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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

Aleación de ley (38 page)

BOOK: Aleación de ley
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Waxillium apretó los dientes, luego se obligó a levantarse. Se sentía mejor en las brumas. Las heridas no parecían tan graves. El dolor no parecía agudizarse. Pero seguía desarmado. Seguía acorralado. Seguía…

De repente, reconoció la caja que tenía delante. Era su propio baúl. El que se llevó consigo la primera vez que se marchó a los Áridos, veinte años atrás. El que, ahora ajado y envejecido, había traído consigo de vuelta a la Ciudad.

El que había llenado con sus armas aquella noche de meses antes. Por un lado asomaba un trozo de su gabán de bruma.

«No hay de qué», susurró la voz.

Marasi se escondía en las sombras tras el vagón roto, ansiosa, el corazón redoblando en su pecho. El lanzamonedas había venido a buscarla después de lo que le había hecho a su amigo. Con su alomancia, había podido ver dónde corría, a pesar de la oscuridad y la bruma, así que había tirado el rifle tras unas cajas y se había escondido en otra parte.

Le parecía una cobardía, pero había funcionado. El lanzamonedas le había disparado unas cuantas veces a las cajas, luego había dado la vuelta y recogido la escopeta, sorprendido. Obviamente esperaba encontrarla ensangrentada y muerta.

En cambio, estaba simplemente desarmada. Tenía que conseguir una pistola, tenía que hacer algo. Wayne estaba herido: había alejado al lanzamonedas, pero sangraba cuando lo vio.

La sala era un caos que la desorientaba. Wayne le había dicho que los cartuchos de dinamita que tenían eran relativamente pequeños, pero detonarlos en sitios cerrados seguía provocando un ruido enormemente doloroso. Los disparos eran casi igual.

El aire olía a humo, y cuando los tiros no sonaban, podía oír levemente a los hombres gimiendo y maldiciendo y muriendo.

Antes de que los desvanecedores aparecieran en el banquete de bodas, Marasi nunca se había visto en ningún tipo de pelea. Ahora no sabía qué hacer; incluso había perdido el sentido de la orientación. La sala estaba oscura, iluminada solamente por las llamas, y las brumas aparecían a su alrededor.

Algunos desvanecedores se apiñaban protegiendo la boca del túnel con el hombre de sangre koloss. Apenas pudo distinguirlos cuando se asomó en su escondite. Mantenían sus armas prestas. No podía ir por ahí.

Una figura surgió de la oscuridad, y ella apenas pudo contener un gritito de sorpresa. Reconoció a Miles Cienvidas por su descripción. Rostro estrecho, pelo negro y corto. Iba desnudo hasta la cintura, mostrando un poderoso pecho. Sus pantalones estaban hechos jirones. Contaba las balas de un revólver, y era el único en la sala que no se arrastraba o se escondía. Sus piernas apartaban la bruma, que ahora cubría el suelo.

Se detuvo junto a los desvanecedores en la boca del túnel y dijo algo que ella no pudo oír. Los hombres se retiraron pasillo abajo. Miles no los siguió, sino que atravesó la sala, acercándose a Marasi. Ella contuvo la respiración, esperando que pasara lo bastante cerca de su escondite para…

Un sonido de tela, y el lanzamonedas saltó junto a Miles, que se detuvo y alzó una ceja.

—Tirón está muerto —dijo el lanzamonedas. Marasi apenas podía oírlo, pero notaba que su voz era tensa y furiosa—. He intentado acabar con el bajito. Sigue saltando de caja en caja por toda la sala.

—Creo que ya he dicho antes —repuso Miles, la voz fuerte y atrevida—, que Wayne y Waxillium son como ratas. Perseguirlos es inútil. Hay que atraerlos.

Marasi se inclinó hacia delante, respirando de manera entrecortada, lo más silenciosamente que pudo. Miles estaba cerca. Unos cuantos pasos más…

Miles cerró su revólver.

—Waxillium se arrastró a algún sitio. Lo perdí, pero está herido y desarmado.

Entonces se dio la vuelta y apuntó directamente con el revólver al escondite de Marasi.

—Llámelo, por favor, Lady Marasi.

Ella se quedó inmóvil, sintiendo una puñalada de horror. El rostro de Miles era tranquilo. Helado. Carente de emoción. La mataría sin pensárselo dos veces.

—Llámelo —dijo con más firmeza—. Grite.

Ella abrió la boca, pero no salió ningún sonido. Solo podía mirar el arma. Su formación universitaria le dijo que hiciera lo que le ordenara, y que luego echara a correr en el momento en que se diera la vuelta. Pero no podía moverse.

Las sombras envueltas en brumas al fondo de la sala empezaron a agitarse. Ella apartó la mirada de Miles. Algo oscuro se movía entre las brumas. Un hombre alto.

