Authors: Jude Watson
Xánatos rió.
—Cuando el Templo conozca vuestro destino, ya estaréis muertos. Ésa es vuestra sentencia, Jedi. Pena de muerte.
Xánatos se adelantó súbitamente. Sus ojos azules brillaban como la parte más ardiente de una llama. Su pálida piel parecía estirarse sobre sus huesos. Su rostro era como una calavera con ojos de fuego.
—Y yo estaré ahí para veros morir —siseó en el rostro de Qui-Gon.
Ni siquiera tuvieron la oportunidad de decir nada más o de gritar pidiendo ayuda. Xánatos se aseguró de que toda una tropa de guardias les rodearan, y fueron conducidos por los pasillos de la prisión hasta el patio delantero.
El sol todavía estaba bajo en el cielo. Las dos torres de la cárcel proyectaban dos tétricas sombras en el suelo del recinto. Una multitud llenaba el terreno y llegaba hasta la calle. Cuando vieron a los prisioneros, estallaron en silbidos y abucheos.
—Les encantan las ejecuciones —murmuró uno de los guardias a otro.
Qui-Gon sintió una siniestra energía emanando del gentío. Telos nunca había tenido ejecuciones públicas. Ese tipo de demostraciones solían darse en planetas más primitivos. ¿Qué había ocurrido con el pacífico Telos? Un solo hombre, si era tan astuto y poderoso como Xánatos, había bastado para corromperlo.
Qui-Gon se sentía más seguro por la presencia de su sable láser bajo la túnica. Sin embargo, no sabía cuándo podría utilizarlo.
Un patíbulo comenzó a elevarse impulsado por propulsores hasta que estuvo por encima del público. Dos fornidos guardias permanecían junto a dos losas articuladas de duracero. Una rampa iba desde las losas hasta el borde de la plataforma. Había hachas vibratorias apoyadas contra las losas. Qui-Gon adivinó al momento cómo se desarrollaría la ejecución. Obligarían a Obi-Wan y a él a tumbarse en las losas y luego les decapitarían con las vibro-hachas, las bisagras se doblarían y sus cabezas rodarían por la rampa e irían a parar frente a la multitud.
Era espantoso, pero rápido.
Qui-Gon vio cómo Obi-Wan tragaba saliva. Por primera vez, estaba realmente preocupado. Había pensado que en cualquier momento tendrían la oportunidad de escapar, pero ¿cómo se abrirían paso entre la multitud? Aunque pudieran librarse de los guardias y de Xánatos, la gente se pondría en su contra.
Les metieron en una jaula de energía que se elevó por encima de la excitada muchedumbre, que pedía a gritos una muerte dolorosa y lenta. Xánatos estaba en lo alto de las escaleras, mirando con ojos ávidos cómo ascendía la jaula.
Era el deber de un Jedi aceptar la muerte cuando llegaba, pero Qui-Gon no podía calmarse. No había llegado su momento. Ni el de Obi-Wan. Vio al chico esforzándose por controlar el miedo.
—¡Matadlos! ¡Matad a los asesinos! —gritó la multitud.
Qui-Gon sintió la ira creciendo en su interior. Xánatos había provocado aquello. Había exacerbado a la gente. Había llenado sus mentes de odio y mentiras. Si Qui-Gon moría, Xánatos ganaría. Corrompería Telos todavía más y lo destruiría.
Qui-Gon no podía permitirlo.
Pero no debía luchar con ira en su interior, sino con justicia.
—No podemos rendimos —dijo Qui-Gon a Obi-Wan por encima del griterío—. Tendrán que retirar los barrotes de energía para que los ejecutores nos lleven a las losas. Entonces pelearemos. No está todo perdido. Tienes que estar en calma y alerta.
Obi-Wan asintió.
Qui-Gon se fijó en la firme resolución en la mirada de Obi-Wan. Tenían pocas posibilidades de escapar a su destino, pero Obi-Wan lo había aceptado. A Obi-Wan nunca le intimidaban las probabilidades en contra.
