Read Amadís de Gaula Online

Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (159 page)

BOOK: Amadís de Gaula
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—Por cierto —dijo el caballero de la Ínsula del Infante—, es él, sino que la su contraria fortuna les ha sido más adversa que nunca lo fue a hombre del mundo que tanto valiese, en le poner so el señorío y vasallaje del rey Lisuarte que tal rey más era para mandar y ser señor que para ser vasallo.

—Ya es fuera de ese tributo —dijo Amadís— que el gran esfuerzo de su corazón y el valor de su persona quitaron de su gran estado aquella lástima que no a su cargo tenía.

—¿Cómo lo sabéis vos eso, caballero?

—Señor —dijo él—, yo lo sé que lo vi.

Entonces le contó lo que el rey Lisuarte había hecho en le dar por quito, así como este libro lo ha contado. El caballero cuando esto oyó hincó los hinojos en la barca y dijo:

—Señor Dios, loado seas Tú por siempre jamás, que quisiste dar a aquel rey lo que su gran virtud y nobleza querían.

Amadís le dijo:

—Buen señor, ¿conocéis vos este Balán?

—Muy bien —dijo él.

—Mucho os ruego, si os pluguiere, pues en al no hay necesidad de hablar, me digáis lo que de él sabéis especial en lo que de su persona conviene saber.

—Así lo haré —dijo el caballero—, y por ventura no hallaréis otro que por tan

entero os lo pueda decir. Sabed que este Balán es hijo del bravo Madanfabul, aquel gigante que Amadís de Gaula mató llamándose Beltenebros, en la batalla que el rey Cildadán hubo con el rey Lisuarte de los ciento por ciento donde murieron otros muchos gigantes y fuertes caballeros de su linaje que por esta comarca tenían muchas ínsulas de muy gran valor, los cuales con el grande amor y afición que al rey Cildadán, mi señor, tuvieron, quisieron ser en su servicio donde poco menos todos fueron perdidos, y este Balán por quien me preguntáis quedó harto mancebo cuando su padre murió, y quedóle esta ínsula, que es la más fructífera de todas las cosas, así frutas de todas naturas, como de todas las más preciadas y estimadas especias del mundo, y por esta causa hay en ella muchos mercaderes y otros infinitos que seguros a ella vienen, de las cuales redundan al gigante muy grandes intereses, y dígoos que después que éste fue caballero se ha mostrado más fuerte que su padre en toda valentía y esfuerzo, y su condición y maneras de que vos saber queréis es muy diversa y contraria a la de los otros gigantes, que de natura son soberbios y follones, y éste no lo es, antes es muy sosegado y muy verdadero en todas sus cosas, tanto que es maravilla que hombre que de tal linaje venga pueda ser apartado de la condición de los otros, y esto piensan todos que le viene de parte de su madre, que es hermana de Gromadaza, la brava gitana, mujer que fue de Famongomadán, el del Lago Ferviente, no sé si lo oísteis decir, y así como ésta pasó de muy gran hermosura a Gromadaza, su hermana, y a otras muchas que en su tiempo hermosas fueron, así; fue muy diferente en todas las otras maneras de bondad, que la otra era muy brava y corajosa en demasía y ésta muy mansa y sometida a toda virtud y humildad, y esto debe causar que así como las mujeres que feas son tomando más figura de hombre que de mujer les viene por la mayor parte aquella soberbia y desabrimiento varonil, que los hombres tienen que es conforme a su calidad, así las hermosas que son dotadas de la propia naturaleza de las mujeres lo tienen al contrario, conformándose su condición con la voz delicada, con las carnes blandas y lisas, con la gran hermosura de su rostro que la ponen en todo sosiego y la desvían de gran parte de la braveza, así como esta gigante mujer de Madanfabul, madre de este Balán, lo tiene, de la cual redunda aquella mansedumbre y reposo a este su hijo. Ésta se llama Madasima, y por causa suya pusieron este nombre mismo a una muy hermosa hija que quedó de Famongomodán, que casó con un caballero que se llama don Galvanes, hombre de tan alto lugar, y todos los que la conocen dicen que así es de muy noble condición y con todos muy humilde. Ahora os quiero decir cómo yo sé todo esto que digo y mucho más del hecho de estos gigantes. Sabed que yo soy gobernador de aquella Ínsula Infante, donde me hallasteis, desde el tiempo que el rey Cildadán era infante, que el señorío de ella tenía, sin tener otro heredamiento alguno, y más por su gran esfuerzo y buenas maneras que por su estado, envió por todo el reino de Irlanda para lo casar con la hija del rey Aviés, que aquel reino heredó al tiempo que lo mató Amadís de Gaula, y a mí siempre me dejó en esta gobernación que tengo, y como estoy aquí entre estas gentes que todas tienen mucha afición al rey mi señor, tengo yo mucha contratación con ellos y sé que los hijos de aquellos gigantes que en aquella batalla que os dije murieron, que son ya hombres, están con mucho deseo de vengar la muerte de sus padres y parientes, si razón para ello hubiesen.

