Authors: Cayla Kluver
Me tumbé sobre las pieles de mi lecho e intenté ignóralo. «Emperatriz, hija, magia heredad, mellizos, el Gran Señor amargado, London capturado, torturado, dando una y otra vez…, la huida de London. Sin edad, prácticamente inmortales… » Empecé de nuevo, esta vez más despacio, prestando mayor atención a las palabras clave: « Emperatriz, hija, magia heredad, mellizos…»
Durante la negociación con la Alta Sacerdotisa, antes de la derrota de Hytanica, London había sido capturado de nuevo y se le habían llevado a Cokyria sin que el Gran Señor lo supiera. Lo habían escondido en el templo de la Alta Sacerdotisa…, ahora sabía por qué. Pero ¿en qué me ayudaba saberlo? « Emperatriz, hija, magia heredad… »
De repente, me senté, pues se me encendió una luz, me puse en pie y corrí hasta donde se encontraba la Alta Sacerdotisa sin hacer caso de la expresión de alarma de Halias.
—Si tuvieras una hija, ¿qué sucedería con vuestro podes y con el de vuestro hermano?
—Alera ¿Qué estáis…? —empezó a preguntar el guardia de elite, pero yo levante una mano, irritada, para que esperara un momento.
—Nadie lo sabe —respondió Nantilam, mirándome intensamente con sus ojos verdes, lo cual quizás era una señal de que me estaba acercado a la solución—. Nunca habido un caso como el nuestro. Pero sea como sea que se herede la magia, debería pasar a mi hija.
—Creéis…, es decir, vuestro hermano cree que cuando tengáis una hija, todo el poder que ambos albergáis irá hacia ella —dije, sonriendo.
No esperé su respuesta. Corrí al fondo de la cueva para coger un pergamino y una pluma.
—Alera ¿Qué está pasando?
Era mi padre quien había hecho la pregunta. Parecía abatido por mi comportamiento, tan poco apropiado para una dama.
—Tenemos que enviar otro mensaje al Gran Señor —anuncié, mirando a cada uno de los hombres a los ojos.
Galen todavía estaba sentado, con una espada afilada en la mano; Cannan se encontraba sentado al lado de su hijo, que había vuelto a poyarse en los codos para mirarme; Halias vigilaba a la Alta Sacerdotisa, y mi padre les ofrecía una manta a mi madre y a mi hermana, que tenia frío. Explique deprisa y detalladamente mi idea, hasta llegar a la conclusión final.
—Le diremos que su hermana está embarazada, y que a no ser que libere a los ciudadanos de Hyantica inmediatamente, incluido London, desapareceremos con ella.
—¿Lo creerá? —pregunto Halias.
—No tiene que creerlo —repuse, todavía con la pluma en la mano, úes había decidido que escribiría el mensaje yo misma—. Solo tiene que temerlo.
Cuando llegó el momento de decidir quién le llevaría el mensaje al Gran Señor, Termerson nos sorprendió a todos y se ofreció voluntario.
—Quiero ayudar —se limito a decir.
Permanecí en silencio, incomoda, y lo mismo hicieron los demás. Termerson todavía no era un hombre, su estabilidad mental estaba en cuestión y todos dudábamos de que fuera capaz de presentarse ante el dirigente que había asesinado a su padre delante de sus propios ojos.
—Chico, ya estás ayudando —le dijo Halias, expresando en voz alta lo que pensábamos todos.
—No. —El tono de voz de Termerson sonó inesperadamente estridente—. He visto demasiadas cosas para continuar siendo un chico. Y quiero ver la cara que se le pone a ese bastardo cuando lea lo que la reina Alera tiene que decirle.
Esa afirmación nos dejo a todos perplejos, pues antes de lo últimos sucesos, la mera idea de que Termerson pudiera hablar así nos habría hecho reír a todos. Ahora, empeoro, no se oyó ni una risita. Al final, el capitán, como siempre el más decidido de todos habló:
—Galen irá con él. — « Por si acaso», pensé yo, pero era una idea practica, pues el sargento, que había ido a explorar, sabía dónde el Gran Señor había llevado a London— Esperará mientras Termerson entrega el mensaje.