Las brumas parecieron retirarse. Waxillium estaba allí de pie, llevando un gran gabán parecido a un sobretodo, cortado en tiras por debajo de la cintura. Un par de revólveres brillaban en las fundas de sus caderas, y llevaba una escopeta en cada hombro. Su cara estaba cubierta de sangre, pero sonreía.

Sin decir palabra, bajó las escopetas y le disparó a Miles en el costado.

19

Dispararle a Miles era, naturalmente, inútil. El hombre podía sobrevivir a una explosión de dinamita de cerca. Podría soportar unos cuantos tiros de escopeta.

Pero los disparos hicieron que el lanzamonedas se empujara a sí mismo, alarmado. También dejaron a Miles rociado de metal. Wax aumentó su peso y empujó, aunque le resultó difícil apoyarse en las postas. Era muy difícil afectar con alomancia al metal que perforaba el cuerpo de una persona o tocaba su sangre.

Por fortuna, el cuerpo de Miles sanó solo y escupió las postas. En el instante previo a que tocaran el suelo, el empujón de Wax encontró súbitamente asidero, y lanzó a Miles al otro lado de la habitación, contra la pared.

El lanzamonedas aterrizó al otro lado de la sala. Waxillium se lanzó hacia delante, el gabán de bruma ondeando. Maldición, qué bueno era llevar puesto uno de nuevo. Se detuvo junto a Marasi, y a continuación se puso a cubierto junto al vagón.

—Casi lo tenía —dijo Marasi.

—¡Waxillium! —gritó Miles, y su voz resonó en toda la sala—. Lo único que haces es perder el tiempo. Bien, quiero que sepas una cosa. Mis hombres han ido a matar a la mujer que viniste a salvar. Si quieres que viva, entrégate. Nosotros…

Su voz se interrumpió extrañamente. Wax frunció el ceño cuando algo se movió detrás de Marasi. Ella dio un respingo y Wax apuntó con una escopeta, pero resultó ser Wayne.

—Eh —dijo, resoplando—. Bonita arma.

—Gracias —respondió él, echándosela al hombro al advertir la burbuja de velocidad que los rodeaba. Eso era lo que había detenido la voz de Miles—. ¿Ese brazo…?

Wayne bajó la mirada y contempló el vendaje ensangrentado de su brazo izquierdo.

—No muy bien. No me queda curación, y he perdido sangre. Me estoy consumiendo, Wax. Demasiado. Tú también pareces bastante vapuleado.

—Sobreviviré.

A Wax le dolía la pierna y tenía toda la cara arañada, pero se sentía sorprendentemente bien. Siempre se sentía así, en las brumas.

—Las cosas que está diciendo —intervino Marasi—. ¿Creéis que dice la verdad?

—Podría ser, Wax —dijo Wayne con urgencia—. Los tipos que emplazó delante del túnel se han retirado. Parece que tenían algo importante que hacer.

—Miles les dijo algo —añadió Marasi.

—Maldición —masculló Wax, asomándose a la esquina del vagón. Miles podía ir de farol… o tal vez no. No era un riesgo que pudiera correr—. Ese lanzamonedas va a dificultar las cosas. Tenemos que eliminarlo.

—¿Qué pasó con la pistola esa tan mona de Ranette? —preguntó Wayne.

—No estoy seguro —replicó Wax con una mueca.

—Guau. Te va a hacer trizas, socio.

—Me aseguraré de echarte la culpa —dijo Wax, todavía vigilando al lanzamonedas—. Es bueno. Peligroso. Nunca sorprenderemos a Miles a menos que ese alomántico esté muerto.

—Pero tienes esas balas especiales —recordó Marasi.

—Una —dijo Wax, guardando una escopeta en la cartuchera interior de su gabán. Sacó la otra bala anti lanzamonedas—. No creo que un revólver corriente dispare esto. Yo…

Se calló y miró a Marasi. Ella lo miraba levantando una ceja.

—Bien —dijo Wax—. ¿Podéis entretener a Miles vosotros dos?

—No hay problema —respondió Wayne.

—Entonces vamos —dijo Wax, inspirando profundamente—. Un último intento.

Wayne lo miró a los ojos y asintió. Wax vio tensión en el rostro de su amigo. Los dos estaban magullados y ensangrentados, con poca reserva de metales, las mentes de metal vacías.

Pero habían estado así antes. Y por eso pretendían brillar con más fuerza que nunca.

Cuando la burbuja de velocidad cayó, Wax salió corriendo de detrás del vagón. Lanzó la bala al aire ante él, luego la empujó con un rápido estallido de poder. El lanzamonedas alzó la mano con casual confianza, empujándola de vuelta hacia Wax.

El cartucho y la bala se soltaron y volaron hacia Wax, que los desvió con facilidad, pero la punta de cerámica continuó adelante. Alcanzó al lanzamonedas en el ojo.

