Quería retarme a duelo y derrotarme tras aceptar su apuesta. Pero hemos vencido en todo.

Leia lo miró con creciente inquietud.

—Lo último que quería es que esta decisión dependiera de un combate lleno de rencor, Isolder.

—Quizá no —sonrió su héroe—, pero ése suele ser el estilo de Hapes… Además, ya sabes que no haría menos por ti.

—Pero no quería que lo hicieras por mí… ni que tuvieras que batirte para proteger mi honor.

Isolder la contempló con una sonrisa burlona.

—¿Por quién iba a combatir si no fuera por ti? ¿Por qué viniste a mí entonces?

—No vine a ti, vine a Hapes, Isolder…, como enviada de la Nueva República. Es la verdad.

—Claro que sí. E hiciste bien viniendo —Isolder aligeró la tensión con una sonrisa comprensiva—. De todas maneras, ya tienes lo que querías. Combatiremos juntos.

El esfuerzo de Leia por imitar su expresión falló, mientras algo que había estado rondando toda la semana por los límites de su consciencia brotó repentinamente en su mente.

Apenas ocho años antes, cuando muchas de las naves de la flota de la Nueva República estaban en el dique seco, reparándose y mejorándose, el Senado pidió a Luke que ayudase a los bakuranos a terminar con una rebelión en el sector corelliano. Más concretamente, pidieron a Luke que llamase a su amiga Gaeriel Captison, aunque se hubiera retirado del servicio activo tras la muerte de su esposo, el imperial Pter Thanas. Gaeriel aceptó la petición, y la crisis se resolvió satisfactoriamente con la ayuda de varias naves bakuranas. Pero pagando un precio terrible. Gaeriel, el almirante bakurano Ossilege y miles más murieron en el conflicto. Luke todavía se sentía culpable por aquello, sobre todo cuando visitaba a Malinas, la joven hija de Gaeriel, a la que había ocultado en un lugar seguro.

Y junto a esos recuerdos empezó a florecer en la mente de Leia algo incluso más terrible. Su corazón se aceleró y su frente se perló de sudor. Su vista se nubló, los sonidos se fueron debilitando y tuvo que buscar el brazo de Isolder para apoyarse y seguir en pie. Cerró los ojos un instante y, de la oscuridad, surgió una feroz visión de naves de guerra asaeteadas por lanzas de brillante luz, de explosiones devastadoras y lamentos agónicos de miles de seres, de cazas estelares vaporizados, de cegadoras erupciones de fuego, de cadáveres flotando en el vacío, de un mundo en llamas…

—¿Qué ocurre, Leia? —preguntó Isolder, sosteniéndola—. ¿Leia? Recuperándose con la misma rapidez con la que se había perdido, aspiró profundamente y soltó el brazo del príncipe. Lo miró con ojos desorbitados.

—No puedes hacerlo, Isolder. No puedes unirte a nosotros.

—¿De qué hablas? —exclamó frunciendo el ceño—. La votación ha terminado. Ya está decidido.

—Entonces, pide una segunda votación. Di a todo el mundo que has reconsiderado tu posición.

—¿Estás loca? ¿Sabes lo que me pides?

—Isolder, tienes que escucharme…

—La decisión está tomada.

Leia, desesperada, quiso seguir discutiendo, pero se quedó sin palabras, con la mirada ausente. Se tocó la frente con los dedos, consciente de que Isolder la contemplaba fijamente.

—Estás angustiada por si algo sale mal —dijo el príncipe— y no quieres aceptar la responsabilidad de decidir nuestro destino. No te preocupes por eso. Tomamos nuestra decisión libremente y sabemos exactamente dónde nos metemos. Lo llevamos en la sangre, Leia, no temas habernos influido.

—Pero…

—¿Existe alguna posibilidad de que los yuuzhan vong nos dejen en paz? Ella lo pensó.

—Probablemente no.

—Entonces ¿qué opción nos queda? ¿Unimos fuerzas contra los invasores y nos aprovechamos de ello o esperamos a ser atacados, viéndonos obligados entonces a defendernos en nuestro propio espacio y únicamente con nuestras naves?

Ella apretó los labios y asintió.

—Tienes razón —consiguió esbozar una débil sonrisa—. Siento haber dicho lo que dije, Isolder.

—Las palabras no importan. Lo que importa es que siempre seamos amigos.

—De acuerdo.

Él le ofreció el brazo y dieron unos cuantos pasos juntos, ante la desaprobación de C-3PO.

—Creo que tu androide está inquieto —susurró Isolder.

—Oh, estoy segura —rió ella—. Trespeó era partidario de Han cuando tú estabas lo bastante loco como para pretender que fuera reina madre. Isolder rió brevemente, y sólo se detuvo para mirarla fijamente.

—¿Puedo preguntarte algo como amigo, Leia? Has estado preocupada por tu estancia aquí. Cada vez que he intentado visitarte, me has evitado. ¿Algo va mal entre nosotros o con alguien más?

—He estado distraída —concedió ella.

—¿Puedo saber la razón?

Ella forzó un suspiro.

—No sabría por dónde empezar.