Amadís, que estas razones oía, le dijo:

—Buen señor, muy gran placer he habido de lo que me habéis contado; solamente me pesa de la muy buena condición de este a quien yo voy a buscar, que más me pluguiera que todo fuera al revés, con mucha bravura y soberbia, porque a estos tales no tarda mucho que no les alcance la ira y el castigo de Dios, y no quiero negaros que llevo más temor que hasta aquí. Pero comoquiera que sea, no dejaré de dar enmienda a esta dueña, si puedo, del gran mal y sin razón que sin lo merecer ha recibido, y tanto quiero saber de vos y es este Balán casado El caballero de la ínsula le dijo que sí, con una hija de un gigante que se llama Gandalac, señor de la Peña de Galtares, de la cual tiene un hijo de hasta quince años que si vive será heredero de este señorío.

Cuando Amadís esto oyó, turbóse ya cuanto y pesóle mucho por lo haber sabido, por el grande amor que él había a Gandalac y a sus hijos, que era amo de su hermano don Galaor, y todas sus cosas tenía él para las guardar como las suyas propias. Y dijo al caballero:

—Cosas me habéis dicho que más que de ante me hacen dudar.

Y esto era por lo que le dijo de Gandalac. Y el caballero sospechó que dudaba con temor de la batalla, mas no era así, que aunque con el mismo su hermano don Galaor, a quien más que al gigante dudaría, hubiera de ser, no se partiera de ella en ninguna guisa sin dar derecho y enmienda a aquella dueña o perder la vida, porque siempre fue su costumbre acorrer a quien con razón se lo pidiese.

Pues así hablando en esto que habéis oído y en otras muchas cosas anduvieron todo aquel día y la noche, y otro día, a hora de tercia, vieron la Ínsula de la Torre Bermeja, de que mucho placer hubieron, y anduvieron tanto hasta que llegaron cerca de ella. Amadís la miraba y parecíale muy hermosa, así la tierra de espesas montañas a lo que divisarse podía, como el asiento del alcázar con sus muy hermosas y fuertes torres, especial aquélla que llamaban Bermeja, que era la mayor, y de más extraña piedra hecha que en el mundo se podría hallar. Y en algunas historias se lee que en el comienzo de la población de aquella ínsula y el primer fundador de la torre y de todo lo más de aquel gran alcázar, que fue Josefo, el hijo de
Josef ab Aritmatia
que el Santo Grial trajo a la Gran Bretaña, y porque a la sazón todo lo más de aquella tierra era de paganos, que viendo la disposición de aquella ínsula la pobló de cristianos e hizo aquella gran torre donde se reparaban él y todos los suyos cuando en alguna gran prisa se veían, pero después a tiempo fue señoreada de los gigantes hasta venir en este Balán; mas la población siempre quedó de cristianos, como ahora lo era, los cuales vivían allí muy sojuzgados y apremiados de los señores, porque todos los más de ellos tenían la secta de los paganos, pero todo lo sufrían y pasaban con la gran riqueza de la tierra, y si en algún tiempo algún descanso tuvieron, no fue sino en este de Balán, por la su buena condición, que para con ellos tenía y porque por amor de su madre era más llegado a la ley de Jesucristo que ninguno de los otros, y mucho más lo fue adelante, como la historia lo contara.

Pues allí llegados, Amadís dijo al caballero de la Ínsula del Infante:

—Mi buen señor, si a vos pluguiere, pues con este Balán tenéis conocimiento, que por cortesía vayáis a él y le digáis cómo la dueña a quien él mató el hijo y prendió el marido y la hija, trae consigo un caballero de la Ínsula Firme para le demandar enmienda del daño que le ha hecho, y si no la diere para se combatir con él y a mal su grado hacérsela dar y que saquéis de él confianza, que el caballero será seguro de todos, sino solamente de él sólo, comoquiera que de bien o de mal le avenga.

El caballero le dijo:

—Contento soy de lo hacer así, y podéis ser cierto que la promesa que él diere no habrá otra cosa.

Entonces el caballero entró con sus hombres en su barca y se fue al puerto, y Amadís quedó con su dueña algo desviado. Pues llegado aquel caballero, luego fue conocido de los hombres del gigante y ante él llevado, el cual lo recibió con buen talante, que asaz veces lo había hablado, y díjole:

—Gobernador, ¿qué demandas en mi tierra? Dilo que ya sabes que te tengo por amigo.

El caballero le dijo:

—Así lo tengo yo, y mucho te lo agradezco, pero mi venida no es por cosa que a mi toque, mas por una cosa extraña que he visto, y esto es que un caballero de la Ínsula Firme se viene por su voluntad a se combatir contigo, de lo cual me hago mucho maravillado a tal cosa se atrever.

Cuando esto oyó el gigante, díjole:

—Ese caballero que dices, ¿trae una dueña consigo?

—Sí —dijo el caballero.

—Sin falta entiendo —dijo el gigante— que será aquel Amadís de Gaula, el que de tanto loor y fama por el mundo es loado, o alguno de sus hermanos, que para traer uno de ellos partió ella de aquí, para lo cual yo le di lugar que ella fuese.