La jaula de energía descendió lentamente hacia el patíbulo. Los guardias de seguridad, montados en barredores, flotaban cerca de los prisioneros por si intentaban escapar.
Los gritos de la muchedumbre llegaban apagados a Qui-Gon. Toda su atención se centraba en los guardias del patíbulo. Estaba seguro de que Obi-Wan y él podrían con ellos. Pero ¿qué harían después? Tendrían que saltar al suelo, aunque recibieran ráfagas de pistolas láser desde arriba y abajo. Quizá lo repentino del movimiento facilitara la posibilidad de escapar. Quizá la muchedumbre no estuviera tan hambrienta de sangre como parecía. Pero no le parecían buenas probabilidades. Ni siquiera Den apostaría por aquello, pensó Qui-Gon con desaliento.
Los guardias del patíbulo dieron un paso adelante. Qui-Gon esperó a que los barrotes de energía desaparecieran. En cuanto lo hicieran, echaría a correr.
Por el rabillo del ojo, vio que uno de los barredores realizaba un movimiento extraño y miró hacia allí sin mover la cabeza. El piloto iba encapuchado. En apenas una milésima de segundo, Qui-Gon supo quién era. La sorpresa le dejó de piedra. Era Andra.
—Detrás de ti, Obi-Wan —dijo en voz baja—. Prepárate.
Los barrotes se retiraron. Los guardias fueron hacia ellos. Qui-Gon y Obi-Wan activaron sus sables láser simultáneamente y saltaron a su encuentro. Los disparos de pistolas láser resonaron a su alrededor, y ellos los rechazaron, girando a tanta velocidad que apenas se les distinguía.
Otro barredor se unió al de Andra. Los dos vehículos se acercaron a ellos con los motores rugiendo.
—¡Salta! —gritó Qui-Gon a Obi-Wan mientras se arrojaba desde el patíbulo para caer en el barredor. El otro vehículo recogió igualmente a Obi-Wan. Qui-Gon vio por un momento el gesto determinado de Den.
Qui-Gon aterrizó sobre sus pies, se agarró a los hombros del piloto y se agachó en el asiento mientras el barredor giraba, torcía, subía, flotaba y volvía a girar, intentando esquivar a los guardias que les seguían.
Qui-Gon aún tenía el sable láser en la mano. Rechazó varios disparos mientras el vehículo se lanzaba entre los guardias. Vio a Obi-Wan haciendo lo mismo. Era difícil mantener el equilibrio en el ligero barredor, pero lo estaba consiguiendo.
Con un movimiento audaz, los barredores se dirigieron directamente hacia las torres de la prisión. Qui-Gon vio que las atalayas se acercaban cada vez más, tan cerca que podía apreciar las grietas y los huecos de la superficie. En el último momento, Andra giró bruscamente. Se acercaron tanto que Qui-Gon se arañó la mano. Dos de los barredores que les perseguían se estrellaron contra las torres. Andra y Den se alejaron a toda velocidad.
Qui-Gon miró hacia atrás. Lo último que vio fue a Xánatos, de pie, sin moverse y viéndole escapar. En la distancia, podía sentir los coletazos de odio que le llegaban. Sabía que volverían a verse. Xánatos se aseguraría de que así fuera.
Una vez segura de que se habían alejado de sus perseguidores, Andra se quitó la capucha.
—Gracias por no caerte —gritó a Qui-Gon.
—Gracias por rescatarnos —respondió Qui-Gon—. Estaba a punto de empezar a preocuparme.
Ella sonrió y aceleró. En unos minutos aterrizaron en el callejón cercano a su casa. Den y Andra escondieron los barredores tras un montón de deslizadores polvorientos y abandonados.
—¡Toma ya! —exclamó Den cuando se quitó la capucha—. ¿Hemos aprovechado las posibilidades o no? ¡La próxima vez que escape de un guardia de seguridad quiero llevar a un Jedi detrás!
Obi-Wan no respondió a la sonrisa amable de Den.