Los dos hombres partieron temprano a la mañana siguiente. Termerson llevaba el pergamino que yo había firmado fuertemente sujeto en la mano. Querían llegar al lugar antes que el Gran Señor, pues tenían la esperanza de evitarle a London un día más de agonía. Supimos que la misión había tenido éxito antes de que regresaran, pues no oímos gritos procedentes de la montaña. Cuando Termerson y Galen volvieron a reunirse con nosotros, confirmaron que el mensaje había afectado profundamente al Gran Señor, pues se había retirado de inmediato a nuestra ciudad y se había levado a London con él. Ahora había que esperar.
Y fue una larga espera. Los días pasaban, la confianza disminuía, el mal humor aumentaba y la incertidumbre era constante. Halias ido a observar la ciudad, por sin el Gran Señor aceptaba nuestras demandas, pero no nos había llegado ninguna noticia. Todos sentíamos la inquietud de una posible derrota y si no sucedía algo muy pronto, no tendríamos otra opción que desaparecer, tal como habíamos amenazado con hacer.
—Está buscando alguna otra forma de conseguir mi liberación —nos dijo la Alta Sacerdotisa, que era la única persona en toda la cueva que parecía imperturbable—. Por supuesto, no tiene alternativa. Al final, hará exactamente lo que queréis.
—¿Por qué intentáis darnos confianza, precisamente vos? —le pregunto Galen, que se encontraba al lado de Steldor y no dejaba de juguetear con su daga. Parecía inquieto, como ya era habitual en los últimos días.
—En la guerra soy implacable —le informo Nantilam en tono suave—. Hago lo que tengo que hacer para asegurar la victoria. Pero tanto si lo creéis como si no, sé lo que es compasión. Si hubiera sido yo la conquistadora, vuestra gente no habría sufrido ningún daño. Eso es obra del Gran Señor; él disfruta infringiendo dolor. Mi mayor reto, cuando me liberéis, será controlarlo.
Galen la fulmino con la mirada, pues no le gustaba que hablaran de conquistar a sus compatriotas.
—Tenéis razón en una cosa —dijo, cortante—: no os creo.
Entonces salió de la cueva con Steldor, que todavía estaba débil, pero que, por suerte, ya podía ponerse en pie. Mi esposo, que era de naturaleza inquieta, había tomado la costumbre de salir cada día fuera de la cueva un rato en busca de la luz del sol y el aire fresco, pero nunca se alejaba demasiado, pues todavía no tenía fuerzas para llevar armas.
Fuera Galen y Steldor quienes anunciaron la llegada de Halias.
— ¡Ya está aquí! —exclamaron a media mañana, entrando en la cueva. Termerson se encontraba fuera, vigilando, y Cannan custodiaba a la Alta Sacerdotisa. Los demás estábamos reunidos alrededor del fuego—. ¡Halias viene hacia aquí!
Todos nos pusimos en pie y miramos hacia la entrada. Pareció que ninguno de nosotros respiraba mientras esperábamos las noticias que Halias traía. Por fin había llegado el momento en que sabríamos si habíamos conseguido esa pequeña victoria. El segundo oficial no tardo mucho en entrar y jadeaba a causa del esfuerzo que había hecho para regresar a toda prisa.
—Ha abierto las puertas —anuncio Halias, mirándonos—. Ha hecho lo que le hemos pedido, y nuestras gentes caminan libremente.
Todos gritamos de alegría, y alivio nos invadió como una brisa de primavera. Mire a Nantilam, la Alta Sacerdotisa, que tenía expresión satisfecha, y luego dirigí la atención de nuevo hacia Halias, que meneaba la cabeza con incredulidad mientras intentaba recuperar el resuello con las manos sobre los muslos. No era capaz de imaginarme a miles de personas —casi todos nuestros conciudadanos— saliendo por las puertas como un ejército en dirección al campo.