Entonces dijo el caballero:

—No sé quién será, mas dígote que es un caballero muy hermoso y muy bien tallado de su grandeza y sosegado en sus razones, y no puedo entender si su simpleza o gran esfuerzo de corazón le han puesto en esta locura. Véngote a demandar seguridad por él, que no se temerá sino de ti sólo.

El gigante le dijo:

—Ya tú sabes que mi palabra a mi grado nunca será quebrada; tráelo seguramente, y viniendo conocerás por experiencia de cuál de esas dos cosas que dijiste toca.

El caballero se tornó a su barca y se fue para Amadís, y como la respuesta oyó sin ningún recelo, se vino luego al puerto y salieron luego de sus bateles en tierra, y Amadís apartó primero aquel hombre que a la dueña había guiado en el barco, y díjole:

—Amigo, yo te ruego que no digas mi nombre a ninguno, que si aquí tengo de morir eso se descubrirá; si tengo de ser vencedor yo te haré mucho bien por ello.

El marinero se lo prometió.

Entonces subieron al castillo y hallaron al gigante desarmado en aquella gran plaza que delante de la puerta estaba, y como llegaron, el gigante lo miró mucho, y dijo a la dueña:

—¿Es éste alguno de los hijos del rey Perión que habías de traer?

La dueña le dijo:

—Éste es un caballero que te demandará el mal que me hiciste.

Entonces Amadís dijo:

—Balán, no es necesario a ti saber quién yo soy; bástate que vengo a te demandar que hagas enmienda a esta dueña del mal tan grande que sin te lo haber merecido le hiciste en le matar a su hijo, y prender a su marido con otra su hija, y si la hicieres quitarme he de haber contigo debate y si no aparéjate para la batalla.

El gigante le dijo riendo:

—La mejor enmienda que yo pueda dar es darte a ti por quite y quitarte la muerte, que pues que tú viniste con tan buena voluntad a remediar su pérdida, en tanto se debe tener tu vida como la suya, y aunque esto no acostumbro a hacer a ninguno, sin que primero pruebe el filo de mi espada, hacerlo he a ti, porque con ignorancia has venido a demandar tu daño no lo conociendo.

—Si estas amenazas que me das —dijo Amadís— yo las temiese tanto como tú lo piensas, excusado me fuera buscarte de tan lueñe tierra. No creas. Balán, que por ignorancia te demando, que bien sé que eres uno de los gigantes del mundo más nombrado, pero como vea que la costumbre que aquí mantienes sea tanto contra el servicio del muy alto Señor, y la razón que traigo es conforme a su Santa Ley, no tengo en mucho tu valentía, porque él cumplirá lo que en mí faltare, y porque yo tengo en mucho, y te amo por otros que te aman, yo te ruego que hagas enmienda a esta dueña como sea justa.

Cuando esto oyó el gigante dijo:

—También demandas esto que dices, que si a vergüenza no me fuese reputado, yo haría todo lo que hallar se pudiese para el contentamiento de esta dueña, pero primero probar y ver qué tales son los caballeros de la Ínsula Firme. Y porque ya es tarde yo te enviaré de comer, y dos caballos muy buenos en que escojas a tu voluntad, con dos lanzas, y aparéjate con todo tu esfuerzo, que lo has bien menester para la batalla de aquí a tres horas, y por te hacer complacer si otras armas quisieres yo te las daré mejores, que cree que asaz tengo, de los caballeros que he vencido.

—Tú lo haces como buen caballero, y mientras más cortesía en ti veo más me pesa que no tengas conocimiento ninguno de lo que hacer debes; un caballo y una lanza tomaré, y no otras armas más de las que traigo, que la sangre de aquél que tan sin causa mataste, que en ellas viene, me dará más esfuerzo de lo vengar.

El gigante se acogió al castillo sin le responder más, y Amadís y su compaña y el caballero de la Ínsula del Infante que de él partir no se quiso, por mucho que el gigante le rogó que fuese con él al castillo, quedaron debajo de un portal de un templo que al cabo de aquella plaza estaba, y desde a poco espacio les trajeron de comer.

Así holgaron hablando en algunas cosas que más les contentaban, esperando al plazo que el gigante saliese. Aquel caballero miraba mucho a menudo el semblante de Amadís, por ver si con aquella grande afrenta le mudaba, y a su parecer siempre le veía con más esfuerzo, de lo cual mucho era maravillado.

Pues venida la hora por el gigante señalada, trajeron a Amadís dos caballos muy grandotes y hermosos con ricos atavíos para tal menester, y él tomó el que más y mejor le pareció, y después de lo mirar cómo venía ensillado, cabalgó en él y puso su yelmo y echó su escudo al cuello, y puesto en aquella gran plaza mandó al hombre que los caballos le había traído que el otro tornase y dijese al gigante que lo esperaba, y que no dejase ir el día en vano. Toda la más de la gente de la Ínsula que allí pudo venir estaban alrededor de la plaza por ver la batalla, y los adarves y finiestras del alcázar llenos de dueñas y doncellas, y estando así como oís vio sonar en la gran Torre Bermeja tres trompetas muy acordadas que habían dulce son, que era señal que el gigante salía a batalla y así lo acostumbraba hacer cada que se había de combatir.

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