Authors: Lewis Carroll & Martin Gardner
Tags: #Clásico, Ensayo, Fantástico
«Como ves —prosiguió, tras una pausa—, conviene ir preparado para
todo
. Por eso lleva el caballo esos brazaletes alrededor de las patas.»
—Pero, ¿para qué son? —preguntó Alicia en tono de gran curiosidad.
—Para protegerlo de los mordiscos de los tiburones —replicó el Caballero—. Son invención mía. Y ahora, ayúdame a montar. Te acompañaré hasta el final del bosque… ¿Para qué es esa fuente?
—Era para un bizcocho —dijo Alicia.
—Será mejor que nos la llevemos —dijo el Caballero—. Nos vendrá bien si encontramos algún bizcocho. Ayúdame a meterla en este saco.
Tardaron bastante, aunque Alicia sostenía el saco muy solícitamente abierto, porque el Caballero era
torpísimo
para meter la fuente: las dos o tres primeras veces que lo intentó se cayó dentro él en vez de la fuente: «Entra bastante justa —dijo, cuando lo consiguieron al fin—; hay muchas palmatorias en el saco». Y lo colgó de la silla, que ya iba cargada con montones de zanahorias, utensilios de chimenea y muchas cosas más.
—Llevarás el pelo bien sujeto, ¿verdad? —prosiguió, cuando se pusieron en marcha.
—Sólo lo corriente —dijo Alicia sonriendo.
—No es bastante —dijo él, preocupado—. Ya verás lo
fortísimo
que es el viento aquí. Como un caldo de fuerte.
—¿Ha inventado usted algún método para impedir que el viento se lleve el pelo? —preguntó Alicia.
—Todavía no —dijo el Caballero—. Pero tengo un método para evitar que se
caiga
.
—Me gustaría saberlo; muchísimo.
—Pues, primero coges un palo recto —dijo el Caballero—. Luego haces que el pelo trepe por él, como un árbol frutal. El motivo de que se caiga el pelo es porque cuelga hacia
abajo
…; las cosas nunca se caen hacia
arriba
, como sabes. El método es invención mía. Puedes probarlo, si quieres.
No parecía un método cómodo, pensó Alicia, y durante unos minutos, caminó en silencio, dándole vueltas a la idea, y deteniéndose a cada momento para ayudar al pobre caballero, que por cierto
no
era buen jinete.
Cada vez que el caballo se detenía (lo que hacía muy a menudo), se caía él de cabeza; y cada vez que se ponía en marcha (lo que hacía bruscamente por regla general), se caía de espaldas. Por lo demás, iba bastante bien, salvo la costumbre que tenía de caerse de costado, de vez en cuando; y como solía hacerlo por el lado en que iba Alicia, ésta comprendió muy pronto que lo más prudente era no ir
demasiado
pegada al caballo.
—Me parece que no está usted muy práctico en montar a caballo —se atrevió a decir, mientras le ayudaba a levantarse de su quinta caída.
El Caballero la miró sorprendidísimo, y un poco ofendido ante el comentario. «¿Por qué dices eso?», preguntó, mientras se encaramaba otra vez en la silla, agarrándose al pelo de Alicia con una mano para evitar caerse por el otro lado.
—Porque la gente no se cae tan a menudo cuando tiene mucha práctica.
—Yo tengo la mar de práctica —dijo el Caballero con gravedad—; ¡la mar de práctica!
A Alicia no se le ocurrió nada mejor que decir que: «¿De veras?»; aunque lo dijo con la mayor cordialidad posible. Siguieron un rato en silencio; después de esto, el Caballero con los ojos cerrados y murmurando para sí, y Alicia esperando con preocupación la siguiente caída.
—El gran arte de montar a caballo —empezó de repente el Caballero en voz alta, haciendo un amplio movimiento con el brazo mientras hablaba— consiste en mantenerse… —aquí se interrumpió la frase tan de repente como había empezado, al caer de cabeza el Caballero, exactamente en el sendero por el que caminaba Alicia—. Alicia se llevó un buen susto, y dijo en tono preocupado, mientras le sacaba: «Confío en que no se haya roto ningún hueso».
—Ninguno que merezca la pena mencionar —dijo el Caballero, como si no le importase romperse dos o tres—. El gran arte de montar a caballo, como iba diciendo, es… mantenerse correctamente en equilibrio. Así: mira…
Soltó la brida, extendió los brazos para mostrarle a Alicia lo que quería decir, y esta vez se cayó de espaldas cuan largo era, justo detrás de las patas del caballo.