— ¡Milagroso! —exclamo mi padre, levantando la voz en medio de las exclamaciones de los demás.
Pero el guardia de elite tenía que decirnos otra cosa más.
—El Gran Señor ha enviado a unos hombres que nos esperan en el claro; London está allí. Su dirigente se encontraba con ellos cuando nosotros nos reunamos con ellos y llevemos a la Alta Sacerdotisa.
— ¿Esta London vivo todavía? — pregunté, con el corazón acelerado.
—Eso creo. —Halias miro a Cannan, para saber cuál sería su reacción a lo que iba decir—: Quizá podamos salvarlo.
El capitán reflexiono un momento, y yo espere, nerviosa, a saber cuál era su decisión.
—Si puedo aguantar un poco más, quizá podamos hacerlo —dijo por fin—. Pero creo que será mejor que no nos reunamos con el Gran Señor hasta que la mayoría de nuestros ciudadanos hayan abandonado nuestras tierras. —Entonces, mirando a Nantilam, añadió —: Para evitar que se eche atrás.
Halias asintió con la cabeza. Entonces Cannan envió a Galen a que vigilara la evacuación y que designara a algunos líderes para que se llevaran a la gente hacia el oeste. A Steldor le hubiera gustado acompañar a su mejor amigo, pero no necesitaba que su padre le dijera que todavía no estaba preparado para un trayecto a campo abierto.
Las horas pasaban y todavía no había habido tiempo suficiente para que todo el mundo se pusiera fuera del alcance del Gran Señor, pero el pensar en London, que todavía estaba en su poder, hacía que nos sintiéramos cada vez más inquietos. Por fin, cuando Cannan pensó que ya habíamos apurado al máximo la paciencia del Gran Señor, Halias le ato las manos a la Gran Sacerdotisa y le vendó los ojos. Si las cosa salían mal, el capitán, siempre prudente, no quería que Nantilam pudiera guiar a nuestros enemigos hacia nuestro escondite. Luego Halias tomó las riendas del caballo en que llevaría a la Gran Sacerdotisa, Cannan y yo subimos a nuestras monturas, e iniciamos el trayecto para llevar a nuestra cautiva hasta su hermano. Steldor nos vio partir, pues no solo reconocía sus limitaciones físicas, sino que también sabía que era yo quien había iniciado todo eso y qué, por tanto, era yo quien debía terminarlo. No habíamos hablado mucho desde su recuperación, pero por sus actos supe que ahora me miraba con un respeto nuevo.
Ese trayecto pareció ser el más largo de todos los que habíamos hecho, incluso más largo que el que nos llevó hasta la cueva al principio de todo. Cada paso que dábamos estaba cargado de miedo y de una desconfianza inevitable, pues sabíamos que los cokyrianos eran conocidos, sobre todo, por sus engaños. Pero también teníamos fe y estábamos expectantes, pues aunque íbamos a abandonar nuestras tierras, nuestra gente estaría libre, y eso abría la posibilidad de fundar una nueva Hyantica.
Cuando llegamos al claro, el Gran Señor ya nos esperaba. La nieve había empezado a derretirse y noté una cálida brisa que me revolvía el pelo, señal de que se acercaba la primavera. La presencia del Gran Señor proyectaba una sombre sobre todo lo que se encontraba a nuestro alrededor y sentí que me arrancaba la esperanza de lo más profundo del alma. Narian estaba al lado de su señor y sujetaba a London por los brazos. Observe el joven en busaca de alguna señal que me dijera que continuaba siendo el mismo chico de quien me había enamorado. Cuando sus ojos azules se clavaron en los míos supe cual era la respuesta, pues la preocupación que vi en ellos era incuestionable. No sabía si Narian estaba del lado de Cannan o del Gran Señor, pero continuaba estando conmigo.
