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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (18 page)

BOOK: Amadís de Gaula
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—¿Qué es eso, mi buena amiga; quién os hizo pesar? que así Dios me ayude, ello será muy bien enmendado, si antes no pierdo el cuerpo.

—Señor —dijo ella—, en vos es todo el remedio.

—Ahora lo decid —dijo él— y si os diere derecho otra vez no hagáis compaña a caballero extraño.

Cuando esto oyó la doncella, díjole:

—Señor, la dueña nuestra prima, por quien la batalla hicisteis está presa, que el rey le manda que haga allí ir al caballero que por ella se combatió; si no, que no saldrá de la villa en ninguna guisa y bien sabéis vos que no lo puede hacer que nunca fue sabedora de vos. Y el rey os manda buscar por todas partes con mucha saña contra ella, creyendo que por su sabiduría sois escondido.

—Más quisiera —dijo él— que fuera de otra guisa, porque yo no soy de tanta nombradla para me hacer conocer a tan alto hombre, y dígoos que aunque todos los de su casa me hallaran, yo no diera un paso sólo para ir allá; si por fuerza no, mas no puedo estar de no hacer lo que quisiereis, que mucho os amo y precio.

Ellas se le hincaron de hinojos delante agradeciéndoselo mucho.

—Ahora se vaya —dijo— ella es una de vos a la dueña y dígale que saque partido del rey que no demandará al caballero cosa contra su voluntad y yo seré ahí mañana a la tercia.

La doncella se tomó luego y díjoselo a la dueña, con la que hizo muy alegre y fuese ante el rey, díjole:

—Señor, si otorgáis que no pediréis cosa al caballero contra su voluntad, será aquí mañana a la tercia, y si no, ni le habré yo, ni vos le conoceréis, que así Dios me ayude yo no sé quién es, ni por cuál razón por mi se quiso combatir.

El rey le otorgó, que gran gana había de lo conocer. Con esto se fue la dueña y las nuevas sonaron por el palacio y por la villa, diciendo:

—¡Aquí será mañana el buen caballero que la batalla venció!.

Y todos habían de ellos gran placer, porque desamaban a Dardán por su soberbia y mala condición, y la doncella se tornó a Amadís y le dijo cómo el partido era otorgado por el rey como la dueña lo pidió.

Capítulo 15

Cómo Amadís diose a conocer al rey Lisuarte y a los grandes de su corte y fue de todos muy bien recibido.

Amadís holgó aquel día con las doncellas y otro día por la mañana y armóse y cabalgando en su caballo, solamente llevando consigo las doncellas, se fue a la villa, y el rey estaba en su palacio, y Amadís se fue a la posada de la dueña, y como lo vio hincó los hinojos y dijo:

—Señor, cuanto yo he, vos me lo disteis.

Él le dijo:

—Dueña, vamos ante el rey y dándoos por quita podré yo volver donde tengo de ir.

Entonces se quitó el yelmo y tomó la dueña y las doncellas y fuese al palacio, y por do iban decían:

—Éste es el caballero que venció a Dardán.

El rey que lo oyó salió a él, y cuando lo vio fue contra él, y díjole:

—Amigo, seáis bien venido, que mucho habéis sido deseado.

Amadís hincó los hinojos, y dijo:

—Señor, Dios os dé alegría.

El rey le tomó por la mano y dijo:

—Así me ayude Dios, sois buen caballero.

Y Amadís se lo tuvo en merced y dijo:

—¿Es la dueña quita?.

—Sí, dijo él.

—Señor —dijo Amadís—, creed que la dueña nunca supo quién la batalla hizo, sino ahora.

Mucho se maravillaban todos de la gran hermosura de Amadís y cómo siendo tan mozo pudo vencer a Dardán, que tan esforzado era, que en toda la Gran Bretaña le temían. Amadís dijo al rey:

—Señor, pues vuestra voluntad es satisfecha y la dueña quita, a Dios quedéis encomendados y vos sois el rey a quien yo antes serviría.

