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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (123 page)

BOOK: Amadís de Gaula
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Sabida por Mabilia, díjole a Oriana, y cuando lo oyó plúgole mucho de ello y mandó que entrase, y como llegó donde Oriana estaba hincó los hinojos ante ella y besóle las manos y luego se fue a Mabilia, y díjole lo que su señor le había mandado. Mabilia dijo a Oriana, tan alto que todos lo oyeron:

—Señora, Gandalín parte para Gaula, ver si le mandáis que diga algo a la reina y a Melicia, mi cohermana.

Oriana le dijo que había placer de les enviar con él su mandado, y llegóse donde ellos estaban apartados de todos los otros, y díjoles:

—¡Ay, amigo Gandalín!, ¿qué te parece de mi contraria fortuna?; que la cosa del mundo que más deseaba era estar en parte donde nunca pudiese de mis ojos partir a tu señor, y que mi dicha me haya puesto en su poder en caso de tal calidad que le no ose ver sin que su honra y la mía mucho menoscabada sean; pues creed que mi cuitado corazón siente de ello tan gran fatiga que si sentirlo pudiese muy gran piedad habrías de mí, y porque de esto se le dé la cuenta, así para su consuelo como para disculpa mía, decirle has que tenga manera como él y todos esos caballeros me vengan a ver, y buscarse ha medio como delante todos, no oyendo alguno lo que pasa, le pueda hablar, y esto será con achaque de esta tu partida.

Gandalín le dijo:

—¡Oh, señora, cuánta razón tenéis de tener en la memoria el remedio que a este caballero conviene y que tantas fortunas en este. camino que hicimos he tenido por le sostener la vida! Si yo lo pudiese decir, mucho mayor dolor y angustia vuestro espíritu recibiría de lo que sienten, que es cierto, señora, que las grandes cosas que en armas hizo y pasó por aquellas tierras extrañas, que fueron tales y tantas que no solamente ser hechas por otro más ni pensadas no pusieron en su vida de mil veces, la una el estrecho de la muerte que vuestra membranza y apartamiento de vuestra vista le ponía, y porque hablar en esto es muy excusado, pues que cabo no tiene, solamente queda que hayáis, señora, de él piedad y le consoléis; pues que según yo he visto, y lo creo, verdaderamente en su vida está la vuestra.

Oriana le dijo:

—Mi buen amigo, eso puedes tú decir con gran verdad, que sin él no podría yo vivir ni lo querría, que la vida me sería muy más penosa y grave que la muerte, y en esto no hablemos más, sino que luego te vayas a él y le digas lo que te mando.

—Así se hará, señora y se pondrá en obra.

Con esto se despidió de ellas y fuese para su señor, pero antes le mandó Oriana delante todas las que allí estaban, que no se partiese hasta que le mandase dar una carta para la reina Elisena y otra para su hija Melicia, y él dijo que así lo haría, y que le suplicaba le mandase luego despachar, porque ya todos los otros mensajeros eran idos y no quedaba otro alguno sino él. Así se despidió y se fue a Amadís, y díjole todo lo que Oriana le dijera y la respuesta suya, y cómo le enviaba mandar que él y aquellos señores todas la fuesen a ver con algún achaque, porque le quería hablar.

Amadís cuando aquello oyó, estuvo una pieza cuidando y díjole:

—¿Sabes cómo se podría eso mejor hacer? Habla con mi hermano Agrajes y dile cómo hablando tú con Mabilia si mandaba algo para Gaula, te dijo que le parecía que sería bueno que él tuviese manera con todos estos señores que aquí están cómo fuesen a ver y esforzar a Oriana, porque según la gravedad del caso en que estaba y tan extraña para ella, que necesario le era su visita y esfuerzo demás lo que tuvieres que será necesario decirle, y por este le dijo:

—Dime, ¿qué te pareció de mi señora, está triste en se ver así?

Gandalín le dijo:

—Ya, señor, sabéis su gran cordura, y cómo con ella no puede mostrar sino la virtud de su noble corazón, pero ciertamente me pareció su semblante más conforme a tristeza que alegría.

Amadís alzó las manos al cielo y dijo:

—¡Oh, Señor, muy poderoso!, plégaos de me dar lugar que yo pueda dar el remedio que a la honra y servicio de esta señora conviene y mi muerte o mi vida pase como la ventura lo guiare.