—No tendrías que habernos rescatado si nos hubieras advertido en UniFy —señaló.
—Estuve a punto de hacerlo —protestó Den—, pero no tuve oportunidad. Al menos acabé viniendo.
—Sólo porque yo insistí —dijo Andra—. Fui yo la que propuso el rescate.
—¡Que me maten si yo no iba a hacerlo! —protestó Den—. ¡No me diste la oportunidad!
—Sugiero que continuemos la conversación dentro —dijo Qui-Gon, examinando el cielo—. Sé por experiencia que la policía de Telos no se rinde fácilmente.
Subieron por la tubería y entraron en el confortable hogar de Andra. La mujer comenzó a calentar algo de beber y dispuso una bandeja de pan y frutas. Obi-Wan se abalanzó sobre ella hambriento.
—No sé qué hacer —dijo Andra preocupada—. No podemos volver a entrar en UniFy. Estoy segura de que han reparado las brechas en su seguridad. Nunca conseguiremos las pruebas que necesitamos para demostrar que UniFy está relacionada con Offworld.
—Si hubiéramos tenido más tiempo —dijo Den. Qui-Gon le miró fijamente.
—Pero tú no estabas muy interesado en nada relacionado con Offworld, ¿verdad?
Den se agitó en su asiento.
—Pues claro que sí. Es que había demasiados archivos. Tú mismo lo dijiste.
—Vi tu pantalla, Den —dijo Qui-Gon—. No estabas mirando los archivos sobre los Lagos Sagrados. Estabas buscando algo sobre la katharsis.
—¿Katharsis? —Andra se dio la vuelta—. ¿Por qué?
— ¡No me miréis así todos! —protestó Den—. ¡Soy un hombre honrado!
Qui-Gon levantó una ceja. Obi-Wan parecía disgustado. Andra suspiró con desesperación.
—Vale, tampoco soy honrado al cien por cien —admitió Den—. ¡Pero soy leal! Estaba buscando algo sobre la katharsis. Cuando trabajaba allí descubrí por casualidad... bueno, no fue casualidad, me introduje clandestinamente en unos archivos y descubrí que UniFy controla la katharsis.
Andra se dio la vuelta con una taza en la mano.
—¿Estás diciendo que no es el Gobierno quien lo controla?
Den asintió.
—Fue UniFy quien ideó la katharsis. Sobornaron a unos cuantos del Gobierno para que el proyecto cuajara. Básicamente, UniFy tiene al Gobierno en el bolsillo.
Andra se dejó caer en una silla, atónita.
—¿Crees que UniFy diseñó la katharsis específicamente para desviar la atención del pueblo de sus verdaderas intenciones? Van a abrir todos nuestros parques globales al desarrollo. ¡Y nosotros vamos a pagarlo!
—Es realmente diabólico —dijo Den—. Es casi digno de admiración. Tiene que haber un genio maligno detrás de este plan.
Qui-Gon miró a Obi-Wan.
—Xánatos —dijo lentamente. La naturaleza malvada del plan tenía una sencilla elegancia que sólo podía ser propia de Xánatos.
Pero Qui-Gon no había terminado con Den.
—¿Y entonces por qué estabas buscando de nuevo algo sobre la katharsis, Den? —preguntó—. Si ya sabías todo esto, no había mucho más que descubrir.
Todos se volvieron hacia Den. Él les devolvió la mirada con firme inocencia. Eso significaba, sin duda, que estaba a punto de mentir, adivinó Qui-Gon.
—Yo sólo quería ayudar a Andra y al partido POWER... —comenzó a decir.
Andra le interrumpió.
—Deja ya de mentir, Den. No es el momento. Esto es importante.
Él la miró. Qui-Gon percibió la vulnerabilidad que destilaba su mirada.
Se preocupa por ella
, pensó.
—Vale —dijo—. Yo quería ayudaros, pero también buscaba la forma de amañar el sorteo.
—Siempre preocupándote por ti mismo, ¿no? —dijo Andra con amargura.