London permanecía completamente inmóvil, y la cabeza le caía sobre el pecho. Me pregunté si no estaríamos ofreciendo a Nantilam a cambio de un cuerpo sin vida. Cannan había empujado a la Alta Sacerdotisa para ponerla delante de él y utilizarla de escudo contra el poder del Gran Señor, y le apoyaba una daga en la garganta. Estaba dispuesto a matarla si era necesario, y no quería que su hermano tuviera ninguna posibilidad de impedirlo.
—He cumplido mi parte del trato —afirmo el Gran Señor en un tono frio como el hielo—. Devolvedme a mi hermana.
—Primero London —contesté de inmediato con voz firme—. Nosotros cumplimos más con nuestra palabra de lo que se puede decir de Cokyria.
El Gran Señor me miró con desdén, enojado de sentirse atrapado de nuevo, pero le hizo una señal a Narian para que llevara al segundo oficial hacia adelante.
—Déjalo caer —le ordeno cuando Narian ya hubo recorrido la mitad de la distancia hacia nosotros.
Aunque seguramente Narian se hubiera esperado a que Halias se acercara para ofrecer un trato mejor a London, obedeció a su señor sin dudarlo un momento. London cató al suelo con todo el peso de su cuerpo, y Narian retrocedió unos pasos. Halias llegó donde se encontraba el cuerpo de su amigo lo levanto sujetando por debajo de los brazas y se lo llevó hasta los arboles que quedaban a nuestras espaldas.
—Y ahora, mi hermana — exigió el Gran Señor.
Cannan apartó el cuchillo y cortó las cuerdas que sujetaban las manos de Nantilam. Luego le quito la venta que le cubría los ojos y la empujo hacia adelante. Nantilam recuperó el equilibrio de inmediato y avanzo, tan digna como siempre, hacía el bando al que pertenecía. Narian se dio la vuelta y la siguió.
—Ya hemos terminado aquí — anunció el capitán, tenso, pues ahora ya nada impedía que el Gran Señor nos atacara.
Él y yo empezamos a retroceder en dirección a los arboles donde Halias nos esperaba con London.
—¿Ah, sí? —El Gran Señor se había llevado las manos a la espalda y sonreía con una expresión inquietante, amenazándonos en silencio—: Había pensaba que podíamos conocernos mejor mutuamente.
—Alera, marchaos —me ordeno Cannan en tono de urgencia—. Ahora.
Noté que el capitán se ponía en tensión, esperando problemas. Mire a Narian, que también había cambiado ligeramente de actitud, lo cual significaba también se había puesto en alerte.
—Sí, Alera, marchaos —me provocó el Gran Señor—. Huid como una cobarde y abandonad a vuestro capitán, al igual que él huyó y abandono a su hermano. O demostrad que sois la reina digna y quedaos aquí para plantarme cara.
A pesar de que sabía que debía hacer caso a Cannan, permanecí donde estaba. Temblando de miedo, pero sentía el corazón hinchado de rabia. Pensé en Baelic y en Destari, y en nuestros soldados caídos. Pensé en Mirannan y en mi madre, en sus heridas tanto como físicas internas. Miré a Narian a los ojos, consciente del buen corazón que conservaba, a pesar de los esfuerzos del Gran Señor por pervertirlo. También recordé el valor de London al enfrentarse a ese hombre maligno. Entonces erguí la espalda y miré al Gran Señor a los ojos, sin ningún deseo de huir y cansada de esconderme.
—Habéis sido una molestia para mí —me dijo en tono bajo y amenazador—. Me he divertido con los demás, los he castigado a todos…, he destruido vuestro ejército y he torturado al hermano de vuestro capitán. El segundo oficial que os ha acompañado hoy hasta aquí ha soportado más cosas de mis manos de que nunca será capaz de expresar. Mate al padre del chico que se esconde con vos. Y London ha sentido un dolor cien veces más profundo del que vos pudierais imaginar nunca. Pero vos… habéis escapado de momento.