Gandalín le dijo:

—Señor, no toméis congoja, que así como en las otras cosas siempre Dios por vos hizo y adelantó más vuestra honra que de otro caballero ninguno, así en esta que con tanta razón y justicia habéis tomado lo hará.

Así se partió Gandalín de Amadís y se fue a Agrajes, y le dijo todo lo que su señor mandó y lo que más vio que cumplía. Agrajes le dijo:

—Mi amigo Gandalín, mucha razón es que así se haga como mi hermana lo manda, y luego se cumplirá, que si hasta aquí no se ha hecho, no es la causa salvo conocer estos caballeros la voluntad de Oriana se conforme a tener la vida más honesta que ser pudiere, y bien será que lo vamos a decir a Amadís, mi cohermano.

Y tomándole consigo se fue a la posada de Amadís y le dijo aquello que Mabilia, su hermana, le mandó por Gandalín decir. Él respondió como si nada supiera que lo remitía a su parecer.

Entonces Agrajes habló con aquellos caballeros y tuvo manera que sin saber que Oriana lo quería la fuesen a ver y consolar, diciéndoles que en los semejantes casos aun los muy esforzados había menester consuelo, que más se debía hacer a las débiles mujeres. Todos lo tuvieron por bien y les plugo mucho de ello, y acordaron de la ver otro día en la tarde, y así lo hicieron, que vestidos de muy ricos paños de guerra y en sus palafrenes bien guarnidos y con sus espadas todas guarnidas de oro llegaron al aposentamiento donde Oriana estaba, y como todos eran mancebos y hermosos, parecían también que maravilla era, y ya Agrajes había enviado a decir a Oriana cómo la querían ver, y ella envió por la reina Sardamira, y por Grasinda, y por todas las infantas y dueñas y doncellas de gran guisa que con ella estaban, porque con ellas juntas estuviesen para los recibir.

Capítulo 93

Cómo Amadís y Agrajes y todos aquellos caballeros de alta guisa que con el estaban fueron ver y consolar a Oriana, y aquellas señoras que con ella estallan.

Llegando aquellos caballeros donde Oriana estaba, saludáronla todos con gran reverencia y acatamiento, y después a todas las otras, y ella los recibió con muy buen talante, como aquélla que de muy noble condición y crianza era. Amadís dijo a don Cuadragante y a Brián de Monjaste que se fuesen para Oriana, y él se fue a Mabilia, y Agrajes a donde Olinda estaba con otras dueñas, y don Florestán a la reina Sardamira, y don Bruneo y Angriote a Grasinda, que ellos mucho amaban y preciaban, y los otros caballeros a las otras dueñas y doncellas, cada uno a la que más le agradaba y de quien esperaba recibir más honra y favor. Así estuvieron todos hablando con mucho placer en las cosas que más les agradaban.

Entonces, Mabilia tomó por la mano a su primo Amadís y a una parte de la sala se fue con él, y díjole que todos lo oyeron:

—Señor, mandad llamar a Gandalín, porque en presencia vuestra le mande lo que diga a la reina mi tía y a Melicia mi prima, y aquello le encargar vos, pues con vuestro mandado va al rey Perión de Gaula.

Oriana, cuando esto oyó, dijo:

—Pues también quiero yo que lleve mi mandado a la reina y a su hija con el vuestro.

Amadís mandó llamar a Gandalín, el cual en la huerta estaba con otros escuderos, que él bien sabía que lo habían de llamar, y desde que fue venido fuese a la parte de la sala donde él y Mabilia estaban, y hablaron con él una gran pieza, y Mabilia dijo contra Oriana:

—Señora, yo he despachado con Gandalín, ved si le mandáis algo.

Oriana se volvió contra la reina Sardamira y díjole:

—Señora, tomad con vos a don Cuadragante mientras yo voy a despachar aquel escudero.

Y tomando por la mano a don Brián de Monjaste se fue donde Mabilia estaba, y como a ella llegó, don Brián de Monjaste le dijo, como aquél que muy gracioso y comedido era en todas las cosas que a caballero convenían:

—Pues que estoy elegido para ser embajador a vuestro padre, no quiero ser presente a embajada de doncellas, que he recelo según vosotras sois engañosas, y la gracia que en todo lo que habéis, gana tenéis que me pondréis en más cortesía de lo que conviene a lo que estos caballeros me han mandado que diga.