—¡La mar de práctica! —siguió repitiendo, mientras Alicia le volvía a poner de pie—. ¡La mar de práctica!
—¡Esto es de lo más ridículo! —exclamó Alicia, perdiendo completamente la paciencia—. ¡Debería montar en un caballo de madera con ruedas!
—¿Va con suavidad, esa clase de caballos? —preguntó el Caballero interesado, agarrándose con ambos brazos al cuello del caballo mientras hablaba, justo a tiempo de evitar una nueva caída.
—Mucho más suavemente que un caballo de verdad —dijo Alicia soltando una pequeña carcajada, a pesar de que hizo cuanto pudo por sofocarla.
—Conseguiré uno —dijo el Caballero pensativo para sí—. Uno o dos… o varios.
Hubo un breve silencio después de esto, y luego el Caballero prosiguió: «Soy fenomenal inventando cosas. Mira, supongo que habrás observado, al levantarme la última vez, que estaba algo pensativo, ¿verdad?
—
Estaba
usted algo serio —dijo Alicia.
—Bueno, pues precisamente en ese momento estaba inventando una nueva manera de pasar por encima de una cerca… ¿te gustaría oírla?
—Muchísimo, sí —dijo Alicia cortésmente.
—Te contaré cómo se me ha ocurrido —dijo el Caballero—. Verás, me he dicho a mí mismo: «La única dificultad está en los pies; la
cabeza
se encuentra ya lo bastante alta». Pues bien, primero pongo la cabeza sobre la cerca; entonces queda la cabeza lo bastante alta; entonces me pongo vertical sobre la cabeza; entonces los pies se encuentran lo bastante altos; entonces paso, ¿no te parece?
—Sí, supongo que pasará cuando consiga hacer todo eso —dijo Alicia pensativa—; pero, ¿no le parece un poco difícil?
—Todavía no he probado —dijo el Caballero con gravedad—; así que no lo puedo asegurar…, pero creo que sí
debe de ser
un poco difícil.
Pareció tan contrariado ante esta posibilidad, que Alicia se apresuró a cambiar de conversación: «¡Qué yelmo más curioso tiene! —dijo con animación—. ¿Es también invención suya?».
El Caballero miró con orgullo su yelmo, que colgaba de la silla: «Sí —dijo—; pero he inventado uno que es mejor que éste: es como un pan de azúcar
[6]
. Cuando lo llevaba, si me caía del caballo, llegaba al suelo en seguida. Así que el recorrido en el aire, al caer, era
pequeñísimo
. Aunque
estaba
el peligro de
caer dentro
de él, desde luego. Eso me ocurrió una vez…, y lo peor fue que, antes de que pudiera volver a salir, llegó el otro Caballero Blanco y se lo puso. Creyó que era su yelmo».
El Caballero tenía una expresión tan solemne contando todo esto que Alicia no se atrevió a reír. «Me temo que le haría usted daño —dijo con voz temblorosa—, encima de su cabeza.»
—Tuve que darle patadas, naturalmente —dijo el Caballero, muy serio—. Entonces se quitó el yelmo…, pero tardó horas y horas en sacarme. Aquello apretaba como… como aprieta el paso de una centella en su carrera.
—Pero ésa es una forma muy distinta de apretar —objetó Alicia.
El Caballero negó con la cabeza. «¡Yo tenía apreturas de todas clases, te lo aseguro!», dijo. Alzó las manos con cierta emoción al decir esto, e instantáneamente resbaló de la silla y se cayó de cabeza a una profunda zanja.
Alicia corrió al borde de la zanja para atenderle. Esta caída la había cogido por sorpresa, ya que hacía rato que iba muy bien, y temió que se hubiera
hecho
bastante daño esta vez. Sin embargo, aunque no podía ver de él más que las plantas de los pies, se sintió muy aliviada al oír que decía en su tono habitual: «Apreturas de todas clases; pero aquella falta de cuidado, al ponerse el yelmo de otro… con su propietario dentro, además…».
—¿Cómo
puede
seguir hablando tan tranquilamente cabeza abajo? —preguntó Alicia mientras le sacaba por los pies y le dejaba hecho un montón en el borde de la zanja.