«Bendita seas, Ranette», pensó Wax, saltando y empujando las monedas del bolsillo de un desvanecedor caído. Con eso se abalanzó hacia delante, hacia el túnel. Había vías en el suelo, como si lo hubieran construido para un tren.

Wax frunció el ceño, asombrado, pero se empujó sobre ellas, lanzándose intrépidamente en la oscuridad hasta que llegó a unas escaleras que conducían hacia arriba. Aquí el techo era de madera: habían construido algún tipo de estructura sobre el túnel. Cargó hacia la escalera, que llevaba al edificio de madera, quizás un barracón o un dormitorio.

Wax sonrió, el dolor de sus heridas se retiraba más a medida que recuperaba las energías. Oyó pasos en el suelo de madera de arriba. Lo estaban esperando. Era una trampa, naturalmente.

Descubrió que no le importaba. Echó mano a ambas escopetas y luego empujó los clavos de los peldaños y subió la escalera. Dejó atrás la primera planta y continuó hacia la segunda: prefería comprobar primero arriba, luego abajo. Si tenían aquí a Steris, probablemente estaría arriba.

«Ahora sí que estamos ardiendo», pensó Wax, avivando metal, sintiendo el aumento de energía. Lanzó el hombro contra la puerta situada en lo alto de las escaleras e irrumpió en el pasillo de la otra planta. Unas pisadas lo siguieron y unos hombres salieron de las habitaciones cercanas, armados hasta los dientes, sin llevar ningún metal encima.

Wax sonrió y alzó sus escopetas. «Muy bien. Hagámoslo.»

Empujó con fuerza contra los clavos de las tablas bajo los pies de los hombres que lo apuntaban con sus armas de aluminio. Las tablas se soltaron, haciendo temblar el suelo y errando la puntería de los desvanecedores. Wax esquivó a la derecha, rodando para salir del pasillo y llegar a una habitación lateral. Se levantó y giró, apuntando con ambas escopetas hacia la puerta.

Los desvanecedores de la escalera se amontonaron en el pasillo tras él, y sus armas se sacudieron cuando él disparó con las dos escopetas. Empujó, lanzando a los hombres hacia atrás y lanzándose a sí mismo a través de la ventana. Este edificio parecía un viejo cobertizo: no había cristal en las ventanas, solo postigos.

Wax salió al aire libre. Había una farola en la calle oscura, un poco a su izquierda. La empujó mientras reducía al mismo tiempo su peso a casi nada. El empujón lo envió de vuelta contra la parte exterior del edificio: aterrizó y medio echó a correr medio saltó en paralelo al suelo.

Tras llegar a la habitación situada junto a la anterior, empujó otra farola y atravesó la ventana con los pies por delante, las astillas de madera esparciéndose a su alrededor. Aterrizó y se levantó, luego se volvió hacia la pared que había entre él y la habitación de la que acababa de salir.

Enfundó las escopetas y echó mano de sus revólveres, desenfundándolos con un movimiento de cruce de brazos. Eran Sterrions fabricados por Ranette que se contaban entre las mejores armas que había poseído jamás. Las alzó y aumentó su peso, luego empujó con fuerza los clavos de la pared que tenía delante.

La madera barata explotó, la pared se desintegró en una lluvia de tablas y astillas, y los clavos se volvieron tan letales como balas mientras alcanzaban a los hombres de la otra habitación. Wax disparó, abatiendo a todos los que no habían sido alcanzados en la tormenta de astillas, acero y plomo.

Un chasquido a su izquierda. Wax giró mientras un pomo giraba. No esperó a ver quién había más allá. Empujó el pomo, arrancándolo del marco y lanzándolo contra el pecho del desvanecedor que intentaba entrar. La puerta se abrió, y el desgraciado se desplomó contra la pared del pasillo: no había habitaciones al otro lado, solo la pared del estrecho edificio, con lo que salió impulsado a la noche brumosa.

Wax enfundó los Sterrions, los cañones humeando, las recámaras vacías. Sacó las escopetas, rodó al pasillo y se incorporó, agazapado. Alzó una escopeta en cada dirección. Unos cuantos desvanecedores dispersos subían la escalera a su derecha; otro grupo apuntaba con sus armas a la izquierda.

Empujó las palancas gemelas de metal de sus escopetas, amartillándolas con alomancia. Los casquillos gastados saltaron al aire por encima de las armas, y Waxillium disparó mientras empujaba, lanzando las postas y los casquillos vacíos hacia los desvanecedores que esperaban a cada lado.

El suelo junto a Waxillium explotó.

Maldijo y se lanzó a la izquierda mientras los disparos de debajo proyectaban al aire astillas de madera. Estaban aprendiendo y le disparaban desde abajo. Se dio media vuelta y echó a correr, disparando a través de la puerta, las brumas asomaban a través de las paredes rotas.

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