Oriana le dijo, riendo muy hermosamente:

—Mi señor don Brián, por eso os traje yo aquí conmigo, porque viéndolo de nosotras templéis algo de vuestra saña con mi padre, mas he miedo que vuestro corazón no está tan sojuzgado ni aficionado a las cosas de las mujeres que en ninguna guisa puedan, quitar ni estorbar nada de vuestro propósito.

Esto le decía aquella muy hermosa princesa en burla, con tanta gracia que era maravilla, porque don Brián, aunque mancebo fuese y muy hermoso, más se daba a las armas y cosas de palacio con los caballeros que sojuzgarse ni aficionarse a ninguna mujer, comoquiera que en las cosas que ellas su defensa y amparo habían menester, ponía su persona a toda afrenta y peligro por les hacer alcanzar su derecho, y a todas amaba y de todas era muy amado, pero no ninguna en particular. Don Brián le dijo:

—Mi señora, aun poco eso me quiero quitar de vosotras y de vuestras lisonjas, por no perder en poco tiempo lo que en tan grande he ganado—, y así riendo todos, se partió de Oriana y se tornó donde Grasinda estaba, que mucho deseaba conocer por lo que de ella le habían dicho.

Cuando Amadís se vio ante su señora, que tanto amaba y que tanto tiempo había que la no viera, que no contaba por vista la de la mar, porque tan gran revuelta y entre tanta gente había sido como lo ha contado la historia tercera, todas las carnes y el corazón le temían con placer en ver la su gran hermosura y a su parecer con más alegría que él la esperaba hallar, y estaba tan fuera de sí que decir ni hablar cosa alguna podía, de manera que Oriana, que los ojos de él no partía, lo conoció luego y llegóse a él, y tomóle las manos por debajo del manto y apretóselas en señal de le mostrar mucho amor, como si le abrazase, y díjole:

—Mi verdadero amigo sobre cuantos en el mundo son, aunque mi ventura me haya traído a la cosa que en este mundo más deseaba, que es estar en vuestro poder donde nunca mis ojos, así como el corazón, de vos apartar pudiese, ha querido mí gran desdicha que en tal manera sea que ahora más que nunca me convenga apartar de vuestra conversación, porque este caso tan señalado y tan publicado que por el mundo será sea a todos manifiesto con aquella fama que a la grandeza de mi estado y a la virtud a que ella me obliga se debe, y parezca que vos, mi amado amigo, más por seguir aquella nobleza que siempre procurasteis en socorrer a los cuitados y necesitados que socorro han menester, manteniendo siempre razón y justicia, que por otra causa alguna, vos movisteis una tan grande y señalada empresa como al presente parece, porque si la causa principal de nuestros amores publicada fuese, así de los vuestros como de los contrarios en diversas maneras sería juzgado. Y por esto es necesario que lo que con mucha congoja y grandes fatigas hasta aquí hemos encubierto, de aquí adelante con aquellas mismas y, y aunque mayores fuesen, los obtengamos, y tomemos por remedio ser en nuestra libertad tomar aquélla que más a la voluntad de nuestros deseos pueda satisfacer en cualquier tiempo que más nos agrade, pero esto sea cuando remedio ninguno hallarse pudiere, y así pasemos hasta que a Dios plega de lo traer aquel fin que deseamos.

Amadís le dijo:

—Ay, señora, por Dios!, no se me dé a mi cuenta ni excusa para lo que a vuestro servicio tocare, que yo no nací en este mundo sino para ser vuestro y os servir mientras esta ánima en el cuerpo tuviere, que a mí no hay otro querer ni otra buenaventura sino seguir lo que vuestra voluntad sea, y lo que yo, señora, pido en galardón de mis mortales cuitas y deseos no es al salvo que ninguna de vuestra memoria se aparte el cuidado de me mandar en que la sirva, que esto será gran parte del remedio y descanso que a mi apasionado corazón conviene.

Y cuando esto Amadís decía, Oriana le estaba mirando, y veíale caer las lágrimas de los ojos que todo el rostro le mojaban, y díjole:

—Mi buen amigo, así lo tengo yo, como me lo decís, y no es nuevo para mí creer que en todo seguiríais mi voluntad, pues como yo querría contentar y satisfacer a la vuestra, aquel Señor a quien nada se esconde lo sabe; mas conviene, como dicho tengo, que por ahora se sufra, y entretanto que él lo remedia, si mi amor queréis con aquella afición que siempre quisisteis, os pido que las ansias y fatigas de vuestro corazón sean por vos apartadas, que no puede ya mucho tardar que de una manera que de otra no se sepa nuestro secreto, y con paz o con guerra, no seamos juntos en aquella forma que tanto tiempo hemos deseado, y porque hemos hablado gran pieza, quiérome tornar a aquellos señores caballeros, que no tomen alguna sospecha, y vos, señor, limpiad esas lágrimas de los ojos lo más encubierto que se pueda, y quedar con Mabilia, que ella os dirá algunas cosas que vos, mi señor, no sabéis, ni hasta aquí ha habido lugar para os las decir, con que mucho placer y alegría vuestro corazón sentirá.