—Mi madre me dijo una vez que cuando un Jedi está distraído, cuando pierde su concentración, se vuelve vulnerable.

—No soy Jedi.

—Pero eres tan poderosa en la Fuerza como cualquiera de ellos. ¿Qué ocurre, Leia?

—Corremos peligro, Isolder. Corremos peligro de perder todo aquello por lo que hemos luchado desde la derrota del Imperio.

—¿Estás diciendo que no podremos derrotar a los yuuzhan vong? Leia tardó un momento en responder.

—No estoy segura. Preveo que nos espera un largo camino. —¿Lo ves con mucha claridad?

Ella agitó la cabeza.

—No la bastante como para saber dónde están las dificultades y evitarlas. Volvieron a caminar sin hablar durante unos segundos.

—¿Me acompañarás a Coruscant en mi nave personal? —preguntó Isolder por fin.

—¿Y Teneniel Djo?

—Ella se quedará en Hapes —cortó Isolder con rotundidad.

La visión estalló de nuevo en la mente de Leia.
¿Qué luz he visto? ¿Qué mundo
he visto?

—Iré, por supuesto —respondió ella tras un momento.

Una vez atracado el
Halcón,
Han y Droma pasaron la aduana de Ruan y se dirigieron a la terminal del espaciopuerto. De no ser por la multitud, hubieran corrido a toda velocidad.

—Espera un momento —dijo Han cuando Droma estaba a punto de empezar a abrirse paso a cuatro patas. Sujetó al ryn por la parte trasera de su chaleco, lo puso en pie y le ajustó decorosamente su raída ropa mientras hablaba—. No creo que tus compañeros de clan estén tan desesperados por salir de este mundo como para dejarse engañar por un puñado de piratas y mercenarios espaciales. Son más inteligentes que eso, ¿verdad?

Droma se estiró del bigote.

—Son bastante listos, pero cuando la situación parece desesperada, incluso los más inteligentes pueden ser engañados. Gaph y Melisma detestan estar encerrados. Una vez, Gaph estaba en la cárcel y…

—Ésa no es la respuesta que quería oír —cortó Han, sacudiendo la cabeza.

Droma calló un segundo y después movió la cabeza comprensivo.

—¿Mis compañeros de clan dejándose engañar por un puñado de piratas y mercenarios espaciales? Son demasiado listos. De hecho, estoy seguro de que siguen en Ruan, en alguna parte, y de que hemos llegado a tiempo de salvarlos.

—Menudo alivio —suspiró Han.

Repetían la misma conversación desde que habían dejado Tholatin. El jefe de seguridad weequay fue demasiado precavido como para darles el nombre de los hombres enviados a Ruan, o el de su nave, pero el tema de Ruan surgió varias veces en conversaciones casuales entre los mecánicos del Espinazo de Esau, y Han tenía una idea bastante aproximada del calibre de los mercenarios con los que tendrían que tratar Droma y él. Aunque los mercenarios que llegaban a Ruan no trabajaban directamente para los yuuzhan vong, seguramente irían bien armados y serían peligrosos… como los miembros de la Brigada de la Paz, con los que Han y Droma se habían enfrentado a bordo del
Reina del Imperio, y
con quienes no deseaba volver a encontrarse.

El espaciopuerto de Ruan tenía su ritmo propio. Con miles de refugiados huyendo ininterrumpidamente de los mundos ocupados, había muchas más llegadas que partidas, pero, de algún modo, Salliche Ag conseguía que todo el proceso funcionase con eficacia. Docenas de filas, una para cada especie, se alineaban frente a las terminales, y una flota de vehículos de superficie esperaba para llevar a los refugiados a uno u otro campo de refugiados. Sin embargo, localizar a esos refugiados una vez instalados era otro asunto. En una caseta de información con personal humano, Han y Droma descubrieron listas de casi un centenar de instalaciones; algunas a apenas unos kilómetros de distancia, y otras al otro lado del planeta.

—Investigar todos los campos nos llevaría mucho más tiempo del que tenemos —resopló Han—. Tiene que haber una forma más fácil.

—Pruebe con el banco central de datos —dijo una voz de androide tras ellos—. Sea quien sea el que buscan, quizá lo tengan registrado allí.

Han giró sobre sí mismo y se encontró cara a cara con un viejo androide de forma humanoide, aunque rechoncho y no más alto que Droma. La máquina, que necesitaba de una buena capa de pintura y algunas reparaciones corporales, tenía brazos largos, un torso en forma de barril y una cabeza redondeada de un diseño tan anticuado como los servomotores que operaban sus miembros.

—¿Bollux? —dijo Han, incrédulo.

Los rojos fotorreceptores del androide se clavaron en él.

—¿Perdón, señor?

—Eres un androide obrero, ¿no? Un BLX.

—¿Un BLX? —repitió el androide—. Soy un CFS, aunque ambos modelos somos un producto de Serv-O-Droides Incorporada. Soy un CFS. Llámeme
Confuso,
buen señor.


¿Confuso?
—las cejas de Han se arquearon mostrando una sorpresa escéptica; entonces, sus ojos se entrecerraron—. ¿A quién pretendes engañar? ¿Dices que nunca has estado en el Sector Corporativo?

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