El Caballero se quedó sorprendido ante la pregunta: «¿Qué importa dónde esté mi cuerpo?», dijo. «Mi cerebro sigue funcionando de todas maneras. De hecho, cuanto más cabeza abajo estoy, más cosas invento.»
—Ahora, que lo más inteligente que he hecho —prosiguió tras una pausa— es inventar un nuevo budín durante el plato de carne.
—¿A tiempo para que lo preparasen para el plato siguiente? —dijo Alicia—. ¡Vaya, eso sí que es un trabajo rápido, desde luego!
—Bueno, no para el plato
siguiente
—dijo el Caballero en tono lento, pensativo—; no, desde luego, no fue para el
plato
siguiente.
—Entonces debió de ser para el día siguiente. Supongo que no le pondrían dos platos de budín en una misma comida, ¿verdad?
—Bueno, no para el día
siguiente
—repitió el Caballero como antes—; no para el
día
siguiente, en realidad —prosiguió cabizbajo, y bajando la voz cada vez más—. ¡No creo que hayan preparado
nunca
ese budín! ¡La verdad es que no creo que lo lleguen a preparar jamás! De todos modos, ese budín fue un invento inteligentísimo.
—¿De qué debía hacerse? —preguntó Alicia con la esperanza de animarle, ya que el pobre Caballero parecía bastante deprimido sobre el particular.
—Se empezaba con papel secante —contestó el Caballero con un gemido.
—Creo que no estaría muy gustoso…
—No lo estaría, con eso
sólo
—la interrumpió él con viveza—; pero no tienes idea de lo diferente que sabe mezclado con otros ingredientes…, como pólvora y lacre. Tengo que dejarte aquí —habían llegado al lindero del bosque.
Alicia se limitó a poner cara de sorpresa: iba pensando en el budín.
—Estás triste —dijo el Caballero en tono preocupado—; deja que te cante una canción para animarte.
—¿Es muy larga? —preguntó Alicia, ya que ese día llevaba escuchadas un montón de poesías.
—Es larga —dijo el Caballero—, pero muy,
muy
bonita. Todos los que me la oyen cantar… o se les llenan los ojos de
lágrimas
, o…
—¿O qué? —preguntó Alicia, ya que el Caballero se había quedado callado de repente.
—O no, claro
[7]
. El nombre de la canción se llama «
Ojos de abadejo
».
—¿Ah, conque ése es el nombre de la canción, eh? —dijo Alicia, tratando de poner interés.
—No; no comprendes —dijo el Caballero, con expresión algo contrariada—. Eso es como se
llama
el nombre. Pero el nombre en realidad es «
Un Viejo Viejo
».
—Entonces, ¿qué debía haber dicho yo, «Así es como se llama la
canción
»? —rectificó Alicia.
—No, de ninguna manera: ¡eso es otra cosa completamente distinta! La canción se llama «
Medios y Maneras
»; ¡pero eso sólo es como se
llama
!
—Bueno, entonces, ¿cuál
es
la canción? —dijo Alicia, que ya estaba completamente hecha un lío.
—A eso iba —dijo el Caballero—. La canción en realidad es: «
En una cerca vi
»; y la música es invención mía
[8]
.
Y dicho esto, detuvo el caballo y dejó caer las riendas sobre su cuello; luego, marcando lentamente el compás con una mano, y con su rostro benévolo y alelado iluminado por una débil sonrisa, como si oyese la música de su canción, empezó.
De todas las cosas extrañas que Alicia vio en su viaje a Través del Espejo, ésta fue la única que recordaba con claridad. Años después, podía evocar perfectamente toda la escena, como si hubiese sucedido tan sólo el día anterior: los ojos dulces y azules y la sonrisa beatífica del Caballero, el sol poniente brillando a través de sus cabellos y reflejándose en su armadura en una llamarada de luz que la deslumbraba…, el caballo deambulando mansamente con las riendas sobre su cuello, triscando la yerba a sus pies, y las oscuras sombras del bosque detrás…; todo esto lo abarcó ella como un cuadro, protegiéndose los ojos con una mano, apoyada contra un árbol, mientras observaba a la extraña pareja, y escuchaba en una especie de ensueño la música melancólica de la canción
[9]
.
«Pero esa música no es invención suya —se dijo a sí misma—: es “
Todo te lo doy, que más no puedo
”». Escuchó con atención, pero no le asomaron lágrimas a los ojos.