—No —dijo Den lentamente—. También me preocupo por ti, aunque no quieras darte cuenta.
—¿Y conseguiste averiguar cómo amañarlo? —preguntó Qui-Gon.
—No exactamente —contestó Den mirando hacia otro lado.
—¿Descubriste algo? —preguntó Obi-Wan impaciente.
—Sí —admitió Den—, que el sorteo ya está amañado.
—Las cosas van demasiado rápido —dijo Andra débilmente—. Dejad que os sirva el té.
Se sentaron alrededor de la mesa con las tazas de té caliente en las manos. La grandiosidad del plan aturdía a Andra. Siempre había esperado encontrar conspiraciones y corrupción, pero no a semejante escala. Era obvio que se habían topado con una estrategia para explotar los recursos naturales de todo un planeta. La cuestión era encajar todas las piezas y saber lo que podían hacer al respecto.
Qui-Gon apuró su taza.
—Sugiero un plan dividido en dos —dijo—. En primer lugar, Den se introducirá en el sistema del sorteo.
—Oye, espera un momento —dijo Den—. ¿Qué quieres decir con que me infiltraré en el sistema del sorteo? ¿Qué te hace pensar que puedo hacerlo?
—Tengo la sensación de que sabes hacerlo —dijo Qui-Gon cortante—. ¿Por qué, si no, te arriesgarías tanto para volver a entrar en UniFy? ¿Por qué, si no, saltaron los dispositivos de seguridad? Tú ya te habías metido alguna vez en el sistema.
Den bebió un sorbo de té y se atragantó. Nadie se movió para ayudarle.
—Vale, vale —graznó él—. Creo que puedo manipularlo. Quiero decir, creo que puedo amañar la parte que ya está amañada.
—Y sabes cómo asegurarte de que ganarás el premio —dijo Qui-Gon.
Den asintió con desgana.
—Puedo manipularlo para que yo gane el sorteo. UniFy siempre selecciona a un ganador por adelantado. A medida que avanzan los juegos, a algunos de los concursantes se les proporciona equipo defectuoso, nada realmente llamativo, sólo cosas que reducen ligeramente sus posibilidades de ganar. Uno de los competidores ha sido seleccionado por adelantado y sobornado. Él o ella accede a devolver a la empresa la mitad de la fortuna de forma clandestina. Lo único que tengo que hacer es poner mi nombre en el lugar del próximo ganador.
Andra negó con la cabeza.
—Sabía que tenías un motivo oculto para ayudarme. Ibas a coger el dinero y desaparecer.
—Estás de broma, ¿no? —dijo Den—. No puedo creer que realmente pienses algo así. Tras ganar habría compartido esa fortuna. Al menos una parte.
—No quiero nada de una fortuna obtenida destruyendo nuestros lugares sagrados —dijo Andra bruscamente—. ¡Y tú tampoco deberías hacerlo!
—¡No es culpa mía que los estén explotando! —protestó Den—. Y una fortuna es una fortuna.
—Ése es tu problema —dijo Andra—. Crees realmente lo que dices.
—¿Quiere alguien escuchar la segunda parte de mi plan? —interrumpió Qui-Gon suavemente—. En segundo lugar deberíamos continuar con el plan original de Andra y visitar los Lagos Sagrados. Habrá que volver a reunir las pruebas.
—No será fácil —dijo Andra—. La seguridad es muy estricta.
—Podéis usar un poco de la cosa ésa Jedi para ablandar las mentes y doblegar las voces —sugirió Den.
—Creo que necesitaremos algo más que eso —dijo Qui-Gon—. Andra, ¿puedes reunir a tus seguidores? Creo que lo mejor es infiltrarse por varios puntos para no depender de un único equipo.
Andra miró su taza y acarició la madera de la mesa con la mano.
—¿Andra? —insistió Qui-Gon.
Ella alzó la mirada.
—No puedo hacerlo —dijo ella—. No he sido totalmente sincera con vosotros. No tengo seguidores. Yo soy el partido POWER.