—¡Ay, amigo! —dijo el rey—, esta ida no haréis vos tan presto, si no me quisierais hacer gran pesar.

Dijo él:

—Dios me guarde de eso, ante tengo en corazón que os servir, si yo fuese tal que lo mereciese.

—Pues así es —dijo el rey—, ruégoos mucho que quedéis hoy aquí.

Él lo otorgó sin mostrar que le placía. El rey lo tomó por la mano y llevó a una cámara donde le hizo desarmar y donde todos los otros caballeros que allí de gran cuenta venían, se desarmaban, que éste era el rey que más los honraba y más de ellos tenía en su casa, e hízole dar un manto que cubriese y llamando al rey Arbán de Norgales y al conde de Gloucester, díjoles:

—Caballeros, haced compaña a este caballero, que bien parece de compaña de hombres buenos.

Y él se fue a la reina y díjole que tenía en su casa al buen caballero que la batalla venciera.

—Señor —dijo la reina—, mucho me place, y ¿sabéis cómo ha nombre?.

—No —dijo el rey—, que por el prometimiento que hice no lo he osado preguntar.

—¿Por ventura —dijo ella—, si será el hijo del rey Perión de Gaula?.

—No sé, dijo el rey.

—Aquel escudero —dijo la reina— que con Mabilia está hablando anda en busca de él y dice que ha hallado nuevas venía a esta tierra.

El rey le mandó llamar y díjole:

—Venid en pos de mí y sabré si conocéis un caballero que en mi palacio está.

Gandalín se fue con el rey y como él sabía lo que había de hacer, tanto que vio a Amadís hincó los hinojos ante él y dijo:

—Ay, señor Amadís!, mucho ha que os demando.

—Amigo Gandalín —dijo él—, tú seas bien venido, y ¿qué nuevas hay del rey de Escocia?.

—Señor —dijo él—, muy buenas y de todos vuestros amigos.

El rey lo abrazó y dijo:

—Ahora, mi señor, no es menester de os encubrir, que vos sois aquel Amadís, hijo del rey Perión de Gaula, la vuestra conocencia y suya fue cuando matasteis en batalla aquel preciado rey Abies de Irlanda por donde la restituísteis en su reino que ya casi perdido tenía.

Entonces se llegaron todos por lo ver más que antes, que ya de él sabían haber hecho tales cosas en armas cuales otro ninguno podía hacer. Así pasaron aquel día haciéndole todos mucha honra y la noche venida lo llevó consigo a su posada el rey Arbán de Normales, por consejo del rey y díjole que trabajase mucho le hiciese quedar en su casa. Aquella noche albergó Amadís con el rey Arbán de Norgales, muy servido a su placer. El rey Lisuarte habló con la reina diciéndole cómo no podía detener a Amadís y que él había mucho a voluntad que hombre en el mundo tan señalado quedase en su casa, que con tales eran los príncipes más honrados y temidos y que no sabía qué manera para ello tuviese.

—Señor—dijo la reina—, mal contado sería tan grande hombre como vos, que viniendo tal caballero a vuestra casa de ella se partiese sin le otorgar cuanto él demandase.

—No me demanda nada —dijo el rey— que todo se lo otorgaría.

—Pues yo os diré lo que será, rogádselo o alguno de vuestra parte, y si lo hiciere decidle que me venga a ver antes que se parta y rogarle he con mi hija Oriana, con su prima Mabilia, que lo mucho conocen desde la sazón que era doncel y las servía y decirle he, que todos los otros caballeros son vuestros y queremos que él sea de nosotras, para lo que hubiéremos menester.