Entonces mandó llamar a don Cuadragante y a don Brián de Monjaste y con ellos se tornó donde antes estaba. Amadís se quedó con Mabilia, y allí le contó ella todo el hecho de Esplandián, cómo era su hijo de Oriana, y todas las cosas que acaecieron, así en su nacimiento como en su crianza, y cómo la doncella de Dinamarca y Durín, su hermano, llevándolo a criar a Miraflores, lo perdieron y lo tomó la leona, y la crianza que el ermitaño en él hizo, todo se le contó muy por extenso que no faltó nada, como la tercera parte de esta gran historia lo cuenta.

Amadís, cuando esto le oyó, fue muy alegre de lo oír, que más no podía ser, y estuvo una gran pieza que no la habló, y después que aquella alteración de alegría que su corazón sintió le fue pasada, díjole así:

—Mi señora y buena cohermana, sabed que estando yo con esta muy noble dueña Grasinda en aquel tiempo que allí llegaron aquellos caballeros, Angriote de Estravaus y don Bruneo, acaso me contó Angriote todo el hecho de Esplandián, mas no me supo decir cuyo hijo era, y luego me ocurrió a la memoria la carta que con mi amo Gandales a esta ínsula me enviaste, por la cual me hacíais saber que había acrecentado en mi linaje, y pensé, según en el tiempo que me escribiste y en cual me lo dijo, y que no se sabía de dónde ni cuyo hijo fuese aquel doncel que podría ser mi hijo y de Oriana, pero esto fue por sospecha y no por otra alguna certenidad, mas ahora que lo sé cierto, creed, señora y amada prima, que soy más alegre de ello que si de la mitad del mundo me hiciesen señor, y esto no lo digo yo por ser el doncel tal y tan extraño, mas por ser hijo de tal madre que, como Dios la señaló y apartó, así en hermosura como en todas las otras bondades que buena señora debe tener, de todas las que en este mundo son nacidas, así quiso que las cosas que de ella proceden, de dulzura y de amargura sean extremadas de ellas otras, que yo, como aquél que por la experiencia lo pruebo y siento, lo puedo muy bien decir. ¡Oh, mi señora cohermana si supiese contaros las angustias y grandes congojas que en este tiempo que no me habéis visto mi corazón cautivo ha pasado, que sin duda podéis creer que en comparación de ellas todos los peligros y afrentas que por aquellas tierras extrañas pasé no se deben juzgar sino como el miedo y espanto que se sueña, o el que en efecto y verdad pasa, y Dios, queriendo haber piedad de mí, me quiso traer a tiempo que a ella dé gran afrenta, y a mí de la más dolorosa muerte que nunca caballero murió quitase, donde ya mi corazón, que hasta aquí en ninguna parte descanso ni reposo hallaba, estaba seguro, porque de esto no puede redundar sino ganarla del todo a la satisfacción de sus deseos y míos, o perder la vida donde con ella todas las cosas temporales fenecen. Y pues mi buena ventura ha querido remediar y socorrer mis fatigas, es gran razón que todos seamos en reparar las suyas, que como persona que nunca en tal se dio, ni a ella es dado saber en qué cae, entiendo que no estará sin las tener muy grandes, y vos, si señora, que en los tiempos pasados habéis sido el mayor reparo de su vida en este presente la aconsejar y esforzar, poniéndole delante que ni ante Dios ni su padre no es encargo de esto que pasó, ni con razón por ninguna persona del mundo puede ser culpada, pues si teme el gran poder de su padre con el del emperador de Roma, podéis, mi señora, decirle, que tantos y tales somos en su servicio que si su enojo no temiese yo, los buscaría en sus reinos, y esto podrá muy bien ver tanto que don Cuadragante y don Brián de Monjaste vengan de este camino que a su padre van, donde sabremos si quiere la paz o tenemos guerra, y entretanto siempre me avisad de aquello en que más placer y servicio haya, porque así como su voluntad fuese se cumpla.

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