—Mucho bien lo decís —dijo él—, y por este camino, sin duda quedará, y si no lo hiciese con razón podríamos decir ser más corto de crianza que largo de esfuerzo, y el rey Arbán de Norgales habló aquella noche con Amadís, pero no pudo de él alcanzar ninguna esperanza que quedaría, y otro día se fueron ambos a oír misa con el rey y desde que fue dicha, Amadís se llegó a despedir del rey y el rey le dijo:

—Cierto, amigo, mucho me pesa de vuestra ida y por la promesa que os hice no oso demandaros nada que no sé si os pesaría, pero la reina ha gana que la veáis antes que os vayáis.

—Eso haré yo muy de grado, dijo él. Entonces le tomó por la mano y fuese donde la reina estaba y díjole:

—Ved aquí el hijo del rey Perión de Gaula.

—Así me Dios salve —dijo ella—, y he mucho placer y él sea muy bien venido.

Amadís le quiso besar las manos, mas ella lo hizo sentar cabe sí y el rey se tornó a sus caballeros que muchos en el patín dejaba.

La reina habló con Amadís en muchas cosas y respondía muy sagazmente, y las dueñas y doncellas eran muy maravilladas en ver la su gran hermosura y él no podía alzar los ojos que no catase a su señora Oriana, y Mabilia le vino abrazar como si no lo hubiera visto. La reina dijo a su hija:

—Recibid vos este caballero que os tan bien sirvió cuando era doncel y servirá ahora cuando caballero, si le no falta mesura, y ayudadme a rogar todas lo que yo le pediré.

Entonces le dijo:

—Caballero, el rey mi señor quisiera mucho que quedarais con él y no lo ha podido alcanzar, ahora quiero ver qué tanta más parte tienen las mujeres en los caballeros que los hombres y ruégoos yo que seáis mi caballero y de mi hija y de todas estas que aquí veis, en esto haréis mesura y quitar no habéis de afrenta con el rey en el demandar para nuestras cosas ningún caballero, que teniendo a vos todos los suyos excusar podremos, y llegaron todas a se lo rogar y Oriana le hizo seña con el rostro que lo otorgase, la reina le dijo:

—Pues, caballero, ¿qué haréis en esto de nuestro ruego?.

—Señora —dijo él—, quien haría ál sino vuestro mandado, que sois la mejor reina del mundo, de más de estas señoras todas, yo, señora, quedo por vuestro ruego y de vuestra hija y después de todas las otras, mas dígoos que no seré de otro sino vuestro, y si al rey en algo sirviere será como vuestro y no como suyo.

—Así os recibimos, yo y todas las otras, dijo la reina. Luego lo envió decir al rey, el cual fue muy alegre y envió al rey Arbán de Norgales que se lo trajese y así lo hizo y venido ante él, abrazándolo con gran amor, le dijo:

—Amigo, ahora soy muy alegre en haber acabado esto que tanto deseaba y, cierto, yo tengo gana que de mí recibáis mercedes.

Amadís se lo tuvo en merced señalada.

De esta manera que oís quedó Amadís en la casa del rey Lisuarte por mandado de su señora.

Aquí el autor deja de contar de esto y toma la historia a hablar de don Galaor. Partido don Galaor de la compana del duque de Bristoya, donde le hiciera tanto enojo el enano, fuese por aquella floresta que llamaban Amida y anduvo hasta cerca hora de vísperas sin saber dónde fuese ni halla poblado alguno y aquella hora él alcanzó un gentil escudero que iba encima de un muy galán rocín, y el caballero Galaor, que una muy grande y terrible llaga llevaba, la cual uno de los tres caballeros, que el enano a la barca trajo, le hiciera, y cumpliendo su voluntad con la doncella se le había mucho empeorado, díjole:

—Buen escudero, ¿sabríais me decir dónde podría ser curado de una herida?.

—Un lugar sé yo —dijo el escudero—, mas allí no osan ir tales como vos, y si van salen escarnidos.

—Dejemos eso —dijo él—, ¿habría allí quien la llaga me curase?.

—Antes creo —dijo él —que hallaréis quien otra cosa os haga.

—Mostradme dónde es —dijo Galaor—, y veré de qué me queréis espantar.

—Eso no haré yo, si no quisiere, dijo él.

—O tú lo mostrarás —dijo Galaor— o yo te haré que lo muestres, que eres tan villano que cosa. que en ti se haga la mereces con razón.

—No podéis vos hacer cosa —dijo él— por donde a tan mal caballero y tan sin virtud yo haga placer.

Galaor metió mano a su espada por le poner miedo y dijo:

—O tú me guiarás o dejarás aquí la cabeza.

—Yo os guiaré —dijo el escudero— donde vuestra locura sea castigada y yo vengado dé lo que me hacéis.

Entonces fue por el camino cuanto una legua, llegaron a una hermosa fortaleza que era en un valle, cubierta de árboles.

—Veis aquí —dijo el escudero—, el lugar que os dije, dejadme ir.

—Vete —dijo él—, que poco me pago de tu compañía.

—Menos os pagaréis de ella —dijo él— antes de mucho.

Galaor se fue contra la fortaleza y vio que era nuevamente hecha y llegando a la puerta vio un caballero bien armado en su caballo y con él cinco peones asimismo armados, y dijeron contra Galaor:

—¿Sois vos el que trajo nuestro escudero preso?.

—No sé —dijo él— quién es vuestro escudero, mas yo hice venir aquí uno, el peor, y de peor talante que nunca en hombre vi.

—Bien puede ser esto —dijo el caballero—, mas ¿vos qué demandáis aquí?.

—Señor —dijo Galaor—, ando mal llagado de una herida y querría que me curasen de ella.

—Pues entrad, dijo el caballero. Galaor fue delante y los peones le acometieron por un cabo y el caballero por, el otro y fue para él un villano, y Galaor, sacándole de las manos un hacha, tornó al caballero y diole con ella tan gran golpe que no hubo de menester maestro, y dio por los peones de tal guisa que mató los tres de ellos y los dos huyeron al castillo y Galaor en pos de ellos, y su escudero le dijo:

—Tomad, señor, vuestras armas, que muy gran vuelta oigo en el castillo.

Él así lo hizo y el escudero tomó un escudo de los muertos y un hacha y dijo:

—Señor, contra los villanos ayudaros he, pero en caballero no pondré mano, que perdería para siempre de no ser caballero.

Galaor le dijo:

—Si yo hallo el buen caballero que busco, presto te haré caballero, y luego fueron adelante y vieron venir dos caballeros y diez peones y tornaron a los dos que huían y el escudero que allí a Galaor guiara estaba a una ventana dando voces diciendo:

—Matadlo, matadlo, mas guardad el caballo y será para mí.

Galaor cuando esto oyó, crecido de gran enojo, se dejó correr contra ellos y ellos a él, y quebraron las lanzas, pero al que Galaor encontró no hubo de menester tomar armas, y tornó contra el otro la espada en la mano con gran ardimiento, y del primer golpe que le dio lo derribó del caballo y tornó muy presto contra los peones y vio cómo el escudero había muerto dos de ellos y él le dijo:

—Mueran todos los que traidores son.

Y así lo hicieron, que ninguno escapó. Cuando esto vio el escudero, que a la ventana estaba mirando, fue subir a gran prisa contra una torre por una escalera, diciendo a voces:

—Señor, armaos que, si no, muerto sois.

Galaor fue para la torre y antes que llegase vio venir un caballero todo armado y al pie de la torre le tenían un caballo y quería cabalgar. Galaor, que del suyo descendiera porque no pudo entrar so un portal, llegó a él y trabando de la rienda dijo:

—Caballero, no cabalguéis, que no soy de vos asegurado.

El caballero volvió a él el rostro y dijo:

—Vos sois el que ha muerto mis cohermanos y la gente de este mi castillo.

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